Ramón de Campoamor
Ramón de Campoamor y Campoosorio (Navia, Asturias 24 de septiembre de 1817 - Madrid, 11 de febrero de 1901) fue un poeta español del Realismo.
Nació en Navia, Asturias, el 24 de septiembre de 1817, el mismo año que José Zorrilla, con quien con frecuencia fue comparado. Su padre era un rico labrador nacido en el concejo de Coaña y su madre era de la familia noble de los Campo Osorio de Navia. En 1821, cuando Ramón aún no había cumplido cuatro años, muere su padre Miguel Pérez Campoamor. A los diez años comienza a estudiar Latín y Humanidades en Puerto de Vega, donde obtuvo el certificado de estudios primarios.
El Infierno del Dante era un mal aprendiz en comparación con los retorcidos inventos de castigos infernales que me metían los clérigos enseñantes en mi tierna y sensible cabecita infantil. Todo el curso de mis primeros años ha sido un sueño tenebroso, del cual creo que todavía no he acabado de despertar.
Ramón de Campoamor
En 1832, con 15 años se marcha a Santiago de Compostela para estudiar filosofía, lógica y matemáticas, en el convento de Santo Tomás de Madrid. Poco tiempo después se matricula en la universidad madrileña en medicina, pero tampoco le duró este empeño; un catedrático le aconsejó con vehemencia dedicarse a la literatura, ya que creyó descubrir en él la natural inclinación a las letras más que a las ciencias (vomitaba en las disecciones). Solamente no le disgustaba la lectura y la escritura (pasaba largas horas leyendo clásicos en la Biblioteca Nacional), por lo que se consagró al fin al periodismo y a la literatura. Espronceda le tomó bajo su patronazgo y su primera poesía data de 1837: colabora en publicaciones románticas como El Alba y No me olvides y fue redactor de Las Musas (1837), El Correo Nacional (1838) y El Español (1845); dirigió El Estado en 1856.
A la edad de 20 años, en 1838, publica la primera obra impresa: Una mujer generosa, una comedia en dos actos que no llegó a ser estrenada en teatro; otras obra dramática suyas fue El castillo de Santa María (1838); por esos años escribió también piezas como La fineza del querer o El hijo de todos; ejerció de dramaturgo palatino en el México de Maximiliano y tras un intervalo más o menos largo, en 1870 escribió la que es tal vez su obra más conocida, Guerra a la guerra, a la que siguieron el drama sacro El hombre Dios (1871) y la zarzuela Jorge el guerrillero, escrita en colaboración con Navarro, las comedias Moneda falsa y Cuerdos y locos, y el drama Dies irae (1873). Con Fuentes escribió Las penas del purgatorio (1878) y ya en la década de los ochenta termina su carrera dramática dedicándose a los monólogos (Cómo rezan las solteras, El amor o la muerte, El confesor confesado).
También en 1838 había empezado su carrera como poeta; publica sus primeros versos románticos en el libro Ternezas y flores; pero es en Ayes del alma (1842), su segundo libro lírico, cuando empieza a alejarse del Romanticismo, aunque todavía continúan en él los resabios de Espronceda; en otro libro, Fábulas se hallan ya prefigurados y con sus caracteres esenciales los tres géneros que han de ser creados y cultivados por el poeta, sus personalísimas doloras, pequeños poemas y humoradas, que le adscriben a la estética del Realismo. El propio autor define así estos géneros:
¿Qué es una humorada? Un rasgo intencionado ¿Y dolora? Una humorada convertida en drama ¿Y pequeño poema? Una dolora amplificada.
En otra ocasión señaló que la «dolora» es una composición poética «en la cual se debe hallar unida la ligereza con el sentimiento y la concisión con la importancia filosófica». Pero en Campoamor la filosofía y el intelectualismo ahogaron con frecuencia al poeta; las más de sus doloras reflejan su postura escéptica ante un mundo donde sólo domina el egoísmo.
