BASILIO TIRADO MUÑOZ
(1832 Belimira, Antioquía COLOMBIA - 13/04/1869 Quibdó, Chocó). Agricultor, comerciante y poeta belmireño. Estudió en Sopetrán y en Medellín. Se radicó en el Chocó. Autor de Al río Atrato, y Mucho tiempo después.
A UNA NIÑA
Como tiende la tórtola al vuelo
De su nido a distante región,
Tú a la tierra bajaste del cielo
Blanca niña, perfume de Dios.
Como frágil incauta barquilla
que las aguas empieza a surcar,
yo te miro del mundo en la orilla...
ya tus pies en sus ondas están...
Paso a paso te irás alejando,
blanco cisne, viajero del mar;
de la infancia las playas dejando
A los lejos sus selvas verás.
Nunca temas del mar la inclemencia
Que tus padres tu amparo serán.
Lleva el bien por timón. La inocencia
Tu piloto en el mundo será.
¡Qué preciosa te miro en tu cuna!
¡Si supieras lo bella que estás
como un rayo de fúlgida luna
en el cáliz del blanco azahar!
Es tu llanto tan puro y tan tierno
Como el riego del aura sutil;
El perfume del beso materno
Aún se aspira en tu labio infantil.
Yo también, como ti, fui inocente,
Yo también en mi cuna dormí,
Ya también en mi pálida frente
De una madre los besos sentí.
Más aquellos instantes volaron
Y con ellos mi infancia pasó;
los recuerdos no más me quedaron
Como restos que el tiempo olvidó.
Boga, boga, viajera inocente,
De la mar al tranquilo vaivén;
Y al arrullo del plácido ambiente
Se deslice tu blanco batel.
LA TÓRTOLA
Joven aún entre las verdes ramas
De secas pajas fabricó su nido;
La vio la noche calentar sus huevos
La vio la aurora acariciar sus hijos.
Batió sus alas y cruzó el espacio,
Buscó alimento en los lejanos riscos,
Trajo de frutas la garganta llena
Y con arrullos despertó a sus hijos.
El cazador la contempló dichosa...
y son embargo, disparó su tiro!
Ella, la pobre, en su agonía de muerte
Abrió alas y cubrió a sus hijos.
Toda la noche la pasó gimiendo
Su compañero en el laurel vecino;
cuando la aurora apareció en el cielo
Bañó de perlas el hogar ya frío.
MUCHO TIEMPO DESPUÉS
Que me digas do estás ¡oh madre amada
ni una cruz, ni una tumba... nada... nada...
ni un fúnebre ciprés!
Ah! que tal vez tu tumba han profanado,
que tal vez por buscarte te han hollado
sacrílegos mis pies!
Te perdí, pero estaba yo tan niño
que no supe avaluar el gran cariño
del amor maternal;
ignoraba ¡ay de mí! que eres mi arcángel
que velabas mi cuna como un ángel
en mi niñez fatal.
Hoy que pudiera mi existencia darte,
mi joven existencia y consagrarte
de hijo el corazón
sólo tu imagen miro tristemente
que vaga junto a mí, confusamente,
doblando mi aflicción.
Más ¡ay! sino te encuentro, si olvidada
duermes el sueño de la tumba helada
mi bien, mi solo amor,
si no puedo en las noches visitarte
y cual prenda de amor allí dejarte
purísima una flor;
si no puedo doblar en las orillas
de tu helado sepulcro las rodillas,
y con filial unción
alzar en tu presencia hacia el Eterno,
del afecto filial más puro y tierno,
la férvida oración.
Me consuelo teniendo en mi memoria
Hondamente grabado de tu historia
El recuerdo inmortal;
Que en ella vivirá siempre inmutable
Cual del cincel la huella inalterable en duro pedernal.
Cuando siéntome triste, cuando siento
doblarse mi alma al ímpetu del viento
de dura adversidad,
pienso que si vivieras, si me hablaras,
con tu voz al instante en bien trocaras
mi pena y mi ansiedad;
pienso de amor repletos los consuelos
y en mis noches amargas tus desvelos
matando mi dolor;
que solo en tu hijo, madre, tu pensabas
porque a tu hijo no más le consagrabas
de madre todo amor!
Mas ¡ay! atroz recuerdo el de aquel día
cuando en tu lecho, madre, de agonía,
con tierna compasión
hablaste a Dios, y luego entristecida
me diste como eterna despedida
tu santa bendición.
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