lunes, 14 de marzo de 2011

3396.- MELISSA BENDERSKY


Melissa Bendersky poeta, periodista, escritora, productora cultural y editora argentina (Bariloche, Patagonia, 1975).Estudió periodismo. Ha participado de la organización de varios encuentros de poesía. Formó parte del grupo de intervenciones poéticas Cuelga de Poemas (1993-2002. Bariloche, Buenos Aires, Alemania y España). Ha integrado la Editorial Independiente Ediciones del Diego (1997-2003, Capital Federal), que tiene cuarenta títulos de poesía editados. Es autora de los siguientes libros: Nido de ballenas (poesía. Editado por Ediciones del Diego, 2001); Palmeras (poesía e imágenes. Inédito); Mandíbula caliente (poesía narrativa. Inédito); Té y comentarios (poesía, Ilustraciones de Gabriela Herrera. Inédito). Su poesía forma parte de antologías como Marcas en el tránsito (Ed. Ultimo Reino. Capital Federal), además escribe cuentos y relatos cortos. Dirige el suplemento literario "Así íbamos las fiestas" del portal digital Barilochense.com.




INSOMNIO (*)

Llamó desde su casa porque está
solo.
la panza está sufriendo en el
hospital.


Dos nenas
nacieron
rosadas y chirriantes.


Pesan un kilo
cada una.
las nombraron flor
y magia inmaculada.

sin saber, ya las condena
pero eso tenía que suceder
de todas formas.


Íbamos en moto
a la felicidad.
íbamos porque la teníamos.
alegría estúpida de sentir
el cuerpo solo, incerebrado
ágil y certero, como la moto.


La garganta cerrada.
duele.
molesta.


Me envuelve
lo que no dije
y lo que temo,
la calma que compuse.


el olor de jazmines
es alegría en mi casa
es el triunfo de los amigos
sobre la muerte y la pena,
hoy es el nombre de una chica
que todavía no nació,
le faltan tres meses.


Cayeron sus niñas al mundo
antes de...
les falta tres meses.


La panza que no quise ser
responde. me duele.
molesta.


Él me llama desde su casa
porque su mujer está en el
hospital
pariendo hace una semana.


Me desperté con la garganta
apretada por adentro
asfixiada de lejos
en la historia.
él llama de ahí, en realidad
no desde su casa nueva
con cunas dobles sábanas color rosa
matrimonio como la moto robada.


Llama para embarazarme.


Sufro ahora sus dolores
los de ella
y sus hijas.
siento el vómito
el abismo el llanto.
cierro la garganta
instinto
miedo, la pasión
el asco.


Vuelven a la panza
las crías afiebradas.

vuelve el tiempo
a coser la herida,
o a no coserla más bien.

se tensa el vientre
se abren las caderas.

la panza molesta es un universo
donde no hay ruido
ni dolor.


Mi panza no fue suya,
su panza no soy yo.
quisiera recordar de qué nos reíamos
tanto.


la panza
el asco
la moto
el olor a jazmín.


Sus hijas como ratonas
atropelladas por las luces
de la incubadora, las manos
envueltas en gasa,
respiren nomás, respiren,
no lo dejen morir.


Comíamos pollo en plaza once
y ni siquiera eso
lograba deprimirnos.

quiso matarme
en defensa propia

por no amarlo más.


Mi panza vino de otro,
era fuerte y redonda
era varón.


(...(un universo sin problemas)...)


Tal vez yo fui y por eso
vino después a matarme.


Pero ahora
mucho tiempo adelante
de esas cosas,
se impone la panza, el miedo,
las nenas de ojos como animalejas.


Menos de un kilo rosa
crujiente.
faltan tres meses,

está la panza sola
que duele y se endurece,
que pide que le nazcan.


Que respiren,
respiren nomos,
no lo dejen morir.

(...(un universo sin problemas)...)


La panza
duele
molesta,
no hay varón.
sólo costura.


Si me hubiera nacido,
¿sería mi panza tan dura
mi cabeza tan pesada
en este instante?


¿Estaría muda muerta yo,
echa de nada de aire?


¿Podría decir esto que digo?


(*)Ed.de la autora,
San Carlos de Bariloche,
Río Negro, Argentina,
2006





LA PESCA


Los hombres, nuestros padres, iban de pesca,
les gustaba y por salvajes.
El día convenido nos juntábamos el resto
(hijos, amigos y mujeres)
a preparar todo para cuando llegaran.
Se compraba vino y gaseosa, hacían ensaladas y postre.
Se armaba también un botiquín de gasa, algodón,
cinta, curitas, alcohol, mertiolate y pinzas.
Llegaban sonrientes y sucios.
Corríamos por todos lados, festejándolos.
Sacaban la pesca de a poco.
Empezaban por las chicas hasta la más grande.
A veces había algún herido leve,
una cortadura, un anzuelo, un raspón.
Después tomaban vino en el patio.
Ya de tarde
unos hacían el fuego y otros preparaban las truchas.

Una vez el Negro me llamó para que fuera con él.
No dijo nada y se metió en la casa.
Me asustaba, pero lo seguí, era un misterio.
Había una pila de pescados sobre la mesada de la cocina.
Iba a limpiarlos y me preguntó
si quería aprender. Yo pensaba que era un rito,
algo parecido a una iniciación.
Contesté con los ojos. Sentía húmedas las pupilas,
las mejillas rojas.
El Negro me acercó un banquito,
ahí parada llegaba bien a la pileta y veía todo.
Primero hay que lavarlos.

Bajo el chorro de agua
volvió a brillar
el arcoiris del costado.