Como filósofo Ramón de Campoamor fue un hombre fecundo; tradicionalista y moderado en política, le atraía especialmente el positivismo. La filosofía era acaso su vocación verdadera. Se topó con la polémica desde su primer libro de este género en 1846, Filosofía de las leyes, el cual, según La Censura, contenía «proposiciones contrarias a la doctrina católica, erróneas o inductivas a error, falsas, inmorales y ofensivas e injuriosas a nuestra religión y a sus santas instituciones».
En 1842 comienza su carreras política y publica “Ayes del alma” con poemas dedicados a la reina ex-regente Mª Cristina. A finales de la década de los 40 se afilia al Partido Moderado siguiendo sus ideas políticas que consistían en un gran fervor por la reina Isabel II y, en general, hacia la monarquía como forma de organización del Estado. Es nombrado Consejero Real en 1846, en 1847 es nombrado gobernador civil de la provincia de Castellón y poco más tarde de Alicante, donde realiza grandes obras urbanísticas como el Paseo que lleva su nombre y que donó a la ciudad. Fue nombrado Hijo Adoptivo de Alicante. Por esa época se casa con Guillermina O'Gorman, una joven dama de acomodada familia irlandesa, cuya cuantiosa dote le convirtió, si no lo era ya, en un acaudalado burgués afligido por la gota. La boda se realizó en la antigua Ermita del Fabraquer, situada en San Juan de Alicante, y no dio lugar a hijos; en 1850 es elegido para ocupar un escaño en el Congreso de los Diputados y se le da el cargo de gobernador civil de Valencia en 1851, en el que está hasta 1854; es elegido de nuevo diputado a Cortes por el partido conservador en 1857 y luego nombrado director general de Beneficencia y Sanidad, consejero de Estado, académico de la Lengua «E mayúscula» desde 1861, senador del reino, etc.
En 1846 publica la primera edición de Doloras, una de sus mejores obras.
Llegó a ser conocido y admirado en España y y toda Hispanoamérica; él siempre se negó a ser coronado como tal, y no dejaba de reconocer las molestias que eso le suponían:
Las hijas de las madres que amé tanto
me besan ya como se besa a un santo
El 11 de febrero de 1901 falleció en Madrid a la edad de 83 años. Sus restos se encuentran en el cementerio de San Justo de Madrid.
Sus Obras completas (Madrid 1901-1903, 8 vols.) fueron preparadas por sus amigos Urbano González Serrano, Vicente Colorado y Mariano Ordóñez.
La poesía de Ramón de Campoamor es la clásica del Realismo literario español; se caracteriza por su deliberado prosaísmo, que rehúye conscientemente la belleza de toda idealización; como tal resultó muy innovadora en su época, y anuncia un retorno al lenguaje llano y castizo de la prosa del Juan de Mairena y el verso filosófico de Antonio Machado, pero su falta de cuidado formal se aviene mal con su presunta vocación filosófica y no ha resistido la prueba del tiempo, por lo que fue detestado por el Modernismo posterior a causa de su nulo esteticismo, y por la Generación del 98 por su carácter burgués y vulgar y su impronta decimonónica. En Poética expresó su concepto de la lírica en general:
La poesía es la representación rítmica de un pensamiento por medio de una imagen, y expresado en un lenguaje que no se puede decir en prosa ni con más naturalidad ni con menos palabras... Sólo el ritmo debe separar al lenguaje del verso del propio de la prosa... Siéndome antipático el arte por el arte y el dialecto especial del clasicismo, ha sido mi constante empeño el de llegar al arte por la idea y el de expresar ésta en el lenguaje común, revolucionando el fondo y la forma de la poesía.
Obras
Obras completas (Madrid 1901-1903, 8 vols.)
Obras poéticas completas, 1949, 1951, 1972.
Teatro
Una mujer generosa1838.
El castillo de Santa María (1838)
Una mujer generosa
La fineza del querer
El hijo de todos
Guerra a la guerra, 1870.
El hombre Dios (1871)
Jorge el guerrillero, zarzuela, escrita en colaboración con Navarro
Moneda falsa
Cuerdos y locos, 1887
Dies irae (1873),
Las penas del purgatorio (1878), escrito con Fuentes.
Cómo rezan las solteras,
El amor o la muerte,
El confesor confesado.
Poesía
Ternezas y flores, versos románticos, 1838.
Ayes del alma, 1842.
