miércoles, 11 de agosto de 2010
392.- MAYBELL LEBRÓN
MAYBELL LEBRÓN
Aunque nació en Córdoba, Argentina, en el año 1923, reside en el Paraguay desde 1930. Tiene obras editadas en los géneros de poesía, cuento y novela. Participó en los talleres de “Cuento Breve” de Hugo Rodríguez Alcalá y de “Poesía y narrativa” de Carlos Villagra Marsal.
Activa promotora de eventos culturales, fue secretaria de la Sociedad de Escritores del Paraguay (S.E.P.), fundadora y miembro de la terna directiva de Escritoras Paraguayas Asociadas (E.P.A.)
Tiene publicados en Arandurã Editorial "Memoria sin tiempo" (cuentos) en 1992, "Puente a la luz" (poemas) en 1994 y "Pancha" (novela) en 2000, ganadora del premio Roque Gaona 2000 otorgado por la Sociedad de Escritores del Paraguay. Esta novela ya con tres ediciones agotadas hasta el 2002 y una edición con propuesta didáctica para la serie educando de esta misma casa editorial.
Sus cuentos y poemas figuran en publicaciones culturales de nuestro país y del extranjero y se incluyen en la bibliografía de estudios secundarios y universitarios. Además ha sido seleccionada para diversas antologías publicadas en el Paraguay y el exterior, en castellano e inglés, así como en ensayos de España, Estados Unidos e Italia.
ÉXTASIS
Mira estamos vivos.
Siento la savia oscura galopar en mis cauces.
La luz borra quimeras
-huéspedes de párpado ceñido-
y dibuja sin prisa tu contorno olvidado.
El nácar de la arena tramonta el aire y se deshace.
En la playa las huellas son testigo.
Mi aliento y tu cuerpo palpitante repican:
Ya ves
estamos vivos.
SIN JAMÁS HABERNOS VISTO
Sin jamás habernos visto
nos reconocimos;
y nuestras huellas fueron parejas,
y nuestras sangres forjaron hijos,
lloramos juntos nuestras tristezas,
juntos supimos de soles limpios,
y hoy,
sentados frente a frente,
nos miramos,
sin saber qué decirnos.
RECUERDOS
A Juan
Cuando ya no retengas
mi cabeza en tu pecho
no quiero que me pienses
con lágrimas o ceño.
Deja la losa fría
recostada en el suelo
y vuélvete a la casa
para seguir viviendo.
El frote de las cañas
en suave ronroneo
renacerá en tu oído
con mi trémulo acento
al poder estar juntos
(perdidos en el tiempo)
allí donde la vida
dialoga con los muertos.
Aunque tú no me veas
tal vez yo pueda hacerlo.
ESBOZO
Gruesos lazos de sombra
me amarran a la cama;
los ojos muy abiertos
ven huecos en la nada
mientras la brisa pasa
hurgando en la persiana
tiritando de grillos
y de leves fantasmas
disfrazados de lumbre
que las luciérnagas pálidas
le prestan en la noche
como estrellas aladas.
De pronto en las tinieblas
sobre el lienzo del tiempo
diseñado en recuerdos
mi retrato percibo;
mezclados los colores
con gruesas pinceladas
de trazos definidos.
Blanco puro, negro sombrío,
brillante rojo y suave verde nilo.
No hay paleta que alcance
para un retrato mío.
DUDA
Corazón de musgo y piedra
aletargado hace siglos,
hoy vuelves a palpitar
ofreciendo tu acertijo.
Desde tu oculta atalaya
al borde del precipicio,
viste nacer y morir,
del mundo cumpliendo el rito.
Manos pidiendo clemencia,
y ante los dioses, ser dignos,
grabaron tu áspero dorso
con indescifrables signos.
Sueños igual que los nuestros,
los ojos del mismo brillo,
y el correr de las centurias
con su dorado polvillo
nos propone en la distancia,
al filo del infinito,
la vaciedad de la nada
o el albor de un Paraíso.
CONGOJA
La luz se ha vuelto amarilla
y torna oscura la arena
donde olvidada condena
cumple la pequeña silla.
Bajo el agua que la humilla
su esqueleto claveteado
tirita en el descampado
mientras su dueña se angustia
viéndola transida y mustia
por haberla abandonado.
