lunes, 4 de octubre de 2010

1378.- JACOBO RAUSKIN


Jacobo Rauskin nació en Villa Rica, Paraguay en 1941. Es uno de los poetas paraguayos más representativos de la actualidad. Desde los años 60 ha publicado más de una decena de libros de poemas, entre ellos: Oda (1964); Casa perdida (1971); Naufragios (1984); Jardín de la pereza (1987); La noche del viaje (1988, Premio La República 1989); La canción andariega (1991, Premio El Lector); Alegría de un hombre que vuelve (1992); y Fogata y dormidero de caminantes (1994). Sus poemas han aparecido en diversas revistas y publicaciones antológicas paraguayas y extranjeras.




Cocina antigua

Con ojos de perro sin perdiz tras larga cacería,
hecha la tarde, mira estas húmedas maderas:
hay cáscara de arroz y alma de pagoda;
alguien hay aquí que aún reza
frente al llanto gris de la cebolla.

Toca estos hierros humillados que el tiempo no derrota,
los platos azules y el maíz que cuelga
con una roída plegaria y una escoba.

Azúcar y maní en un pequeño mortero...
Pon el oído en las paredes como un niño
cuando cree oír una voz que no recuerda
y oye de nuevo latir el corazón de la cocina.







Tareas tan inútiles como la poesía

El río crece, el tiempo no ayuda.
Rema, rema la luz bajo la lluvia.
Que me perdone quien se sienta herido,
los inundados son del río, de nadie más.
Clavan techitos de multiflex,
de flexiplor, paredes
de un más que servicial cartón
o se dan por entero a otras tareas
que de por sí tampoco arreglan nada.
Y justo cuando nada se arregla,
cuando la noche habla de tregua
y enciende su esperanza, su lámpara
de veinticinco vatios gratuitos
en un barcito de morondanga,
se vive un apagón, se oculta el río,
se oculta la ciudad que ocupa el río.








Desde el tejado

Mira el gato a su estrella
Caída en el jardín: sorpresa.

La noche

Cincuentón, pronto sexagenario,
sin prisa, sin tugurio a modo de oficina,
dejo hablar a los años en Arcadia.
Al viento dejo hablar,
dejo hablar a la noche donde quiera
mi temblorosa estrella
que algo también en mí se estremezca.
La noche pide pan, pide vino.
Pide más, pide un pedacito de muslo
y sienes pétalos y pezones flores.
Quiere el cielo y la tierra.
Quiere constelaciones.
Quiere la flor del sexo, la pide
con la orquídea que sirve de rima y nexo.
Y el amor la confunde como siempre.
Y el amor la ilumina con un beso.



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Estos poemas pertenecen a Los años en el viento, 2008.



La nave

Se parece a nuestra esperanza.
Navega todavía, no sabemos cómo,
entre viejos cargueros remozados
que a nadie engañan cuando se van a pique.
Su bandera de conveniencia
es un inconveniente panameño,
liberiano, chipriota.
Su carga es un misterio profundo.
Sus tripulantes, cuando no hablan inglés,
insultan en la lengua de Neptuno.
Podemos verla esta mañana
desde una playa de bañistas
o de este lado de la tevé.
En un mar de petróleo derramado,
esa inocente proa busca un rumbo.
Abre un surco, lo abre ahí,
donde desovan muerte los peces
y se empatanan hasta morir
las hambrientas gaviotas hambreadas.





Aquel café

Un día ya lejano para todos,
incluso para mí,
que estoy hecho de pura lejanía,
cierra sus puertas un café notable,
antiguo, frecuentado por gente conocida
y por gente común, por gente de café,
gente sin prisa, gente que se ofrece
a la conversación entendida como un arte;
a los dados, que son un descanso;
al ajedrez, que es una metáfora del destino;
y al billar, que no deja de ser un intento
de humana perfección lúdica.
Con la verdad del tedio y con el dolor del tiempo,
dibujo ahora flores a su memoria.
Flores rupestres, claro, porque
era una cueva aquel café.
Una cueva con cierta magia.
Un lugar para oír palabras
que venían de lo más hondo de mí mismo
como si en realidad salieran de una cueva.
Creo haberlas oído durante años.
Creo haberlas oído cuando las luces
- estalactitas de neón y estalagmitas de lo mismo-
se encendían, iluminándome.





