miércoles, 20 de octubre de 2010

1551.- EUGEN JEBELEANU



Jebeleanu, Eugen (Rumania, 1911 - 1991)(Cimpina) Poeta rumano. Su obra Corazones bajo sables (1934), de corte hermético-esteticista, dio paso a dos obras de tono pacifista: Esos a los que nunca se olvida (1945) y el extenso poema La sonrisa de Hiroshima (1958). Impregnado de un lirismo trágico, compuso Elegía para la flor seca (1967), Aníbal (1973) y El arma secreta (1980).



Metamorfosis

Pude haber sido un árbol, bajo el cual
tú te habrías recostado cuando yo no te conocía,
habría hecho oscilar dulcemente una de mis ramas,
casi al azar,
para besar tus ojos.

Habría sido quizás una hoja blanca,
sobre la cual te hubieses inclinado pensando
en silencio
y yo habría besado, mientras tú dibujabas,
el mármol
de tu mano desnuda.

Hubiese podido ser un muro,
un muro
a la sombra del cual
estaría con otro, no conmigo...
Y yo con gran dolor
me hubiera derrumbado
ante tus ojos pálidos de espanto.

Versión de Pablo Neruda






Encuentro con Hiroshima

Tierra. Tierra muda. Muda
Con la piel quemada,
con el cuerpo desnudo.
Perdón mi Hiroshima.
Perdón por cada paso que golpea una llaga,
abre una cicatriz.
Perdón por cada mirada que, aun acariciando,
duele.
Perdón por cada palabra que enturbia el aire
donde buscas a tus niños,
los pueblos de criaturas perdidos para siempre.
Tumba inexistente.
Viento, viento, viento, viento
y sus voces a penas resonando ahora,
más extinguidas día a día,
únicamente en el recuerdo.
¡Oh, cementerios inexistentes,
inexistentes de quererlos llorar!
No se les puede estrechar en los brazos...
¡Al menos una urna,
una tumba tan solo!...
¿Dónde están tus pequeños, Hiroshima?
Quizás en el océano de plata impasible...
Quizás en la infinita bóveda del cielo...
¿Dónde?
Acaso, acaso en esta misma tierra que yo piso...
Cada paso que doy lo doy con miedo...
Cada palmo de tierra oculta un catafalco...
Es como si la tierra que yo piso
Hubiera dado un grito: -¡Mamá...!






CANTO A LOS MUERTOS DESCONOCIDOS
DE HIROSHIMA

Recordad, eternamente recordad
a todos los muertos desconocidos de Hiroshima:
al viejo pescador que había tejido
con hebras de sol una nueva red
a través de la cual
brillaban los pétalos del océano
como violetas perfumadas;
al hombre caído frente a su casa
en el preciso instante en que sonriendo a los pequeños
les mostraba
una vieja bicicleta recién comprada
diciéndoles que con ella podía correr todavía un siglo;
recordad a las madres muertas junto a las cunas de sus hijos;
a los que sucumbieron en sus propios centros de trabajo
o a la muchacha que dentro de un cuarto de hora
debía encontrarse con su novio,
que volvía, herido, del frente, después de cuatro años;
a aquellos infelices que rezaban
en los templos, a las sombras y frescor de las fontanas;
recordad a los niños que nunca más volvieron
de la escuela y cuyos pequeños delantales
huérfanos, aún tendidos, se mecen ahora con el viento
mucho más triste que la muerte misma;
recordad, eternamente recordad
a todos los muertos desconocidos de Hiroshima;
y no olvidéis jamás quién fue el asesino.

(1958)





"La voz de la ceniza".

Las ciudades de Hiroshima y Nagasaki se convierten en ceniza,
que cubre con su gemido la tierra, el océano, el cosmos:


"No se quien soy
todo se ha transformado en mí.
No sé quien soy y sin embargo existo.
Leve soy y pesada como una maldición
y piedra soy y vida inacabada.
No juguéis conmigo, asesinos
me escurro entre los dedos, estoy viva
arrojadme al océano, es en vano:

en vuestra copa anido y soy lejía.
¡Huid! Que soy ceniza
entrar puedo bajo la puerta
cual sombra resbalada
y enlutar vuestro rostro en el sueño
y entregaros mi beso de lejía."




"La voz del obrero"

Eugen Jebeleanu escribe el deseo por reconstruir
las ciudades desde los escombros:


"Levantaré de nuevo la ciudad

Tomaos de las manos
aquí tenéis mis puños
han ardido hace mucho.
Se han acostumbrado al fuego
a la cal viva
a las bocas de infierno de los hornos.
Las guerras han pasado
sobre mi columna vertebral.
Voy a hacer
de las manos trenzadas
nudos de hierro
y puentes de vuestros gritos de dolor
para tenderlos sobre el mar.
Tomo la sangre sin culpa
no dejo que la tierra la sorba
y levanto con ella
un ejército de estandartes
que flameo vivos
eternamente
sobre el mundo.
Con todos los que sufren
los que luchan
levantaré de nuevo la ciudad.
¡Encadenaos brazos quemados
y ved cómo el primer muro
comienza a levantarse!"




No hay comentarios:

Publicar un comentario