sábado, 9 de marzo de 2013

ROGELIO BUENDÍA [9395]



Rogelio Buendía
(Huelva, 1891-Madrid, 1969)

Rogelio Buendía, que fue médico en su vida profesional, se inició como poeta en la estela, ya algo manida, del modernismo, como acreditan sus tres libros iniciales. En 1923, La rueda de color, la más aplaudida de sus obras, le permite entrar en contacto con Fernando Pessoa, de quien será el primer traductor al español. «El arte de Rogelio Buendía -escribió el poeta portugués-, medio moderna, medio japonesa, huella en versos contemporáneos, del espíritu miniaturista de los haikais, embriagó un momento lo que sueña en mí. Sin duda, que el alma de lo fútil, de lo transitorio -que siente que lo es- llena de sueño la realidad de su inspiración impresionista. Hay una razón para esto como la había para lo contrario [...]. Guardo de La rueda de color una absurda impresión de Oriente, probablemente verdadera. Soy un occidental extremo, para quien el Oriente comienza en España. Soy también lo contrario de esto: un occidental extremo para quien, súbdito del mar y del cielo, no hay frontera ninguna» (citado por Sáez Delgado, págs. 361-362, traducción de Adriano del Valle).
Con un libro próximo al surrealismo, Naufragio en tres cuerdas de guitarra, termina Rogelio Buendía su obra literaria de preguerra. Seguirá escribiendo hasta su muerte, pero ya sin apenas publicar, apartado del mundo literario. Poemas suyos aparecen en las revistas Garcilaso, Poesía Española, Fantasía... Tras la aventura de las vanguardias, escribirá una poesía neopopular, que no desdeña incurrir en el costumbrismo ni en el sentimentalismo.

Obra poética

El poema de mis sueños, Madrid, Pueyo, 1912.
Del bien y del mal, Madrid, Suc. de Hernando, 1913.
Nácares, Sevilla, Talleres gráficos Joaquín López Arévalo, 1916.
La rueda de color, Huelva, Imprenta Muñoz, 1923.
Guía de jardines, Huelva, Papel de Aleluyas, 1928.
Naufragio en tres cuerdas de guitarra, Sevilla, Imprenta de Manuel Carmona, 1928.
Obra poética de vanguardia (ed. José María Barrera), Huelva, Diputación, 1995.
Poemas, coplillas y elegías (ed. Ana Ávila y José María Barrera), Málaga, Unicaja, 1996.
Poesía inédita y dispersa (ed. Ana Ávila y José María Barrera), Huelva, Diputación Provincial, 1999.
El espejo irisado (antología poética), Huelva, La Voz de Huelva, 1999.

Bibliografía

BARRERA, José María, El ultraísmo de Sevilla (Historia y textos), Sevilla, Alfar, 1987, págs. 92-117.
_____. «Introducción», en Obra poética de vanguardia, págs. 7-127.
DÍEZ UREÑA, Martín Armando, Vida y obra de Rogelio Buendía, Córdoba, 1978.
GARCÍA DE LA CONCHA, Víctor, «Obra poética de vanguardia de Rogelio Buendía», en Abc Cultural, núm. 218, 5-I-1996, pág. 8.
SÁEZ DELGADO, Antonio, Órficos y ultraístas. Portugal y España en el diálogo de las primeras vanguardias literarias (1915-1925), Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2000, págs. 339-408.







La poesía de lo desconocido

 ¡Oh, la dulce delicia de lo incógnito
que se esfuma en las calles y en los campos!

¡Oh, el anhelar saber quién es la dama
que cerca de nosotros ha pasado,
oliendo a violetas o a caléndulas
o al perfume fragante de los nardos!

Delicia del anónimo inocente
que sin querer firmarse está firmado,
al hablar de unos celos y un amor,
por una temblorosa y blanca mano.

Curiosidad ingenua que tenemos
por unos ojos y un perfil románticos...

Pensamiento infantil de nuestra mente
al escuchar de noche ciertos pasos,
que nos hacen rezar estremecidos,
creyéndolos de brujas o de trasgos.

Música que se queda en la memoria,
sin que se sepa quién la habrá engendrado...

Versos que yerran por nuestro cerebro
y que locos acuden a los labios,
sin que jamás se sepa quién los hizo
sonar a río y trascender a prado...

