JAVIER ARNALDO (Madrid, 1959)
Doctor en Historia del Arte, conservador del Museo Thyssen-Bornemisza y profesor titular de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid.
Cursó sus estudios en la Universidad Autónoma de Madrid, Ludwig-Maximilian-Universität de Múnich y Freie Universität de Berlín. Ha sido becario investigador de la Fundación Alexander von Humboldt en el Instituto de Historia del Arte de la Universidad de Hamburgo y en el Warburg Institute de Londres.
Entre sus publicaciones están los siguientes libros: Fragmentos para una teoría romántica del arte (1987), Estilo y naturaleza. La obra de arte en el romanticismo alemán (1990), El movimiento romántico (1992) Las vanguardias históricas (1993), Caspar David Friedrich (1996) e Yves Klein (2000).
Ha sido comisario de las exposiciones Ángel Ferrant (MNCARS, 1999), Santiago Calatrava: esculturas y dibujos (IVAM, 2001) y J.W. v. Goethe: Paisajes (CBA, 2008) y colaborado en otros proyectos expositivos. En el Museo Thyssen-Bornemisza ha comisariado las exposiciones Analogías Musicales. Kandinsky y sus contemporáneos (2003) y Brücke, El nacimiento del expresionismo alemán (2005). Ha dirigido la edición del catálogo razonado de la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, publicado en 2004. También es autor de estudios preliminares y ediciones críticas de diversos textos de teoría del arte, entre los que cabe mencionar los siguientes: C. G. Carus, Cartas y escritos sobre pintura de paisaje (1992), J. W. Goethe, Teoría de los colores (1992), Ángel Ferrant, Todo se parece a algo. Escritos críticos y testimonios (1997), Franz Marc, Los cien aforismos (2001), Vincent van Gogh, Las cartas (2007).
En sus estudios destaca la atención dedicada a la historia de la pedagogía artística.
Ha desarrollado igualmente una labor poética en sus libros Mecer y el labio (1981), Elogio de la tragedia (1983), Color (1993) y Nosotros (Árdora Ediciones, 2011)
Suresh
Olía a una hierba conocida
cuando tomamos aquel camino
que pisábamos por primera vez.
El riachuelo se arrastraba
sobre su huella rehundida.
Caminábamos en fila india
al lado de ese dios exhausto.
La brisa le llevaba un rumor de letanías.
Y pensé: más joven es el corazón,
cuanto más antigua la tierra.
Las heces secándose al sol.
Recostadas en la lejanía
las sombras robustas de los mangos.
Tengo hermanos y primos que viven aquí.
Reían los campesinos en una lengua muerta.
Reconociste entonces la hermosura
de los campos de garbanzos
y yo entendí por qué nunca estamos solos.
La alianza
Cómo hallar otro ejemplo.
Revoloteó una pareja de loros,
y la fábula tuvo lugar
donde zumban las abejas.
Las flores se abrieron como proverbios.
Se combaban los tallos,
temerosos como la primera vez.
En mi mano quedó
el poblado tacto de la rosa.
El último pétalo es la llave.
Abre conmigo aquella puerta.
La charca
Mojados y negros
los ojos que se abren y se muestran
como los lomos de las búfalas
asomándose en los charcos.
Mojados y negros, reparadores
como la lluvia del monzón, grandes
como las huellas del camello en la arena,
tiernos como las ubres de las búfalas,
obsequiosos como el vuelo azul de las palomas,
mojados y negros, cálidos
como la saliva en las comisuras del cebú,
eran los ojos humanos.
Comparten mesa
quienes se dan de comer en la boca.
Comparten camino
los ojos que se cruzan
y miran luego la indecisa cometa
volar sobre los maizales.
Todo es alimento entre nosotros.
Entre nuestras miradas
el calor del cardamomo,
hervido en leche dulce,
servido en los ojos humanos,
adherido a un aire que huele a estiércol.
Y se suma lo que se corresponde,
los aromas, los olores, la dulce mantequilla.
En la mirada antigua la ubre exhalada.
Las manos hacen pan en el oído,
chapotean como las aguas en la orilla,
desplazadas por el lento ganado,
agitadas por el afecto del desayuno.
Se las oye perpetuar el receso como una lumbre.
Te acompaña en los ojos
el color de las búfalas remojadas
donde abundan los cultivos.
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