María de los Ángeles Ruiz
(Caracas, Venezuela, 1986). Licenciada en artes, mención cinematografía, egresada de la Universidad Central de Venezuela, con maestría en escritura para televisión y cine de la Universidad de Barcelona, España, becada por el CNAC. Guionista, productora y directora del cortometraje de ficción La Pecera 2008. Su cortometraje Des(pecho)trucción, fue seleccionado en la convocatoria de proyectos cinematográficos del C.N.A.C. en 2011. En el 2011 con su poemario Putas metamórficas ganó la Bienal de literatura José Antonio Ramos Sucre.
De Putas metamórficas
Puta
Cuando sea grande quiero ser una puta.
Tener el clítoris gastado y calloso.
Sentir que se me enredan los labios flácidos y lánguidos de la
vagina con las estrías de los muslos.
Quiero tener todo tipo de enfermedades venéreas: todas las
verrugas, chancros, infecciones, herpes y demás padecimientos
genitales (al SIDA, se le reserva el derecho de admisión).
Quiero que las tetas me lleguen al ombligo por tanto amasijo.
Que las carnes, mis carnes, no se estremezcan ni siquiera con el
contacto de una descarga eléctrica.
Quiero tener la lengua y la boca secas, agrietadas (como una gata
callejera con anemia).
Quiero que los ojos se me apaguen de repetición e insensibilidad.
Quiero adosarme al rostro una mueca de placer ficticio,
una mueca exhibicionista que trascienda las camas y los ataúdes,
que salga a pasear conmigo por los centros comerciales, por las
avenidas, por los parques, por las estaciones de tren.
Entonces, cuando te encuentre, después de tanto andar y tanto
fingir,
borrarme el entumecimiento de la expresión con un poco de
agua y jabón.
Mirarte a los ojos y amarte.
…Y quiero, por encima de todo, que cuando te vayas no dejes ni
un centavo, ni una colilla de cigarro, ni siquiera el vago recuerdo
de tu perfume o la reverberación de tu voz ausente.
A Ella(s)
Las amo a todas.
A las de labios gruesos y caderas infinitas.
A las de clavículas pronunciadas y piel canela.
A las ariscas como las gatas pero,
temblorosas y frágiles como el flan
A las masculino-femeninas
A las femenino-masculinas
A las cobardes con uñas…
a las valientes silenciosas.
Considero sus lágrimas como si fueran las mías propias.
Sus sonrisas evocan momentos fugaces y heroicos
y los suspiros
son el único puente que nos une con la otra del espejo.
Cada mirada azarosa a un punto inexacto del espacio, cada
sorbo de saliva espesa,
sedimentada en la boca, que duele, que quema
y raspa cuando baja por la garganta y que,
quema aún mas
cuando llega al estómago y se mezcla con la bilis, con la cerveza,
con el yogurt y los
chococrispis.
Admiro cada fotograma del movimiento que les toma
incorporarse en la cama cuando se pensaban muertas,
sus dientes apretados dentro de la boca para evitar desenroscar
la lengua y la voz
y la lengua y el veneno y el reproche y la lengua y la voz
Admiro cada amago cercenado
Admiro también,
el sonido de los platos inocentes contra las paredes blancas y los
pisos de baldosas
sus gritos siniestros que se confunden con las alharacas de las
guacamayas
sus ojos hinchados, sus pelos alborotados y sus hematomasnerviosos-
casi-lunares
los nudos barro
cos y grumosos que se tienden, a veces, entre el
estómago y los demás órganos.
sus manos y vaginas hacedoras de mundos y seres, de mitologías,
de criaturas, de nidos, de abundancias y de ausencias.
…Aunque no estén correctamente configuradas
y se redesconfiguren con cada sol y cada luna
(y cada estrella / y cada brisa de ventana de doce de la noche / y
cada carro que se aleja por la autopista)
Aunque les falten piedras en el pecho y en el útero
Aunque les falte resequedad en la palma de la mano
Aunque se desinflen como los globos y se vayan volando
Aunque se desangren más de una vez al mes (más de una vez al día)
Aunque se entierren en la superficie y se ahoguen en los vasos
sin agua.
III
Esta gente tiene algo de ají dulce
(en la sonrisa, en los pies, en las caderas)
de corazón caliente por el aceite de las ollas, por el sol
por el ron.
Esta gente no se mira en el espejo,
tienen el mar plateado sin deformaciones, sin bordes de madera
fronterizos:
se miran en la orilla o en las profundidades y son vastos,
infinitos.