Fábulas originales, 1842.
Doloras, 1846.
Poesías y fábulas, 1874.
El drama universal, 1853. Hay edición moderna de 2008.
Colón 1853.
El licenciado Torralba, poema en ocho cantos, s. a.
Pequeños poemas (1872-1874)
Los buenos y los sabios: poema en cinco cantos, 1881.
Humoradas (1886-1888).
Don Juan: pequeño poema, 1886.
Los amores de una santa: poema en cartas, 1886.
Fábulas completas, 1941.
Filosofía
Filosofía de las leyes (1846)
El personalismo, apuntes para una filosofía (1855)
La metafísica limpia, fija y da esplendor al lenguaje (1862)
Lo absoluto (1865)
Poética (1883)
El ideísmo (1883)
La originalidad y el plagio
Sócrates
La Metafísica y la poesía ante la ciencia moderna
Sobre el panenteísmo.
Otras obras
Historia crítica de las Cortes reformadoras, 1837.
Los manuscritos de mi padre: novela original, 1842.
Polémicas, 1862.
Discursos parlamentarios
Polémicas con la democracia
Cánovas, 1884.
«Prólogo» a La Mujer, de Severo Catalina.
«Prólogo» a las Fábulas de Antonio Campos y Carreras.
«Prólogo» a Cosas del Mundo.
Libro primero
Ternezas y flores
La niña y la mariposa
Va una mariposa bella
volando de rosa en rosa,
y de una en otra afanosa
corre una niña tras ella.
Su curso, alegre y festiva,
sigue con pueril afán,
y con airoso ademán
la mariposa se esquiva.
A veces con loco intento
quiere hacer presa en sus galas,
y, en vez de tocar sus alas,
toca las alas del viento.
Y su empeño duplicando,
cuanto más corre afanosa,
más leda la mariposa
va su inocencia burlando.
La ciñe en rápido giro,
y al ir a cogerla esbelta,
por cada vez que se suelta,
suelta la niña un suspiro.
Mas, sin ceder en su anhelo,
presta una, y la otra ligera,
ni una acorta su carrera,
ni la otra amaina su vuelo.
Y vagan embebecidas,
sin sentir indiferentes
ni el son de las claras fuentes,
ni el de las auras perdidas.
Ni los pájaros que espantan,
entre las ramas divisan,
ni ven las flores que pisan,
ni oven las aves que cantan.
Y mientras estas cantando
siguen con plácido estruendo,
la niña sigue corriendo,
la mariposa volando.
---
- Amaina el vuelo sereno,
mariposa,
de quien es albergue el seno
de la rosa.
¿Por qué en tal dulce ocasión
vas sin tino
huyendo así la prisión
de lazo tan peregrino?
Reina de las blandas flores,
sus enojos
no temas, ni los ardores
de sus ojos,
porque ese puro arrebol
que enamora,
si es luciente como el sol,
es tierno como la aurora.
Entre mil palmas no hay talle
más galano,
ni azucena en todo el valle
cual su mano.
No oirás de su voz divina
la dulzura,
ni en el ruiseñor que trina,
ni en el raudal que murmura.
Aprende el aura a ser leve
de su planta,
y, para formar con nieve
su garganta,
le dio el cisne el atavío
de su pluma,
lumbre la aurora, y el río
su plata, cristal y espuma.
- No sigas más la inconstante
mariposa,
enamorada y errante
niña hermosa,
que al fin vendrá a ser cautiva
de tu llama,
si aun amorosa, aunque esquiva,
la luz de los cielos ama.
Y aunque aspira de mil flores
la fragancia,
no imites en tus amores
su inconstancia;
que al fin de tanto vagar,
suele, hermosa,
entre las flores hallar
la yerba más venenosa.
Imita sólo su vuelo,
pues serena,
jamás, niña, toca el ciclo,
ni la arena
Quien se humilla o sin razón
subir quiere,
muere a manos de un halcón,
si a las de un áspid no muere.
Mas ¡ay! que vas en pos de ella
vagarosa,
sin escuchar mi querella,
niña hermosa.