Teresa

En el puerto, en un barrio del puerto
y en un barrio de voces de entonces,
circulaba, tenía vida propia
una dura expresión de disgusto instantáneo.
La oímos en tantas,
tantísimas películas italianas,
la repetíamos en italiano, la traducíamos
para nosotros mismos: “ Puerca miseria”.
El puerto era trabajo y cansancio,
el río era un lamento,
el ocio era el anzuelo de un bagre ocasional
y, desde un patio de la esperanza,
con la ropa tendida en las cuerdas,
saludaba Teresa a los barcos.
Conversar…Conversábamos con ella
a la hora de las naranjas
chupadas y arrojadas por la borda
y a la hora de alguna confesión,
cuando la gente de la ribera
y las casitas de la ribera
eran un solo y largo abandono.
Una y otra vez nos decía,
variando estas palabras:
-Quiero irme de aquí, ya no tengo yo a nadie.
Cierta oscura belleza
surgía en ella con urgencia,
surgía con la blusa vieja siempre limpia.





Clandestino

Es verdad, el ayer vive en mí.
Soy un cronista de otro tiempo.
En este mismo instante, sin ir más lejos,
soy un eco del tren internacional,
de los viajeros que viajaban entonces
en los vagones de tercera rumbo al destierro
o, más amablemente,
a la tierra del dulce de membrillo.
Recuerdo la estación, el tren, el andén,
la mucha gente, el mucho frío.
Recuerdo el reloj, la campana,
los pasajes en tinta lila
y el año impreso en el calendario.
Sobre todo, reecuerdo un destello.
Un destello cruzando la noche
era aquel hombre a punto de subir al tren.
Uno del bando perdedor, un clandestino.
Ahí lo encuentran, lo capturan ahí.
Fue un descuido increíble, dijeron
quienes algo sabían del episodio.
Durante años, para no comprometer a la familia,
lo mencionaban en un susurro.
Hoy ni siquiera lo mencionan.
Yo lo recuerdo de esta manera.
Armó su brazo por un sueño
y no fue astuto ni lo acompañó la buena suerte,
compañera de tantos.
Lo derrotaron, lo persiguieron



también después de su derrota.
Lo llevaron de la estación a una zanja.
Lo mataron ahí, según algunos.
Según otros, llego muerto.
Como yo no le hago el juego a los testigos,
digo que viaja en este recuerdo.
El tren sigue su marcha bajo las estrellas.





Égloga posible

El carro lleva ramas
de las que conocieron el beso de un machete
y los infames dientes de un serrucho.
Son los vestigios vegetales
de un típico jardín que ilustra
el ocio de la clse media.
Con el carrero, su mujer.
Es el fin de la tarde.
Es un camino que parece no tener fin.
Lento, lerdo, cuadrúpedamente harto
de tirar y tirar del carro, el caballo
ya no responde al látigo.
Le habla el hombre al caballo.
No le hace caso, no resulta.
Y la mujer, encinta y cálida
a la manera de las encintas por primera vez,
algo también le dice al caballo.
Se apaga el sol, será la noche cuando lleguen
a las orillas de la ciudad,
a la casa siempre en peligro
de inapelable desalojo.
El hombre soltará al caballo
y el pasto reconocerá un relincho,
la mujer se pondrá a zurcir un vestido
y vendrá la luna a mirarse
en un balde de agua.
Acaso sea toda
la vida pastoril aún posible.





Escrito a mano

Pasamos y un cartel nos dice
que ahí venden carbón.
¿ Se vende ? Se vendía.
Hoy es oscuramente ayer
frente a esa carbonería.





Compañeros

Un pedazo de pan, un rayito de sol
en la rubia corteza del pan.
Un rayito de vino en medio del pecho
y en el antiguo comedor obrero.



Después volvían a la fábrica,
al desgano secreto, subversivo, al tiempo
del trabajo comprado y la vida robada.
En una claraboya envejecía el cielo.



Con el cansancio, el fin de la jornada.
Con el atardecer, el silbato.
Triste, mecánica cigarra patronal,
y aun así les cantaba.





Canción para recordarte

En la estación de servicio,
eras como la lluvia
que servía de colirio

a tantos ojos cansados
del volante y de la ruta:
puro ripio, puro campo.

Mujer caída del cielo,
atendías la posada,
fonda, si no merendero,

mesón o bien cualquier cosa:
algo así como un anexo
al cansancio de las horas.

Atendiendo la posada,
tiempo tenías de sobra
para sacarte las ganas

de leer una novela,
una revista, un periódico
y también algún poema.

Nunca escribí ese poema.
¡ Cuánto me hubiera gustado
disfrazarlo de novela

y vivir un culebrón
dichosamente contigo!
Amor, sí, de quita y pon.

Hoy canto al menos la dicha
de recordarte un instante
como la lluvia de un día,

de todo un día, de muchos
y hermosos días de lluvia
que un solo día son, uno.