Andan siempre pelando los dientes:
como los perros, con sus espumas y sus babas
como las reinas de belleza, sin el silicón y sin la mueca: puro
diente.
Esta gente tiene la escala tonal en el cuerpo
desde el negro, hasta el blanco
a veces, con un salto, o dos
y, a veces, la escala completica.
Esta gente suena cuando camina y camina cuando suena.
Es compendio, antología de cinta magnética sucia, con ruido,
con tambor, con trompeta, con vidrios rotos, con tiros y
ambulancias.
Esta gente te salpica cuando habla,
te baña de inmundicias y te purifica con tabaco y con anís;
te embadurna la piel de identidad socarrona, de carcajada
genuina, de historia mal contada.
Mirarlos es verse las manos;
recorrer todas esas líneas de carne,
pasar la lengua por debajo de las uñas,
comerse todo lo gris que hay debajo.
Hay que tener bolas para oler a ají dulce
y piernas para subir escaleras
y algodones para recoger tanta sangre
beber mucha agua para aguantar tanto sol y tanto llanto.
Hay que reconocerse en sus pupilas y empezar a hablar en
primera persona
IV
Dialoguemos, pues
una frente a la otra.
Hagamos de cuenta que no hace falta tanta sinceridad para
decirse las cosas.
Procuremos rozar la epidermis de las palabras con los dientes,
con la lengua
que floten con suavidad mientras son emitidas, que no se
tropiecen con ninguna muela, que no se queden pegadas a
ninguna amígdala
(lo digo por ti, al fin y al cabo yo no tengo amígdalas);
es lo más difícil, que no queden miguitas comunicativas en el
camino.
Empezó siendo una conversación de dibujos en el espejo y
terminó siendo una escena completa, con diálogos, entradas,
salidas y acotaciones (y vestuario…).
Estás del otro lado de los ojos; todavía no sé si te veo desde
adentro o desde afuera.
Habría que armar frases más cortas:
sinteticemos-nos
hagamos hai-ku, más por practicidad que por belleza.
La primera, que parece tan cotidianizable y, a la vez, tan poco
compatible con esto de los ovarios y las trompas de Falopio.
La segunda, perdida en todas partes, sin capacidad de síntesis ni
de brújula.
Perdonémosle al prójimo y, sobre todo, a la prójima, todos los
impulsos lascivos que quedaron fermentando, flotando en esas
cubas mórbidas de las buenas intenciones, con su capita verde
de hongos peludos.
Olvidemos, querida mía,
porque se han dicho demasiadas cosas desde que empezamos a
hablar
y es probable que sobre mucho;
que haya mucho de pasto seco, de polvo de camino, de zancudos
y picadas
en éstas líneas pronunciadas.
Resumamos:
no se sabe, a estas alturas, si es mejor prolongar la inercia o
acuchillarla con un punto de giro.
A lo mejor con ir a la playa y recoger conchitas,
con hermetizar el cierre de la boca
y con un omeprazol —para que la deglución no caiga tan
pesada—
a lo mejor con todo eso se sigue tranquila por ahí:
se camina por sabana grande, se sube al Ávila, se recogen cables.
De Alivio (inédito)
La mujer grita
ha gritado siempre
incluso cuando tenía otros apellidos
se ponía otras ropas
y hablaba otras lenguas
Se libera en el grito
se exorciza con la garganta ronca
Si fuera un poquito más suicida
se echaría todas las culpas encima de los hombros
y las demás
se las metería en los bolsillos
Tiene dos espejos pequeños
que le muestran la imagen del otro que no habla
que casi no existe
y casi no duerme a su lado de noche
Los espejos
reflejan la luz de la mañana
y la despiertan
reflejan la luz del mediodía
y le da calor
reflejan la puesta de sol
y le da cansancio
Le pesan esas grandes tetas
de alimentar espejos
con vidrios destilados
que le rasgan los pezones
Ella grita porque le duele algo que no tiene nombre.
In – Out
Contigo es sólo el caminar resignado sobre este timeline tan breve, con el in pisándome los talones y el out, aplastándome la nariz contra la cara.
HORADAR EL CUERPO
Por Miguel Marcotrigiano
En el panorama de la joven poesía, hay –por supuesto– todo tipo de poetas. Algunos debutan tímidamente, seguros de que el terreno en el que incursionan es algo que requiere de toda la seriedad y responsabilidad de la que pueda hacerse acopio. Saben del valor de la palabra y entienden que la ligereza en la labor trae consecuencias nefastas para su oficio. Otros se asumen elegidos, seguros de sí mismos y de su trabajo –prejuzgado por parientes y amigos–, sin el más mínimo asomo de humildad. Lo peor del asunto es que de alguna manera la modestia o la prepotencia se nota en el lenguaje. Un poema revela grandes verdades, pero también pone al descubierto al farsante. En el primer grupo ubicamos a la autora que hoy nos ocupa: María Ruiz García (Caracas, 1984).
