jueves, 1 de marzo de 2012

FRANCISCO ÁLVAREZ VELASCO [6.009]


Francisco Álvarez Velasco 

Nació en Cimanes del Tejar (León), en 1940. Ha sido profesor de Literatura en los institutos de bachillerato de Ocaña, Tarancón y, durante veinticinco años, en el Real Instituto de Jovellanos de Gijón, ciudad donde reside.
Publicaciones

Obra poética:

Tiempo de maldición, Madrid, Taranto, 1979.
«En el nombre del árbol» (en el colectivo Libro del bosque), Gijón, 1984.
«Tierra» (en el colectivo TetrAgonía), Gijón, Ateneo Obrero, Col. Deva, 1986.
Del viejísimo jugo de la tierra, Gijón, Ateneo Obrero, Col. Deva, 1988.
La hiedra del silencio, Madrid, Cuadernos de Cántiga, 1993.
Noche, IX Premio Internacional de Poesía "Antonio Machado en Baeza"-, Madrid, Editorial Hiperión; Premio de la Crítica de Asturias 2005.
Las aguas silenciosas Gijón, Ediciones Trea, 2007.
La Luna tiene una liebre / La Lluna tien una llebre, Oviedo, Pintar-Pintar, 2009 (versiones en castellano y en asturiano).
Memoria de la sombra, Cáceres, "El Brocense", Colección AbeZetario, 2010.
Poemas suyos han sido traducidos al portugués, italiano, francés. Fa Claes ha hecho una versión al flamenco de La hiedra del silencio (De klimop van de stilte, 2005) y de Las aguas silenciosas (Het stille water).

Traducciones poéticas:

Andityas Soares de Moura, Lentus in umbra, Gijón, Ediciones Trea, 2002.
En el año 2007 consiguió el Premio de la Crítica de Asturias en la sección de columnismo literario.






Memoria de la sombra


La rosa de los vientos
pintada de colores
iluminaba el mundo.


Hacías que girara
para que el sol saliera por poniente;
y la sombra, con la aurora;
y que el viento llegase alguna vez
de donde nunca llega;
para que el Norte fuera Sur;
y África,
Europa;
y Este, el Sureste.


Y el mundo (y tú con él),
tan campante y alegre
se movía a su aire.


Hoy la rosa no gira
y el viento está parado
y el sol va hacia el oeste
y la noche amanece con la tarde.


Memoria de la sombra, Cáceres, AbeZetario, 2010



La hiedra de silencio


CUERPO TENDIDO


A sol y a espliego hueles.
Y al tibio sacramento de tu carne
caminan las hormigas del deseo.





AUTOPSIA


Alguien le abrió los ojos,
y en su interior había:
luces de amanecer, lentos trenes del alba,
un árbol con su sombra,
la hojarasca de otoño,
un rostro ante el espejo,
la escarcha en los cristales,
unos labios abriéndose,
otros ojos mirando…


(La hiedra de silencio, Madrid, Cuadernos de Cántiga,1993)






Del viejísimo jugo de la tierra


TAL VEZ puedas salvarte
si hoy por tu espejo vienen
bandadas de palomas que marcaron
linderos a la infancia
y campanas que fluyen
en altos campanarios
y nos convocan, llaman, están llamando a fiesta.
Cruza, en cambio, una niebla repleta de presencias ignoradas
con el espeso espanto del insomnio.
Y detrás de esta niebla,
otra niebla te llega sin orillas.
Tal vez puedas salvarte
si encuentras los caminos
y otro mundo detrás de los espejos
con mares, playas, islas.
Hay otra vida acaso en ínsulas extrañas
donde estés tú tendida para siempre.





HOY remonto en mi sangre
hasta la servidumbre lejana de mi abuelo
y le ayudo en las piedras que tuvo que mover
y le aparto del palo
y luego le enderezo la espalda
hasta mi tiempo.
Y me pongo con él a caminar hacia otros días.







¿QUÉ HACER ahora con toda esta nuestra esperanza
sino ver en qué para
aquel que está sentado
a la puerta del templo, y auscultarle
el dolor, ¡ese suyo!, debajo de su pecho,
tan gran dolor que vino acumulando
desde cuando era niño
grano de arena a grano
en ambos lagrimales?
Y mirar qué le pasa
a aquel otro sentado
en la última piedra, a la orilla del mundo,
llegado ya al final de su duro camino,
contando sus vacíos,
los que van entre angustias
y angustias, allá arriba en su cerebro,
su cerebro viejísimo.


