viernes, 3 de octubre de 2014

JUAN BAUTISTA DE ARRIAZA Y SUPERVIELA [13.548]



Juan Bautista de Arriaza y Superviela

(1770-1837)
Marino, diplomático y poeta español nacido en Madrid el 27 de febrero de 1770 y muerto en la misma ciudad el 22 de enero de 1837.

Hijo de Antonio José de Arriaza, teniente coronel de Infantería, y de Teresa de Superviela, azafata del Príncipe de Asturias. Estudió con los Escolapios de Lavapiés y en el Real Seminario de Nobles. En 1782 ingresó en el Colegio de Artillería de Segovia, si bien el 2 de enero de 1788 pasa a Cartagena, como guardia marina. Durante unos años navega en los barcos de la Armada, pero desembarca con permiso el 7 de julio de 1794 en Cartagena, al parecer aquejado de paludismo, y también para dedicarse a su íntima vocación de pretendiente en Corte y a la no menos íntima de poeta. En 1796 publica su primera obra, un poema alegórico a la muerte del Duque de Alba. Y aunque no navega, asciende en el escalafón y se jubila. En 1799 publica sus Ensayos poéticos, expurgados en 1805 por la Inquisición a causa del contenido erótico de algunas composiciones.

En 1803 inició una carrera diplomática, pasando a Londres, no estuvo en Trafalgar, pero cantó a la batalla, y volvió a Madrid en abril de 1806. Tradujo del inglés Breve apelación al honor y la conciencia de la nación inglesa sobre la necesidad de una inmediata restitución de las embarcaciones españolas con caudales (Cádiz y Madrid, 1805).

En 1808 se oculta y ataca a Napoleón, publica Himno Nacional a la entrada de los ejércitos de las provincias en Madrid, impreso en Cádiz en 1808, y reimpreso en México por López Cancelada, en 1808, Fanal de la opinión pública, papel que con el fin de borrar las falsas impresiones dadas por los franceses contra la Inglaterra, escribe un Amante del bien de la Patria (Sevilla, 1809).
Sigue su carrera de pretendiente, publica el Desenfado patriótico. Así son, cual más, cual menos Todos los hispanos-galos: Sirvan una vez los malos De diversión a los buenos (Cádiz, 1810), sátira contra el rey Pepe y contra el canónigo José Isidoro Morales. Sigue con la elegía Recuerdos del 2 de Mayo de 1808, con música de Benito Pérez, o simplemente El día 2 de Mayo de 1808 (1810), y vuelta a publicar en Cádiz en 1812, tras ser cantada en el teatro en el aniversario del 2 de Mayo, y por Antón Ramírez en 1849.

En julio de 1810 vuelve a Londres, agregado a la Secretaría de la Embajada, con la misión de desacreditar al Español de Blanco White. Para ello, aparte de algunas poesías que fueron comentadas en el Times, escribe Breve registro de los seis números que hasta ahora se han publicado del periódico intitulado El Español (Londres, 1810).
Retornado a España en enero de 1812, escribe Poesías patrióticas, como una letrilla a la fiesta en Cádiz por la victoria de Los Arapiles. En 1814 es elegido académico de la Lengua -tomó posesión en 1815- y se muestra extraordinariamente adulador con Fernando VII.
El 2 de julio de 1814 publicó en Madrid un himno sobre el regreso de Fernando VII, que se cantó en el Ayuntamiento de Madrid en presencia de S.M. En 1816 se casa con su sobrina Paula, que contaba 16 años, y asciende en su carrera. En 1818 es hecho Mayordomo de semana.
La proclamación de la Constitución en 1820 le permite escribir poesías de tipo liberal, que su biógrafo Marcos Álvarez supone era una treta ordenada por el propio Rey. Secretario de la Diputación en Madrid de la Sociedad Económica de Granada, entre 1817 y 1820. Al caer la Constitución escribe un himno en el que leemos: "Libertad se llama la arpía/ Que el averno lanzó contra España". En 1824 es designado académico de honor de San Fernando, y el resto de su vida lo pasó concurriendo a la Española y ejerciendo su oficio de poeta áulico.



  
A la entrada victoriosa del General Ricardos 
en Conlindres

Pisa Ricardos la ciudad tomada
y entre el tropel de la vencida gente,
Febo divino, Marte omnipotente,
salen también a celebrar su entrada.

Febo le toma la invencible espada
y con laurel eterno alegremente
ciñe y enjuga la gloriosa frente
de espeso polvo y de sudor bañada.

Contempla Marte el ademán bizarro
y al ver que resplandece en su semblante
la gloria de Cortés y de Pizarro,

alargole la diestra fulminante
e hizo montar en su soberbio carro
al domador del Rosellón triunfante.





