Juan Vicente Piqueras
Juan Vicente Piqueras Salinas (Nació en Los Duques, Requena, (Valencia), 17 de diciembre de 1960) es un poeta español. Además ha trabajado como locutor de radio, actor, guionista, traductor y profesor de español para extranjeros.
Juan Vicente es hijo y nieto de agricultores, cursó sus estudios de Educación General Básica, (EGB), en la escuela mixta, (Educación mixta), de Los Duques, aldea de apenas 100 habitantes donde vivió hasta los 16 años. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia, ha trabajado como locutor de radio en diversas emisoras empezando en la emisora municipal de su pueblo natal Radio Requena, es actor, guionista, traductor y profesor de español para extranjeros.
Fue profesor de lengua española en un colegio francés a orillas del río Loira durante el curso de 1985-1986.
En 1985, Cuadernos Hispanoamericanos publica su primer libro de poesía "Tentativas de un héroe derrotado". En el año 1987 la editorial italiana Stelle de Sassuolo publica "Castillos de Aquitania". En 1991 le es otorgado el primer premio de el Premio Nacional de Poesía José Hierro, otorgado por el famoso poeta José Hierro, con el libro "La palabra cuando".
En 1994 traduce al castellano el libro titulado "La miel", del poeta italiano, Tonino Guerra, que edita Ediciones La Palma de Madrid. Posteriormente ha traducido la poesía completa del mismo autor. También ha traducido "Una calle para mi nombre", antología del poeta bosnio, Izet Sarajlić en el año 2003, "Cosecha de ángeles", antología de la poeta rumana, Ana Blandiana en 2006, "El hambre del cocinero", antología del poeta griego Kostas Vrajnos (2008).
En 1999 le fue concedido el primer premio internacional Antonio Machado en Úbeda (Jaén) por su obra "La latitud de los caballos", editada por Hiperión.
Entre 1988 y 2007 ha residido en Roma (Italia), y ha trabajado como profesor de lengua española en el Instituto Cervantes. A partir de 2007, reside en Atenas.
Sus siguientes poemarios son "La edad del agua" (2004), "Adverbios de lugar" (2004), "Palme" (2005), "Aldea" (2006, Premio de la Crítica Valenciana y el Premio del Festival Internacional de Medellín) y "Palmeras" (2007).
En 2012 edita "Atenas", libro con el que consigue el prestigioso Premio Loewe.
Actualmente, Piqueras es jefe de Estudios en el Instituto Cervantes de Argel.
Obra
Tentativas de un héroe derrotado (1985)
Castillos de Aquitania (1987)
La palabra cuando (1992), premio José Hierro.
La latitud de los caballos (1999), premio Antonio Machado.
La edad del agua (2004)
Adverbios de lugar (2004), accésit del premio Ciudad de Melilla.
Palme (2005)
Aldea (2006), premio Valencia de poesía, premio de la Crítica valenciana y Premio del Festival Internacional de Medellín.
Palmeras (2007)
La hora de irse (2011)
Yo que tú (Manual de gramática y poesía) (2012)
Atenas (2012), Premio Loewe
Meciendo el mar
Aquí en mi mecedora
hablando en soledad con el que fui
escribo lentamente cualquier cosa,
escucho cualquier disco
y miro mis zapatos
rotos de caminar hacia ninguna parte.
Nadie llama a la puerta. Me levanto
y me lavo las manos otra vez,
síndrome de Pilatos, de qué crimen
estoy desentendiéndome. Me duele
la garganta. Será de hablar a solas.
El silencio del cuarto me lame con su sombra
y la casa se mece
como al niño que fui y que todavía.
Cuna, nave, cansancio,
palpo paredes, veo voces, miento,
escribo lentamente cualquier cosa.
Y se cansan las manos de no ayudar a nadie.
Hablar solo es mi oficio,
aquí en mi mecedora, con el mar
en los brazos, de culpas y de lástimas
y de ciertos desiertos.
Calor de mis cenizas
A un mal amigo
¿Y te acercas a mí
sólo para decirme que me ves apagado?
Sí, si estar apagado significa estar solo
sin nadie que remueva mis cenizas
y encuentro bajo ellas las ascuas que me queman
pero ya no calientan ni consuelan
ni pueden apagarse.