Carreta que se oculta en la vereda
de rosas y de lirios del ocaso,
sin dejar más que surcos paralelos
que acabarán no se sabe dónde y cuándo.

¡Poesía sagrada de lo incógnito,
tienes tú para mí todo el encanto
de lo que se ha tenido y que se va,
y de lo que se espera y no ha llegado!

[Del bien y del mal]







Soledad

 Uno.
Por todas partes que miro sólo veo
el número uno.
El número uno fatídico:
      I árbol
      I pájaro
      I hombre
El sol, solo en su soledad,
la luna, una en su unidad,
y yo, como un miembro amputado
me desangro sobre la mesa del café
como en un kirófano.
Y mis ojos llenos de luz lejana,
y mis manos extendidas
miran instintivamente hacia el Sur.
       -¡Oh, aquella canción!,
      I árbol
      I pájaro,
      I flor
Pero entre los ojos vivos de los
      dos          dos.

[Grecia, núm. 48, 1920]
  






Serenata

 Árbol de sol colgando en la noche,
tu pelo caía,
escala de oro
por la ventana abierta.

La luna helaba, fría,
con su gumía
el cielo plafonado.

Nieve azul en la estrella
mayor, ojo de oro
sobre el negro absoluto.

La escala caía
de la ventana honda.

Decoración de noche,
de campanario y de estrellas.

Y la canción decía:
Sobre tus ojos se ha caído mi alma;
en el fondo, en el fondo
la veo, guija perdida en la laguna.

¿Qué vas a hacer de mí
si dentro
no tengo más que la penumbra,
como esta noche
metida está en la tierra?
¿Qué vas a hacer de mí, que vivo loco,
vacío de mí mismo?

Bosque de oro
que cuelgas en la noche,
luna aturdida en árboles de otoño,
mía sin serlo, sol de la noche.

Mi alma se cayó
en el fondo sombrío
de tus ojos de espejo.

Déjame que suba,
déjame que suba
por la rampa de oro
de tu pelo.

En el jardín, la risa de una estrella.

[La rueda de color]
  






Vuelo

 El árbol, la mañana, el pensamiento,
todo en azul volcado y construido;
todo en azul desde el primer momento:
la tierra, el corazón, el blando nido.

La sombra de la casa es amplia y queda
dentro de la caricia de su ambiente
un aroma de arroyo y de arboleda
que se entró con el aire y el relente.

El árbol, la mañana y este anhelo
de volar con los pájaros en vuelo
que no termine nunca. Con el nido

debajo de las alas, y en la rama
de un árbol y otro árbol, que la llama
de la canción revele su sentido.








 Tapiz marroquí

 El oro y el moro, y el fuego
que, detrás, pone el viento que quema.
El oro y el moro que teje
tapices de lanas y sedas.

Con aires de fuego están hechos
los rojos, los verdes y azules;
la lana trenzada y tejida
con brasas, de abril hasta octubre.

La brisa del Sur en invierno,
y el oro fraguado en la roca,
telares de ensueño refrescan,
y el dátil, surcando la boca.

El oro y el moro y el fuego
-la vieja y vivaz fantasía-
y como en las mil y una noches,
volando en la alfombra la vida.

  






Intermedio

 Por el cristal, la vida. Bajo mis pies, la tierra.
No hay nadie en la planicie erizada de lenguas
que forman las ardientes llamas de fuego.
Los árboles tundidos por los vendavales,
por los solazos y por las orugas serradoras.
La casa abierta a los planos verdes
y a los volúmenes de las casas y de las yerbas,
es un prisma irisado.
En cada muro blanco, toda clase de aves
y todas las flores del campo y del jardín,
que se entran por la puerta abierta,
por los limpios cristales que avanzan
como lentes para estudiar belleza.
Detrás de los cristales, abiertos ojos de cristal,
abiertas lentes,
penetradas por la primavera,
y cerradas, a medio abrir la persiana,
en estío, gritan los colores:
el azul del cielo que parece que se va a romper
como un búcaro gigante y frágil,
búcaro de cristal y de cansancio.
Flores a miles. Y en verde acuático, la estancia.
Y yo, siempre yo en soledad, solo.
El pie sale, el corazón se queda,
como el caracol de goma,
no se separa de su estancia.
¡Buenos días, mañana!

[Poesía inédita y dispersa]






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