(Del viejísimo jugo de la tierra, Gijón, Deva, 1988)








Trece poetas


L ‘étoile a pleuré rose au coeur de tes oreilles…
A. Rimbaud


AL FONDO de tu oreja late rosa una estrella
que me llama y acudo, al fondo de tu oreja,
con los labios y beso el pabellón de nácar,
el lóbulo de musgo encendido de rosa.


El espacio infinito es un arroyo claro
que salta de tu nuca, desciende por los hombros
sin tregua, fluye y fluye por la espalda su luz
y se despeña y luego remonta la cintura.


La mar perló de rojo suave y nácar tus pechos,
y levantan su vuelo como gaviotas blancas
en el alba de junio, y detienen su vuelo
como amapolas rojas por los campos de trigo.


Y yo, aquí, a tu costado. Ríos de sangre en sombra
me recorren por dentro y de ti me separan
como si tú estuvieras en el final de un túnel
negro, estrecho, infinito. En el final de un túnel.


(Trece poetas. Asturias 1972-1985)






Tierra


ARCILLA luminosa donde el tiempo se comba.
Es arcilla tu cuerpo, remanso en que las manos,
arcilla en que los ojos, donde los labios secos
aquietan hoy sus pulsos, la luz más honda beben
que atesora la tierra.
¡Tierra arcilla tu carne,
honda tierra en silencio! Abierta gloriosa-
mente para la mano que avanza donde late
el fuego inextinguible de un corazón secreto.
A grandes sorbos busco la pura luz profunda.


(de «Tierra», en TetrAgonía, Gijón, Deva, 1986)





A Federico García Lorca


1936


He visto que las cosas cuando buscan su curso encuentran su vacío F. G. L.


AQUELLOS ojos tuyos de mil novecientos treinta y seis
no vieron a la hormiga pacer en el pubis rubio de la muchacha 
que duerme bajo el puente,
ni los aleteos del claror en la brisa de las alondras,
ni la lengua de agua que canta en los molinos por el valle 
de las adelfas.
Aquellos ojos tuyos de mil novecientos treinta y seis
vieron un nido de jilgueros llorando en las culatas,
una fila de alacranes que aguardaba en el metal
y una madre vieja que buscaba en los tejados
el sabor ocre de la tierra para calmar la sed de su vientre desolado.
Aquellos ojos tuyos a la altura del suelo,
a la altura del óxido en las rejas,
a la altura del polvo caído de las mariposas muertas,
a la altura del corazón sin goznes, tapiado con pedruscos, barro y paja.
Sábana sin cuerpos,
camisa sin culebra, caparazón rojo sin cangrejo,
celdilla sin polen y sin huevo,
lino blanco sin Cristo a la orilla del ángel.
Allí los ojos tuyos.
Ya nada preguntamos. Sabemos que los sapos
están siendo castrados y perderán los ojos para cantar 
en los coros de Roma,
que las palabras dulces doblaron las esquinas del silencio,
que un musgo rojo crece en la lengua de los toros
y que la axila del caballo lleva un puñado de huevos verdes.


(de A Federico García Lorca, Gijón, Deva, 1987)









“Gregor Samsa frente a la ventana”, Ediciones Hiperión, Madrid 2015. XXXI Premio Jaén de Poesía.


ÁRBOLES ABOLIDOS

Han bajado las aguas
y ellos emergen
como siempre a hermanarse
con los chopos de invierno
y levantan
los brazos amputados
ofreciendo su sombra mineral
en el sol de poniente
o en la luz de la luna.

Hundidas las raíces en los limos
de la muerte, su olor
—salvo a urracas y cuervos—
ahuyenta a todo pájaro.

Luego vendrán las lluvias,
la nieve y los deshielos.
Y subirán las aguas
nuevamente en abril
por sus troncos desnudos.


BRISA DE CENIZAS

A la orilla del día,
cuando al alba sopla un viento oxidado,
boqueas como un pez
en la ola de limo
de las horas que empiezan.

