viernes, 14 de noviembre de 2014

RICARDO GIL [14.013]


Ricardo Gil

Ricardo Gil (Madrid, 1 de febrero de 1858 - ibídem, 1908) fue un poeta español, precursor del Modernismo.

Se educó en Murcia y tras licenciarse en Derecho, carrera que no llegó a ejercer, se instaló en dicha ciudad. Llevó una existencia tranquila y ajena a la barahúnda literaria y colaboró en algunos periódicos y revistas, como Blanco y Negro, Revista Contemporánea, Hojas Selectas etc. Se enamoró de una dama húngara, Isabelle von Pekovick, a la que hacen referencia sus versos. Su obra pasó inadvertida durante mucho tiempo. Murió a primeros de diciembre de 1908.

Obra

Adscrito al grupo de los precursores españoles del Modernismo (Manuel Reina, Salvador Rueda y Manuel Paso, publicó De los quince a los treinta (Madrid, Manuel G. Hernández, 1885), donde se notan los influjos de las leyendas narrativas de José Zorrilla, de Ramón de Campoamor y, sobre todo, de Gustavo Adolfo Bécquer, a cuya inspiración pertenecen los mejores poemas. Destacan los sonetos, en especial el titulado "Pereza", y poemas ya característicamente propios, como "El último juguete". Se halla cerca del Simbolismo en poemas como "La guitarra" y "El elefante blanco". También asoma el alegorismo moralizante de Gaspar Núñez de Arce. Tiene como mérito utilizar una gama variada de versos y combinaciones métricas y un acusado sentimentalismo. Más renovador y maduro es su segundo libro de poesía, La caja de música (Madrid, La España Editorial, 1898), becqueriano y con gusto por los temas orientales, y donde asoma un malestar propio de la época de Soledades de Antonio Machado y Arias Tristes de Juan Ramón Jiménez; pero también están presentes Bécquer y Campoamor. Será traducido al italiano, francés, alemán y ruso. Aparecen los paraísos artificiales, en obras como "Morfina"; la adicción a esta droga sirve para consideraciones morales poco convincentes.


Con qué alegría
sentí correr el bienhechor torrente
por mis arterias que el dolor rompía!
Curiosamente, a partir de ese momento, el poema deriva hacia una glorificación incondicional del sufrimiento y el dolor como vías de superación moral y espiritual:

Y sufrí; que del hombre la grandeza
sólo en sufrir consiste
.............................
¡Suprimir el dolor!... ¡Necia quimera!...
La existencia sin él fuera mezquina.
¿Suprimiréis la rosa por la espina?
Sin el dolor, el hombre, ¿qué supiera
de su estirpe divina,
ni cómo pensaría en el mañana?...


"Va de cuento" recrea el mundo de princesas y caballeros tan caro a Rubén Darío, y está compuesto en serventesios de dodecasílabos, metro típicamente modernista. En la técnica impresionista destaca "Aguafuerte" y el poema"El secreto" posee esa atmósfera de ensueño que se identifica habitualmente con muchos poemas modernistas.

Sólo publicó otro poemario más, el póstumo El último libro. Poesías (1905), una colección dque se puede dividir en tres partes: una de poemas narrativos de mediana extensión, entre ellos "Mater dolorosa", sobre el desastre de 1898; otra Cartas íntimas, epístolas en verso, y por último Ideas sueltas. El libro fue reimpreso luego con el título El último libro. Poesías no coleccionadas é inéditas (Murcia: Sucs. de Nogués, 1909). De hondo pensar y muy íntimo sentir, su poesía posee una gran calidad formal. Luna Guillén ha reconstruido un libro más, el Libro de bocetos, compuesto por 19 textos en prosa que pueden definirse como greguerías sentimentales a causa de su carácter conceptuoso. Sus Obras completas se publicaron en tres tomos en Murcia: Tip. San Francisco, 1931.

Poema antologado: "Tristitia rerum".


Salvador Rueda, Ricardo Gil 
y el premodernismo en la poesía española

(En el centenario de Ricardo Gil)

Por   Francisco Javier Díez de Revenga


Totalmente olvidado de propios y extraños, el poeta Ricardo Gil cumple el primer centenario de su muerte sin actos que lo conmemoren, si hacemos excepción de esta ponencia sobre su poesía que presento en este congreso sobre su contemporáneo Salvador Rueda en la Universidad de Málaga. Ricardo Gil nació en Madrid el 1 de febrero de 1853 y en esta misma ciudad murió el 1 de diciembre de 1907. Exactamente hace cien años.

