lunes, 7 de marzo de 2011

3283.- BASIL BUNTING


Basil Bunting (Nortdhumberlan, Inglaterra, 1900- 1985). No vivió una vida sino varias, ya que también fue navegante, crítico musical, comandante de un escuadrón de la RAF, convicto, corresponsal de The Times, albañil y espía británico especializado en Oriente Próximo. Basil Bunting es según la crítica, uno de los cinco o seis grandes poetas británicos del siglo XX, aunque de los menos conocidos en nuestra lengua. Compañero de generación de Louis Zukofsky y amigo dilecto de Ezra Pound, Bunting había llevado una vida bohemia en el París de las vanguardias, en Italia o en las Islas Canarias, al tiempo que fraguaba una obra rigurosa y libre de toda concesión que no obtuvo sino tardíamente el reconocimiento que merecía. En el último tramo de su vida, apartado en su Northumberland natal, una generación de jóvenes, que veía en su poesía un eslabón ineludible de la modernidad poética en lengua inglesa, propició la publicación de lo que sería su obra maestra: Briggflatts



Tengo ansias de espuma

Tengo ansias de espuma. Tumultuosa, que venga
con torrencial dulzura hasta la playa amarga
aún sin enjuagar seca y entumecida
de su propia impaciencia. Si al cielo le abruma
ese incesante verbo de un azul siempre igual,
tan inarticulado, su intranquila quietud
envenena las almas, que acaba por caer
en una esterilidad angustiosa y precisa
hasta desvanecerse: cuánto aún el mar debe
perfeccionar entonces alterándose inquieto
este aislamiento nuestro con la hostilidad suya.
La camaradería amable de su amado
ahonda nuestra envidia, mientras su indiferencia
nos empuja al suicidio. Persistentes recuerdos
de días esparcidos extreman su impaciencia
hasta una pasajera rebelión y enfatizan
la azarosa impotencia que siempre padecemos.
Mas cuando, enloquecidas y adornadas de espuma,
se nos lancen las olas con la ira del amor,
gimiendo un nombre extraño, agitando al llegar
súplicas reiteradas, en la euforia vivaz
de un oscuro deseo, bien podremos entonces
olvidar ese triste esplendor y jugar
a gusto hasta el momento en que exijan los dioses
una nueva, forzosa, desesperada calma,
y la espuma se muera, y amainemos de nuevo
en nuestra catalepsia, soñando con espuma
mientras la arena seca aguarda otra marea.




Lo que el Jefe le dijo a Tom

¿Poesía? Eso es un hobby.
Yo corro modelos de trenes a escala.
El Sr. Shaw cría palomas.

No es un trabajo. No sudas.
Nadie te paga por eso.
Podrías publicitar jabón.

Arte, eso es la opera; o un repertorio–
The Desert Song.
Nancy estuvo en el coro.

Pero cuestionarse por veinte libras a la semana –
¿Estás casado, no es así?–
Has de tener coraje.

¿Cómo podría mirar al conductor del bus
A la cara
Si te pago veinte libras?

¿Quién dijo que era poesía, de todas formas?
Con diez años de edad
Puedo hacerla y rimar.

Tengo tres mil y deudas,
Un auto, cupones,
Pero yo soy un contador.

Ellos hacen lo que yo les digo,
Es mi compañía.
¿Qué haces tú?

Desagradables palabras pequeñas, desagradables palabras largas,
No es saludable.
Deseo lavar cuando conozco un poeta.

Ellos son Rojos, adictos,
Todos delincuentes.
Lo que escribes está podrido.

El Sr. Hines lo dijo, y él era un profesor de escuela,
Él debería saberlo.
Vete y busca un trabajo.

(Traducción Diego Alfaro Palma)






BRIGGFLATTS


IV

La hierba prendida al sauce señala que el nivel de la riada ha descendido;
el vertedero traza una saliente que mañana quedará expuesta.
Ningún cañero va a su casa con la cesta vacía aunque la bruma empañe el día.
Oigo a Aneurino contar a los muertos, su voz mordiente.
La luna tenue renquea tras el sol. Una puerta que cierra
perturba el curso del humo sobre la parrilla. Parloteo
para el escaldo, la batalla, el viaje; para el sacerdote el latín es soso.
Las ratas no han dejado ni una patata buena para asar, el dejo maloliente
recuerda las vaporosas tripas del íbice en un frío reborde,
el hedor gatuno de un leopardo moribundo mientras de pie
descargaba el cerrojo pensando en el canto brillante del cartucho.
Oigo a Aneurino contar a los muertos regocijado,
es un macho adulto de una especie despiadada.
Los postes de hoy son pilares impelidos en el pasado fangoso
en donde se equilibran palacios transitorios.
Veo el pectoral de Aneurino hincharse tras la camisa,
paseándose entre la caza que Ida dejara al cuervo y a la rata,
jóvenes, altos ayer, de muslo acordonado.
Los ciervos rojizos andan con menos tiento desde que cayeron sus arcos.
Las muchachas en Teesdale y en Wensleydale despiertan disgustadas.
Claras voces galesas llegan lejos esta noche de otoño,
Aneurino y Taliesino, búhos crueles
para los que nunca es del todo oscuro, crascitan
antes de que las reglas volvieran la poesía un juego de pedantes.

