miércoles, 14 de marzo de 2012

ESTELA FIGUEROA [6.148]


Estela Figueroa

(Santa Fe, Pcia. de Santa Fe, ARGENTINA 1946)
Estela Figueroa nació el 12 de agosto de 1946 en la ciudad de Santa Fe, donde sigue residiendo. Dirige la revista La Ventana desde 2001, editada por la Dirección de Cultura de la Universidad Nacional del Litoral. Ha coordinado talleres literarios como el de la cárcel de menores de Las Flores (Santa Fe), donde armó el proyecto Sin alas, con textos de los internos. Colabora en el diario El Litoral, de Santa Fe. Compiló Un libro sobre Bioy Casares (2006), colección de ensayos sobre la obra del escritor porteño. Tiene publicados tres poemarios: Máscaras sueltas (1985), A capella (1991) y La forastera (2007). Máscaras sueltas fue traducido a italiano en 2007, bajo el título Maschere mobile.
La voz de Estela Figueroa no tiene medias tintas, con un solo golpe es capaz de noquear al más pintado, va al grano, al núcleo del asunto con celeridad de liebre y agudeza de búho, animalizada y carnal, humana e intransigente. Pantera de tintas negras, no acusa falsos pudores y se yergue ante el mundo, desafiante y con la boca cargada de verdades. La poesía de nuestra invitada de hoy es un trago fuerte, de esos que se toman en la barra y de parado. “Nunca supe qué me quieren decir los ojos de un hombre/cuando me dice que me quiere./Pero conozco muy bien la mirada de mi perro.”, dice en el poema “El nunca”. Descarnadamente hace de su piel una bandera de guerra y enfrenta al único enemigo real, la muerte, con irónicas filípicas: “Esa ciudad por la que vagué/fue moldeada/con grandes emociones/con grandes deseos./Así también de grande/es su cementerio.” Segura del rumbo, con manos firmes en el timón, Estela Figueroa nos recuerda que la poesía es un revólver ardiente, un aullido prolongado en la noche desierta, un canto rajado como un espejo abandonado en medio de la calle.


FLORENCIA SE VA DE CASA


Lloré en silencio.
Luego en voz alta
pero sin lágrimas.
Grave error: ante los abandonos
no hay que mendigar
hay que mostrarse magnánimo.
Cuando la pequeña terminó de acomodar su ropa
y deslizó el cierre del bolso
sentí que me cerraba la garganta
y que todas mis acciones serían vanas
estúpidas.



BUSCANDO EL POEMA



Atropellada como un perro.
Selectiva como un gato.
Lo busco.


Fiel como tallada en piedra.
Blanda como la espuma.
Inocente como un fantasma
que vaga por la ciudad.
Lo busco.


Lejos parece que algo brilla:
¿será el poema?
Sobre una cinta de fuego
camino a su encuentro.
Atropellada.
Selectiva
Blanda.
Inocente.
Despiadada.



PRINCIPIOS DE FEBRERO



No.
El hermoso verano
no ha terminado aún.
Nos queda un mes para estarse en los patios
y descalzarnos
mientras charlamos
de esto y aquello
sin ton ni son.
Todavía habrá hombres de brazos tostados
en las calles
de la ciudad envuelta por la noche
brotada toda
como un lazo de amor.


No.
No me sostengas que no voy a caerme.
Sólo se caen las estrellas fugaces
y yo -te dije-
quiero permanecer.


Un hombre es bueno para una noche.
Cuando amanece es un reflejo dorado
sobre la cama donde se toma café.
Y es agradable el olor que deja.
Dura todo un día.
Pero no toda la vida.


Luego hay que descansar.
El libro de Kavafis y el de Pavese
sobre la mesa de luz.
Hay que aminorar la marcha.
Sentarse un rato a solas
en el sillón del patio.
Mujeres: tendríamos
que aprender de los gatos.
Cómo agradecen el tazón
que rebosa de leche!


Falta para el otoño.
Que nos encuentre intactas.
Sin habernos negado
a estas pasiones
que cada tanto
asaltan.


NATURALEZA MUERTA



Tomates rojos
con una hendidura negra.
Limones amarillos
con pezones verdes.
Zanahorias erectas
papas ovales
bananas que yacen arqueadas.


Sexo sobre la mesa
donde amaso el pan.



Familia


Mis abuelos paternos
arruinaron la vida de mi padre.
Mis abuelos maternos
arruinaron la vida de mi madre.


Entre ambos
quisieron arruinar la mía.


No es más que una vulgar
historia de familia.
No me quedó otra opción.
Tuve que matarlos.



Sol de otoño



Por Manuel Inchauspe


Visité al poeta.
Delgado y pálido yacía
en una de las camas del subsuelo
de la sala de toxicología.


Qué extraño tesoro
el sol de otoño,
a través de los vidrios esmerilados.
cómo flotaba,
única dicha sobre su rostro
y rebotaba en el suelo,
donde los algodones con sangre
y colillas de cigarrillos
decían que la vida existe siempre,
donde quiera que se esté.



A Manuel Inchauspe, en el hospicio



Las nuestras, mi amigo,
son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.