Una de las primera voces que suponen algún tipo de renovación dentro de la lírica finisecular la representa, junto a Salvador Rueda y Manuel Reina, un poeta muy olvidado, Ricardo Gil, nacido en Madrid, como hemos señalado, pero vinculado a Murcia desde la infancia, por sus primeros estudios y numerosas estancias que alternaba con sus etapas madrileñas más o menos duraderas. Ricardo Gil está presente en las tertulias y cenáculos más significativos de la literatura murciana de la Restauración, y de hecho, en las revistas más representativas del momento -El Álbum, Semanario Murciano, etc.- aparecen sus primeros poemas al mismo tiempo que recibe importantes premios en certámenes de la época.

Sin embargo, a Ricardo Gil le está reservado un papel trascendental en el paso de la literatura decimonónica a la del siglo XX, como uno de los paladines avanzados de la modernidad, junto a Salvador Rueda y Manuel Reina, porque, en definitiva, su poesía se mueve entre el mejor romanticismo (Bécquer) y las nuevas influencias, que él recibe muy tempranamente, del simbolismo francés. La fama de Ricardo Gil ha experimentado en los últimos años un cierto reconocimiento, a pesar del olvido en que cayó su obra tras su muerte, no superado por la edición de sus obras completas. Han sido los críticos actuales los que han puesto de relieve el papel tan importante de Ricardo Gil, como precursor del modernismo y de Rubén Darío, que ya habían apuntado los poetas Juan Ramón Jiménez y Luis Cernuda.

La influencia de Gil sobre Juan Ramón ha sido destacada en diversas ocasiones, ya que el propio poeta de Moguer confesó que el poeta de La caja de música fue una de sus lecturas iniciales. Richard A. Cardwell ha asegurado que, en los inicios del modernismo, apareció en la obra del murciano Ricardo Gil el mismo dolor introspectivo general del momento pero con un nuevo énfasis. El poeta, en vez de crear mundos artificiales e ideales, vuelve sobre sí mismo para explorar, auscultar y expresar su vida mental interior, sus ensueños, sus memorias, sus propios humores. La caja de música (1898), junto con Efímeras (1892) y Lejanías (1899) de Francisco A. de Icaza, diplomático mexicano establecido en Madrid, anuncian una nueva voz lírica de tono menor introspectivo que tratará de explorar, explicar y dar forma a pensamientos, visiones y humores que normalmente quedarían fuera de la articulación racional. No es coincidencia que Juan Ramón leyera a ambos poetas y que trabara amistad con este último. La impronta esproncediana queda al margen y sirve solo como punto de partida para la exploración de una mente inquieta que aspira a un más allá en la imaginación o en el ensueño. Las tres obras señalan un nuevo paso hacia la introspección que anunciará el simbolismo español.


Por otro lado, el propio Cardwell ha afirmado que «la poesía de Gil anticipa los paisajes melancólicos de Antonio Machado y las páginas dolorosas de Jiménez» y que «sin Gil, quizá Arias tristes, Soledades y demás colecciones del modernismo de tono menor hubieran sido muy diferentes».

Como ya sabemos con detalle por el libro de María Josefa Luna Guillén4, Ricardo Gil se mueve entre lo más delicado del romanticismo y las nuevas influencias que él recibe, directa y tempranamente, de la literatura francesa, como lector de Sully Prudhome, Baudelaire, Verlaine, Mallarmé, Heredia, Coppée, etc. Hasta el punto de que él mismo llegó a componer algún poema en francés. Tan solo publica Gil en vida dos libros: De los quince a los treinta (Madrid, 1885) y La caja de música (Madrid, 1898), a los que hay que añadir un volumen desigual que se publicó póstumo con el título de El último libro (Murcia, 1909). Sus Obras completas las publicaría la familia, quizá demasiado tarde, en 1931.

