sábado, 4 de septiembre de 2010

875.- JOHN BURNSIDE



Biografía de John Burnside:
Nacido en Dunfermline (Escocia) el 19 de marzo 1955. Poeta y escritor.
Estudió literatura inglesa y lenguas de Europa en Cambridge College de Artes y Tecnología. Empleado como ingeniero de software para computadoras fue escritor freelance hasta 1996.
Se especializó en Escritura en la "Universidad de Dundee"y ha enseñado escritura creativa en la "Universidad de St. Andrews, en Escocia.
Sus áreas de especialización incluyen la escritura creativa, la ecología, la literatura, la poesía y la filosofía.
Su primera colección de poemas, "El Aro, fue publicado en 1988 y ganó el Scottish Arts Council Book Award.
Entre otras colecciones de la poesía se mencionan "Common Knowledge"de 1991, "Días de Fiesta"de 1992, ganador del Geoffrey Faber Memorial Prize "y"La Danza de asilo"de 2000 que ganó el Whitbread Premio de Poesía"y fue nominado para el"Premio de Poesía Adelante a la mejor colección del año (Mejor Colección Poesía del Año) y "Premio TS Eliot de"La trampa de luz"en 2001.
Sus publicaciones más recientes incluyen la colección de poesía "La trampa de luz"(Jonathan Cape, 2003), que fue nominado para el Premio "TS Eliot", "Canciones de regalo"(Jonathan Cape, 2007), la noticia "Viviendo En ninguna parte"(Jonathan Cape, 2004) y "El Diablo Huellas(Jonathan Cabo, 2007).
Burnside es también autor de una colección de novelas, cortos publicados en 2000 bajo el título "Elvis Ardiente"y una serie de historias, entre las que se incluyen "La Casa tontos(1997), "La Misericordia Niños(1999) y "La langosta de la habitación(2001). Su colección de poemas, "El Buen Vecino(2005), ingresó en 2005 para el Premio de Poesía a seguir (mejor colección).
Burnside fue seleccionado para el "Premio de Poesía Griffin["de 2007.
Actualmente es profesor de Inglés en la "St. Mary's College Monte "en Los Ángeles".
En colaboración con Roger Thompson escribió algunos libros para el "Dictionary of Literary Biography" (biografías de poetas y escritores de la Naturaleza).







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SUEÑO

Llegamos tan lejos, luego nos detuvimos
para vernos:
este oro menor, esa memoria de la luz,
ángeles y pájaros en los árboles
como en un cuadro primitivo;

y, aunque fuimos cuidadosos,
sabíamos que volvería a suceder,

la vida que olvidamos al morir
en el surco rayado
y repitiéndose, todo giro y chasquido

y palabras que ya no dicen nada,
igual que una canción de los cincuenta.

Entretanto, la eternidad aguarda:
todas las sombras y destellos que habríamos
podido ver, hechos de los que habríamos
podido ser testigos,
agachadiza, limoncillo, el clima en Roma
o en Calcuta,

y, más allá, en la extensión de luz y tiempo,
los extraños con sus abrigos de lana
y sus sombreros, pasando adentro a una niñez
que nada puede cancelar:

el viento en el piso de arriba, o el ferry
de las nueve en punto cruzando de aquí a allá
en una lenta estela de nubes,

y abajo, en algún sitio, donde la gente llega
o disminuye,
vísperas de radio y vapor
ante una cosecha de botes recién etiquetados.

(De “Un ensayo sobre narrativa”,I)







Como yo, a veces despiertas
temprano, en la penumbra,
convencido de haber conducido durante horas
tierra adentro,
sintiendo aún en torno a ti,
bailando ante los faros,
los árboles que fluyen, las aves sobresaltadas
y el ganado que veranea al aire.

A veces, te demoras durante días
en una palabra,
una sola gota incontaminada
de sonido; durante días

tiembla, líquida al tacto de la mente,
luego cae:
mera denotación, desvaneciéndose
en el reflujo del lenguaje.

(Conocimiento común, 1991)









SEPTUAGÉSIMA

Sueño con el silencio
del día anterior a que Adán
diera nombre a las bestias,

desprendidas sus pieles de oro
de los dedos de los brillantes de Dios,
contenidas aún en esa luz.

