Ricardo del Monte y Rocío (Cimarrones-Cuba, 1828-La Habana, 1909). Escritor, periodista y traductor cubano. Colaboró en relevantes publicaciones como La Aurora de Matanzas, El Siglo y El Triunfo. Su nombre figura entre los críticos ineludibles de la historia de la literatura cubana. Estuvo vinculado a la política a través del autonomismo.
Ricardo del Monte nació el 30 de julio de 1828 en el poblado de Cimarrones, de la provincia de Matanzas, en el cual vivió hasta los once años de edad, cuando fue enviado por sus padres a La Habana. Más tarde vivió cinco años en Estados Unidos, donde prosiguió su instrucción en un colegio jesuita. Desde pequeño estudió las lenguas griega y latina.
Iniciación en las Letras
Era sobrino del insigne intelectual Domingo del Monte, que influyó en su formación y futuro interés por las letras, y a quien acompañó en viajes por Europa. Durante su estancia allí, trabajó como agregado de la delegación diplomática cubana en Nápoles y Roma, perfeccionó su conocimiento de lenguas clásicas y aprendió los principales idiomas modernos. En el viejo continente, Domingo Del Monte guió sus lecturas y maduró su vocación literaria.
Vida laboral
Regresó a Cuba, y en 1847 comenzó a dirigir el periódico El Prisma. Junto a Antonio Bachiller y Morales redactó el Faro Industrial de la Habana. Más tarde, realizó con Quintín Suzarte El Correo de la Tarde. A mediados de 1853 dirigió La Aurora de Matanzas, publicación que revolucionó el periodismo de la época. También publicaba trabajos en El Tiempo, La Serenata y La Legalidad. Pasó a la redacción de El Siglo, desde el que contribuyó a la campaña a favor del reformismo que encauzó Francisco Frías y Jacott, Francisco Frías Jacott, Conde de Pozos Dulces. En las páginas de El Siglo publicó su traducción de la novela Madame De Girardin, de Delphine Gay, que tituló en español Margarita o Dos amores. Gracias a sus amplios conocimientos de lenguas extranjeras, sobresalió como traductor; así tradujo también del latín algunos poemas de Horacio.
Vinculación a la Revolución
El conde de Pozos Dulces, quien influyó en el pensamiento de Del Monte, le propuso en [[[1868|1868]]] que dirigiera con él el diario La Opinión. Al estallar la Guerra de los diez años, Ricardo del Monte se recluyó en la villa habanera de Guanabacoa. En 1877 fundó con José Antonio Cortina y otros la Revista de Cuba, con el propósito de ofrecer un espacio a la pujanza de la crítica y el ensayo literario del período de entreguerras y rescatar obras de intelectuales cubanos como José Agustín Caballero y José María Heredia. La revista contribuyó, por otra parte, a la creación de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba. Sin embargo, Del Monte confesó que, detrás del aparente carácter apolítico de la Revista de Cuba, se propuso con ella reunir un grupo de intelectuales para sentar las bases de una futura organización reformista. En la revista descolló como crítico literario. Su ensayo más famoso en ella aparecido fue El efectismo lírico (1876), en el cual arremetió contra la tendencia a la poesía altisonante, entonces en alguna boga. En ese trabajo Del Monte criticó en especial la obra del poeta Saturnino Martínez. Después de El efectismo lírico, la popularidad de Martínez decayó, por lo cual dejó de escribir. Después del Pacto del Zanjón, en 1878, Del Monte estuvo entre los fundadores del Partido Liberal Autonomista (1879), fue miembro de su junta central y redactor de su programa. Constituyó uno de los principales promoventes del autonomismo. Dirigió El Triunfo, órgano del mencionado partido. A diferencia de otros destacados autonomistas, utilizó como tribuna de sus ideas el periodismo, y no la oratoria, pues no poseía dotes de orador y en muy pocas ocasiones subió al podio.
Después del Triunfo
En El Triunfo, Del Monte consolidó su habilidad periodística, al servicio de la doctrina del autonomismo. Parte de sus trabajos diarios para ese órgano permanece hasta nuestros días sin identificar, pues no aparecían firmados. En cuanto a política, defendió la idea de que el destino de Cuba podía revertirse a través de la evolución, y no de la lucha armada. Además, fue electo varias veces diputado provincial por La Habana. En 1889, los electores de los municipios de Ceiba del Agua y Vereda Nueva, lo proclamaron su candidato para la provincia habanera.