A Ricardo Gil le corresponde, como hemos apuntado, un importante papel en el desarrollo de la nueva poesía española que surge con el inicio del simbolismo en España y el comienzo de su versión hispánica que denominamos modernismo. En este sentido, hay que destacar la aportación del único estudioso que, desde la parcela del hispanismo internacional, ha prestado atención a Ricardo Gil, a través de una edición de La caja de música, realizada por Richard A. Cardwell, en 1972, quien ya puso de manifiesto que Ricardo Gil, como Manuel Reina, supuso un claro adelanto a lo que Rubén trajo a España con sus libros modernistas. Antes de la aparición de Azul..., ya existía en España, por ejemplo, el espíritu característico del poeta maldito y la doctrina de la desesperación creadora.

Luis Cernuda señaló en sus Estudios sobre poesía española contemporánea que por los años inmediatos anteriores a la publicación de los libros de Darío, hubo en España unos cuantos poetas, entre ellos Manuel Reina, Ricardo Gil, Salvador Rueda, en cuyos versos hallamos temas, ritmos y acentos que si difieren en algo de aquellos de los primeros modernistas americanos, solo es por pertenecer a otra tierra, ya que la tradición poética casi era la misma en América y en España.

Manuel Reina publica en 1877 Andantes y alegros, Salvador Rueda en 1883 Cuadros de Andalucía, y Ricardo Gil, en 1885, De los quince a los treinta. Ya en este libro se encuentran los poemas que, a juicio de María Josefa Luna, son más próximos a la futura estética modernista, como lo son «El sueño del león», «El elefante blanco» y «La guitarra». «Se trata, pues, como señalaba Cernuda, de una coincidencia en el tiempo de dos intenciones poéticas equivalentes, pero independientes una de otra, una americana y otra española».

En De los quince a los treinta, el mundo de las sensaciones se ofrece con compleja modernidad. Hay poemas en los que se mezcla el romanticismo, con aires viejos que suenan a mundo legendario, y premodernismo, con multiplicaciones sensoriales que ofrecen atrevidas novedades, haciendo el poeta ese esfuerzo de síntesis que se ha valorado en su poesía y ha señalado, entre otros, Baquero Goyanes, cuando advertía que la obra de Gil «encarada está frente a los últimos ecos del arpa becqueriana a la par que abierta a los nuevos ritmos, la nueva sensibilidad sonora y cromática del premodernismo rubeniano».

En el poema «El sueño el león» hallamos el gusto por el exotismo, al mostrarnos al león como símbolo del genio que puede permitirse estar entregado a la pereza o alcanzar «un éxtasis divino»:



Mas sé que nunca llegará a la cumbre
la bulliciosa activa muchedumbre,
si no la marca el genio en su camino;
si al pasar no lo ve, con extrañeza,
inmóvil y entregado a la pereza
      de un éxtasis divino.


O más adelante,


La noche llegará y evaporada
la visión de aquel sueño, su rizada
crin el león sacudirá despierto
y escuchará el insecto estremecido,
como dicta con áspero rugido
      sus leyes al desierto.


Indudablemente en estos versos, como señalaba María Josefa Luna, se advierten motivos nuevos, expresiones innovadoras que marcan los parámetros de la nueva estética ya presentida por Ricardo Gil: éxtasis divino, evaporada visión de aquel sueño, rizada crin el león, áspero rugido, reverente callado asombro. Rubén Darío en «Estival», escribiría:

La tigre de bengala
[...]
allí lanza un rugido,
se eriza como loca
y eriza de placer su piel hirsuta.


Si nos detenemos en «El elefante blanco», observaremos nuevos términos de expresión, muy propios de la rompedora estética modernista, tal como señaló Luna:


Pueblo existe en el Asia que venera
el elefante blanco, cual si fuera
      de una raza inmortal;
su cuadra es un palacio; y por decoro,
hunde para comer en vasos de oro
      la trompa colosal.


Hemos de recordar que estamos leyendo poemas anteriores a 1885, y en ellos hallamos términos estilísticos y expresiones lingüísticas que asociamos con el modernismo sin reservas: raza inmortal, vasos de oro, trompa colosal, y, más adelante, en el mismo poema, cornac reverente, júbilo feroz, pitagóricos escritos, divina asiática lengua elefantina, regia esclavitud:


Nunca con peso vil se le fatiga,
ni el cornac reverente le fustiga,
ni le riñe su voz.
Dóblase, al verlo, la rodilla en tierra,
y en su defensa el indio va a la guerra
con júbilo feroz.