LUVIA
Se acerca revolcándose entre espumas
el ronco grito del arcano incierto
que apresura los pájaros a puerto
y deja sin gorjeos a la bruma.
El polvo en remolinos alza el vuelo,
se hace trizas la tarde bochornosa
y una ráfaga anuncia, presurosa,
el chocar de cristales en el suelo.
Mutante de las formas y el aliento
en capa de caireles arropada
baja danzando con pericia alada
y gira al ondear fintas al viento.
Su manso abrazo se extiende en el estío
y al gozo de los campos se une el mío.
CEGUERA
Un aire espeso y negro se me enrosca en las sienes,
turbio aliento de boca desnudando esqueletos
de palabras cansadas, con olor a blasfemia,
con tristeza gozosa de pervertido celo.
Agostada la savia de los días antiguos
se opacaron mis ojos (los de afuera y adentro)
mientras la niebla fría lamía displicente
los cárdenos pezones rezumando veneno.
Gorgona solitaria despojada de auroras
me erizaba de piedras las hendijas del pecho:
no fuera que los ojos de algún niño descalzo
pusiesen cascabeles en el áspero hueco.
Gastada de rencores (ni un grito de mis labios
ameritaba el eco), del alto cocotero
ignoré el brazo hostil, la mano puntiaguda
guardadora de nidos, o el viento entre sus dedos.
Desdeñé la embriaguez de un patio de jazmines,
la azorada grandeza de pájaros en vuelo,
el escozor ardiente de otra piel en mi piel
vedándole a mi sangre remontarse en el tiempo.
Lastimó mis retinas un claror recatado
al destrabar rendijas en búsqueda de cielo
y descubrí las luces peregrinas del alba
en espejos minúsculos destellando en el suelo.
Me dejé hundir el cuerpo entre hilachas de bronce
recamadas de sol en cambiantes reflejos
y elevando las palmas inicié una plegaria
con estas manos húmedas de haber lavado cieno.
RETRATO
A una pintura
de H. Valenzano
Óvalo misterioso,
muchacha ciega;
el aire se estremece
en tu presencia.
Es tu rostro sin rasgos
avara ausencia
de pinceles perplejos
en tensa espera.
Acaso en un sepulcro
tus flores dejas,
o el ramo de tu boda
gozosa estrenas.
Te guardaré a mi lado
lo que me queda.
Jamas sabré si ríes
o si estás seria.
MAKÂ
Flacos músculos cansados abultan la costra parda;
en su piel endurecida queda el rastro de las garras
de los colosos del monte. Entonces, los igualaba
oliendo sus intenciones como otra fiera cebada.
Hoy, sentado en la vereda, ofrece flechas de caña
y sus brazos se distienden, ya sin bríos, ya sin alma.
Antigua testa emplumada ensoñando sus hazañas
de urukú y de cacerías, de cubrir hembras hurañas.
Huele el aire a pura selva en las calles asfaltadas;
giran serpientes y pumas entre las hojas y el agua.
El bronce de su estatura toma dimensión, se agranda
sobre aquel frágil sostén de su esqueleto y entrañas.
CASI FINAL
He habitado perdida en tu abrazo
noches de gloriosa vastedad.
Vencidos los sellos
escanciaste tu zumo en mi copa
olvidado entonces
el lento goteo de las horas
devorando el presente.
Dichosa
entre pan y leche
me reconocía
en aquellos gajos de mi vientre
mientras la mañana
sin hollín de sueño
orlaba de perlas jugosas el alero.
Hoy sólo queda
un leve jirón
en la urdiembre finísima del tiempo.
La voz encallecida no protesta.
Tenaces minutos
como hormigas
arrastran las hilachas postrimeras.
Aguardo.
Seré
quizá
tu amiga.
EL REVÉS DEL ESPEJO
Mi aliento avasalla tu rostro.
Asustados, se humedecen tus ojos,
aureolados de luces repetidas
en repetido gesto.
Se me acaban las uñas, los dedos sin pellejo
dejan rastros de sangre sobre el tenaz remedo.
Frías gotas de luz empapan mis cabellos,
busco el espacio esquivo, vulnerable al asedio
y el cristal me enceguece con mi propio reflejo.