A unos amigos que le reconvenían

Ceden del tiempo a la voraz corriente
recias pilastras y columnas duras,
las cúpulas rindiendo que seguras
se sustentaban en su excelsa frente.

Caduco desde el Líbano eminente
baja el añoso cedro a las llanuras,
ayer frondoso adorno en las alturas,
hoy triste cebo en el hogar ardiente.

Contra la destrucción tampoco abrigos
halló mi musa, que si busca ansiosa
versos que ya la esquivan enemigos,

sólo a ofrecer se atreve, afectüosa,
verdad, y no ilusión, a mis amigos;
caricias, no cantares, a mi esposa.




Consejos a un militar

Si por la noble senda del dios Marte
subir quieres al templo de la Fama,
y arrebatar allí la verde rama
que la envidia jamás podrá quitarte,

es fuerza ¡oh! blanco a los estudios darte,
pues a las glorias a que el Dios te llama
no sirve ya el valor que el pecho inflama,
si no le templa y modifica el arte.

Es bien que por modelo te presentes
de altos varones la inmortal caterva
que en letras y armas fueron excelentes,

pues el lauro que Marte te reserva
para darte por premio a los valientes
se le da por la mano de Minerva.





  El dos de mayo de 1808
  Himno

          Día terrible lleno de gloria
        lleno de sangre, lleno de horrores
        nunca te ocultes a la memoria
        de los que tengan patria y honor.

Este es el día que con voz tirana
Ya sois esclavos la ambición gritó;
y el noble pueblo, que lo oyó indignado,
Muertos sí, dijo, pero esclavos no.

El hueco bronce, asolador del mundo,
al vil decreto se escuchó tronar:
mas el puñal que a los tiranos turba
aun mas tremendo comenzó a brillar.

Ay como viste tus alegres calles,
tus anchas plazas, infeliz Madrid,
en fuego y humo parecer volcanes
y hacerse campos de sangrienta lid!

La lealtad, y la perfidia armada,
se vio aquel día con furor luchar;
volviendo el pueblo generosa guerra
por la que aleve le asaltó en su hogar.

¿Y a quién afrentas proponéis, tiranos?
¿a quién al miedo imagináis rendir?
¿al fiel Daoíz, al leal Velarde,
que nunca saben sin honor vivir?

El mundo aplaude su respuesta hermosa:
tender el brazo al tronador metal,
morir hollando sus contrarios muertos,
y ser de gloria a su nación señal.

Temblando vimos al francés impío,
que en cien batallas no turbó la faz,
de tanto jóven, que sin armas fiero,
entre las filas se le arroja audaz.

Víctimas buscan sus airadas manos
pero el error les arrancó el puñal;
y ¡ay! que si el día fue funesto y duro,
aun más la noche se enlutó fatal.

Noche terrible, al angustiado padre
buscando el hijo que en su hogar faltó,
noche cruel para la tierna esposa
que yermo el lecho de su amor se halló,

noche fatal, en que preguntan todos,
y a todos llanto por respuesta dan,
noche en que frena de la Parca el fallo,
y ¡ay! dicen todos, ¡quiénes morirán!

Sensibles hijas de la hermosa Iberia,
pues sois modelos de filial piedad,
los ojos, llenos de ternura y gracia,
volved en llanto a la infeliz ciudad:

Ved a la muerte nuestros caros hijos
entre verdugos el traidor llevar;
y el odio preste a vuestros ojos rayos,
si de dolor ya no podéis llorar.

Esos que veis, que maniatados llevan
al bello Prado, que el placer formó,
son los primeros corazones grandes
en que su fuego libertad prendió:

Vedlos cuan firmes a la muerte marchan,
y el noble ejemplo de morir nos dan;
sus cuerpos yacen en sangrienta pira,
sus almas libres al Empíreo van.

Por mil heridas sus abiertos pechos
oid cual gritan con horrenda voz:
«Venganza hermanos: y la madre España
nunca sea presa del francés feroz».

Entre las sombras de tan triste noche
este gemido se escuchó vagar,
gozad en paz ¡oh, del suplicio gloria!
Que aun brazos quedan que os sabrán vengar.

        ¡Noche terrible, llena de gloria,
        llena de sangre, llena de horror,
        nunca te ocultes a la memoria
        de los que tengan patria y honor!




  El no

¡Ay cuántas veces a tus pies postrado,
en lágrimas el rostro sumergido,
a tus divinos labios he pedido
un sí: ¡cruel! que siempre me has negado!

Y pensando ya ver tu pecho helado
de mi tormento a compasión movido
en vez del sí ¡ay dolor! he recibido
un no que mi esperanza ha devorado.

Mas si mi llanto no es de algún provecho,
si contra mí tu indignación descarga,
y si una ley de aniquilarme has hecho,

quítame de una vez pena tan larga,
escóndeme un puñal en este pecho,
y no me des un no que tanto amarga.