Quizá el más representativo de todos los poemas innovadores de Gil sea en este sentido «La guitarra murciana», que sabemos que es un poema de 1876, y es importante conocer la fecha porque podemos datar la composición nueve años antes de su aparición en el libro De los quince a los treinta, ya que la podemos leer en El Álbum de 6 de octubre de 1876. Las notas de languidez, lasitud, vaguedad, la presencia de sinestesias y el mundo de la imaginación, la fantasía y la leyenda, van construyendo un conjunto de indudable modernidad, en la que entran en juego notas exóticas, fijadas en la presencia del moro murciano, y sensaciones decadentes típicas de la nueva literatura:


La guitarra es morisca; tiene el acento
lánguido y amoroso del Mediodía:
tiene todos los tonos del sentimiento;
tiene todas las llaves de la armonía;
es vago su sonido y soñoliento
como azulado rayo de luna fría
      nacen pausadas
      sus notas perezosas
      y perfumadas.

La guitarra es morisca; y en sus bordones
se incuba el áureo germen de celestiales
fantásticas, bullentes apariciones
que abulta de sus notas a raudales;
sobre Al-borak, surcando claras regiones
solo el profeta pudo verlas iguales;
      pasan envueltas
      en argentinas ondas
      de notas sueltas.



Repárese en lo novedoso de la expresión, en los adjetivos insólitos, en las marcadas sinestesias, en el exotismo buscado y hallado en referencias totalmente nuevas, llamativas sin duda en un poema tan temprano, de 1876: acento lánguido y amoroso, llaves de la armonía, vago sonido, soñoliento y azulado, notas perezosas y perfumadas, argentinas ondas... María Josefa Luna destacaba «el valor modernista: vago sentimentalismo, languidez estilizada, un tanto convencional sentido de la riqueza del lenguaje poético; asociaciones de perfumes, sueños...».

Un poema que inevitablemente pone a Gil en relación con Rubén Darío es «Las estrellas errantes», en el que nos introduce en el mundo legendario infantil, similar al que luego haría famoso el poeta nicaragüense en la «Sonatina» o en «A Margarita Debayle». Los ámbitos celestes, el mundo exacerbado de las sensaciones, el ambiente dramático y decadente con un cierto tono de cuento de hadas contribuyen intensamente a confirmar esta relación con los futuros universos poéticos de Rubén Darío:


¿Qué son, madre, -decía-
estrechando su seno con ternura
y con acento de infantil candor,
qué son ¡oh madre mía!
esos puntos de luz que en la noche oscura
el aire cortan con girar veloz?...
Trazando blanca huella
cual lágrimas caídas de una estrella
un instante los miro fulgurar...



Como último ejemplo de las novedades aportadas por el autor de De los quince a los treinta en este primer libro, interesa el poema titulado «Pereza», el único elogiado como novedoso por José María de Cossío, que señala que es la composición «en la que se me aparece más al descubierto la personalidad del poeta». Lo cual supone un gran elogio, dado que Cossío, en el análisis que ofrece del primer libro de Ricardo Gil, no hace sino descubrir en todos y cada uno de los poemas la mano de algún poeta consagrado, a los que, según Cossío, Gil imita: Campoamor, Bécquer, Selgas, Manuel del Palacio y tantos otros.

Sin embargo, y esto no deja de ser curioso, no alude a ninguno de los poemas que ya hemos comentado, precisamente aquellos en los que cualquier lector descubriría un evidente parentesco con lo que luego sería la gran explosión modernista propiciada por Darío. «Pereza» crea un ambiente de melancolía y vaguedad muy notables en el que entra en juego la presencia de un jardín modernista que cumple plenamente su papel: colores, sonidos, sensaciones táctiles crean un ambiente sensorial que culmina al final de la segunda parte del poema, cuando comparece el sol poniente con sus leves sombras, su dulzura y su tranquilidad.


No de rizosas plumas el mullido
cómodo lecho mi pereza ansía,
sino de blando césped en la umbría
fresca arboleda solitario nido:
un cielo azul: el lento y sostenido
gotear de la fuente en la vacía
sonante roca y el olor que envía
el pino, por las auras removido.

Broten luego al caer el sol poniente,
creciendo con las sombras el reposo,
del ruiseñor las trémulas escalas,
y entornará mis ojos dulcemente
ese sueño tranquilo y misterioso
en que a la mariposa nacen alas.