Sigues con presteza tanta
tu contento,
que así encomiendas tu planta,
como mi súplica, al viento.-
---
Y en tan inocente afán,
como su gusto entretienen,
así vagabundas vienen,
y así vagabundas van.
A veces en su embeleso
la mariposa, al pasar,
suele fugaz estampar
sobre su mejilla un beso.
Y rauda su vuelo alzando,
la niña de ángel blasona,
al trazar una corona
sobre su frente girando.
Y siguen acordemente
la mariposa en sus giros,
la niña con sus suspiros,
con sus rumores la fuente.
Vagan los aires suaves
formando dobles acentos,
y al grato son de los vientos,
siguen cantando las aves.
Y entre tanta melodía,
tanta corriente murmura,
que es todo el aire frescura,
aroma, luz y armonía.
Y susurrando congojas,
prosiguen mintiendo quejas,
en el pensil las abejas,
y en la enramada las hojas.
Y tiernas flores hollando,
y frescas auras batiendo,
la niña sigue corriendo,
la mariposa volando.
A Felisa
El día de su casamiento con D. Salustiano de Olozaga
Aunque a la aurora temores,
y al mismo sol des enojos,
te sientan con mil primores
la languidez en los ojos,
y en el cabello las flores.
Muestran tantas maravillas
los diamantes en tu cuello,
las rosas en tus mejillas,
que con real ornato brillas,
desde la planta al cabello.
Y aunque arreo tan brillante
dé a tu belleza decoro,
¡ay, que en tu lindo semblante
oculta cada diamante,
bella Felisa, un tesoro!
Vertiendo dulce sonrisa,
no ocultes los ojos bellos,
porque te dirán con risa
que ya leyeron, Felisa,
tus pensamientos en ellos.
Embebecida y errante
vagas con planta insegura,
cual si escucharas amante
el céfiro susurrante
que entre tus bucles murmura.
Ya sé que en este momento
las niñas en dulce calma
oyen, con turbado intento
cosas que murmura el viento
y escucha gozosa el alma.
Ya sé que el cielo abandonan
los ángeles, y que hermosos
de luz su, frente coronan,
y dobles himnos entonan,
de su hermosura envidiosos.
Sé que en sus ojos se encantan,
y que en torno se revuelven;
acentos de amor levantan;
las llaman hermosas; cantan;
besan su faz, y se vuelven.
Y en este instante de gloria,
con recuerdos seductores,
ya sé que por su memoria
pasa la amorosa historia
de sus pasados amores.
Por eso, Felisa, errante
vagas con planta insegura,
mal si escucharas amante
el céfiro susurrante
que entre tus bucles murmura.
Dime si tal vez, hermosa,
en esa ilusión tranquila
probando estás amorosa
la dulce miel que destila
el dulce nombre de esposa.
Di si en tus ojos se encienden
los ángeles; si contento
te causa tal vez su acento;
y si mirándote, tienden
las blancas alas al viento.
Di si recuerdas, Felisa,
las canciones que sonaron
en tu calle, y se apagaron;
¡que por Dios que bien aprisa,
siendo tan dulces, pasaron!
Ya no escucharás cual antes,
allá en las noches serenas,
sobre los aires flotantes,
las sabrosas cantilenas
de los rendidos amantes.
Que os es muy grato a las bellas
al son del arpa importuna
oír amantes querellas,
ya al brillo de las estrellas
ya al resplandor de la luna.
Y os place ver derramados
cantos de amor por los cielos,
porque causen acordados
a otras hermosuras celos,
y a otros galanes cuidados.
Y oís las trovas de amores,
en vuestro lecho adormidas,
como los vagos rumores
que hacen al ondear las flores,
de vuestras rejas prendidas.
Y al despertar, con empeños
tal vez pensáis que halagüeños
os dan, cantando, placeres,
esos dulcísimos seres
con quien platicáis en sueños.
Mas ¡ay, que ya se apagaron
aquellos cantos, Felisa,
que en tu alabanza sonaron!
Y por Dios, que bien aprisa,
siendo tan dulces, pasaron.
Pasaron los amadores,
llevando sus falsas llamas;
tiempo es que libre de azores
trate, Felisa, de amores
la tórtola entre las ramas.
