sábado, 2 de octubre de 2010

1354.- SAÚL IBARGOYEN


Saúl Ibargoyen nació en Montevideo, Uruguay, en 1930. Radica desde hace muchos años en México. Es poeta, narrador, periodista y traductor. Ha publicado más de 50 libros, incluyendo antologías de la poesía latinoamericana, en colaboración con el escritor argentino Jorge Boccanera. En su obra destacan Palabra por palabra (Antología poética); Cuento a cuento (relatos completos); Soñar la muerte; La sangre interminable y Noche de espadas (Novelas); Habana 3000; Poeta poeta; Exilios; Fantoche; Basura y más poemas; Amor de todos; El llamado; Poeta en México City; Versos de poco amor, entre otros. Ha traducido a numerosos escritores portugueses, brasileros y franceses. Es editor de la Revista Mexicana de Literatura Contemporánea. Se ha desempeñado también como coordinador de talleres literarios.



El cantante negro

(Para Fela, cantor popular de Nigeria, in memoriam)

“Llevo la muerte en mis bolsillos”
dijo el cantante negro.
¿Quién podrá matarme? ¿Con qué pistolas
con qué cuchilladas o bombas?
Porque ellos no tienen la música
que es el arma
que nos escuchará en los tiempos del nuevo futuro
cuando nuestras muertas orejas bien comidas ya
por buitres ratas zopilotes arañas
no pueden oir
ni el último eructo de la última molécula
de la masa desquiciada que tuvimos puesta
como un sombrero de pelos y neuronas
en la punta más alta de la cabeza.
No pregunten ahora quiénes son ellos:
ahora que la muerte
está sacando más criaturas de baba y de lumbre
de la panza de mi guitarra”
dijo así el necio
cantante negro.
“Respóndanse para cada uno de ustedes o vosotros:
quién es cada uno de ti
de ella de él de vos
de cadas todos.
Levántense
de su tiniebla de sus pedazos fecales
de las resequísimas tiras del ombligo
de las faldas desnudadas de la memoria reprimida
de aquellos límpidos calzones martirizados
del omóplato sin descanso
de los paladares atrapados
de los pulmones calcinándose”
dijo con su voz
de otras canciones
el cantante negro.
“No sean ustedes o vosotros
no seamos yo
los enemigos de cada quien que anda por la Tierra
fabricando un solo cántico
con una sola nota
y una sílaba sola”
dijo
el casi acosado
cantante negro.
“Yo no estoy ni adentro ni afuera de mis nombres:
no hay sitio en mí para la muerte.
Mi cuerpo es
una casa de humo
donde todos sabrosamente comen
y lejanos de sí duermen
y lavan su lengua
con los jabones de este día
y cuelgan sus sábanas
encima de un silencio
de rosas amarillas.
Yo soy el cantante en mí
porque hay voces de otros
que me enseñan a escucharme
con oído profundo
sin sebo y sin cartílago”
dijo fatigándose
el perseguido
cantante negro.
“Tengo manchas de muerte creciéndome
en los abajos de las uñas
entre las piernas
fecundantes y magras
en medio de los dos dolidos pétalos
de un trabajado corazón
adentro de los gritos gemidores
que salieron en estos años de tanto respirarme
sin olvidar de nacer”
dijo el cantante negro
al mirar su sudor fermentando
en el pozo destruido
de un espejo.
“Tampoco ahora pregunten quiénes son ellos.
Ahora que la muerte se ha puesto
sus harapos rojos:
ahora que golpea con ruidos de espuma marina
sus huesos de fiesta:
ahora que la casa de muchos se va de mi cuerpo
como los días de papel se marchitan
en su propio almanaque.
Respondan aquellos y estos todos otros que escuchan
lo que este cantador está cantando:
no una canción
ni un rezo
ni un trozo de algo entre dos letras:
la voz solamente
la voz
porque cantar es oir y deshablar y silenciarse”
dijo así
al beber de sus incontables voces ensangrentándose
el cantante negro.
“Porque no existe frontera alguna o ninguna marca
entre el dolor de las jóvenes tetas arrancadas
y la sombra de la mano del juez que confirma la sentencia.
No hay distancia entre los párpados reventados
y el mandato de cumplir las órdenes no escritas.
No hay lindes ni límites entre los pies quebrantados
y la babosa verbalidad de los señores
holgándose en el poder y en la podredumbre”
dijo
desde sus encías masacradas el igual
cantante negro.
“¿Quién podrá matarme
si una sílaba sola
si una incendiada bandera
si una mínima melodía
si una sola gota
de blanca o morena mujer
son la respuesta para que los vientos
y las aguas y los fuegos
de la Tierra no puedan descansar?”
dijo o quiso decir
metido de una vez con su guitarra
en los atentos bolsillos de la muerte
el mismo
cantante negro.







