viernes, 16 de marzo de 2012

6182.- JAMES LASDUN

James Lasdun nació en Londres en 1958. Actualmente reside en las afueras de Nueva York y trabaja como profesor de escritura creativa en la Universidad de Princeton y la New School. En 2006 ganó con An Anxious Man el Concurso Nacional Británico de Relato Breve, el premio reservado a este genéro de mayor cuantía que existe en el mundo. Anteriormente había publicado The Horned Man, que apareció en la lista de libros destacados del New York Times y fue considerado libro del año por The Economist, el volumen de cuentos The Siege, en el que se basó Bernardo Bertollucci para una de sus películas (Besieged), y la aclamada recopilación de poemas Landscape with Chainsaw.



Palabras para Vindice


Paz, Vindice, el mármol tallado guarda
los mellados cascajos de tu amor; nada puede tocar
esa particular complexión deslavada. Los muertos
pocas veces traicionan a los vivos; no hay húmedo
abrazo masculino que derrita ese hielo
-y mira, ella no se resucita a sí misma
después de cada duelo, insolentemente viva,
insolente, andando por las mismas calles que tú,
inminente en cada esquina, una vacua mirada
ahogada en la ventana de un vagón al detenerte
a su lado en un túnel hasta que la elisión
del momento se estira hacia afuera, y como si
ella nunca hubiese tenido opción, desaparece.


de A Jump Star



Carlos López Beltrán y Pedro Serrano, La generación del cordero. Antología de la poesía actual de las islas británicas, Trilce Ediciones, Ciudad de México, 2000



Address to Vindice


Peace Vindice, the chiselled marble holds
Your loves's impacted shards; nothing can touch
That singular, effaced complexion. The dead
Seldom betray the living; no humid
Masculine embrace can thaw that ice -
And look, she does not resurrect herself
After each mourning, brazenly alive,
Brazenly, treading the same streets as you,
Imminent at corners, a blank stare
Drowned in a carriage window as you halt
Adjacent in a tunnel till the moment's
Elision stretches outward, and as if
She'd never had the choice, she disappears.












La llamada del apóstol Mateo


No a la manera congelada y abrupta
en la mirada que un pintor ha impuesto,
Cristo en el umbral al señalarlo, el rostro de Mateo
iluminado en su perplejidad, la pátina, el goteo
de toda una vida en un despacho,
resquebrajada por la descarga de su elección súbita,


sino con el paso de los años, paulatino,
insinuado, una curva invisible;
un sesgo constante que favorece siempre
en retrospectiva aquello a lo que se renuncie
frente a lo que se conserve, la sortija de sello de oro
depositada en el plato de un mendigo,


el ojo que no comprende totalmente a la mano,
no todavía; el damasco heredado que se arroja al pasar
a un desconocido, la montura ceremonial
(monedas dobladas, trituradas nubes de perla taraceada), el leal
obsequio en irresistible impulso a un sirviente.
Donde antes estuvo ha quedado


un vacío en forma de montura que se desborda
breve, oscuramente... Damajuanas,
cavas de vino, y luego, conforme el impulso se afianzaba
en un hábito, el hábito en una necesidad acendrada,
la necesidad en una compulsión, la totalidad de los viñedos,
la tierra misma, los huertos, los rebaños, la casa toda,


obsequiados, de cada objeto
el ahuecado vacío que se iba haciendo así
cada vez más vivido que la cosa misma, y
como si la renuncia diera llanamente
densidad al poseer; como si
hubiera vislumbrado en el dejarlo todo, el secreto
incólume de un paria, la posesión
inversa... Y sólo entonces, casi superflua, la figura
da un paso suavemente hacia la puerta
de la habitación; familiar casi, anticipada,
recibida con calma, relajada, como a alguien
a quien se ha esperado un largo tiempo, y que llegó.












Ellos dos

Sus vidas van tornándose en oro. La puerta
bruñe en sus bronces, portera de sí misma:
a través del metal surge una mano
en señal de saludo, luego brilla
el verano regado por el suelo como laca.

Entro. El péndulo de un reloj de piso
toca una diana. Tras el cristal se ve
el resorte que avanza: un cuerpo desollado
para sacarle el alma, en que todo se exhibe
menos el tumbo invisible del latido

del tiempo mismo... Sus cuartos no esconden
ningún secreto; veo la presencia de ambos
en cada rincón: aun en el tulipán de una maceta;
ahí transmuta el alquimista en el tallo
la tierra en conchas de oro que refulgen.

En esta pátina están desde aquellas mañanas
en que yo los veía sacudirle zodiacos de polvo
al barniz de los muebles, y crecía el brillo pardo
de algodón amarillo, se iluminaba, y en oro
a punto casi de tornarse, lo apagaba

el roce de su propia sustancia... Hay ocasiones
en que los hallo en el jardín, ginebra en mano,
los insectos por su piel como por una arena salpicada,
las burbujas aún remontando por el vaso,
y unos dedos que hacen girar un plato de limones:

tardes veraniegas... el silencio como una sábana, su envés
picoteado por un sonido allende el muro,
tal un reloj gigante; y dos veces por la noche,
dorada, luminosa, cae del azul oscuro
una pelota de tenis, rebota a nuestros pies,

un diablillo compacto que salta inoportuno,
hasta quedarse quieto en la silla de alguien;
como un escalofrío entonces imagino
llegar aquí y hallar que ya no hay nadie,
ambos ahora, luego uno, ninguno.

Carlos López Beltrán y Pedro Serrano, La generación del cordero. Antología de la poesía actual de las islas británicas, Trilce Ediciones, Ciudad de México, 2000

The Two of Them

Their lives are turning into gold. The door
Bristles with brass, in own commissionaire -
A valedictory hand swims up
Through metal as I grasp it, then the glare
Of summer spills like lacquer on the floor.

I step inside. A domed clock's pendulum
Taps out a rally. Under glass, the spring
Visibly unwinds. It's like a body
Flayed open for its soul, where everything
But the invisible, heartbeat-beater drum

Of time itself shown... Their rooms withhold
No secrets; I deduce the two of them
From every corner - even a window-box,
The alchemist in the tulip sterm
Transmuting earth to shells of glassy gold;

They're in this sheen, from mornings when I'd watch
One of them brush the zodiacs of dust
From varnished wood, the yelow cotton's dark
Reflection rising, brightening, till just
As it was turning into gold, the touch

Of its own substance snuffed it out... Sometimes
I find them in the garden, gin in hand,
The fizz still showering upward through the glass,
While insects brush their skin like sprinkled sand
And lazy fingers spin a bowl of limes -

Summer evenings... silence like a sheet
Pockmarked by a sound, beyond the wall,
Like a giant clock - and once or twice a ninght,
A golden, almost luminous tennis ball
Drops from the dark blue, bounces round our feet,

A compact imp that skitters on in fun,
Idling to a halt someone's chair,
And then it's like a chill, and I imagine
Arriving to discover no-one- here,
The two of them now one of them, now none.







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