Columba, Columbano, mientras la tierra muda vestidura,
Aidano y Cutberto se trajean de luz diurna,
entorchado de claro metal del occidente intrincado en la suave
textura, profusos recamos como jejenes que se lanzan;
no para el solaz del cuerpo o para teoremas indigentes
sino por el esplendor mismo, exceptuando nada.
Que se cebe la raposa, la paciente sanguijuela y el gorgojo,
el ganado aprecia el ascenso de Sirio por el horizonte de su cerco,
los cepos matan a las focas sagradas por norma
desatenta a la meauca, la resaca y al texto grabado por las olas
en el arrecife. ¿Puedes rastrear los recamos lanzados
cual gotas de un surtidor, aspersión, calina de hilos de araña
que portan el arco iris, tejos en torno a la túnica de la luna;
recamos como fortuitos torbellinos de polvo del desierto llamando al sol que los tortura?
Sigue la pista con paciencia y no entenderás nada.
Los piojos en sus costuras desprecian la casulla encogida hasta el centro del mundo,
se arrastran afanosos para atisbar
desde el hombro las murallas de fuego, crepitarían
como rosetas en una sartén si las alcanzaran.

Cuando entibia la boquilla el aliento del que toca el timbre se aclara.

Es hora de examinar cómo Domenico Scarlatti
condensó tanta música en tan pocos compases
sin giros intrincados o cadencias congestionadas,
nunca un alarde o un mira; y las estrellas y los lagos
le hacen eco y el soto tamborilea su cadencia,
las cumbres nevadas se elevan con la luz de la luna
y del crepúsculo y el sol sale en tierra conocida.

Mi amada es joven pero sabia. Roble, manzano,
cenizas se amontonan a su fuego hasta el día.
Los valles despiden el aroma de su hogar,
su plancha está untada de manteca;
el hambre se aquieta en su banco, la lascivia en su cama.
Leve cual hilo de araña su cabello en mi mejilla se dispersa con un soplo,
leves como falena sus dedos en mi muslo.
Hemos comido y amado y el sol ha salido,
sólo falta cantar antes de irnos:
Adiós, amada mía.

Sus bollos están untados con lardo de tocino sofrito,
su manta reanima mi vientre como el sur.
Hemos comido y amado y el sol ha salido.
Adiós.

Es difícil rajar el manzano,
sus nudos son ascuas todo el día.
Cabello de telaraña en la mañana,
lo disiparía un soplo.
La helada quebradiza en el páramo,
los surcos duros como piedra, la escarcha centellea en el vellón.
¿Qué brisa llenará esa manga lacia en la cuerda?
El chisguete de un niño se evapora del muro, el tiempo, el año,
el empeño, de la obra y su anulación.
Paso lerdo, frío, satisfecho con cerveza y pepinillos,
rumbo al hospedaje taciturno entre desconocidos.

Adonde van las ratas yo voy,
habituado a la penuria,
a la mugre, al hastío y la furia;
evasivo si persisto,
niego el cebo,
aunque royo lo mejor.
Mis huesudos pies
manchan la cómoda y la repisa,
siguen el ritmo en la oscuridad,
golpetean la tablilla
hasta que los perros ladran
y el sueño y las mantas
se deslizan de la cama.
Ah, valeroso cuando los cazadores
con palos y raposeros impiden la huida
o el hurón sinuoso salta,
avanza y cede de nuevo,
rata, colega, desavenida.

Las estrellas se dispersan.
También nos apartamos del prójimo
ya que el año se avejenta.

(Traducción de Aurelio Major)






ESTAS PALABRAS...

Para Anne de Silver

I

Estas palabras no son para darle
las gracias al cerezo
ni al viento que unos pétalos esparce,
ni para registrarlas,

más bien, como las notas oídas del canto
apaciguan el aire,
a estas las gobierna
la velada de ayer

un repique después
de que reposan las campanas.



II

Para que su sentido
no escape a la blancura
del cerezo, van estas:

los días son ahora
menos amargos
que la corteza de la calabaza.

Brisa fresca. Los labios
húmedos, hay palabras.

(Traducción de Aurelio Major)


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