Señala Niemeyer que los poetas premodernistas, entre ellos Gil, Salvador Rueda o Manuel Reina, tienden, a la hora de expresar sus sentimientos sobre estados de ánimo, a la elucubración filosófica y al didactismo, con el fin de manifestar una intención educadora, todo de forma muy inteligible y lógica. Pero justamente, para la investigadora alemana, este poema, «Pereza» constituye una excepción, ya que no se ajusta a las líneas generales del pensamiento premodernista, ya que no tiene nada que ver con visiones generales del mundo y de la vida y que tampoco se deja resumir en sentencias de contenido filosofizante. [...] La descripción de un paisaje sirve a la explicación y ambientación de un sentimiento particular de tranquilidad y ensueño, un sentimiento que es en principio motivado por el paisaje más que en la última instancia lo traspasa. Tampoco en este soneto se renuncia en suma a explicar, por lo menos parcialmente, la causa del sentimiento, de manera que éste resulta compresible al lector.

Indudablemente, estamos ante un poema con muchas novedades desde el punto de vista temático y estilístico que podemos mencionar de pasada: la referencia al mullido lecho, que es despreciado a favor de la naturaleza abierta, con elementos muy cercanos a las mismas sensaciones del poeta, de carácter táctil, visual, olfativo y acústico, que en su armonía y reposo invitan a la pereza más absoluta, y, desde luego, al sueño, otra de las novedades destacables del poema, sueño fantástico de mariposas blancas, que se une al aroma del pino, al sonido del agua en la fuente y del ruiseñor, a la visión del cielo azul y a la sensación táctil y de temperatura del blando césped, fresca umbría...

La consideración de los diferentes aciertos aislados hasta el momento, crece en importancia si tomamos en cuenta como producto muy característico de su tiempo, el libro más importante de Ricardo Gil, La caja de música, cuya primera edición lleva la dedicatoria fechada en 1898, momento en que el libro, que se publica sin fecha, debió de ser llevado por Gil a la imprenta. La obra fue editada modernamente por Cardwell, que lleva a cabo un valioso examen de fuentes y consecuencias, al que evidentemente nos hemos de remitir y que demuestra los adelantos del poeta en el campo de lo que luego habrá de ser la expresión modernista a partir de Prosas profanas (1902) y Cantos de vida y esperanza (1905), posteriores a este libro de Gil, cuyos poemas se escriben entre 1885 y 1898.

Caracterizados por la motivación musical, sugerida en el título del libro, indudablemente, entre sus poemas, el titulado «Preludio» inaugura ya el ambiente especial en que se va a desarrollar el volumen. Se produce la personificación de la música a través de la caja de música, a través de la mítica «caja», trasportadora de penas y alegrías. La presencia de lo misterioso y de lo mágico destaca en el clima creado y, sobre todo, la recuperación de lo viejo, el gusto por lo pasado es lo que incide con mayor fuerza en un sentido de decadencia que vincula esta poesía, como otras del libro -sobre todo la más famosa, la titulada «Tristitia rerum»-, al romanticismo becqueriano. Como ha señalado María Josefa Díez de Revenga, su vinculación con el romanticismo y postromanticismo anterior aparece en el deseo de que sus poemas sean, sobre todo, un reflejo de «aires viejos», canciones que pretenden recoger la esencia del alma popular y son a la vez expresión de las inquietudes y sentimientos del poeta que como ser superior está capacitado para aliviar el dolor y sufrimiento de los demás y para hacerles sentir la alegría.

El tema de la muerte, uno de los más reiterados en el libro, culmina en este poema, «Tristitia rerum», que, emulando el mito clásico, nos muestra la tristeza de las cosas que rodearon a la amada muerta: el piano, el reloj detenido, el sillón, el encaje, la lectura inacabada, en el espejo que ya no reproducirá su imagen, etc. Todo para el poeta constituye, tal como lo expresó Gustavo Adolfo Bécquer en otro poema, un «largo lamento», palabras que sirvieron a Pedro Salinas para titular uno de sus libros más tristes:


      Es un largo lamento
al que se liga conocido acento
      que se aleja veloz...
      En la estancia sombría
suena otra vez la tierna melodía
que ella cantaba siempre a media voz.


