martes, 10 de agosto de 2010

389.- ANA ISABEL CONEJO


Nació en Tarrasa, en 1970, aunque su familia se trasladó pronto a León y allí pasó su infancia y juventud. Se licenció en Ciencias Biológicas en la Universidad de esta ciudad, y posteriormente residió en Escocia y Francia con el fin de ampliar su formación intelectual. Es profesora de educación secundaria, ha impartido clases en un instituto toledano y actualmente lo hace en el I.E.S. Juan Bosco, de Alcázar de San Juan (Ciudad Real). En el ámbito de la literatura, ha vertido al español cuentos tradicionales y novelas de escritores como Stevenson, Henry James, Hawthorne, etc.. Ha cultivado la novela, y, especialmente, la poesía, género este último en el que, pese a su juventud, ha merecido la obtención de numerosos premios.

OBRA POÉTICA:
Umbral. Universidad de León, 1990
Prisión o llama. Ponte Aérea, 1994.
Ciclos. Ayuntamiento de Campo de Criptana, 2002.
Vidrios, vasos, luz, tardes. Rialp, 2004.
Grises. Ediciones Azuzel, 2004.
Atlas. Editorial Hiperión, 2005.
Colores. Editorial La Garúa, 2006.
Rostros. Hiperión, 2007.

NARRATIVA
Los cabellos de Santa Cristina (2003). Novela.
La torre y la isla (en colaboración con Javier Pelegrín) (2006). Novela infantil.
La esfera de Medusa (en colaboración con Javier Pelegrín) (2007). Novela infantil.
La ciudad infinita (en colaboración con Javier Pelegrín) (2007). Novela infantil.
El secreto de If (en colaboración con Javier Pelegrín) (2008). Novela infantil.

1990: Premio de poesía "Universidad de León" con Umbral.
2002: Premio "Pastora Marcela" con Ciclos.
2002: Premio "Ana de Valle" con Grises.
2003: Accésit del Premio Adonais con Vidrios, vasos, luz, tardes.
2005: XX Premio Hiperión de poesía con Atlas.
2006: Premio "Ojo Crítico-Segundo Milenio" de poesía con Atlas.
2006: II Premio Internacional de Poesía "Màrius Sampere" con Colores.
2007: XI Premio Internacional de Poesía "Antonio Machado en Baeza" con Rostros.
2008: XXX Premio de Literatura Infantil "Barco de Vapor" con El secreto de If.




DEBORAH KERR

Ya, pero el amor,
los relojes, las madreselvas, la brisa de las pistas
de aterrizaje, los pañuelos
anudados al cuello,
las gabardinas de color pistacho.

Pero siempre el amor, sus escalpelos
de cirujano de Beverly Hills,
su costura invisible en los bajos de una falda.

Ya, pero siempre el frío, los reflejos
de los escaparates sobre las avenidas,
siempre la luz del miedo de una pérdida
sobre tu cara triste,
de persona sin suerte.

Pero siempre el amor, esos aviones
que parten, esas huellas de neumáticos
en los senderos de grava del jardín.
Pensamientos y dalias
y otras lujosas flores
del otoño.
Pero siempre el aroma delicado
de las intimidades sin futuro...

DEL libro Rostros (XI Premio Internacional de Poesía
«Antonio Machado en Baeza», Madrid, Hiperión, 2007.





ROJO

Las noches eran amapolas en el reverso
de la luz, amapolas sombrías.
Yo llevaba un perfume de oscuridad
y carmín de tristeza en los labios,
y hombres sin sombra vertían en sus copas
una bebida amarga y ambarina
que ellos llamaban oportunidad y yo llamaba
desaliento.

Yo viví en otro tiempo bajo un toldo pintado
de sangre.
Mi desesperación resonaba en el aire con el sonido
agudo de una trompeta plateada
y los gallos cantaban al amanecer como heraldos
de la miseria. Entonces yo llevaba
el corazón colgado de una fina cadena,
en mi cuello nevado
parecía un rubí.

En aquel tiempo, yo tenía
la edad incalculable de mi miedo…



NEGRO


Hay en los trajes de los muertos arrugas
tan perfectas como el instante; puede verse
en cualquier fotografía.

