lunes, 16 de agosto de 2010

487.- JUAN JOSÉ SAER


Juan José Saer (Santa Fe, Serodino, 1937 - Francia, París, 2005). Narrador y poeta argentino cuya extensa y rica obra permaneció al margen de las vanguardias, pero al que se sitúa sin embargo como un innovador de la ficción contemporánea. En su singular estilo consigue una fusión de lo local y lo universal. Abandonó los estudios de derecho y en 1962 comenzó a enseñar en el Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral. En 1968 viajó a Francia con una beca y desde entonces residió en ese país y dictó clases de literatura. Se inició en el mundo literario escribiendo poesía, que recogería años después en El arte de narrar (1977). Su residencia en el pueblo de Colastiné, sobre el río Paraná, a finales de la década de 1950, le permitió crear un espacio geográfico-literario habitado por personajes recurrentes. Publicó los relatos de En la zona (1960), Palo y hueso (1965), Unidad de lugar (1967), Cicatrices (1969) y las novelas Responso (1964) y La vuelta completa (1966). En 1974, con la publicación de la novela El limonero real, Juan José Saer se desprendió del acento realista de sus primeros libros de relatos para dar comienzo a una de las obras más rigurosas y originales de la literatura argentina contemporánea. La influencia de Jorge Luis Borges y del objetivismo francés sirve de base para la singular operación realizada por Saer. De Borges tomó el perfil no psicologista y antirrealista de sus relatos, y la exaltación del artificio; de los objetivistas, el trabajo experimental con las categorías narrativas de personajes, espacio y tiempo, y la descomposición detenida de los gestos y de la mirada. La forma en que se plasmaron estas influencias -la de Borges, cuando recién comenzaba a ocupar un lugar central en el sistema literario argentino; la del objetivismo, cuando la literatura del país vivía bajo el auge de la exaltación subjetivista de Rayuela- provocó un fenómeno muy singular de recepción de la obra de Saer. Primero fue reconocida por la crítica literaria y sólo mucho después, recién a mediados de la década de 1980, por el público. El premio Nadal de novela, que le fue otorgado en 1987, en Barcelona, por La ocasión, y la consiguiente repercusión pública, representaron, en efecto, el primer momento de coincidencia entre las sanciones del público y de la crítica literaria con respecto a su obra. Publicó además La mayor (1976), Nadie nada nunca (1980), El entenadoGlosa (1986) y El río sin orillas (1993), que propone un recorrido por la historia argentina a través de un curso fluvial. Con La pesquisa (1995) incursionó en el género policial, y en Las nubes (1997), falsa epopeya, viaje irónico y sentimental de un joven psiquiatra y cinco locos, ambientada en 1804, apunta sus ideas sobre el tiempo, el espacio y la historia. El concepto de ficción (1997), por otra parte, recoge sus ensayos literarios. Su obra ha sido traducida a diversas lenguas europeas. En 2006 apareció su novela póstuma titulada La grande (1983).





RUIDOS DE AGUA

Nadie está, aunque parezca estar, en el mundo.
Como cuando en el agua lisa y resplandeciente
cae una piedra que llena el aire con su eco,
igual el todo, permanencia inmóvil,
se abre y se cierra con cada nudo, fugaz, de acaecer.
Ruidos de agua. Y silencio, después,
en un lugar arcaico y sin orillas.

(De: El arte de narrar)





ÁLAMOS

Parecen familiares del cielo y brillan,
delicados y lentos, sin mostrarse para
el que los contempla, ni amigos ni enemigos.
Se inclinan blandos y victoriosos a todos
los vientos y son, en la tarde abierta,
más testimonio o prueba que testigos.

(De: El arte de narrar)





DANTE/ EN MEMORIA DE BICE PORTINARI


Empujaste a un hombre a la locura. Una
mañana, caminando bajo el sol florentino
te vio destellar nítida, contra el tejido
de los sueños amargos de su última noche.
Inclinaste gentil
la grávida cabeza
y en la creciente de los años el ademán
tranquilo se incrustó como un diamante sobre el cielo
feroz y vago de sus días. Y en plena juventud,
después, moriste, casada con un hombre común
que te quería, desconociéndote. Oh, Bice
Portinari, así son las mañanas de este mundo:
despertamos de un sueño amargo
y andamos como fantasmas
hasta que recogemos, del sol de nuestras ciudades,
un núcleo de claridad, o más bien una joya
férrea que veneramos, gastada y turbia,
en algún sucio anochecer.