¿Acaso tienes frío
y te acercas a mí para luego alejarte
abrigado por mi desolación?
LÁZARO PIDE AYUDA
Hablo y no tengo voz. Callo y escucho
cómo se acerca nadie hasta mi sepultura.
Soy el fuego en que ardo, odio el silencio,
y ya no aguanto más esta manera
de no vivir.
Mi cuerpo es una lumbre
que no quiere apagarse.
Mi cuerpo es mi alma dura,
es mi memoria
envuelta en el sudario de las sábanas
donde me hundí, jamás
he dejado de estar amortajado.
Mi cuerpo aquí tendido es el lugar
de lo hechos, el mapa de mi miedo.
Es un niño asustado y escondido
en la alacena de su corazón
escuchando la voz antigua de su madre
que lo busca, lo llama,
y ha pasado los años, y él sigue allí escondido,
sin voz. Le falta el aire.
Nadie lo busca ya. Nadie lo llama.
Nadie espera su herida. Nadie llega.
Nadie se acuerda de lo que he olvidado.
Mi cuerpo sí. No olvida. No se mueve.
Mis ojos necesitan la luz que les negué.
Deseo desear y que mi cuerpo
se abra a la luz de lo que no ha vivido,
a la voz que le diga: Levántate y ama.
Y se levante y ame sin que yo se dé cuenta.
LÁZARO EN SU CUEVA
Soy poeta rupestre y fruto tuyo.
Soy la piedra de mí, mi propia estatua
antes de ser tallada, el corazón
de mármol anterior a la cantera
del canto. Acuérdate
que la palabra canto significa
piedra y canción, orilla y alabanza.
Soy poeta rupestre y Roma es mi caverna
llena de ruinas, de restos de ruinas,
de gatos egipcios, de columnas rotas,
de higueras casuales, de templos de Mitra,
de ayer, de gaviotas, de pinos que tienen
el mar en sus copas, de frases de mármol
que nadie comprende.
Son piedras las palabras. Un poema
es horma, torre, tapia
sonora que desea ser saltada,
que alguien la salte y vea
que es la de un cementerio, que detrás
hay sólo tumbas, cruces entre ortigas,
cipreses y una lápida
con un nombre, dos fechas, una foto
y un epitafio cubierto de líquenes.
Soy poeta rupestre y lo que escribo llevará siempre el musgo
y el misterio
de lo que callo. Sólo sé escribir
de aquello que no sé.
Escribo sobre el mármol de los días
mi memoria, las huellas de mis manos,
y tu voz sola, madre, que me dice:
“No siento haberte perdido
sino que nadie te encontrará nunca”.
Soy poeta rupestre. Sepultado
me adentro en mi caverna
y me cubro de indiferencia y líquenes
para parecer piedra cuando vuelvan
los trogloditas a su antiguo reino,
al vientre de la tierra, y no me vean
y me dejen en paz, o en todo caso,
que me tomen por piedra pensativa,
me pinten en el lomo un cazador,
un ciervo herido, un toro, la silueta
de una mano, me cojan y me pulan
y acabe siendo punta de una flecha
para clavarme dónde, dónde, madre.
EL OLOR DE LA LUMBRE
Esta tierra, esta aldea y esta casa
son más poesía que cualquier poema
que yo haya deseado concebir:
los olivos, la cabra, el tonel viejo,
las eras, los sarmientos, las garberas,
el gallo loco que sigue anunciando
el alba a mediodía, las almendras,
este olor como a humo de pobreza,
el sol de enero, los gatos que acuden
el maná de las manos de la madre,
la bicicleta envuelta entre la paja,
las nubes y las sábanas tendidas,
los membrillos colgados, el aljibe,
los cándalos, las uvas, el aceite en las orzas,
el albaricoquero, los melones,
la rosa congelada, las espuertas
de esparto, las esteras, el baleo,
las manos de mi padre haciendo pleita…
Aquí la muerte no sorprende a nadie.
Todos saben que un día volverán a la tierra
que son y que jamás, ni un solo día, han dejado de ser, de ver y de sentir.
Todos han visto muertos desde niños.
Y saben que la vida no es distinta
del olor de la lumbre o de la lluvia.