Yo lo sé,
hay un algo insondable que aguarda en el reverso:
losa oscura sin huecos tupida de secretos.
Ansiosa busco
un desgarro en tu costra
para verme por dentro.
DILEMA
En un punto esencial de nuestro cuerpo
cuando el pulso se acaba,
rota la piel, el alma se libera,
invisible y extraña.
Quizá germen de luz zigzagueante,
hacia el éter avanza;
leve trazo intangible de memoria
que fue y queda en la nada.
O al vórtice de ignoto remolino
tal vez será arrastrada
por ráfagas henchidas de jirones
buscando LA palabra.
Rescataré mi forma, acaso, un día,
de la tumba olvidada,
o quedaré cual polvo iridiscente
en las luces del alba.
Hay dados en la mesa y sólo resta
jugar al todo o nada.
ENCUENTRO
La impavidez mentida de la máscara
esconde una violenta llamarada
y aviva un estertor de triste risa
en la cuenca severa, fiel, precisa.
Bajo alado antifaz la azul mirada
recoge su dolor. Arrebatada
visión de noches sin destino cierto
en búsqueda febril de ansiado puerto;
de amarras que reaten su alegría
y borren la forzada simetría.
Máscara y antifaz ruedan silentes
y el calor de la piel los labios sienten.
PÉNDULO
Oscila la balanza imperturbable,
la aguja, sin hallar sosiego, queda;
si la vida, fugaz, se muestra amable
celajes de dolor traban su rueda.
Ayer fue ya, no hay nada más que pueda
reiniciar la aventura inacabable.
Hoy, con calma, contemplo el duro sable
que me espera al final de la vereda.
Ese nuevo mañana es todo mío,
haré que vibre y me hundiré en su abrazo
soñando eternidades no soñadas;
y de mis venas, cual feraz rocío,
húmedo, azul, estamparé mi trazo:
las palabras de amor, resucitadas.
ESPEJISMO
Ella mira
el sauce repetido en el agua:
cardumen en tierra prisionero.
El río
repica en los guijarros
aferrado a sus pies secos.
Lame sus resecas manos
con caricia húmeda
de ansioso enamorado.
La arrastran remolinos impacientes
que hacen boyar sus senos
y enlazan los muslos polvorientos
en inquietante abrazo.
Ella ve
en la tierra sembrada de soles
una explosión de capullos
como miríadas
de mariposas blancas.
Cantando
enreda en sus cabellos empapados
flores de camalote.
Y ríe en medio del río
ríe bajo el agua terca
con la boca abierta
y los ojos cansados.
VERGÜENZA
Redonda, la luna juega
sobre colinas que se derrumban.
Desde el trémulo vacío,
las estrellas lagrimean su distancia.
Miedosa,
la negritud invadida de luciérnagas
tirita,
acuchillada de luz.
A mi lado,
oigo pasos diminutos en el césped.
Sobre el áspero silencio,
hay preguntas desprendidas desde dentro,
compañía de mi noche solitaria.
Cuánta nieve despiadada,
cuánto fuego y ceniza,
cuánta gente llamándose enemiga.
Hoy duele la guerra
-duelen los niños-
y me avergüenzo
de ser feliz contigo.
DESAFÍO
Fabuloso engranaje de ríos infinitos
meticuloso laberinto hacedor de sueños
corcel de ignota maratón
devorando rutas de niebla
en páramos desconocidos.
Sus cascos destellan de luna
o acaso
conocen el lodo.
Sus crines me azotan el rostro.
En un vértigo de angustia
mis manos apresan la furtiva brida
y el pulso se aquieta al saber
que puedo guiar
mi destino.
POETA
Es un poeta.
Aislada en un bloque de cemento
la voz baja de tono
rebota en las paredes muertas
bajo la luz fingida
teñida de vergüenza.
Afuera
despiertan las estrellas
en triunfal interludio.
En la terraza cálida
un hombre
mira el cielo.
ODA A MIS OJOS
Erizado de plumas
el grito quiebra el silencio
y barre
la sombra en pedazos.
Un claror trepa
sajando el horizonte
con el dolo rojizo de una daga.