Un no sueño

Esto no es un sueño:
las palabras saben
que esto no es un sueño.
Porque soñarse no es apalabrarse.
Porque la tinta del sueño
se prepara con punzantes sudores y desenterradas lágrimas.
Porque un sueño es el comienzo de algo
que en nosotros
ha sido contemplado a través de un líquido vivo
donde cada imagen futura
tuviera su origen
de sangre y de sal.
Porque las palabras no caben en el sueño
no es ése su sitio
de hablar: no cantan no explican no tienen silencio
ni gritos ni dolor. Esto no es ningún sueño:
es lo que miramos
bajo las leyes de una luz carnal. Y un mal sabor de ojos nos quema
las interiores membranas
de los párpados. Y la persona o el hombre al soñarse no comprende que debe salir con violencia
de las húmedas burbujas
donde todo es mudo como un pájaro que jamás podrá nacer. Y los ojos los iguales ojos que repiten sus palpitaciones a cada lado de una frontera sin aroma y sin color
se buscan para verse
para tocarse entre imágenes ciegas:
Antes que las palabras escriban:
esto no es un sueño.
Antes que las palabras:
nada más.





Ciertas lágrimas

Una muchacha arroja sus lágrimas
a través de los nervios negros
del teléfono.
¿Dónde ha nacido
el origen de esas aguas
desesperadas que manchan
la acidez de la sal?
Una muchacha simplemente
expulsa respiraciones floraciones
dulces mocos
y oxígenos oxidados.
Hay palabras sin alcohol
en la oreja derecha
de su nuevo corazón:
esas palabras
son casi las mismas
que usa cualquier distancia de aire
para sentarse junto al dolor
ahora cerrado de sus ojos.
Esos sonidos tienen
una silenciación que el vacío mastica
un idioma que sólo dos lenguas comprenden.
Esos sonidos soplan
sobre piel y pelos
y requemados párpados.
Una muchacha recoge sus lágrimas
como simples objetos de sales y agua
y las ordena en un rincón
de su recámara:
allí donde cruje el mundo
allí donde los ángeles
se peinan las plumas
después de orinar.




Morir en Medellín

(al uruguayo Carlos Gardel, 65 años después)
Todavía en Medellín / el cielo reconstruye / sus hojas
de espuma / sus fibras de agua verde. / Al cielo agregan/ los ladrillos bermejos / las torres coloradas / las tejas de
sustancia enrojecida/ el óxido de la sangre cotidiana / el
púrpura enredándose / en las lluvias que se mezclan / con
un aire de violento metal. / En ese cielo menos alto / que
la noche / polvo de aviones triturados abrazándose / cenizas
de ropas y uñas guitarreras / harina de sombreros y lenguas
cantadoras/ pies enmuñonados de negro / todavía no reposan. / Y escamas de un pasaporte / con apellido y
nombre destintados / con fechas revueltas / por el absurdo
fuego / no dejan de flotar./ Un apellido solo casi / de
extranjera madre duplicada / y un nombre extraído de
hombre semental/ que negara bautismos y registros / que
ofendiera enaguas y entrepiernas / se escuchan en cada
gota sonora / del cielo en Medellín. / Una avenida con ese
usado nombre / y con ese inventado apellido ayuntándose /
y una repetida figura como estatua / con la raíz de sus
zapatos enredada / en un sedimento de flores populares/
de esquelas suplicantes / de músicas mágicas/
simplemente permanecen sobre el asfalto / -tan encendido
tan mujerizado / tan varonizado tan entreterrestre-/ del
otro este otro / cielo en Medellín.




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