Jonás inventa nínive
Imagino la nieve, la ira sobre Nínive,
la alegría oceánica de Tarsis
adonde nunca iré, nunca tendré
un lugar en el mundo
sino este oscuro vientre donde late
el mar como una culpa,
el tiempo en tempestad, mi corazón
que sueña con nacer,
con ser dado a otra luz en otra vida.
Yo di la mía a la desobediencia
y me he cansado de decir que no.
Abandona quien no ha aprendido a amar,
quien vive su existencia en pie de guerra,
se sirve del amor para sufrir
y hacer sufrir, quien teme lo peor
en lo mejor de sí,
quien odia lo que ama.
Mi vida ha sido una constante huida
del delito de huir
que huir ha ido agravando.
Nadie puede encontrarme.
Nadie puede escapar de lo que es.
Huí de ser profeta
y huir me hizo profeta. Hoy ya no existo.
Imagino la nieve, la ira sobre Nínive.
De: Aldea
Premio Internacional de Poesía en lengua castellana Prometeo, 2007
y el Premio “Valencia” de Poesía.
Confesión del fugitivo
Sólo soy feliz yéndome.
No entre cuatro paredes, con sus sendas espadas,
sino entre aquí y allí, una casa y otra,
ajenas ambas preferiblemente.
No puedo ya, ni quiero, estarme quieto.
Ni ahora ni después. Ni aquí ni allí.
En todo caso ahí, donde estás tú,
seas quién seas tú, ponme tu nombre
en los labios sedientos, insaciables.
Yo no soy yo ni puedo tener casa.
No digo ya porque nunca lo fui,
nunca la tuve, siempre fui extranjero
dentro y fuera de mí. Soy lo que no:
el mendigo que duerme bajo el puente
que une mis dos orillas y yo cruzo
sin poder, día y noche, detenerme.
Escribo porque busco, porque espero.
Pero ya no sé qué, se me ha olvidado.
Espero que escribiendo
llegue a acordarme. Insisto en la intemperie.
Sinvivo entre paréntesis
en el espacio vivo y tiempo muerto
de la espera de qué, entre dos aquíes.
Nunca en sino entre. Sal de mí,
seas quien seas tú, déjame en paz
o acaba ya conmigo y con la miel
amarga de estar solo hablando solo.
He decidido que mi patria sea
no decidir, no estar en ningún sitio
sino de paso, puentes, naves, trenes,
donde yo sea sólo el pasajero
que sé que soy, sintiendo
que me inquieta la paz,
que la quietud me asusta,
que la seguridad no me interesa,
y sólo soy feliz cuando me sé fugaz.
De: Adverbios de lugar
Palmeras
Nacemos de la sed. Somos palmeras
que van creciendo a fuerza de perder
sus ramas. Y sus troncos son heridas,
cicatrices que el viento y la luz cierran,
cuando el tiempo, el que hace y el que pasa,
ocupa el corazón y lo hace nido
de pérdidas, erige
en él su templo, su áspera columna.
Por eso las palmeras son alegres
como los que han sabido sufrir en soledad
y se mecen al aire, barren nubes
y entregan en sus copas
salomas a la luz, fuentes de fuego,
abanicos a dios, adiós a todo.
Tiemblan como testigos de un milagro
que sólo ellas conocen.
Somos como la sed de las palmera,
y cada herida abierta hacia la luz
nos va haciendo más altos, más alegres.
Nuestros troncos son pérdidas. Es trono
nuestro dolor. Es malo
sufrir pero es preciso haber sufrido
para sentir, como un nido en la sangre,
el asombro de los supervivientes
al aire agradecidos y estallar
de alta alegría en medio del desierto.
De: Adverbios de lugar
Uno de los poemas de Atenas (premio Loewe de poesía de 2012) que, según confesó, “irrumpió” en el mismo lugar que le da título.
Museo de la Acrópolis
Una mano de mármol, pero sólo los dedos,
sobre un hombro de mármol sin cabeza.
Un brazo erosionado que nadie tiende a nadie.
Un caballo sin patas.
Un jinete que es sólo sus muslos.
Diónisos a pedazos, recompuesto.
Un toro sin cuernos que está siendo devorado
por un león que no está,
sólo sus garras.
Admiramos lo desaparecido.
Tal vez nuestra cultura nace de estas ausencias,
de lo vacío, de lo que no hay.
También nosotros somos lo que queda
de nosotros,
lo que nos falta, el hueco que nos cuida.
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