viernes, 20 de agosto de 2010

556.- GIUSEPPE CONTE


Giuseppe Conte nació en Italia en 1945. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía: El último abril blanco, El océano y el muchacho (1979), La estación, -Premio Montale- (1988), Diario del poeta y del mensajero (1992), Cantos de oriente y occidente (1997). Libros de novela: Primavera incendiada (1980), Equinoccio de otoño (1987), Los días de la nube (1990); Fieles de amor (1993); El imperio y el encanto (1995) y El muchacho que habla con el sol (1997). Ha editado dos antologías: La metáfora (1981) y La lírica de occidente (1990), un grueso volumen de textos que abarcan desde los himnos homéricos hasta autores contemporáneos. Toda su obra hasta 1978 (poesía, ensayos y otros textos) se reunió en la antología La palabra enamorada, que le valió su inclusión como uno de los principales protagonistas de la renovación poética de su país.




De Cantos de Yusuf Abdel Nur

Estoy aquí,
sentado sobre una alfombra de hojas y flores primaverales
y mi silencio es una oración y tengo conmigo la copa y el vino.
Si mi amada estuviese cerca, si su boca resplandeciente estuviese aquí.
El perfume de sus besos es más dulce que el jazmín.
Dicen que soy sabio porque conozco todas las palabras de Dios
y sé que su rostro es invisible pero concede a todos los rosales
su púrpura y su fuego. Pero soy sabio porque bebo, juego,
canto mientras el tiempo nos saquea. Cuántas rosas se abrirán esta mañana
y cuántas caerán mañana o se ajarán bajo las ráfagas de los huracanes.
El tiempo nos hermana a quienes nos movemos bajo el mismo cielo.

¿No es idéntica para todos nosotros esa luna que semeja una granada
separada lentamente de su rama? Pero soy sabio porque amo.

Traducción de Jenaro Talens





Toda la maravilla del mundo

Es como dices tú: yo debería partir de nuevo.
Nunca he sido feliz en una casa.
Nunca he sido feliz en familia.
Cuando me hallaba lejos,
nunca tuve nostalgia.
Toda la maravilla del mundo para mí
era el alto paseo sobre el mar
cuando, los libros escolares
dentro de la cartera, con paso veloz
caminaba, aspirando el viento del color de la sal
y de las pitas, y fingía llevar a una muchacha
de la mano: la maravilla,
la raza fuerte de los sueños, los libros, el cine
los largos viajes en tren,
las largas travesías del alma
pero nunca los muros de una casa, nunca.

Traducción de Jenaro Talens





El sueño del día de los treinta años

El sol destruye y da, el sol
sabe perderse, ama todo, y sin
amor, sin piedad, sin sentir
nada más que su propia expansión:

el sol sabe volver, alza los primeros
silbidos entre los árboles del parque, llega a las ventanas
cerradas con manos trepadoras. Es negligente
y silencioso, brutal, pero también es pródigo,

delicado, resquebraja, desflora, incendia, pero
sabe disolverse en el cuello de una campánula. Destruye y
da, es liviano e inmenso, sabe volver
es célibe como el mar, individual, estéril.

Yo que tengo treinta años, que no puedo más
crecer, que no sé volver, elijo
palabras para ser el dios del sol-

yo flor, yo piedra, yo luz, para dar

el don liviano e inmenso del
poema

Traducción de Horacio Armani





Fidelidad al mar

Tráeme la mudabilidad, mar, tus
cantos y las corrientes y las sirenas
la alegría izante de la ola cuando viene
a la playa de caparazones y raíces.

Yo te soy fiel, mar, como
persiguen las gaviotas sus propios gritos
como a lo largo de las rutas de los suicidas
a veces en manada corren los cetáceos.

Haz que yo te vea. ¿Quién eres? ¿De dónde
has llovido, de qué abertura en el firmamento
y qué espada de sal, centelleo
astral, árido te recorre?

Tráeme los cantos, mar, haz que yo
encuentre tus gamos, tus manzanos de plata
los brezales de érica a sotavento
la cabaña de lunas de tu dios, Manannan

Mac Lir * * Manannan Mac Lir: dios celta del mar, hijo de Océano.




LAS ESTACIONES DE LA TIERRA (II)


Pensar que no he plantado nunca un árbol,
que no he tenido nunca un hijo.
Hasta ese punto me parezco al mar,
estéril, solitario.
Ni un ciprés encrespado,
ni un sauce húmedo y lento, ni un euforbio
ramificado en delta, ni un ciruelo
ni un duraznero ni un manzano
hice crecer jamás, ni un gajo
rosa o candido en marzo, ni siquiera
un cachorro de hombre.
Como la ola golpea la orilla,
sin fecundarla, sin dejarle
más que algas y resecas raíces,
así —¿no dices?-— yo golpeo
la vida.
Pero la he amado,
tierra, yo te he amado.

(Traducción de Pablo Anadón)





ESTE APELLIDO


Sé que no tengo
sustancia ni verdad.
A veces me despierto
sin certeza de un cuerpo, de una casa o un tiempo
donde vivir mi vida.
No sé, a veces, quién soy.
Entonces me repito, me repito
lleno de temerosa maravilla:
¿Giuseppe Conte, yo? ¿Es posible?
¿Desde hace cuánto dura la ficción?
Giuseppe, como el padre
de mi padre —ninguno
ya vive entre los vivos—, Conte,
apellido de pobres, que es el tuyo,
apenas, si lo escribes.

(Traducción de Pablo Anadón)







UN NUEVO ADIÓS

a Michele Montagnese

Donde estás ahora, ¿ves aún sobre el mar
la geometría acribillada de las nubes
porosas, purpúreas, las columnatas de
luz invertidas, del otro lado del horizonte?
¿Desde el puente de qué trasbordador ves el
Tirreno y el Jónico desembocar aún
el uno en el otro en lucha, en las caricias?
Más allá duerme una palma, un canto, África.

Adiós, amigo, la vida es incesante
y tú lo sabes, tú que ya no estás ni
sobre un mar ni sobre el otro. Ahora
caminas sobre el límite indivisible
donde nada es distinto de nada
tus Eólidas de sal son islas
nacidas en el Norte de brumas y turberas.

Pero la vida es incesante, y fiel
el canto. Nosotros volveremos al estrecho de Mesina
‒tú tendrás en los ojos demacrados nuevos pensamientos‒
y hablaremos como aquel día de Argel, de oasis,
de las muchachas sin velo y del rostro blanco de
Constantina.



Nanuatzin

Entre los pómulos y las pupilas tengo noche, tengo
zarzales: no es mía, no es mía la
piel que se abre en surcos, las largas
pestañas de ceniza que vuelan, los
párpados sacudidos: tengo pozos
bajo la nuca, mi boca alta
en el cráneo es cráter, tiene orillas
que la lava alcanza, pasa.

No son míos los cabellos
fósiles, las largas pestañas de
ceniza, la barba de conchas.
En el costado los precipicios son rocas

de cuarzo, cuevas de serpiente; lluvia
de escamas del desierto, y los lados son
arenas hendiéndose, profundidades ahora, llanuras
y barreras de algas, móviles, agitadas por las

corrientes

Tengo brazos de golfos, dedos
de promontorios, las uñas ahora cruzan
el mar hasta el horizonte, tengo rodillas
magras, de grutas, y mil pulgares de

olas






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