viernes, 22 de febrero de 2013

ESPERANZA LÁZARO BAXTER [9274]


Romancero sentimental de Esperanza L. Baxter (image of dove flying against blue sky)




Esperanza Lázaro Baxter, poetisa y artista, nació en Barcelona el 7 de agosto de 1922 y estudió en la Escuela de Bellas Artes de dicha ciudad. En España había obtenido varios premios y menciones honoríficas por sus escritos. Llegó a Filipinas en 1952. Estuvo muy activa en el mundo literario de Manila y era miembro de número de la Academia Filipina de la Lengua Española. Fue premiada con el Premio Zóbel en 1957 con su Romancero sentimental, una colección de ensayos y poesías. Actualmente vive en California. Gracias a una nieta, también poetisa, se editó un libro de una selección de 19 poemas titulado, igual que la obra premiada con el Premio Zóbel, Romancero Sentimental (2010, Wordrunner Press, Petaluma, California). Aunque solamente aparecen 19 poemas en esta edición, Esperanza Lázaro Baxter tiene una inmensa colección de su poesía que abarca temas de inspiraciones españolas, religiosas, y filipinas. 

El 31 de mayo de 1959 en Manila, escribe Miguel Ripoll (de El Debate) en su Introito del Romancero Sentimental de Esperanza Lázaro Baxter:
“Como en arena movediza en la que el forcejeo físico va sepultándole a uno, poco a poco, hasta hacerlo suya entermaente, en este Romancero sentimental como modestamente lo titula su autora, la española más deliciosamente filipina que he conocido, Doña Esperanza L. Baxter, sucede algo parigual, aunque en plano de alma adentre: Porque mientras más se lee, con el forcejeo emotivo que nos produce, más nos vamos sumergiendo en un éxtasis sublimado del espíritu, hasta quedar enteramente sumergidos en el hechizo de su poesía.
Romancero Sentimental son trozos palpitantes que la poetisa ha sabido arrancarle a la vida, plasmándolos en exquisitos versos, fáciles, sencillos, cuán más hermosos así, que lo sería algo que se rebusca y se pule hasta la perfección desabrida.”






Romance de “La Solterona”

Me llaman la solterona…
que nunce tuvo un idilio;
¡a mí, que te amé hasta el margen
de mi loco desvarío!
Y al oírlo por el pueblo
en despiadado estribillo,
canturreado entre dientes,
me suena como un delito.

¡Ay, amor! ¡Me has hecho loca,
de tanto amarte en espíritu!…
Fueron las noches siguientes
al deshecho compromiso
de mi amor puro y constante,
y del tuyo, ya en desvío,
como manada salvaje
de perros dando alaridos
lastimeros sobre el cuerpo
del amo ya fenecido…
Tú me hiciste solterona
sólo por puro capricho;
por quedar bien ante el pueblo
de amigos y empedernidos,
que retándote entre burlas,
pidiéronte un “sacrificio”
para probar que eras “hombre”
de bravura y de dominio.
¡Pero amor! ¡Qué cruel agravio,
fue el que tú hiciste conmigo!…
Y desolada entre angustias
del corazón mal herido,
me refugié en la penumbra;
puse luto a mis vestidos,
e igual que monha en su claustro,
¡así me encerré en mi piso!

Y en mis balcones de albahaca,
de geráneos y tomillos,
¡planté una cruz de vidrieras…
y un sudario de visillos!
¡Qué sedante y qué consuelo
a mi amor desfallecido,
poder verte a todas horas
ir de tu casa a tu oficio!
¡Ay, amor de mis amores…
qué confesión hoy te digo!
¡Cuántas auroras y ocasos
sorprendiéronme allí mismo,
mi cuerpo cual cruz de ámbar
clavada tras los visillos…
y mis ojos lagrimeantes,
igual que cirios votivos,
espiándote los pasos,
día a día, que eran siglos
para mí, que te quería
con un amor infinito!

Envejecí como rosa
en mi vaso de suplicio
deshojándose mis años
¡cuál pétalos de amor místico!
Y hoy, después de treinta años…
y ya quince de ser viudo…
con tu corona de canas…
y yo, con rostro marchito…
tú, solitario en tu casa…
ya con mujer tu hijo…
ambos, en la misma plaza,
¡e igual! En el mismo sitio
de antaño, estamos hablando
con pensamientos distintos.
¡Inmortal amor no muere;
es agónico suplicio!…

Aún recuerdo aquella tarde
que tu mujer diote un hijo…
¡Ay, dolor de mis amores!
¡Qué de cosas yo te explico!…
Tú saliste de tu casa,
igual que sale un chiquillo;
con la cara iluminada,
y en tus pupilas mil brillos;
nervioso por el trance,
¡y de gozo enloquecido!
Y salvando la distancia
entre el doctor y tu piso,
cruzaste cual meteoro
el portal de mi recinto.
Yo me quedé anonada;
y aún pensando en mi martirio
de quererte ciegamente
sin amor correspondido,
quise compartir to gozo,
alegrándome contigo.
¡Y pareciome en mi entraña
concebir algo inaudito…
que, madurando de pronto,
¡asistiome el dolor mismo
de tu mujer, que en su carne
le estaba naciendo el hijo!
¡Ay, vida! ¡qué gozo tuve…
compartir algo contigo!
¡Ay, qué felicidad más grande…
dentro mismo de mi espíritu
sentirme madre una vez,
aunque fuese así, ficticio!…

¡Y abrí aquella tarde fausta,
de par en par los visillos!…
!y me acicalé de rojo!…
¡y hasta en mi prieto corpiño,
cual si estallaran de pronto,
de tanta ternura henchido,
prendí una rosa de fuego;
y en mi seno, mis dos lirios!
La naturaleza dioles
el fugaz gesto de erguirlos,
¡cual si fluyera ya en ellos
por milagro, el lácteo líquido!…
¡Ay, amor! ¡Qué tarde aquella
más cuajada de suspiros!…
Luego, radiante de gozo,
cual nueva madre por su hijo,
salí al balcón con los brazos
acunando en mi delirio
¡al hijo que no me diste!
pero que, sin concebirlo,
lo sentí nacer en mi alma,
¡cual nace en la for rocío!