Las cuerdas del piano resuenan como un dejo de la voz accionadas por el propio poeta, pero le transportan a otro tiempo y a recuperar la imagen de la amada perdida. Como ha señalado Katharina Niemeyer, este poema, como otras muchas composiciones amorosas, se integra plenamente en la fidelidad romántica de Ricardo Gil, especialmente dirigida a Bécquer. «El tema del amor por la mujer muerta, amor puro y casto por antonomasia y eterno en tanto que se refiere al alma y aspira la reunión más alta» está en poemas como «Canto de amor», perteneciente a De los quince a los treinta y «Esperanza», perteneciente a La caja de música, pero de una manera especial en poemas como «La hoja de rosa» y el ya citado «Tristitia rerum», en el que ya Cossío vio la influencia de Gustavo Adolfo Bécquer, sobre todo en el arranque del poema:



      Abierto está el piano...
Ya no roza el marfil aquella mano
      más blanca que el marfil.
      La tierna melodía
que a media voz cantaba todavía
      descansa en el atril.

      En el salón desierto
el polvo ha penetrado y ha cubierto
      los muebles que ella usó:
      y de la chimenea
sobre el rojo tapiz no balancea
      su péndola el reló.



Cualquier lector puede advertir este «innegable parentesco» con la Rima VII, de Bécquer, como señala Niemeyer, extensible en la utilización del elemento misterioso a las rimas XVI y XXVIII.

Dejando aparte la vertiente más estrictamente romántica, no es difícil en La caja de música encontrar importantes adelantos que podríamos poner en relación con la nueva estética modernista, perceptible en los juegos de luz y color, en el recreo del mundo infantil, en la presencia de princesas exóticas y legendarias, o en la evocación del mundo sórdido de la bohemia.

El poema «Sueña...» vuelve a recrear un mundo infantil mientras que hace presente el inquietante mundo de los sueños, que luego desarrollarían ampliamente poetas surgidos del modernismo como Antonio Machado.


No despiertes aún... En los risueños
abriles tan cercanos a tu cuna
vas cabalgando al rayo de luna
en el corcel nevado de los sueños...
Suelta la rienda al oro... Los pequeños
te atajarán con crítica importuna...
Déjalos que, envidiando tu fortuna,
rían de tus quiméricos empeños.
De paso vas... Del éter estrellado
no desciendas a un mundo miserable
que todo sueño en lágrimas disuelve...
¡Antes se pierda tu corcel nevado
en la noche callada, impenetrable,
de esa región de la que nadie vuelve!...



El poema pone, en efecto, a Ricardo Gil en relación con las corrientes de pensamiento y poéticas más avanzadas de su época, en el entorno más decadente finisecular. El poeta aconseja al niño dormido, como ha señalado Cardwell, que quede en el mundo mágico de los sueños, prefiriendo la muerte antes que despertar a la realidad.

La preocupación de los románticos alemanes y de los simbolistas por el misterio de los sueños y su anhelo por la muerte son bastantes conocidos. El arte, entonces, sirve como una fuga de la realidad, como un alivio porque transmuta memoria en ensueño diáfano. En este mundo interior el pasado y el presente se juntan, el tiempo se hace una unidad antes que un continuo. Se forja un eslabón entre el anhelo por el objeto perdido (presente) y el objeto mismo (pasado). El núcleo perdido se ve recobrado; el Arte ha hecho desaparecer la amenaza temporal.


El poema «El secreto» refleja bien esta relación entre lo ideal y la realidad. El príncipe habrá de morir y solo alcanzará su ideal cuando desee, como lo hace, abrazar la estrella el ideal. «¡Señor, dame la estrella!»... «Ven por ella»:

Yo estoy en el secreto; por eso, indiferente,
no inclino mis oídos al clamoroso estruendo
de la ambición mezclada con el temor cobarde,
y pienso en la alegría de ángel inocente
que al fin abre sus alas y busca sonriendo
por el azul espacio la estrella de la tarde.


«Mariposas blancas» está dominado por la luz y el color con brillantez y recargamiento, mientras que «Va de cuento» ofrece la imagen de la princesa legendaria exótica y cosmopolita. Justamente, el poema «Mariposas blancas» ha sido puesto en relación con el Juan Ramón Jiménez de Arias tristes, por Niemeyer, en aquellos versos:



Llueve dulcemente, viene
del jardín un suave olor
a hierba mojada. ¿Dónde
te has dormido, padre sol?
El agua llora en los fríos
cristales de mi balcón;
y las acacias ya secas
y el estanque verde y los
que sueñan no sé qué amor,
un amor de primaveras
que el otoño marchitó.
Mi corazón tiene sueño...
La sombra blanca pasó...
El jardín está sin flores...
¿Con qué sueñas, corazón?