Si no fuera por ese árbol

El camino del viento,
la melodía de la lluvia
y el apogeo de los paraguas.
Entonces aparece un árbol,
un tarumá florido,
y por algo calla la piedra,
por algo enmudece el ladrillo.
Si no fuera por ese árbol
verdeando en el viento
con sus flores azules, casi lilas
en la lluvia de octubre;
si no fuera por ese árbol,
y por su ninfa,
que busca la cintura del viento
para ceñirla en un abrazo;
si no fuera por ese árbol,
hoy, esta tarde
me quedaría yo mirando
la ciudad que perdieron mis años.
Un kiosco en ruinas,
cierto zaguán con telarañas,
otro taller mecánico desierto
y unos grises baldíos techados
que fueron cines.





Al viento

¿Qué puedes hoy traerme
que no me hubieras ya dejado
con algún atardecer bajo un árbol
en el interminable verano de esta tierra?
Sin embargo, te espero.
Ven, compañero de cigarras tardías
y de las dos primeras estrellas,
las que tímidamente anuncian el cielo,
las que anuncian la noche que llega,
las que anuncian el próximo encuentro
de un hombre con su amor. Ven, viento,
no te demores, ella conoce el sitio,
el delgado arroyuelo, el árbol, y, contigo,
tendrán un temblor nuevo las hojas.





Ella, tan bella

1

Cualquier viento que dura,
mientras dura se pierde.
Como brisa con plumas,
sopla el amor, si vuelve.

2

Sólo porque es pequeña,
creo en esta esperanza mía.

Sólo porque es pequeña
y porque aquí me quiere,

sin decirme nada, viviendo
hoy conmigo sus horas

y un sentir que aún es música
y es amor que regresa.

3

Bella, de jeans, de jazmines
en ambas manos muy juntas
para dejarlos ahí,
sobre la mesa o la cama.
Comer un rato, dormir,
interrumpirnos el sueño,
intercambiarnos los cuerpos.
A veces, al despertarnos,
hay música y hay pereza.
Es así como le gusta
al viento en la casa abierta.

4

Ella y yo hablamos de la lluvia
como se habla de una amiga.
Y después no decimos una sola palabra,
pero ella tiene ojos de preguntar quién sabe qué
y se lleva la mano a la cabeza y encuentra lluvia,
se toca las mejillas
y encuentra lluvia en gotas aun más delicadas.

5

Lejos del mundo y su quimera.
Es decir, muy cerca de mí.

Bella con la frescura de la lluvia.
Bella como el verano cuando llueve con flores.

Nada, nada de ropa.
La desnudez le sienta entalladamente al cuerpo.

6

Un rato miro al cielo
creyendo que así miro
un patio con estrellas.
Y a mi lado la veo.






Canción

Con el adiós a las estrellas.
Con el buen día de los pájaros.
Con el brindis que brinda la orquesta.
Con el chinchín de los platillos.
Una canción, ahora, una canción
para ella, para su gracia, para su alegría
y para su desnuda y celestial travesura.
Para ella, tan anterior a todo.
Sobre todo, al olvido.








La clase obrera ya tiene su museo

Son todos dentistas, policías, turistas.
Son curiosos curioseando.
Hay exposiciones, curadores hay.
La vieja fábrica es un museo abierto al público
en días de oficina y horas de museo.
El piso es puro mármol reconstituido, reimplantado.
El último obrero no ha vuelto,
dejó su ropa de trabajo.
La dejó colgada de un clavo de la memoria
a falta de pared.
La pared es textura saqueada.







Antes del noticiero

Tú, que gracias a la tevé,
estás a punto de aceptar
de nuevo un Apocalipsis parcial
en una, en dos, en tres
de las ciudades reducidas
al tamaño de un barrio en cenizas
por el horror que vuela, por bombas
pensantes y autodirigidas,
no, no sigas, no des por descontado
que el fin del mundo ha comenzado.
Antes del noticiero, cuando el visivo
mundo invivible te lo permita,
ruega que no funcionen los misiles.







La camarera está cansada

Esta película no viene
de ningún festival.
Se filmó con actores sin experiencia,
con equipo barato, en la calle,
en una fonda, en una noche.
La camarera está cansada.
Hay gente que dormita
con los codos sobre la mesa.
La luz que da calor a una ventana
bien puede despertar cierta emoción
en quien la mira desde la calle.
El cansancio anida en la mirada
de la hermosa camarera.
Y las estrellas, sobre todo,
las de primera magnitud,
ningún otro mensaje tienen
que el que van dejando
con música y con viento en los árboles.
Avanza todavía la película.
El invierno se adueña de la calle
y algo busca un perrito en la basura:
el alumbrado público lo encandila.
Una ambulancia pasa, tan a desgano
que no se sabe si va, si vuelve o si pasea.

(De "El arte de la sombra", colección Poesía Pez Náufrago,
Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2011)







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