  Canción
  El propósito inútil

Ardí de amor por la voluble Elfrida,
y ella en mi incendio se sintió abrasar;
burló mi fe pero sanó mi herida.
Amor, Amor, no quiero más amar.

Amar al uso es conservar su calma
y en falso labio la pasión mostrar,
y pues amar y abandonar el alma
no se usa ya, no quiero más amar.

Díceme Amor: «¿qué miedo te importuna?
tus dichas yo me ocuparé en colmar,
pues las tres Gracias voy a unirte en una»,
No importa Amor no quiero más amar.

Luego a mis ojos se ofreció Delina
cual sólo Amor se la acertó a idear;
yo digo al verla: «es en verdad divina»;
pero yo en fin no quiero más amar.

Es a su lado pálida la rosa,
triste el lucero que preside al mar;
de incautas almas perdición forzosa;
mas yo ¡ay Amor! no quiero más amar.

Se ven las flores por besar su planta,
cuando ella baila, la cabeza alzar;
se escucha a Erato si mis versos canta;
mas yo ¡ay de mí! no quiero más amar.

De mil amantes la veré seguida;
que ni aun sus dichas me darán pesar;
y en celebrarla he de pasar mi vida;
mas basta así no quiero más amar.

«Síguela pues» —me dice el niño ciego—
«sin riesgo puedes de su luz gozar;
que si te acercas, por descuido, al fuego,
yo gritaré: «no quiero más amar».

Necio de mí, que con acción sumisa
a los pies de ella me dejé arrastrar,
sin ver de Amor la maliciosa risa
al yo decir: «no quiero más amar».

Ya por instantes en mi incauto pecho
la llama antigua crece sin cesar;
mas ¡ay Delina! el mal era ya hecho;
que haberte visto es empezarte a amar.





La flor temprana

Suele, tal vez venciendo los rigores
del crudo invierno y la opresión del hielo,
un tierno almendro desplegar al cielo
la bella copa engalanada en flores;

mas ¡ay! que en breve vuelve a sus furores
el cierzo frío, y con funesto vuelo
del ufano arbolillo arroja al suelo
las delicadas hojas y verdores.

Si tú lo vieras, Silvia... «¡Oh, pobre arbusto»
—dijeras con piedad— «la suerte impía
no te deja gozar ni un breve gusto!»

Pues repítelo, ingrata, cada día;
que el cierzo frío es tu rigor injusto,
y el triste almendro la esperanza mía.




  La Función de Vacas

Grande alboroto, mucha confusión,
voces de “Vaya” y “Venga el boletín”,
gran prisa por sentarse en un tablón,
mucho soldado sobre su rocín;
ya se empieza el magnífico pregón,
ya hace señal Simón con el clarín,
el pregonero grita: “Manda el Rey”,
todo para anunciar que sale un buey.

Luego el toro feroz sale corriendo
(pienso que más de miedo que de ira);
todo el mundo al mirarle tan tremendo,
ligero hacia las vallas se retira;
párase en medio el buey, y yo comprendo
del ceño con que a todas partes mira
que iba diciendo en sí el animal manso:
“Por fin, aquí me matan y descanso”.

Sale luego a echar plantas a la plaza
un jaque presumido de ligero;
zafio, torpe, soez, y con más traza
de mozo de cordel que de torero;
vase acercando al toro con cachaza;
mas no bien llega a ver que el bruto fiero
parte tras él furioso como un diablo,
vuelve la espalda y dice: “Guarda, Pablo”.

Síguese a tan gloriosa maravilla
un general aplauso de la gente;
uno le grita: “Corre, que te pilla”;
otro le dice: “Bárbaro, detente”.
Y al escuchar lo que el concurso chilla,
iba diciendo el corredor valiente:
“Para qué os quiero, pies? dadme socorro.
¿No es corrida de bestias? Pues yo corro”.

A las primeras vueltas ya se halla
el toro solo en medio de la arena;
por no saber qué hacerse, va a la valla,
a ver si en algún tonto el cuerno estrena;
mas desde allí la timida canalla,
que estando en salvo de valor se llena,
al pobre buey ablandan el cogote,
unos con pinchos, y otros con garrote.

En esto, con su capa colorada
sale a la plaza un malcarado pillo;
puesto en jarras, la vista atravesada,
y escupiendo al través por el colmillo,
dice con una voz agacharada:
“Echen, échenme acá el animalillo”;
mas viene el buey; él piensa que le atrapa;
quiere echarle la capa, pero escapa.

Hecha al fin la señal de retirada,
que en otras partes suele ser de entierro,
pues muere el animal de una estocada
o a las furiosas presas de algún perro,
sale el manso y pastor de la vacada,
y al reclamo del áspero cencerro,
la plaza al punto el buey desembaraza,
quedando otros más bueyes en la plaza.


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