Ya no escucharás, cual antes,
allá en las noches serenas,
sobre los aires flotantes,
las sabrosas cantilenas
de los rendidos amantes.
Las rosas que con pasión
hoy te prendiste galana,
las últimas rosas son
que columpió en tu balcón
la brisa de la mañana.
Si ya con plácidas glosas
tu pecho nunca se embriaga,
aún hay canciones gustosas,
con que a las tiernas esposas
el aura nocturna halaga.
Si trovas no están rompiendo
tus sueños, como hasta aquí,
los romperá el dulce estruendo
de algún pecho que gimiendo
esté, Felisa, por ti.
Y unos sones muy callados
oirás cruzar por los cielos,
sin que causen, acordados,
ni a otras hermosuras, celos,
ni a otros amantes, cuidados.
Y a cada momento, hermosa,
en grata ilusión tranquila,
podrás probar amorosa
la dulce miel que destila
el dulce nombre de esposa.
La rueda del amor
Aquellas niñas hermosas
que en suma beldad conformes,
teniendo la tez cual nieve,
tengan los ojos cual soles,
y el alma sintiendo, tiernas,
herida de mal de amores,
tanto les falte de esquivas,
cuanto de bellas les sobre,
salgan al campo conmigo
ricas de gracias, adonde
favor al Mayo risueño
las brinden, con gracias dobles,
corrientes aguas los valles,
frescos doseles los bosques,
con su verdura los campos
y con su esencia las flores.
Oiréis sonar encontrados,
y aunque encontrados, acordes,
los enamorados trinos
de músicos ruiseñores,
cuando en sentidos acentos
mustias las tórtolas lloren,
dando en su vuelo a los aires
matices, plumas y sones.
Venid, y hagamos la rueda
llamada de los amores
(que al aprenderla de niño,
no la olvidé desde entonces),
las ricas flores hollando,
y el aire hendiendo veloces,
el aire con los cabellos,
y con las plantas las flores.
Las blancas manos asiendo,
y tan blancas, que las cortes
nunca tan nítidas manos
dan a sus reyes en dote,
en torno agitad festivas
los aires murmuradores;
que yo vendaré mis ojos,
haciendo del día noche.
Volad, palomas; que osado
yo espantaré los halcones,
si alguna vez para heriros
muestran sus garras feroces.
Volad, que a la que esta rama,
pasando furtiva, toque,
con la venda de mis ojos
habrá de nublar sus soles.
- ¡Oh, qué triste es nuestros ojos
cubrir de sombras informes,
y no sentir de los vuestros
los penetrantes arpones,
ni ver con ansias mortales
de vuestra faz los colores,
ni sobre el aura, al tenderlos,
de vuestros talles los cortes!
Niñas, corred; que aun no escucho
con plácidas emociones
de vuestras ropas flotantes
los sutilísimos roces;
y aunque me pesa en el alma,
no siento los corazones
que muellemente se agitan
bajo esos pechos de bronce.
Volad, palomas; que osado
yo espantaré los halcones,
si alguna vez para heriros
muestran sus garras feroces.
Volad, que a la que esta rama
pasando furtiva, toque,
con la venda de mis ojos
tendrá que nublar sus soles.
Mas, ¿cómo sin dar amante
a vuestro enojo ocasiones,
huís, dejándome solo,
sin advertirme por dónde,
tal que siquiera dejasteis,
pasando como ilusiones,
ni removida la arena,
ni destroncadas las flores?
Sin duda en mágico vuelo,
como celestes visiones,
entre la grama y los aires
os deslizasteis veloces,
huyendo mi fe constante,
pues vuestros pechos traidores
tienen el aire por guía,
y la inconstancia por norte.
¡Una y mil veces mal haya
quien de vuestras invenciones
amante se fía, y de ellas
la falsedad no conoce!
Y más que en tanto a la sombra
de esos altísimos robles
maldiga yo vuestro agrado,
y mis desagrados llore;
vosotras entretenidas
mirad las aguas que corren;
que bien está vuestra fe
con su inconstancia conforme,
pues no hay onda que no agiten
a cualquier viento que sople,
ni conchas que no remuevan,
ni árbol ni flor que no mojen,
ni campos que no dibujen,
ni imágenes que no borren,
ni risas que no deshagan,
ni círculos que no formen.