"Hay que abrirlas al medio, empezando por atrás,
por el agujero del culo. Se tiene que cortar despacio
siguiendo la línea blanca de la panza."

El cuchillo brillaba también, reflejaba el arcoiris,
las escamas.

"El corte no tiene que ser profundo, sólo hasta garganta,
digamos. Entonces con los dedos se abre la carne,
despacio, para no romper nada y que salgan las entrañas
enteras y para siempre."

Era todo rosado,
del color de la lengua de los gatos chicos.
Dentro de una trucha hay pichones de algo.

"Esto es lo que se tira, si no, nadie comería pescado.
Sería como tragar a tu mascota cachorra."
El Negro terminaba de explicarme cuando se quedó
mudo y fijo con el pescado abierto entre las manos.
Yo vi lo que él vio y le pregunté señalando.

Una gelatina de perlas en formación, chicas, delicadas y claras.
La luz jugaba sobre la humedad de los círculos.

Se alejó de la pileta y puteó caminando por ¡a cocina,
las manos chorreando de intestino.
Después se calmó un minuto
"Las hembras tienen huevos, no hay que pescarlas,
porque ellas van río arriba a desovar para que nazcan
más truchas".
Yo dije algo ( hablé por primera vez), de que no era
su culpa, cómo iba a saber si los peces son todos iguales.
El Negro arrugó la frente, sonrió mostrando los dientes,
salió para gritar en el patio que eran todas hembras,
que estaba todo mal.
Afuera empezaba el atardecer y la cocina
se hizo oscura de golpe.
Miré la trucha joven, no más de medio kilo, su ojo fijo,
los huevos desparramados en la pileta.
Salté del banquito y salí corriendo para el lado de los gritos.
Discutían los hombres de la pesca,
con los amigos, las mujeres y sus hijos.
Había fuego en la parrilla, el color se copiaba en el cielo.








Palmeras. Segundo estudio.

Tormenta

Cuando hay tormenta
se mueve en el viento como a la deriva
y el agua se amontona en el cielo sobre ella.

Bajan las nubes,
la encierran.

Queda rodeada de agua
pero no se ahoga.

Entra en la tormenta.

La furia le teme y la admira,
las nubes rozan sus hojas.

La tormenta se agrupa sobre ella y a su alrededor
se organiza, la ronda. Espera.

El viento la sacude, la muerde
y ella sonríe e imagina,
los pájaros le traen del mar olas gigantes
arrastradas por huracanes llenos de arena
arena de islas y de desiertos.

Esa cabeza húmeda
mi porra.
Un espejo, en el aire el pelo
hace lluvia cuando lo sacudo sobre los cuerpos,
el mío y el otro, mojados por agua de esta tormenta.
Tampoco la asusta.

La tempestad se prepara y es cierto que un día
la palmera va a terminar por caer,
ella lo sabe, la furia también.
Pero ahora baila en ese viento
vestida de ultima reina
y se ríe.


Palmeras. Tercer estudio

VIII

Su cuerpo elástico acorazado en un traje princesa,
la boca sonriente, deliciosa.
Los pies más ágiles que el pelo,
y sin embargo es la melena lo que desean.

Ella en la tormenta
recuerda un guerrero samurai,
un caballero de las cruzadas,
un ángel del infierno (o sea,
un dragón sobrevolando su montaña).

Baila la danza de saltos triples
mortales, juega. Sonríe. Combate.
Usa los pasos que le enseñaron cuando niña.

El ejercicio demanda y ella responde.
En el aire no hay tiempo de pensar
la palmera no puede decirse nada que la lastime.








Voy a ir al lugar

voy a volver
cada vez con algo.
Un día voy y traigo una piedra circular y plana,
otro traigo un hocico puntiagudo
una oreja larga doblada hacia atrás
pero no la cabeza peluda del cachorro.

Voy a ir
y cada vez.
Un pétalo blanco
una huella de pájaro
un copo de nieve
un rasguño
una onda en el agua
una máquina de las que hacen cemento, funcionando
un miedo que me paraliza
un recuerdo gracioso, o uno tibio
una caricia de las que podés sentir de nuevo
pero sólo una vez
como si ocurriera en ese momento.
Esos ojos, sí. Esa mirada. Voy un día y traigo
su tono de voz.
Y después una fila de gente con la que me equivoqué
y otra de gente que me hizo mal.
Traigo agujas de pino
y a los amigos muertos.
Traigo una vida mía, pero distinta de la que tengo,
me la pruebo y todo, como que no.
Voy a ir hasta el lugar,
esto es, miráme
estoy yendo,
volviendo,
te regalo
una hoja seca
de un parque entrerriano
donde se escuchan ladridos
pero sólo se ven pájaros.
Barcos en el río.
Gente que pasea tranquila por la orilla.







Roedores

4

En la pared. Entre la madera de este lado y la del otro lado.
Nido de lana de vidrio. O cena de lana de vidrio.
Está vieja la casa. La pared.
Ese nido debe estar ya usado. Lleno de marcas de otros animales
que vivieron y murieron antes que estos. Como la casa entera.
Aquí vivo yo, entre las huellas y la historia de otros.
A mí los fantasmas no me molestan. Imagino que a los roedores tampoco.








Pastillas

3.
El cuerpo empieza y termina.
Claramente.
Hay límites.

Tomo una pastilla
y borro una porción de cuerpo.
Mientras tome una pastilla no habrá fertilidad.
Otra pastilla y la depresión ciega, la oscuridad que empaña
la visión del día, hasta eso, desaparece.
Una pastilla y el cuerpo se olvida las ganas de morir.
Las de matar. De las ganas de comer.

Una pastilla y cambio de color,
como los pulpos cuando tienen miedo.



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