jueves, 15 de marzo de 2012

ETHEL KRAUZE [6.158]

ETHEL KRAUZE

Nació en la ciudad de México en 1954. Poeta, ensayista y narradora.
Estudió lengua y literatura hispánicas en la UNAM. Ha sido profesora en la Sociedad General de Escritores Mexicanos (SOGEM) y conductora del programa de televisión "Cara al Futuro", del Canal 11. Ha colaborado en varias revistas y periódicos mexicanos.

Entre sus libros de cuento publicados, destacan: Intermedio para mujeres (1982) y El lunes te amaré (1987). Entre sus ensayos, el libro: Cómo acercarse a la poesía (1992). Cuenta con varias novelas: Donde las cosas vuelan (1985), Infinita (1992), Mujeres en Nueva York (1992), El secreto de la infidelidad (2000), entre otras. En poesía ha publicado: Para cantar (1984), Canciones de amor antiguo (1988), Ha venido a buscarte (1989), Juan (1994), Houston (1996) y Amoreto (1999). Entre la cruz y la estrella (1990) es su autobiografía. Imparte en todo el país cursos y talleres literarios para los que ha diseñado una metodología. Ha formado a generaciones de escritores y escritoras.

Amoreto


Te di, amor, mi nube y su coartada,
su aguacero de ramas en tu cuello
sin pensar que amarías el destello
que en mi sombra intuías como espada.

Fue la espada, amor, su luz nublada
lo que en agua trocaste como bello,
inasible fulgor de tu cabello
cuando pienso en la crin de la enramada.

Fue la malva nacida de tu dicho
cuando dices, amor, que tú me amas
ya no quiero escuchar ningún aviso

más que el alma que suena en este nicho
donde tú me descubres y me llamas
y es la llama que avisa dónde piso.


Amoreto II


Me llevarás, amor, al alarido
de la yedra que canta en la ventana,
al donaire del silbo y de la grana
me llevarás, amor, que te lo pido.

Recorrerás el verso guarnecido
de cadencias y aromas, caravana,
aprenderás la voz de la campana
que apacienta en su vértice el sonido.

Y encontrarás el ápice del fuego
que recorre en su ruta la cigarra,
volverás a la orilla del sosiego

cuando vibre en tu lecho sin amarra
y mi vena se yerga con el juego
apacible que surge de tu parra.



Amoreto V


Quiero ver en tus ojos el destello,
la inquietud de mi fibra, el rocío
en tus manos asidas a mi río,
el recodo en que habita lo más bello.

Quiero ser en la sangre de tu sello
hoja hueva en el vaso antes vacío,
ser, amor, tu sabor en el estío,
la delicia en el pulso de tu cuello.

Quiero andar tu sudor y tu saliva,
atreverme a probar el agua viva
que en tu beso refleja la dulzura

del estanque aromado y su tersura;
agua rauda y ardiente que cautiva
brillo de agua que colma mi hendidura.



Ethel Krauze. Mi poema al violador


“Voy a gozar la última embestida de tu cuerpo / -tu sexo ardiente, grave, bruto, denso / al fondo de mi sexo-, / y a dejarte ir. / Me debes eso.” Comienza este poema sobre la brutalidad de la violación y quien la realiza, quien la sufre.


Mi poema al violador

Voy a gozar la última embestida de tu cuerpo
          -tu sexo ardiente, grave, bruto, denso
          al fondo de mi sexo-,
y a dejarte ir. 
Me debes eso.

Te escribiré un poema
que te sirva de bote echado al mar
cuya vela se extienda
          eterna,
y surque a la deriva
la inmensidad de la memoria,
tanta,
que pueda, al fin, perderte de vista
aunque sigas ahí.

Te daré unos remos,
una botella de agua
y un parasol para los tiempos rudos.
Desde mi tierra firme
voy a decirte adiós.
          Será una buena despedida.
Casi amable.
Casi etérea.

Ya vas al fondo del paisaje,
los ojos atristados
como queriendo sonreír 
en el atardecer
          en cuya imagen te disuelves.

Ya no siento dolor.
Hay un lento sol que se evapora.
Te desprendo de mí,
te dejo la camisa,
las manos,
los ojos que me miran
          como si pidieran perdón.
Te dejo pan,
un ave que te sobrevuele,
algunas lágrimas en los bolsillos;
la máscara del lobo violador
          envejecido
que se comió mi infancia de un mordisco.
Te servirá en el viaje.

Llévate el miedo
en esta caja de cartón.
Ya no lo necesito.
Llévate la miel de la serpiente
con la que me ungías:
tu lengua  doble filo
          de genio incomprendido.
Insaciable.
Lacerante.
Guárdala en este frasco
Y cuida que no vuelva a derramarse.

Te devuelvo tu sombra
          en una copa de vino
y el olor de mi piel que se quedó en la tuya,
para que te acompañe y te cobije.

Pero antes de todos estos bienes que te cedo,
me toca disfrutar
ahora sí,
con toda mi conciencia,
esta última vez, la mía, 
la que decido yo,
la despedida.

Yo misma voy a abrirme en dos
para que encajes
          ese dulce sopor
          envenenado
de reptil acuoso,
de súbito amargor,
y en el reposo,
molusco sibarita:
patético y medroso.

Amigo,
es lo que es.
Toma tu bandera
          y tu cetro,
el asta de tu verga embalsamada,
y empácalos con el tesoro
          de mi carne virgen:
que guíen tu camino
que te marquen el paso
que llegues a buen puerto:
          que encuentres tu destino.

También te quise:
          es hora de acoger ese recuerdo,
redimir tantas horas
          meses
               años
dedicada a bordar un espejismo
en el pantano,
una flor en la herida,
un abrazo en el puño de tus manos.

¿Cómo sobrevivir, si no?
Tanto hilvané, 
          que al fin te convertirse en mi obra de arte.
Llévate esas palmas,
ese verdor en tu desierto,
ese paréntesis de amor auténtico que pasó como un ángel 
en algún momento.
Te servirá,
como me sirve a mí
en este trance de dejarte ir.

Es un buen paisaje:
te alejas en una casi dulce luz crepuscular,
casi adivino un cielo levemente anaranjado,
el mar es casi gris,
casi verde,
como tus ojos que sonríen con tristeza:
será la última vez que nos veamos.
Mi corazón se agita, casi con entusiasmo,
atesorando el pulso del instante.
Quiero quedarme así,
en esta sensación,
que es casi una certeza
          de que ya te irás,
cientos de miles de años después ya no estarás,
¿o seguirás desvaneciéndote en esta grieta intemporal?
En mi lecho de muerte, ¿se abrirá el compás de la memoria para incluirte 
          en el repaso final?
Si fuera así, no importa,
sé que estarías partiendo, y así retornarías en mi último aliento: yéndote,
yéndote,
yéndote,
amigo violador,
yéndote, alguna vez amado,
yéndote, 
cantando yo esta despedida,
mi mano estremeciendo el aire
con ese adiós que aquí te envío,
desde mi tierra firme,
desde mi olvido.


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