Mas luego que el sol sus rayos
extienda en el horizonte,
haciendo en las nubes iris
tocando el mar de colores;
y luego que en regia pompa
parezcan a sus fulgores
mares de sombra los valles
y mares de luz los montes,
vendréis a buscar frescura
cuando el calor os agobie,
y me tendréis que encontrar,
aunque no queráis entonces;
y yo a la sombra tendido
de estos altísimos robles,
no os he de dejar el puesto,
por más que tierno os adore,
ni miraré enamorado
de vuestra faz los colores,
ni sobre el aura, al tenderlos,
de vuestros talles los cortes;
y no vendaré mis ojos,
más que en no hacerlo os enojo,
y hasta ahogaré mis suspiros,
aunque con ellos me ahogue.
Haré todo esto que digo,
y más que veréis entonces,
y a fe de amante lo juro
por esas aguas que corren.
Tu boca
Para formar tan hermosa
esa boca angelical,
hubo competencia igual
entre el clavel y la rosa,
la púrpura y el coral.
Mintiendo sombras del bien,
en ella el mal se divisa,
por lo que juntos se ven
ya la apacible sonrisa,
ya el enojoso desdén.
Y en los senos abrasados
engendra con doble holganza,
o con tormentos doblados,
cada risa una esperanza,
cada desdén mil cuidados.
Cual las conchas orientales
es tu boca, y por vencerlas
muestra en riquezas iguales,
cuando desdeña, corales,
y cuando sonríe, perlas.
Y si con sombras de bien
tal vez el mal se divisa,
es porque en ella se ven
guardar la miel de su risa
las flechas de su desdén.
Si a mí su rigor alcanza,
al ver su hermosura, siente
el corazón doble holganza;
y aunque un desdén me atormente,
deme una risa esperanza.
¡Bien haya la dulce boca,
que sólo sus frescos labios
el aura pisando toca;
que haciendo al ámbar agravios,
su miel a gustar provoca!
¡Oh, bien haya cuando ufana
dando enojos a la rosa,
muestra su cerco de grana,
fresca como la mañana,
como el azahar olorosa!
Y si acaso dulcemente
suelta plácida congojas,
ya es el rumor del ambiente,
ya el susurro de las hojas,
ya el murmurar de la fuente.
Si alegres sones respira,
las aves del prado encanta;
y si a vencerlas aspira,
con las que gimen, suspira;
con las que gorjean, canta.
Tu miel, aroma y colores,
rinde en amante oblación,
flor, ante cuyos primores,
mustias e inútiles flores
las flores del valle son.
El néctar más regalado
deja que de amores loco
beba en tu labio abrasado;
para una abeja es sobrado
lo que para muchas poco.
¡Mas ay! que vertiendo quejas,
me esquivas tu dulce miel;
en vano de una te alejas
si ves que miles de abejas
poblando van el vergel.
¡Ay de la rosa encarnada,
que en su seno de carmín
niega a una abeja la entrada!
Tantas la acosan al fin,
que queda sin miel, y ajada.
¡Ay de las cándidas flores,
si alzan su capullo tierno
del estío a los ardores!
¡Ay del panal, si el invierno
lo hiela con sus rigores!
Dame los gustos sin tasa,
pues ves que el sol estival
las tiernas flores abrasa:
mira que amarga el panal
cuando de sazón de pasa.
Ríndete a mí placentera:
no te rinda con agravios
de abejas la turba fiera:
que herir esos dulces labios
herirme en el alma fuera.
De ese tesoro las llaves
dame, y sus dones ardientes
libaré en besos süaves,
sin que lo canten las aves,
ni lo murmuren las fuentes.
La beata de máscara
La del enlutado manto,
la de la toca de encaje
la de mil hombres encanto,
¿cuánto va a que no es tan santo
tu pecho como el ropaje?
En vano ocultarnos trata
de tus ojos los destellos
el lienzo que te recata;
y por Dios que son, beata,
para ser santos, muy bellos.