Y orgullosa con mi estado,
de pie junto a mis tomillos,
contemplé las altas cumbres,
como si fueran castillos
de ilusiones renacidas
en mi vida de martirio.
¡Ay, amor! ¡Qué tarde aquella!
¡Nunca más volví a sentirlo!…
¡Hasta el sol, rumbo a su Ocaso,
lleno de rayos oblicuos,
ruborizando sus ocres
sonriose complacido;
y al besar mi febril rostro,
¡encendió mis labios lívidos!…

Romancero Sentimental
2010, Wordrunner Press, Petaluma CA








A RIZAL, EL MÁRTIR, EL HÉROE

…Y Rizal, el héroe; Rizal, el filósofo;
Rizal, el lingüista, pintor y poeta,
doctor, literato, humanista,
vidente, científico y moderno profeta,
tras el veredicto, fatuo y despiadado,
de mortal sentencia,
entró silencioso y austero en capilla
con estoicismo y dignidad soberbios.
Rizal, el patriota que amó a Filipinas
con amor tan sólido y voluntad tan recia,
que, cual Nazareno, sabiendo su sino
iba al holocausto lleno de grandeza.
Iba a Filipinas a entregar su vida;
no, una sola vida; ¡cien! si cien tuviera.
Su ominoso crimen: amar a la Patria.
Su execrable idea: quererla, ¡quererla!
Sus actividades: algunos escritos
con patrios alientos,
deseando ardiente, en libertad verla.

Y yo, mal soldado de una Filipinas
que estaba en cadenas,
viendo aquel piquete con humo de pólvora,
viendo aquella tropa en vil obediencia,
viendo aquel espanto marcado en sus rostros,
viendo aquel estado de injusta violencia,
¡me hubiera arrancado, con mis propias manos,
todos los galones, ante mi impotencia,
y hasta por no usarla en rebelde grito
me hubiera arrancado y cortado la lengua!

En las huescas horas de mi luenga vida,
cuando aún le recuerdo sus horas postreras
en la angosta celda del Fuerte Santiago,
mis ojos caducos, sangran y llamean.
Sangran de coraje, porque,
pudiendo salvarle,
levantando armas, que, Unidad es Fuerza,
callamos cobardes, temblando en el Campo,
haciéndonos cómplices de la gran tragedia.

Y es entonces cuando viene clara
su imagen señera;
la visión del Mártir; la expresión del Héroe
en las asfixiantes horas de la espera.
Le veo pulsando sereno su Lira,
su soberbia Lira de inmortal cadencia,
dedicando su “Último Adiós” a la Patria,
adiós; todo un símbolo de ardiente elocuencia.
Adiós, hecho grito sublime en el alma;
adiós, de perdón a su aftenta;
adiós, a sus seres queridos;
adiós, a su Raza; adiós, a su Idea.
Su lucha fue vana, pero nunca estéril.
Y Rizal, más que hombre, ya todo un emblema,
marcha resignado donde no hay esclavos,
donde no hay verdugos, donde Dios impera.

Y un acorde sordo ruge en los albores
balbuceando el grito de amarga protesta;
¡es el Katipunan clamando venganza
y ante el fratricidio audaz se rebela,
con sus pechos preñados de encono,
y sus almas de justicia hambrientas!
Después, en un mudo silencio, enojoso,
desfilan las fuerzas;
desfilan las fuerzas apesadumbradas
delante la efigie del dulce Poeta;
delante el Filósofo más grando del siglo;
delante el Ingenio de humilde grandeza,
delante del mártir, del hombre, del sabio,
delante el Amigo que fue sin reservas;
delante el cadáver del gran Humillado,
¡delante del Hijo de una Patria nueva!

Y míranle absortos los altos Comandos
desde la borrasca de sus conciencias,
con grave postura de herido amor propio
al ver, aue aún caído, ¡su figura medra!

Me enseñaste un día como ser Patriota
y aquella jornada es mi brújula eterna…

¡Que nunca se borren, al pasar los años,
de tu holocausto, tus amargas huellas;
que jamás se borre y aún más clara brille,
cuanto más lejana, la sublime escena!

Publicado en Remembering Rizal: Voices from the Diaspora. Edwin A. Lozada,
Philippine American Writers and Artists, Inc., San Francisco, CA, 2011







A ti

Ya ves ya no te digo
lo mucho que te quiero,
ni dígote siquiera
mi loco frenesí.
La Vida me ha enseñado
a amar el cruel Silencio,
a hacer del llanto risa
y al dolor sonreír.

Por eso no te extrañe
si nada más te digo.
Laceraré mi espíritu
pensando siempre en ti.
¡Vida del alma mía!
¡Qué gozo da el martirio
de amar un imposible
y nunca desistir!

¡Qué gozo, si soñando
se te inspiró lo mismo!
¡Qué amargo, si despierto,
y ver que no es así!
¡Fénix de mis ensueños!
¡Atolondrado mirlo!
La Pasión que me abrasa
perdurará hasta el fin.

No importa, si, despótico
el Tiempo, audaz, se ensaña,
y si nuestra cabeza
se argenta en hebras mil;
el Alma siempre es joven,
eterna su alborada,
el Alma nunca muere
si Amor la hace vivir!

Romancero Sentimental
2010, Wordrunner Press, Petaluma CA






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