Mi bisabuelo con bigote, sombrero y ojos tristes,
con todas las golondrinas de África pasando
muy deprisa por detrás de sus párpados,
mi bisabuela vestida de silencio y de sombra,
sus labios sin sonrisa apretados como lazos de corsé
(qué pensaría ella del azul, de los desvergonzados
colores del verano y del cielo),
mi padre inconcebiblemente joven, con la sotana
de seminarista y, detrás de las gafas,
una ignorancia total de la alegría,
mi madre caminando con su falda de tubo
por una calle arbolada de Madrid (todos esos zapatos
y bolsos de charol que su memoria expone como trofeos
juveniles en los rastrillos de la conversación),
aquel vestido mío de terciopelo, tan cálido, tan triste
y ajustado como entonces las noches a la ternura desolada d
e mis dieciocho años,
todas las ocasiones perdidas, todas esas
eternidades fraudulentas,
todas esas miradas coaguladas
en el instante de atención más falso,
todo ese hollín del fuego de la vida,
ese luto
de los cuerpos inmóviles revelados en plata
y en emulsión de olvido,
de rencor.

(DEL POEMARIO, COLORES)



El estudiante

"Tengo un proyecto: volverme loco."
(Carta de Fiódor M. Dostoyevski a su
hermano Mijaíl)

Lápices, tiralíneas. Los planos impecables
de un porvenir de ascensos y condecoraciones
de tercera. El reloj holandés de San Pedro
y San Pablo da las doce. Las doce. Sus autómatas
golpean con exacta y doliente indiferencia
las notas del himno del zar.

La torre con su aguja dorada, las ramas con su
nieve, la adolescencia con su traje arrugado
de lujuria, los pájaros soberbios del pensamiento.
Yo también tengo un corazón. No duermo pensando
en Ivanhoe con su herida de espada, en Rebeca
y sus párpados prometidos al fuego.

Si una mañana vuelvo del frío y de la lluvia
sin un solo kopek en el bolsillo para pagarme
un té caliente, si finalmente enfermo de barro
y caminatas y muero, por favor recordadme
como el loco que pude haber sido,
nunca me recordéis con mi uniforme,
con mis pulcros informes en la mano,
mi prudente silencio cuando aquel profesor
insultó a Gógol,
mi sensatez de niño que temía sufrir.




En el embarcadero

En el embarcadero de la isla Vasílievski,
las columnas arden como ojos.
Son columnas rostradas: en sus fustes rojizos
se han incrustado proas metálicas de barcos
que nunca navegaron,
y así cada una cuenta la historia de un naufragio
perfecto y geométrico, de un naufragio
que se fraguó al principio, antes de izar
las velas y abandonar la costa.

En el embarcadero de la isla Vasílievski,
cada columna se alza en memoria de un día
que nunca existió,
pues es de sabios erigir monumentos a las grandes
catástrofes de la Historia del sueño,
esa inmensa corriente de vidas no vividas
que amenaza en secreto la paz y la prosperidad
de gentes y comarcas.

Qué te puedo decir; que tuve miedo del mar
y de tus ojos,
que en el último instante no quise conocerte.
Sobre cada columna, en el embarcadero
de la isla Vasílievski
arde un fuego, una antorcha alimentada
con aceite de cáñamo;
extraños faros
para guiar al navegante
que a pesar de su sed de curvos horizontes
nunca se hizo a la mar.




Orillas del Nevá

Voy por el Malecón de las Esfinges.
El río hoy está verde y encrespado
como el mar. Hace frío. Me vigilan
los dos ojos vacíos de Amenofis
ya hace tiempo arrancados de la arena.
Quién es la criatura que utiliza las alas
para cubrirse el rostro, me preguntan,
la que sabe flotar, mas no caerse,
la que aprende a decir antes su nombre
que a quedarse en silencio.

Me abrazo a sus dos zarpas de león
y comienzo a llorar.
No sé por qué;
quizá por su ignorancia;
quizá por mi futuro
cargado de certezas.

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