En los blandos espejos
la bruma se ha puesto glauca.
Sobre las lenguas del ramaje
ruedan
gordos diamantes
zumo de estrellas
en terrizo cántaro escanciado.
Un colibrí
-errante despilfarro de belleza-
se disuelve en el aire.
Vuelvo a tu lado.
Aun dormido te disfruto mirando.
Oh mundos diminutos:
manantiales de luz
en mi cuerpo engastados.
LEJANÍA
A Mariana
Tercamente se impone
tu rostro en mi memoria,
enmarcado en la blonda
melaza de un trapiche
de fantástica noria.
Y busco en el vacío
esos leves hoyuelos
que algún colibrí errante
dibujó en tus mejillas,
confundido en su anhelo.
Un roce me estremece:
contacto sin distancia
de gaviota perdida
en nostálgica bruma
empapada de tiempo.
Temblor lejano, tibio,
de tu mano en mi mano.
En mi casa es invierno;
en la tuya,
verano.
SUEÑO
Descubro
tu leve carcajada
en las alas inquietas
de algún gorrión sin miedo.
Escucho
el ruido de tus pasos
en las hojas que caen,
desprendidas, al suelo.
Añoro
tu traviesa sonrisa
en cándidos jazmines
con aroma de pueblo.
El cielo se ha puesto azul,
empapado de viento:
sueño
que has vuelto.
VACÍO
Con el llamado a maitines
de verde badajo,
por el templo de la aurora
los dos juntos
cabalgábamos.
Me enseñabas:
Ese es tordillo, aquél bayo.
Íntimo salmo a las crines pulidas,
al sol bisoño
hecho tea en los flancos.
Entre nosotros
el siseo de un lagarto
o las hebras del arroyo enredándose en los cascos
era, en diálogo inasible,
queda oración a lo alto.
Tu mirada,
de claro verde oxidado,
se derramaba de amor.
Abierto estanco
al impulso de vivir, remansado en tus manos.
Aquel agosto aciago,
incrédulos,
mis dedos
pusieron sombra de eternidad bajo tus párpados.
El hueco está allí.
Padre,
te extraño.
EXVOTO
Un puñado de tierra de
tu profunda latitud
Herib Campos Cervera
A Carlos
Señor de última altura
La soberbia meseta otea
imperturbable
bajo el ceño de piedra.
Su abigarrada frente
embiste roturando cielos
en fabulosa siembra.
La fragancia casta del follaje
quiebra el agrio relente
de bicho de la selva,
mientras
chirría el bosque de cigarras
en inútil protesta
y el pulso aprisionado desborda,
cristalino,
de la entraña serena.
Catedral ondulante
sin puertas,
hurga el fondo del tiempo
tu memoria de hierbas.
En el silencio oscuro, susurrante
el rito se renueva
-antigua vocación de la luna-
y las manos ofrendan
un puñado de tierra.
SEGUIDILLAS
Arcón mohoso,
remordido de tiempo,
tu avara llave
aprisiona el aliento
de aquello que al vivir
se perdió sin remedio
Me duelen todas las fibras.
Es demasiado. Dios,
echa candado a mi vista.
Ya no quiero pensar.
Suma mi nombre a la lista
de las bestias. Sola,
no soporto más la vida.
CERTEZA
Tirita el bulto leve.
No más
el blando levitar en savia ajena.
Una niebla exigente
achica la pupila azul
y ciega.
Extraña suerte.
En el silencio blanco
su virgen dolor grita
al par que un latido recatado
monótono comienza
su andadura hacia la muerte.
A veces
ese suave golpeteo
me alerta que estoy viva
y me pongo a pensar
en el silencio
(ausente de parajes conocidos)
al que habré de llegar
desarropada
sin túnica ni carnes
ni razón de desvelo.
Certeza inexorable
de lánguida grisura de fogata
buscadora de cielo.
A qué contar las horas
de indomables relojes.
Jinete de quimeras
engendro de lo alto o del infierno
me asomaré a tu umbral
al compás de la mano en movimiento.
O al saber
que el amor ha prolongado
su gloriosa simiente
en cantos nuevos.
No creo en la negrura;
jamás termina el día en el abismo.
Estoy segura: en mí
será lo mismo.
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