La ciudad no despierta.
Hay un chorro de agua inútil
que lava las aceras.

¿Hacia dónde tus pasos
por la orilla del día?





MUCHO pedazo tuyo dejaste por la vida,
por los caminos que previamente te marcaran,
tanto trozo perdido a la orilla de tus sendas,
jirones que el viento aupaba hasta las ramas
sin hojas, ya el otoño bien entrado.

Memoria triste de ti, sin lágrimas ni aplausos;
ninguna mano en el camino te había dicho adiós;
hablabas de brocales malvadamente con soga y sin caldero.

Los otros te marcaron las horas de descanso;
sobre asépticas mesas frías
hicieron cálculos,
pusieron datos objetivos, tales como el viento
que te rasgaba la memoria de los tuyos,
o bien el silencio en los tímpanos del alma,
o bien la tristeza curvada de tu espalda.

Pusieron número a tus soles, número a tus lunas,
desde mucho atrás comprobaron el minuto de llegada.

Y nadie vino a desatar las sandalias de tu costumbre.
Nadie se agachó a mirar por las gateras de su casa.
Nadie perdón pidió por tu camino largo
o por la chaqueta lenta de tus hombros,
de tus hombros abiertos al viento del invierno.

(de Tiempo de maldición, 1979)



Memoria del bosque

Ya viene la blanca niña, 
ya viene la niña blanca 
al pie de la fuente fría
que por el oro manaba.
(Romance de la Danza Prima)

En la lenta memoria de este bosque
de corazón plural, común a tanta vida 
de líquenes y musgos,
denso perfume del laurel sagrado, 
hojas tiernas de mayo,
o ramas neblinosas del invierno,
se han perdido las sendas por donde el hombre iba 
y la choza en el claro no encuentra el peregrino, 
y la yedra ha escondido las letras amorosas,
las que ciñen las limpias cortezas de abedules.

Hay, en cambio, una fuente 
lustral y clara y fría,
esa que suena insomne y recuerda la historia 
de aquella blanca niña.

( de «En el nombre del árbol», Libro del bosque, Gijón, 1984)



AHORA miras el mundo. 
El mundo, que amanece vacío de señales. 
Por sendas azuladas se fueron las palomas. 
Secos están los cauces en los altos arroyos 
y en los pozos se aquietan las aguas de la noche. 
La alondra con el alba no sale hasta el camino. 
Miras caer el fruto desde el árbol y ves que no germina.

Deshabitado el pecho 
miras al hombre, cerebral 
y aséptico y ajeno, sin poder explicarse 
toda la luz que ofrece el universo.

Miras al hombre examinar su pecho, 
fríamente su pecho, 
avanzar por los sueños no soñados, 
calcular las palabras que quedan por decir , 
y hacer suma total y levantar el acta 
de todos sus vacíos.

Miras al hombre en su afán resistirse, 
orgulloso y erguido en sus deseos 
y todopoderoso, 
para ser al final la hoja última 
en la rama más alta del aliso 
que un momento titila con el aura 
y después cae y se pudre con toda la hojarasca de la tierra

(_Del viejísimo jugo de la tierra_, Gijón, Deva, 1988)




con este dulce soplo 
que triunfa de la muerte y de la piedra
A. Machado

Piedra bebemos en la delgadísima savia de los musgos. 
Porque sabed que es humana la piedra con su musgo 
y se vuelve más tierna 
por el mínimo jugo con que fluye en el tiempo 
y sale de su invierno detenido, 
camina con los meses 
y cruza los solsticios, 
la mañana ¡tan fresca! 
de San Juan.

(_Del viejísimo jugo de la tierra_, Gijón, Deva, 1988)





El parque

Y en las pausas oscuras de la blanca memoria
gentes ciegas nos buscan con su mano.
Querrán cruzar las calles
y llegar a instalarse en su esquina vacía
o a un banco con gorriones en el parque
junto a las limpias voces de la infancia.

Es un viejo jardín con hierba sucia 
y con palomas grises en las amanecidas, 
donde esperan los viejos a su muerte 
y gritan por las noches los amantes.

Y después de la lluvia huele a otoño.

(_Del viejísimo jugo de la tierra_, Gijón, Deva, 1988)








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