martes, 5 de octubre de 2010

1388.- ELDER SILVA


Elder Silva
(Pueblo Lavalleja, Salto, Uruguay, 1955)
Poeta. En 1982 publicó Líneas de fuego, en 1985 Cuadernos agrarios y dos años después Un viejo asunto con el sol. Reapareció en 1998 con Fotonovela, canción de perdedores, La cajera del Oxford y otros poemas de amor (1999) y Mal de ausencias (2003). En 2008, La frontera será como un tenue campo de manzanillas, obtuvo el Quinto Premio de Poesía Luis Feria, convocado por la Universidad de La Laguna (Tenerife, España). En 2009 publicó Sachet (La Propia Cartonera). Actualmente es director del Centro Cultural Florencio Sánchez.


La última atajada

Los tiempos se ponen duros
y uno no tiene donde caerse un miércoles de noche.
Te sentás frente al televisor
y entonces te dicen que ha muerto Lev Yashin.
La última atajada de la araña negra.
Con un cáncer comiéndole el estómago
y una pierna amputada hace dos años, se murió
el héroe deportivo de la Unión Soviética.
El hombre al que sólo le hicieron seis goles
en veintisiete partidos cuando el Dínamo de Moscú.
El electricista que se enroló en los tres palos de
un equipo de hockey.
Veo las atajadas siempre en blanco y negro.
paró cien penales dice el periodista.
Como si dijera:
"El muchacho se comió dos docenas de peras".
Era el mejor golero del mundo.
Pero Darnauchans lloraba arriba de un taxi.
Y el chofer no entendía las lágrimas de un cantor flaco
a las nueve de la mañana.
Y no supo que apenas escuchada la noticia me fui
a vomitar al baño, como si con el alcohol que se iba
por la pileta, pudieran irse los doce años,
cuando uno también cuidaba el área chica.
Y ella y yo teníamos tanto miedo
como Yashin ante el tiro penal.






Zoom

(para Malí)

Estás en la cocina abriendo una lata de arvejas:
de espaldas, los jeans ajustados son fácil tentación
para mis ojos de animal aturdido.
Entro y siento ganas de besarte en el cuello descubierto,
levantar tu blusa y tomarte por los pechos
casi dulcemente.
Pero el abrelatas avanzando por el círculo filoso
detiene mis impulsos venales. Es decir, tus dedos rojos
apretando el abrelatas en el borde del tarro,
cambian calles pasos veredas omnibuses
por ese pequeño y maquinal movimiento
que vos ejecutás con cierta devoción y encanto.
Al fin cierras el círculo
y como fulminada,
la tapa cae sobre los azulejos de la mesa.

Meto la mano en el tarro y te doy una arvejita
en la boca.
Y te toco los dientes con la lengua
en un poema con final feliz.







Muchacha en un ómnibus

Te acomodás el pelo y mirás,
mirás por la
ventanilla como distraída.
O como si buscaras un número entre los
números de las placas que pasan fugazmente.
Y te sonreís apenas con un hálito de agua,
cuando los semáforos cambian del rojo
al verde, y el ómnibus prosigue.

O cuando el amarillo parece perpetuarse,
pero no.
Y yo, como un delincuente, espío en tu nuca
moviéndose
y moviéndose en el otro asiento,
cuando inclinás la cabeza sobre la libreta de notas
(donde seguro no hay una sola línea escrita).

Y sé bien que todo lo hacés porque
sabés que estoy mirándote
y que estoy aguardando el mínimo descuido tuyo,
o el descuido de tu cuerpo o tus palabras.







VUELTA AL MUNDO

Canta un sabiá en Tala,
en la profundidad del espinillar
y le responde un azulito en Migues
en el huerto silencioso, en casa
del poeta Juan Carlos Macedo.
Una bandada de zorzales
voló por la mañana
y su canto nervioso se escuchó
por las orillas del Laureles
y por Parada Herrería,
sobre unos campos de trigo en Valentín.
En "El viento nos llevará"
(Bad ma ra khahad bardr" en iraní)
Abbas Kiarostami
registra el canto de una ratonera,
ese pajarito saltarín que anida en los chilcales.
Al lado de Malí, viendo la película,
comprendí que aquella ratonera
registrada por la cámara de Siah Darek,
a 700 quilómetros de Teherán,
es la misma que atería los mediodías de
mi infancia.
Es que el canto de los pájaros
da la vuelta al mundo, al sol, al sistema planetario,
como algunas veces
—pocas, muy pocas—
también le sucede a la poesía







En la alta luna

Una luna alta hacia el lado de Patitas
se reparte las nubes
y acaso el sur de la Vía Láctea,
como señales para el prójimo.

Las chapas del excusado
golpeándose en el viento
toda la noche.

Recostado en la cama
pienso que el verano es un invento
de los pájaros.

Tengo doce años
y he besado por primera vez a mi novia.







Gato al sol

No es asunto interesante para/
un pasajero
de Varig que vuela a 7.000 pies sobre el
litoral del país
y apenas percibe el verde dominante
-intenso en los campos de arroz-,
las venas de los arroyos
y los tajos de las rutas nacionales.
Tampoco llama la atención de los que
se vuelven para Salto en el/
ómnibus de
Spinatelli.
Ni acaso al almacenero enredado
en los hilos de las ventas de fiado.

Sin embargo,
sentado en la puerta de esta fonda,
no hago otra cosa que distraerme
con el gato que duerme patas arriba,
abandonado a moscas y jejenes.
Aturdido acaso
entre ruidos del planeta azul de Gagarin,
dueño absoluto de las sombras del sol.







En simultáneo

Muere una tarde suave
tras la parroquia de Pueblo Lavalleja.

Los tarumanes envejecen al lado del
centro de salud
sitiado por perros vagabundos.

Entre las sombras que escarban
estos pedregales,
la calle se extiende
y mira hacia donde nadie regresa
todavía.

Cosas sin importancia
que suceden a la vez
-en simultáneo-
en una vida que,
sola,
se disuelve como un alkazelzer.





Sponsor

Hasta el gordo
que trabaja en un barco
de pesca
se sienta ahora a tomar cerveza
en los mediodías
a la hora de ese sol
terrorífico,
y se reclina en una
reposera
que promociona el
verde y blanco y rojo
de Heineken.





Continuidad de un
pensamiento de Luis Chávez

No confundir poesía con
desforestación,
literatura a secas
con la poda de los mejores
álamos.

O el viejo Acasuso
que lamentaba tanto árbol caído
y el pueblo no recordaba
ni un solo verso del fulano.

No confundir un verso
con verse en letra impresa,
con salir en las últimas
páginas del diario,
después de policiales y
antes de los deportes,
ahí donde la poesía verdadera
es la que rueda
como una pelota cierta
al fondo de las redes.







Aseo personal

Mientras aprieto el sachet
del dentífrico
y estiro el gusano de la pasta de
dientes
en el cepillo rojo,
me estremecen tus pasos.
El mismo ruido en la cocina,
el agua otra vez llevándose
las migajas de la cena
de anoche (acaso la última?).

Mientras el dentrífico
se aplasta en mi boca
y me devuelve a lo que
nunca tuve,
pienso que la coartada
del silencio,
echará a perder estos gestos
cotidianos
que nos justifican
en este rescoldo del planeta.


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