Ambiente, muy simbolista, que podemos descubrir, como antecedente cierto, en estos versos de «Mariposas blancas» de Ricardo Gil, en cuyas imágenes y símbolo encontramos también antecedentes del Antonio Machado simbolista, con Verlaine al fondo:


Las mariposas huyen
al caer de las hojas,
y la tristeza invade
los campos que abandonan.

¿En qué rincón del cielo
se ocultan misteriosas?...
¿Qué flor de invierno albergue
les brinda en su corola?...

Inútil es buscarlas
en esas largas horas
en que las nieblas húmedas
los horizontes borran.


Y más adelante, vegetación, viejo tronco, humedad ambiental, como símbolos que conducen sin más remedio a la tristeza del poeta:


Yo sé de un viejo tronco
sin hojas ya en sus ramas,
donde en invierno duermen
las pobres desterradas,

y aunque él desnudo tiembla,
las cubre y las ampara
mientras las nieblas frías
el horizonte empañan...

Yo sé de un alma triste
que allá en su fondo guarda
deslumbrador enjambre
de canciones aladas,

y las defiende ansiosa
de la mortal escarcha
mientras la nieblas velen
el sol de la esperanza...


Otros muchos poemas nos avanzan tonos y signos tanto estilísticos como temáticos de la nueva estética, mientras percibimos en Gil el deseo de renovación culminado, quizá, en el poema «Morfina», que Cardwell23 ha puesto en relación con Poe y sobre todo con Baudelaire, a través de Les fleurs du mal y Les paradis artificiels.


¡Suprimir el dolor!... ¡Necia quimera!...
La existencia sin él fuera mezquina.
¿Suprimiréis la rosa por la espina?
Sin el dolor el hombre, ¿qué supiera
de su estirpe divina,
ni cómo pensaría en el mañana?...

Lucha es la vida humana,
lucha siempre será. Si no barruntas
la suprema razón que entenebrece
del universo la mitad, en tanto
que la otra resplandece:
si no adivinas del progreso santo
la ley, tu ceguedad ya no merece
que responda mi voz a tus preguntas.

En región de tinieblas engendrado,
con dolor a la vida te ha lanzado
tu madre, y con dolor darás la vida.
Vencerlo es tu misión; si tanto alcanza
la Humanidad, su fin habrá logrado;
pero ¡ay de mí! que, loca y aturdida,
desprecia mi enseñanza
y al través de los siglos ha olvidado
que los ojos que aquí nunca han llorado
no reflejan la luz de la esperanza!


Ricardo Gil no publicó ningún trabajo de crítica literaria, ya que las colaboraciones suyas que podemos leer en distintos periódicos y revistas, son siempre poemas. Pero sí llevó a cabo en sus versos una rigurosa reflexión sobre la poesía, las funciones del poeta, la finalidad de su arte y el destino de sus creaciones líricas. El poema «Invitación», perteneciente a De los quince a los treinta trata de la función de la poesía que queda establecida en una misión de consuelo tanto para el que escribe como para el que lee. Como el vino añejo, la poesía ha de proporcionar alivio al cansado y no exaltación o éxtasis.

Apuesta Gil por una poesía humilde, sencilla, de tono menor si se quiere, alejándose clara y conscientemente del tipo de poesía acuñado en su época por el exaltado Núñez de Arce.

En La caja de música defiende una poesía de similares objetivos, de naturalidad y expresión directa, en poemas como «Preludio» y «Última sonata», que abren y cierran, respectivamente, la colección, e insiste en la función consoladora del poema y en la humildad de fondo y forma. Sencillez, belleza, ternura, humanidad y misterio (la muerte) serían los objetivos preferentes que la poesía ha de expresar para el pensador y teórico, según se desprende de sus composiciones metapoéticas. Bondad, verdad y belleza son los ideales que marcan su proyecto lírico, mientras se descubre la distancia entre ese ideal y su realización poética, que justifica, en el fondo, la ansiedad advertible en toda su obra y no solo en las composiciones en las que la creación poética constituye el motivo de sus versos.