Sobre tu nevado seno
pesa la cruz de un rosario,
y aunque humilde «nazareno»,
muriera de gozo lleno
en tan hermoso calvario.
Y, pese a tu religión,
en vano ¡ay triste! sofoca
deseos mi corazón;
que oculta una tentación
cada pliegue de tu toca.
Eres bella cual ninguna,
y juro, aunque temerario,
no creo en ti fe alguna,
si pasas una por una
las cuentas de tu rosario.
Su imagen
Errante sol de aromas circundado
tu ardiente lumbre tenue debilita;
que ya mi corazón, de arder cansado,
negro sus alas moribundo agita.
Grupo de luz que extravió la luna,
ángel perdido que bajó del cielo,
visión deslumbradora, que importuna
mi sien circunda en caprichoso vuelo.
¡Girar y más girar!... Lentas sus alas
lumbrosa tiende en blando movimiento.
¿Eres el alma que de mí te exhalas?
¿O eres tal vez mi mismo pensamiento?
Fantasma de la mente, llega, llega,
desprendida mitad del alma mía,
aunque tu imagen me deslumbra y ciega,
blanca de noche, y negra por el día.
Se mece ante mis ojos desplegada
como la espuma cándida de un río,
tal vez por los suspiros agitada
que salen hondos, ¡ay! del pecho mío.
Su virgen luz perdida, en el ambiente
reverbera purísima y serena,
y en las límpidas aguas del torrente,
cuando acarician la tostada arena.
Sobre mi frente gira luminosa,
luciente envidia de la nieve y grana,
copia feliz de la encendida rosa,
lisonja del albor de la mañana.
En donde quiera engendra el alma mía
su imagen pura, rutilante y bella,
ante el disco del sol al medio día,
por la noche en la faz de cada estrella.
Y quisiera abarcar al ver su lumbre,
hidrópica mi vista fascinada,
de los astros, la inmensa muchedumbre,
para verla sin fin multiplicada.
Me revela fantástica su risa
oscilando el arroyo cristalino,
y su acento el murmullo de la brisa,
y también el zumbar del torbellino.
La veo en todas partes seductora,
llevada de mi ardiente fantasía,
en cada rayo al despuntar la aurora,
en cada sombra al caducar el día.
Y despierto la miro embebecido,
animada ilusión de mi deseo;
y si cierro los ojos adormido...
yo no sé dónde está, pero la veo.
A Unos ojos
Más dulces habéis de ser
si me volvéis a mirar,
porque es malicia, a mi ver,
siendo fuente de placer,
causarme tanto pesar.
De seso me tiene ajeno
el que en suerte tan crüel
sea ese mirar sereno
sólo para mí veneno,
siendo para todos miel.
Si crüeles os mostráis
porque no queréis que os quiera,
fieros por demás estáis,
pues si amándoos, me matáis,
si no os amara, muriera.
Si amando os puedo ofender,
venganza podéis tomar,
porque es fuerza os haga ver
que o no os dejo de querer,
o me acabáis de matar.
Si es la venganza medida
por mi amor, a tal rigor
el alma siento rendida,
porque es muy poco una vida
para vengar tanto amor.
Porque con él igualdad
guardar ningún otro puede;
es tanta su intensidad,
que pienso ¡ay de mí! que excede
vuestra misma crüeldad.
¡Son, por Dios, crudos azares
que me den vuestros desdenes
ciento a ciento los pesares,
pudiendo darme a millares,
sin los pesares, los bienes!
Y me es doblado tormento
y dolor más importuno,
el ver que mostráis contento
en ser crudos para uno,
siendo blandos para ciento.
Y es injusto por demás
que tengáis, ojos serenos,
a los que, de amor ajenos,
os aman menos, en más,
y a mí que amo más, en menos.
Y es, a la par que mortal,
vuestro lánguido desdén
¡tan dulce... tan celestial!
que siempre reviste el mal
con las lisonjas del bien.
¡Oh, si vuestra luz querida
para alivio de mi suerte
fuese mi bella homicida!
¡Quién no cambiara su vida
por tan dulcísima muerte!
Y sólo de angustias lleno,
me es más que todo crüel,
el que ese mirar sereno,
sea para mí veneno,
siendo para todos miel.
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