Con su libro Putas metamórficas (2012) debuta en la historia de la poesía venezolana y se hizo acreedora del XVIII Bienal José Antonio Ramos Sucre. Confieso que al leer la noticia de los ganadores de ese año, sentí rechazo ante un título tan provocador y tremendista (aún lo siento), pero la obligación es -siempre– la de hacernos con el libro y disponer del tiempo y las lecturas necesarias. El primer poema, titulado “Puta”, golpea sin misericordia al lector y lo reta a continuar con la lectura. Sin embargo, un giro –al final del mismo– rescataba al náufrago y lo conducía a playas en las que la reconciliación con el texto invitaba a reiniciar la lectura del poema. La nostalgia (más bien una suerte de anhelo) denunciaba a una hablante para quien la aspereza del verbo parece ser solo una máscara.
La escritura aparece mostrada en sus orígenes con la intención de la labor terapéutica. Lo estético es consecuencia, entonces, de una ingenuidad que es puerto seguro de partida, para cualquier poeta. El título del libro, así las cosas, se torna en mero acto de provocación. La ironía -tabla de salvación en medio del oleaje conformado por lo que llamamos la realidad- hace afinar el ojo. El cuerpo (elemento que inscribe a Ruiz García en una larga tradición de la escritura del poema escrito por mujeres), aparece fragmentado, mencionado en sus partes. El poema amalgama, entonces… pero también destruye. El eterno acto de la destrucción y reconstrucción permanente, símbolo y mito alquímico en la historia de la literatura.
Lo grotesco, la imagen de lo repulsivo, se torna en resolución de la desesperación que intuimos en el germen de estos textos. La ironía los transforma. La voluntad reedita la emoción y ésta, a su vez, purifica el material sensible convirtiéndolo en elemento y forma de lo estético. Finalmente, interviene el azar y la presión social y se apuesta al ojo crítico del especialista, buscando lugar para un libro que, definitivamente, convierte el riesgo en un aporte digno de ser considerado al evaluar la lírica venezolana más reciente.
Quiero tener una casa sin zancudos, ni fantasmas.
Un cuarto ciego para la luz de las 5:45 de la tarde.
Una cama limpia de huellas y promesas.
Un lavaplatos sin cadáveres de cucarachas que se terminan comiendo las hormigas.
Una ouija para traer el arca de mis animales sepultados.
Un comedor sin motos, sin cajas de arena, sin perros muertos y, especialmente, sin humillaciones de cuchillos y tapas de ollas en los codos.
Un sofá con Alzheimer, para los yesos de colores, los pelos y las pulgas.
Unas escaleras sordas, que no guarden el eco ponzoñoso de sus muletas subiendo y bajando.
Para terminar, una almohada de agua dulce.
* ¨* *
Buscar, escarbar los cuerpos. Agujerear las carnes, las pieles rígidas con mi andar neurótico de gusano (¿de gusana?). Recorrer los músculos y tejidos de los cadáveres y llenarme la lengua de sabor a goma. Cabeza-cola, izquierda-derecha. Túneles oscuros y húmedos, enfrente y detrás de mi cuerpo y en el otro como si todos estuviesen cifrados con los mismos códigos. Como si estuviese saltando de una pierna a un brazo del mismo muerto… Pero no: son distintos, tienen nombres distintos en las lápidas, apellidos distintos, colores de ojos distintos. Mismo olor, mismo sabor, mismo sonido del crujir de los huesos, misma digestión de carne descompuesta. Mismo ruido de bocas secas, de bocas llenas de moscas y putrefacción. Sin embargo, las biografías se difuminan cuando se encuentran entre los dientes, se amalgaman con la saliva grumosa y derivan en una mortandad homogénea, en una mortandad alimento que no alimenta, que no llena, que no sacia ni a la más minúscula y anélida de las criaturas.