Y así lo expresa «Preludio»:

Aires son ya viejos, aires conocidos;
      volaban perdidos
y en la sencilla caja yo los recogí.
Los cantaban niños, mujeres y flores;
      pero los mejores
los cantó la Muerte solo para mí.


Como señala Niemeyer, este poema es uno de los pocos «donde se habla de la inspiración, mejor dicho, de las fuentes de la poesía. No deja de ser significativo que precisamente no se alude a la imaginación o la fantasía ni a la realidad contemporánea sino a lo general humano que es sencillo, bello y enternecedor (niños, mujeres y flores) y a las propias experiencias con lo más humano y a la vez misterioso y triste: la muerte».

Otros poemas suyos, de distintos libros, se refieren a la creación poética. He aquí algunos títulos, señalados por Niemeyer: «Ignotus inglorius» y «El sueño del león», de De los quince a los treinta, y «La estatua caída», de La caja de música. «En todos ellos -señala Niemeyer- se insiste sobre la soledad e incomprensión en las que vive el poeta/genio y que son otra causa de sus dolores y sentimientos. La principal causa de los sufrimientos estriba empero en la creación artística misma». Es lo que expone en estos versos de «Ignotus inglorius»:


¡Viviendo en el misterio también; y en el olvido
luchando con amarga fatalidad extrema
el Genio, cuántas veces amasa con su sangre
las obras que a su muerte consiguen gloria eterna!


En «La estatua caída» se plantea el sentido de la creación poética demostrando que el artista sabe que su obra no es sino un fugaz y vago reflejo del eterno ideal, solo el poeta es capaz de considerarla y respetarla así. Como señala Niemeyer, lo expresa en este poema de una forma muy discursiva, evidentemente emparentada con el Bécquer de la rima I:


La sed de lo absoluto le devora
      con ansiedad creciente,
y en esos vanos ídolos que adora
una chispa encerró deslumbradora
de la hermosura que al soñar presiente.
Solo una chispa de fulgor escaso
      que breve se desliza
cuando él en sueños ve sol sin ocaso...
¡Eterna sed al hombre martiriza,
y una gota no más encierra el vaso!...



Ya Luis Cernuda señaló que cuando vinieron a divulgarse las ediciones americanas y francesas de Rubén de España, los libros de Ricardo Gil, como los de Manuel Reina y Salvador Rueda, eran ya muy conocidos: «la influencia de Darío sobre ellos solo pudo darse tardíamente, si es que se dio, y sus versos eran ya lo que eran antes de que tuvieran ocasión de leerle».

La realidad es que el modernismo es el resultado de un esfuerzo colectivo en el que participaron estos tres poetas españoles, Salvador Rueda, Manuel Reina y Ricardo Gil, junto a numerosos latinoamericanos, que crearon una estética nueva y avanzada. Ricardo Gil, en este terreno, es fundamental y, como ha señalado Cardwell recientemente, es «sin duda, un modernista, un modernista español claro, un modernista en ciernes en su teoría y práctica simbolista».

En la empresa común de búsqueda y elaboración de nuevos mundos poéticos, hay que reconocer la participación tanto de aquellos nombres de América como de algunos poetas españoles que habrían hallado en las corrientes francesas más palpitantes el camino para una regeneración, desgraciadamente -si hemos de tener en cuenta las fechas de Les fleurs du mal (1857) o de Les paradis artificiels (1860)- demasiado tarde ya, en ese mundo que se abre en la literatura española con vientos innovadores.
En esa literatura y en los esfuerzos de búsqueda de nuevas soluciones, Ricardo Gil, con sus avances contenidos en De los quince a los treinta y sus aciertos de madurez en La caja de música, ocupa un no modesto lugar, que la crítica más exigente y actual, desde Cernuda a Cardwell, no ha dudado en concederle. Acaso la adversidad de Ricardo Gil y el motivo por el que no alcanzó fama y prestigio duraderos quien tan buenas dotes poseía, haya que encontrarlos en la vacilación en su búsqueda de modelos y en la escasa difusión que alcanzó su poesía, tan solo reeditada un cuarto de siglo después de su muerte (1931), cuando en España los gustos literarios iban ya por rumbos bien diferentes.




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