Perdiste tus últimos poemas
y yo casi no escribo.


De allí
esos largos silencios
en nuestras conversaciones.



Pequeños asesinatos



Una noche en que volví tarde a casa
la vi disparar rauda y oscura
desde el canasto de papas que está en un extremo de la cocina
hasta el otro
al costado de la heladera
donde acumulamos botellas vacías de vino y gaseosas
que en gloriosas jornadas de limpieza
sacamos a la calle.


- : Tenemos una laucha -dije a mi hija Florencia-.
Es gorda. Vive detrás de la heladera.
Habrá que matarla -me contestó ella.
Habrá que poner triguillo fuera del alcance de Toto.
(Toto es nuestro perro)


Pero pasaron los días
y ninguna de las dos iba a la ferretería
en busca del triguillo.
Y la laucha seguía corriendo rauda y oscura de un extremo a otro
-en la cocina-
ante la mirada curiosa de Toto
y ya sin importarle si estábamos nosotras o no.


- : Esta laucha se está tomando mucha confianza
recuerdo que dijo mi hija.
Bueno.
De manera que a la mañana siguiente me encaminé a la ferretería
y compré el triguillo Drumolive
hecho con glándulas disecadas de roedores
lo cual- según decía el prospecto-
ejerce una poderosa atracción sexual sobre sus iguales.
La caja estuvo envuelta varios días sobre la mesa de la cocina
hasta que Florencia
-que es más expeditiva que yo para estas cosas-
abrió el paquete una noche
llenó potes con buena parte de su contenido
y acomodó estos potes estratégicamente.


Durante varias mañanas
mientras yo tomaba té leyendo a Carver
la sentí comer ávidamente.
Es cierto. Nadie
nada escapa
de lo que implica una atracción sexual.
Los ruiditos terminaron
y Carver y yo quedamos solos.


Charlando sobre la proximidad de una jornada de limpieza de la casa dijo mi hija
- : Parece que la laucha se murió. Ya no se la oye.
- : Es cierto-respondí-. Yo tampoco la oigo. La matamos.





MUJER



Con la menopausia engordó
y en camisón parece una matrona.
Sentada en la cama
después de la siesta
le gusta recordar.
Viejos amores
viejas lecturas.
Vive de eso
ahora que los amantes se han ido
y los libros nuevos le niegan el paso.


Recuerda consciente de que algo olvida.
“Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar”
- se dice -
O algún hermoso muchacho de veinte años
allá por los años 70
70 y tantos…
- se dice –
temblando por las pérdidas
la mujer sola que parece una matrona.




***

No es para hablar de mí que escribo 
de la glicina: cayó 
su lluvia ligera 
azul- 
violácea- 
celeste. 

Ni es para hablar de la glicina 

que la comparo con una lluvia 
y adjetivo esa lluvia. 

Es para detener este momento nocturno: 

la casa en calma 
y los pensamientos que ennoblecidos velan 
por un ordenamiento que lo abarque todo  


Abril


El año pasado

por este mes
me compré un bolso
que tenía muchos compartimientos.
Me acompañó un año.
El año más atroz de mi vida.
Pero para qué extenderse
en una descripción de situaciones
que reclaman olvido.
Este año el cierre se rompió
y compré otro.
Ya sin compartimientos
y del mismo color.
Pasaron unos días
hasta que llegó el momento de la ceremonia.
Sobre la colcha floreada de mi cama
vacié el bolso viejo.
Todos sus compartimientos.
Aparecieron recibos de sueldo
propagandas de distintos comercios
remedios
boletos de ómnibus
una libreta en blanco
mi documento de identidad
monedas
y una carta enviada desde Madrid
donde un joven me escribe
que momentáneamente está allí
que todas las noches
piensa en mí que
fue una pena que
sabré de él por
otra carta o…

He orado

por él
por mí.
Bolso de la vida:
sé benévolo.


I


La enamorada del muro

no sabe cómo es el muro.
Pero seguro siente su humedad
cuando ha llovido.
Su aridez
en tiempo seco.
La enamorada del muro
depende del muro.
A él se aferra.
Si el muro cae
ella se desparrama
como una cabellera sin cabeza.
A veces es tímida
y cubre sólo la base
como una mujer arrodillada
que abrazara las piernas de un hombre.
Y a veces —qué deseo
y qué orgullo caben en ella—
cubre no sólo el muro
sino toda la casa.



II


Todo amor nace

a partir de una pequeña confusión.
Nadie puede decir con certeza
si es el muro el que sostiene a su enamorada
o es la enamorada
la que sostiene al muro.
Y todo amor crece
a partir de pequeñas carencias:
la enamorada del muro no florece.
Tampoco el muro.




MI CUERPO

Hay momentos en que mi cuerpo me parece

como una casa abandonada.

Y no sé si soy yo

o es mi fantasma
que ha entrado en él
por error.


SUSPIRO


Suspiro dentro de un vaso

que era para flores.
Un suspiro lo limpia.
Otro lo empaña.



DESEO


Déjame ser como el caracol

que temiendo ser pisado
de día se oculta bajo un techo de hojas
y de noche deja una estela brillante
en el patio liso de tus sueños.