En 1895 fue corresponsal en Cuba del periódico estadounidense New York Herald. El 4 de abril del mismo año firmó el Manifiesto del Partido Autonomista, el cual se pronunció en contra de la contienda conocida más tarde como Guerra de Independencia. Durante la intervención norteamericana dirigió El Nuevo País (1902). A pesar de haber demostrado dotes como sonetista, Ricardo del Monte solo publicó un libro de poemas. No obstante, legó algunas piezas antológicas como Mi barquera y Safo. Dirigió el periódico Cuba en 1907, y colaboró en la Revista Bimestre Cubana. En su desempeño como escritor no llegó a acumular una extensa obra, aunque en varios trabajos puso en evidencia su valía de prosista cuidadoso, su hondura crítica y un refinado bagaje cultural. Prologó varios libros de sus contemporáneos, como la extensa carta-prólogo que elaboró para Noche trágica -un boceto de novela de Arturo R. Carricarte- y el estudio introductorio a una selección de discursos del destacado tribuno Rafael Montoro, titulada Discursos y Trabajos Literarios. En la obra de Del Monte se distinguieron por su calidad varias semblanzas y artículos necrológicos, en los cuales ensalzó las figuras de Giuseppe Garibaldi, el conde de Pozos Dulces, Miguel Aldama y José Antonio Cortina. En contadas ocasiones empleó seudónimos, aunque se conocen De Profundis, que empleó en La Serenata (1866), y Juan Vinagre, en Juan Palomo (1873). Falleció en La Habana el 9 de julio de 1909.
EN EL BAILE
Rompe el botón su cáliz de esmeralda
que ostenta al Sol la púrpura olorosa,
y el jardinero la entreabierta rosa
coge y la teje en su mejor guirnalda.
Fresca y prendida en ondulante falda
brilla una noche en danza tumultuosa;
ajan allí su gracia ruborosa
groseros roces, y el calor la espalda.
¡Oh, juventud! No pagas lo que cuesta
la agitación febril que te alucina,
si oyes sonar las copas y la orquesta.
Del lirio virginal, esencia fina;
de la diamela, candidez modesta;
Inocencia y Pudor; ¡ve cuánta ruina!
VIDA DEL ARTE
El jardín de Verona, el balconaje
enramado de verde filigrana;
la niña, presa de pasión temprana,
suelto el cabello y desceñido el traje.
El granado inmortal que su follaje
con flor y estrellas rojas engalana;
tardío ruiseñor o alondra ufana
trinando en la penumbra del paisaje;
duran sin caducar, y confundiendo
con la ideal efigie de Julieta
su deleznable realidad, reviven.
¡Oh torpe que te engríes presumiendo
escarnecer los sueños del poeta,
tú morirás. Sus sueños sobreviven!
EL ALMA DE CERVANTES
Luchó con su infortunio; en el combate,
como en Lepanto, lo vejó la suerte;
lo apresó la miseria, y lo halló fuerte
como en Argel, pero faltó el rescate.
Lo abandona el amigo y el magnate:
la envidia hiel en sus heridas vierte,
¡y el pobre! "con las ansias de la muerte",
ni maldice, ni llora, ni se abate.
Ve en torno el mundo sordo a su lamento,
y alma viril, bendice la pobreza,
"dádiva santa nunca agradecida".
¡Sí, que ella fue crisol de su pureza
y a su amparo labróse el monumento
que vengó los ultrajes de su vida!
CERVANTES Y DON JUAN DE AUSTRIA
Cesó el combate; el triunfo del guerrero
príncipe, exalta el lustre de su cuna.
¡Cuán otra de Cervantes la fortuna:
manco, herido, olvidado y prisionero!
El Pontífice, el Rey, el Orbe entero
honran al héroe que humilló a la Luna;
y el que a España dio gloria cual ninguna,
baja a ignorada huesa, como Homero.
Corren los siglos, y cambiante gira
también la luz y la razón se ensancha;
los fallos de otra edad, el tiempo trueca,
que a enaltecer la humanidad aspira :
engrandece a "El Hidalgo de la Mancha"
y los laureles de Lepanto seca.
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