EL ARTE DE NARRAR

Cada uno crea
de las astillas que recibe
la lengua a su manera
con las reglas de su pasión
— y de eso, ni Emanuel Kant estaba exento.




NUEVAS AVENTURAS DE ROBINSON CRUSOE

El secreto
consiste
en construir
construir
mediaciones
para el trato
con el desierto
máquinas
de palo y lianas
rudimentarias
que defiendan
que den sombra
aunque nada nos libre
del sol
de la memoria
y otros deduzcan
de tan ardua prolijidad
como una llama negra
continua
nuestra locura.




Dánae

Manda a su hijo Perseo Dánae, para gozar,
sin testigos, de la lujuria,
a extraviarse
en los ojos sin fondo de la medusa,
del mismo modo que toda madre,
desde una cama pantanosa,
nos abandona,
por tres minutos de no ser,
a los dientes de este mundo.




Michel

¿De dónde puede venir
esa mirada oblicua, altanera,
en alguien que es proclive
al rubor instantáneo y, en la conversación,
a la modestia y hasta a la autoaniquilación?
Delgado, con su bigote y su barbita rala en el mentón,
cultivando, infructuoso, una imposible femineidad,
soportará sin duda, treinta años más tarde,
con dificultad la vejes. Una sierra sin fin
le llevó, a los quince años, dos dedos: de lo que se jacta.





A los pecados capitales

Por nuestra fantasía, nos liberan
de la materia pura, pero caemos en la red
de la esperanza. Pecados, vicios, y hasta
las débiles virtudes, nos separan
del cuerpo único del caos,
nos arrancan
de la madera y de los mares.
Guardianes en el umbral de la nada.





Plougastel Saint-Germain

Noches solitarias: por dentro
y por fuera, la misma, pareja, oscuridad.
De tanto en tanto una estrella verde, como un centro
o un grumo, más bien, no de luz, sino de alteridad.





Vecindad de Logroño

Anotar: en la siesta que arde
la noche voluntaria hace señas,
desde lejos, ubicua,
en la constancia amarilla. Anotar:
viñas verdes sobre tierra roja. Anotar que
la liebre, presa y escándalo,
desea al faro que la inmoviliza.
Anotar: abismos soleados
en días cuyo nombre es legión.





Leche de la Underwood

Por delicadas que sean, las mañanas
envilecen; lo destructible vacila
y lo que pareciera, frente a nosotros, perdurar,
no nos acoge, menos cruel que indiferente. Animal
anónimo, por más que grites, nadie escucha,
y ni por lejos la lengua es la que conviene.
Existe, tal vez, en alguna parte, un idioma,
nadie niega, pero habría que desandar,
salir, si fuese posible, del centro de la noche,
y empezar de nuevo con otra clase de balbuceo.
Tantas tardes que resbalan:
ya no se sabe
en qué mundo se está, y sobre todo si se está
en un mundo. Se muerde
un fantasma de manzana, mientras sigue merodeando,
como desde un principio, lo oscuro. Destellos
de un sol de invierno en la ciudad
transparente; brillos, rápidos o lentos,
que algunos blanden como pruebas
abandonándose, soñadores, su tibieza. Entre tantas
estrellas, esperanzas: relentes
de un reino animal.





El Graal

El mar destila incertidumbre,
la montaña perplejidad; y el propio
cuerpo no abandona, por nada
del mundo, su secreto. El viaje
se volvió errabundeo, y el aura
solitaria, retirándose,
nos transformó en manada.
En la llanura inmóvil
el cansancio nos visita:
todo esto podía haber sido
de esta manera o de alguna otra,
el tiempo hubiese preferido
correr para adelante o para atrás
y abstenerse de salir, indiferente,
la luna. Nos creeríamos perdidos,
si fuésemos capaces, todavía,
de distinguir un lugar.
La mirada rebota, espesa;
ni reconoce ni interroga.
Astillas turbias flotan
entre la sombra que amenaza.
Confusos, vacilamos:
salimos a buscar no sabemos qué
ya no nos acordamos bien cuándo.

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