(Textos tomados de María Ruiz García. Putas metamórficas. Caracas. Fondo Editorial Fundarte)
Por Miguel Marcotrigiano
En el panorama de la joven poesía, hay –por supuesto– todo tipo de poetas. Algunos debutan tímidamente, seguros de que el terreno en el que incursionan es algo que requiere de toda la seriedad y responsabilidad de la que pueda hacerse acopio. Saben del valor de la palabra y entienden que la ligereza en la labor trae consecuencias nefastas para su oficio. Otros se asumen elegidos, seguros de sí mismos y de su trabajo –prejuzgado por parientes y amigos–, sin el más mínimo asomo de humildad. Lo peor del asunto es que de alguna manera la modestia o la prepotencia se nota en el lenguaje. Un poema revela grandes verdades, pero también pone al descubierto al farsante. En el primer grupo ubicamos a la autora que hoy nos ocupa: María Ruiz García (Caracas, 1984).
Con su libro Putas metamórficas (2012) debuta en la historia de la poesía venezolana y se hizo acreedora del XVIII Bienal José Antonio Ramos Sucre. Confieso que al leer la noticia de los ganadores de ese año, sentí rechazo ante un título tan provocador y tremendista (aún lo siento), pero la obligación es -siempre– la de hacernos con el libro y disponer del tiempo y las lecturas necesarias. El primer poema, titulado “Puta”, golpea sin misericordia al lector y lo reta a continuar con la lectura. Sin embargo, un giro –al final del mismo– rescataba al náufrago y lo conducía a playas en las que la reconciliación con el texto invitaba a reiniciar la lectura del poema. La nostalgia (más bien una suerte de anhelo) denunciaba a una hablante para quien la aspereza del verbo parece ser solo una máscara.
La escritura aparece mostrada en sus orígenes con la intención de la labor terapéutica. Lo estético es consecuencia, entonces, de una ingenuidad que es puerto seguro de partida, para cualquier poeta. El título del libro, así las cosas, se torna en mero acto de provocación. La ironía -tabla de salvación en medio del oleaje conformado por lo que llamamos la realidad- hace afinar el ojo. El cuerpo (elemento que inscribe a Ruiz García en una larga tradición de la escritura del poema escrito por mujeres), aparece fragmentado, mencionado en sus partes. El poema amalgama, entonces… pero también destruye. El eterno acto de la destrucción y reconstrucción permanente, símbolo y mito alquímico en la historia de la literatura.
Lo grotesco, la imagen de lo repulsivo, se torna en resolución de la desesperación que intuimos en el germen de estos textos. La ironía los transforma. La voluntad reedita la emoción y ésta, a su vez, purifica el material sensible convirtiéndolo en elemento y forma de lo estético. Finalmente, interviene el azar y la presión social y se apuesta al ojo crítico del especialista, buscando lugar para un libro que, definitivamente, convierte el riesgo en un aporte digno de ser considerado al evaluar la lírica venezolana más reciente.
Quiero tener una casa sin zancudos, ni fantasmas.
Un cuarto ciego para la luz de las 5:45 de la tarde.
Una cama limpia de huellas y promesas.
Un lavaplatos sin cadáveres de cucarachas que se terminan comiendo las hormigas.
Una ouija para traer el arca de mis animales sepultados.
Un comedor sin motos, sin cajas de arena, sin perros muertos y, especialmente, sin humillaciones de cuchillos y tapas de ollas en los codos.
Un sofá con Alzheimer, para los yesos de colores, los pelos y las pulgas.
Unas escaleras sordas, que no guarden el eco ponzoñoso de sus muletas subiendo y bajando.
Para terminar, una almohada de agua dulce.
* ¨* *
Buscar, escarbar los cuerpos. Agujerear las carnes, las pieles rígidas con mi andar neurótico de gusano (¿de gusana?). Recorrer los músculos y tejidos de los cadáveres y llenarme la lengua de sabor a goma. Cabeza-cola, izquierda-derecha. Túneles oscuros y húmedos, enfrente y detrás de mi cuerpo y en el otro como si todos estuviesen cifrados con los mismos códigos. Como si estuviese saltando de una pierna a un brazo del mismo muerto… Pero no: son distintos, tienen nombres distintos en las lápidas, apellidos distintos, colores de ojos distintos. Mismo olor, mismo sabor, mismo sonido del crujir de los huesos, misma digestión de carne descompuesta. Mismo ruido de bocas secas, de bocas llenas de moscas y putrefacción. Sin embargo, las biografías se difuminan cuando se encuentran entre los dientes, se amalgaman con la saliva grumosa y derivan en una mortandad homogénea, en una mortandad alimento que no alimenta, que no llena, que no sacia ni a la más minúscula y anélida de las criaturas.
(Textos tomados de María Ruiz García. Putas metamórficas. Caracas. Fondo Editorial Fundarte)
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