Un día, tal vez, como éste:
su blancura invernal
cautivando la creación

como a nosotros, a veces,
nos cautiva el espacio
que llenamos, o las formas

que habríamos podido conocer
antes de los nombres, más allá
de la pátina de las cosas.

(Días festivos, 1992)











HALLOWEEN

He arrancado la corteza del árbol
para oler el fantasma,
y caminando hasta las lindes de hielo y hueso
donde el condado se vuelve hacia sí mismo
en ráfagas de nieve;

He aprendido a observar los inviernos:
las manzanas que caen durante días
en patios descuidados,
los diseños de helecho con que el agua y el hielo
me sellan con los muertos
en cuartos neblinosos

al tiempo que defino mi lugar:
lechuzas de granero que cazan en pareja
a lo largo del seto,
el olor de la escarcha en la colada,
el olor de las hojas
y la blancura del moho propagándose
en la hoja escamosa,
como los hilos esquivos e incipientes
de las almas informes.

El pueblo queda a un lado,
sobre un estanque de campánulas,
y más allá no hay nada,
o sólo otras versiones de mi mismo,
familiares y extrañas, y envueltas en su tiempo
igual que yo lo estoy, de pie bajo la luna
o inclinándome ante un manojo de ramas y paja
para insuflar una pequeña vida al fuego.

(El mito del gemelo, 1994)










EL MITO DEL GEMELO

Alguien sigue despierto
en la noche del piso de mi abuelo
con sus cortinas y macetas
y sus libros repletos de hojas de haya
prensadas para que el color perviva,

y alguien está soñando el sueño
que me duró semanas: vagando por la playa
tomé un guijarro y lo partí en dos,
como un albaricoque,
para encontrarme un niño vivo
incubado en la piedra;

como la radio, el murmullo del agua,
la sensación de un golpe en la negrura,
cuando paso la noche en vela
y llegan las respuestas, simples, nítidas,
como el llamado de las aves
o la atracción del mar, cuando la luna
se alza entre las nubes
y advierto los contornos de su piel:
la huella de una mano, un iris.

(El mito del gemelo, 1994)







PUEBLO MINERO EN INVIERNO

Todo se desvanecía en la nieve,
nudillos de carbón y huesos de zorro
y muñecas abandonadas en los jardines,
con labios encarnados y desnudas.

Sacábamos las palas para limpiar las calles,
pero al llegar la noche volvían a esfumarse
y los coches yacían enterrados y mudos
en Fulford Road.

Como si nos hubiéramos perdido, decía ella;
mas yo sentía a los vecinos soñando en la negrura,
y los veía envueltos en bufandas y abrigos
los domingos: almas prudentes, de pies estrechos,
convertidas en vástagos de una luz repentina,
asombradas de verse tan misteriosas.

(El mito del gemelo, 1994)












EL BUEN VECINO

En esta misma calle, ignorado por mí,
detrás de un laberinto de manzanos y estrellas,
se levanta de buena mañana, toma un libro
y se acomoda en el alféizar o ante una mesa
para atender el alba, solo por una vez,
anónimo, sin cargas, feliz consigo mismo.

No sé quién es; jamás me lo he encontrado
en la pescadería o en la cola del banco,
y aún así pienso en él, en noches semejantes,
despertando en mi casa a solas,
y en mis otros vecinos
en sus camas igual que moscas soñolientas.

Observa lo que observo, prueba lo que yo pruebo:
las noches de invierno, la nieve; en verano, el cielo.
Escucha entre las nubes las líneas de los pájaros
y, como ese fantasma que aparece en los viejos
relatos de viajeros, ese espectro en el hielo,
el quinto en un grupo de cuatro,
no está del todo ahí,
y sin embargo no es del todo inexistente;

y cuando deja el libro a un lado, mira la hora
y llena la tetera, algo encapuchado se para,
mientras célula a célula, un latido por vez,
mi buen vecino se hace a un lado
y se transforma en alguien a quien he conocido:
un extraño que pasa rumbo a la tristeza,
esposo y padre; hombre rico; pobre; ladrón.

