lunes, 11 de octubre de 2010

1462.- MANUEL A. MARTÍNEZ NOVILLO


Manuel A. Martínez Novillo (San Miguel de Tucumán, Argentina, 1950)




POEMAS

La cinta amarilla

Roba para mí la cinta amarilla, lluvia veloz,
porque mañana para mí no será un nuevo día.
Que no hay suerte valedera, que no hay rima
Para el perdón,
Para el perdón por la vida,
Para el perdón por el sudor insípido,
Para el perdón por los días del invierno.
Roba para mí la cresta del sol, rabia feroz,
sólo tu y yo sabemos lo mal que huele mi cama
a la hora del amor.
Que dioses no quedan sino en los sueños, que poetas
Los hay muertos,
Y suntuosos,
Y bellos,
Que fuera de este claustro quedan aun versos por ser escritos.
Roba para mí la dicha de los cisnes, viento atroz,
porque estoy tan sucio que no me lastiman ni las garras encarnadas
en el corazón. Déjame ser testigo por hoy, Dios, déjame ver el fondo del camino.








A la hija

A la hija de mi vientre le prometo la caldera,
que será cielo de huracanes celestes,
caravana de cantores en la nocturnidad.
En la cosecha de las semillas que acarician
ha de velarse un follaje de maldiciones,
han de gemir los cardones anunciando tu llegada.
Suelta la barca, que la oscuridad es eterna.
Ni de dulces ni de esperanzas -hija mía-
me han llenado el legado de la vida.
A la hija mi de vientre le suplico me perdone,
por la vehemente piedad que he tenido
con los que no dejaron crecer al mundo de una rosa.
¿Con qué parte del amor me han amado?
Misericordia, calamidad de diosas terribles.
Ruiseñor del azahar y del divino pecado.
¿Con qué parte de la razón me han matado?
Pasión, cadencia de desalmados.
Perdón de los amantes que se han cansado.
Tengo menos de veinte años maltratando la cordura,
y no se cuantos menos de enamorado.
Acaba de escapar el siglo XX en la memoria,
derribado de traiciones nocturnas,
aniquilado de sustancias enfermas.
Ya se han muerto los hombres que lo hicieron cantar
en su momento de locura.
De gloria y vanidad no están hechas ahora sus tumbas.
Ya se han muerto las mujeres
que habrían de compartir su sangre con la mía.
Perdóname por la risa, hija del desamor,
que es lo único que me ha dejado la brisa.
A la hija de mi vientre le prometo una canción,
mas no ésta que se muere de dolor,
que es engendro del mundo y de la soledad.

De "Las vidas del amanacer"







La mensajera

Decía que los rayos y relámpagos eran el goce y la maldad de Dios.
Por esas luces alumbraba
y con los truenos insultaba para castigar al mundo.
¿Algo como el ano de Lutero?
Pero a esa teoría de Dios la escuché de una tía.
En las noches de tormenta y rayos
nos hacía subir a los niños sobre las camas
por si se electrificaba la tierra.
Era como una mensajera de la furia de Dios.

Una vez se fue.
Nadie sabe si murió o fue un sueño de los niños.






El niño y la abuela

Cuando era niño no podía dormir en las noches de tormenta.
Temía desaparecer en los relámpagos
o quedar inmóvil en sus luces blancas como telas de fantasmas.
Era en Tafí
y su abuela prendía velas
murmurando:
"No temas,
la quietud no es la ausencia del mundo.
Es una parte".

En esas noches conoció el mundo
entre los relámpagos, la oscuridad,
el miedo
y esa abuela que machacando a Dios con sus rezos
lo salvó de la locura.

Ella,
la abuela de las velas, murió en un cine
mirando una película de miedos, gritos y relámpagos.


Perseguir lobos, Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2010

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