SENTIMENTAL


Mis sentimientos rodean

la cintura del mundo
como dos largas manos
cuyos dedos se rozan.
O como un elástico
demasiado tensado
que de pronto se corta.

de Máscaras sueltas - A capella, Ediciones UNL, 2009




DICIEMBRE


I


Es diciembre

y los estudiantes que aprueban
           sus exámenes
rompen las hojas de las carpetas
           en la calle.
Es un ritual.
Es diciembre. Se acercan las fiestas.
Las mujeres tratamos
de que la casa esté más hermosa
           que nunca:
limpiamos la vajilla
sacamos telas de araña
dedicamos días y días a las plantas
corremos muebles de lugar.
Es un ritual.
Y yo, Tasso, rompo las hojas de
           tus cartas
porque nuestro amor fue un fruto
           de mi imaginación.
Algo de eso aprendí
en las noches en que no podía dormir.
Y aprobé ese examen.


II


Amanecía

cuando rompí tus cartas, Tasso.
No eran en verdad tantas como
           pensaba.
Las coloqué en una bolsa pequeña
que saqué a la calle
junto con grandes bolsas de basura.
Tan pequeña era la bolsa con
           tus cartas, Tasso
que me quedé pensando
-: Y todo un año esperando
una señal de amor...

de La Forastera, Ediciones Recovecos, Córdoba, Argentina, 2007



Un muerto no es un muerto es la muerte

Es una visita que ya no vendrá

como no sea en sueños.
Es una casa a la que nunca más iremos
como no sea con la imaginación.

De aquel domingo del invierno pasado

en que tres amigos comimos torta “con sabor a infancia”
-como dijimos-
y tomamos té con canela
soy la única sobreviviente.

Hace unos días

después de una lluvia
-pensando en estas cosas-
planté un gajo de enredadera
que había echado raíces
dentro de una botella.

Parece que prendió.

Quisiera que
-trepando por la pared-
cubriera el patio
donde da tanto el sol.
Es probable que así sea.
Pero hoy me pregunto
si llegaré a verlo.


Los huesos de mi padre


Hace más de veinte años que murió

y no renovamos el derecho de sus huesos
a permanecer en el nicho.

De mi parte fue intencional.

A mi padre no le gustaba estar encerrado.

Ojalá un sepulturero los haya vendido

y haya comido algo especial con su mujer y sus hijos
o se haya tomado unos vinos
en rueda de amigos.

Y con esos huesos un joven estudie medicina

-esos huesos largos y bien formados-
sin pensar en la muerte.


Esta noche

A José Luis Pagés


Esta noche va a helar

-pensé-
con una inexplicable congoja.

Miré las plantas del patio

que amagaron con florecer
después del “veranillo de San Juan”.

Esta noche va a helar.

Sí.
Pero ya heló sobre los que fueron
nuestros sentimientos de antaño
aquellas pasiones.

Va a helar.

Ya heló
-me dije-.

Quisiera extender

al menos mi mirada
aún tibia como una manta
sobre las plantas del patio
y protegerlas.

Comienzo a envejecer.



El gomero


De entre todos los árboles

que miro en mis caminatas
prefiero el gomero.

Quisiera parecerme a él.

No se pierde en dádivas de flores.
No sucumbe a las tormentas.
Da sombra al fatigado.

Sus hojas de un verde intenso

son fuertes, nervadas y lechosas.
La raíz es profunda y se extiende desaforada:
levanta veredas
resquebraja paredes.

En el invierno las hojas

se tornan de un amarillo purísimo
y caen una a una sobre la calle
como lágrimas
de un enorme Dios que llorara.


La forastera


Durante muchas noches de insomnio

he vagado
aterida
por la Ciudad del Pasado.

No llevaba planos

no llevaba guía
no llevaba lámpara.

Como sonámbula

esquivaba los peligros.
Como a forastera
ellos me asaltaban.

Bellos rostros que se abrían como flores

cuerpos del amor…
No pude encontrar mi casa.

Esa Ciudad por la que vagué

fue moldeada
con grandes emociones
con grandes deseos.

Así también

de grande
es su cementerio.

Estela Figueroa | El hada que no invitaron


Recordando a Kavafis

Con su bolso de titiritero 
él llegaba al anochecer a la casa de ella
le entregaba una flor
cortada de algún jardín
de alguna plaza.

Sin preámbulos caían en la cama
donde se amaban con furor.
Rápidamente.
Ella esperaba otra cosa.

Ya inalcanzable aquello que ella deseaba
solía decir: -quiero estar sola.

Y cuando sentía el ruido de la puerta de calle
pensaba en densos jardines
en una selva bajo la lluvia
en enredaderas que trepaban a los árboles.
Así quedaba dormida en la habitación a oscuras.

Ahora ella -vieja solitaria- piensa en esas flores que él le llevaba
y que al otro día encontraba secas.
Piensa en la casa que habitó
en aquella habitación
en esa cama
en aquellas visitas furtivas
y se pregunta inquieta
si aquel muchacho joven
que le ofrendaba flores
cuando ella también era joven
vivirá.





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