(El buen vecino, 2005)


Traducciones de Jordi Doce


(FOGONERO EMERGENTE)



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UNA PIEL NORMAL

Los días húmedos llegan como un sarpullido:
después de un mes de sol,
los vidrios de las ventanas
están nublados con la vida póstuma
del pelaje del gato y la balsamina,
y, enguantada en su último ataque
de eczema, nuestra silenciosa vecina
se sienta tras sus cortinas como una veladora
prendida, el rostro de lado,
los hombros encogidos.
Está desarmando los relojes
que coleccionó todo el año
en bazares y fiestas de pueblo
y acomodando las piezas sobre la mesa.
Ella sabe cómo están hechas las cosas
—pero no se trata de eso
lo que importa es el orden que inventa
y fija en su mente:
un mapa de engranes y resortes,
dispuestos en hileras,
invisiblemente numerados.
Lo que anhelamos en el dolor es un orden,
la impresión de una vida
que no puede ser destruida, sólo desmantelada.
Durante años comprabas esas navajas
de mango naranja,
la pasta de dientes y los champús
suaves para una piel sensible
que yo nunca tuve. Durante años desarmé
los recuerdos que creí que me completarían
al desentrañarlos.
Lo que anhelamos en el dolor
es la razón: una impresión de nosotros mismos
como seres heridos, explicados,
privados de un destino.
Tarde por la noche,
nuestra vecina corre sus cortinas,
desaparece,
y se recuesta en la reparadora oscuridad,
medio despierta,
y adquiere una piel normal
a fuerza de voluntad.
No soy aquel que tú pensaste
sensible, el alma que esperabas encontrar:
al llegar a casa, húmedo aún de lluvia
iluminada por la luna
entro al silencio que dejaste, en una casa sin sueños,
y reconozco cuán poco siento
si me detengo a escuchar.










MIS ABUELOS EN 1963

Se habían movido hacia el centro
de las cosas,
redondos y suaves, y cerrado
sobre sí mismos como hongos,

o como los duendes de mis libros,
se ocupaban del fuego del hogar
y hablaban en lenguas.

Una presencia que creció adentro
de la casa,
se entreveraron, como el musgo y el liquen,
para sugerir lo inextricable,

y sentados uno junto al otro,
se unían en el té y el almidón,
sin doblegarse en el largo logro
de la permanencia,
de haber elegido quedarse quietos.











PISCIS

Ella amaba el húmedo susurro del cieno
cuando el agua de la marisma se rezumaba
y el estuario se erguía ante el pueblo
a través de una luz cobriza,

una ofrenda de vidrio y escamas
y maderos barnizados de sal,
un círculo que recorría durante millas
en busca de conchas,

recolectando estrellas de mar de una lámina
de tensión plateada, intrigada por las tiras
de vísceras, los hilos de carne sin sangre
y las formas resurrectas que carecían
de nombre

pero que ofrecían amistad, memorias, pesar,
una pulsación entre el agua y su mano,
el sentimiento de algo antiguo
y profundamente enterrado,
el latido del corazón
y la visión animando la arena.


(Traducción: Carlos López Beltrán
y Pedro Serrano)


(BIBLIOTECA DE MARCELO LEITE)
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ZORRO BLANCO

Fue cuestión de suerte, imagino,
aunque me pareció otra cosa
cuando dejé la carretera
y me detuve en un arcén de nieve
para estirar las piernas

y el zorro blanco
llegó en silencio desde la distancia,
en ruta hacia el verano, hebras de rojo
y castaño en la piel
plateada, el hocico

indiferente, cuando atrajo mi atención
y me observó un minuto
–estudiando mi olor,
tanteándome–,
aunque sólo, pensé,

por cortesía,
sin rastro de sorpresa,
acostumbrado,
al contrario que yo,
a la ley de la tundra,

la lógica salvaje según la cual
donde nada parece suceder
todo el tiempo
lo que sucede es la oportunidad
de que algo suceda.

de Gift Songs (Cape, 2007; Canciones de regalo)


Traducción: Jordi Doce.




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