Agustín Pérez Leal
nació en Teruel en 1965. Ha publicado "Cuarto cuaderno o Libro de Siberia" (Pre-Textos, Valencia, 2001). La noche en arras, Editorial: Pre-Textos Año: 2006 es su segundo libro de poemas y es Premio Internacional de Poesía "Gerardo Diego" 2005.
nació en Teruel en 1965. Ha publicado "Cuarto cuaderno o Libro de Siberia" (Pre-Textos, Valencia, 2001). La noche en arras, Editorial: Pre-Textos Año: 2006 es su segundo libro de poemas y es Premio Internacional de Poesía "Gerardo Diego" 2005.
Reside en la provincia de Alicante.
Es profesor en un instituto de bachillerato. Ha publicado poemas y traducciones en varias revistas: Turia, Renacimiento, Reloj de arena, El mono de la tinta, El caracol del faro, Ex–Libris... También ha publicado artículos de crítica en Archipiélago o La estafeta del viento.
Un ermitaño
Si procuro vivir,
si me esfuerzo en saberme y ser vivido,
y he abierto las ventanas
a las cuatro estaciones,
y he dado de beber a la serpiente;
si casi siempre intento la mesura,
la palabra en su fiel y la plomada
quieta en su descender;
el trabajo completo,
la franqueza,
y busco el agua fresca, y busco el pan
y el sueño
y ortos y ocasos con paciencia,
y procuro estar limpio
y canto
y lloro,
¿qué me quieres decir con tanta nieve?
Ella poda los rosales
cada tarde,
en los pocos minutos que usa el sol
para venir a plomo sobre el mundo.
Separa con cuidado
las rosas deshojadas
y las deja caer, estrellas muertas,
junto a las vivas de sus pies.
En ella, en sus rosales, fruto no hay en el fruto:
fruto sólo es la flor.
(La noche en arras)
BRUEGEL
Para Miguel Ángel Velasco
El viento comba ramas poderosas;
doblega brezo y palma;
vence al junco postrado
ante el cielo novicio del otoño.
Basta un poco de sol, una promesa
y todo vuelve, súbdito y servil,
a su senda, su sitio, su retiro.
Pero al fondo hay dolor. Y una coraza
feroz contra el dolor: árboles pierden
ramajes desgajados;
pájaros lloran prole, y nido, y flor,
y todo sigue como si la nada
pasara el dorso de su blanca mano
escarchando la tierra de ceniza.
Al silbo poderoso
del viento que delira
responden los gemidos delicados
de un bosque que tirita sin cobijo;
al berrido del gamo
el jadear de la febril jauría;
al álabe del fresno
la centella.
Así ruge este mundo. Así se mueve
esta máquina triste
toda terror, impulso y agonía.
Dijeron que era dulce
mirar desde el cobijo a los que mueren;
ver desplomarse el pájaro en su vuelo
y sonreír, a salvo de la ira.
Mas quién nos pone a salvo de saber.
Quién nos devuelve aquel jazmín de fruta
que desveló el dolor y daba aroma.
REPARTO
El sol a tierra,
el pan a las palomas,
las rosas a la llama
viva del sueño;
el viento a lo poblado,
la fruta a su encomienda
de podredumbre;
mi voz a sus lecciones,
yo a las palabras.
Imitación de Catulo
Avecica, delicias de mi herida
(de mi amada, perdón), a cuyos juegos
asistes desde el seno, o los balcones
más altos del escote; pajarillo
con quien ella disturba sus pesares,
descarga sus revanchas, se entretiene
―la entretenida―, acaso hallando así
entre cagarrutillas, picotazos
y estridencias, frescor a sus furores
internos, ojalá
tecum ludere sicut ipsa possem,
retorcerte el pescuezo,
desplumarte [...]
Murió despellejado y sin cabeza.
¿quién habrá sido el borde?
Mas no consentiré que el llanto acabe
con su memoria, ni los tiernos ojos
de mi niña se inflamen y amoraten.
Un homenaje póstumo preparo
digno de su valía y de su prez:
que quien delicia fue, trinos y saltos,
bien lo sea de nuevo en pepitoria.
"Tú me mueves" de Agustín Pérez Leal (por José Antonio Santano)
Tú me mueves
Agustín Pérez Leal
Pre-Textos, 2016
Golpean la memoria aquellas palabras pronunciadas por Vicente Aleixandre en su discurso de ingreso en la Real Academia, y que vienen a dar luz y sentido a la importancia de la relación hombre-poeta, y viceversa: «El poeta es el hombre. Y todo intento de separar al poeta del hombre ha resultado siempre fallido, caído con verticalidad. Por eso sentimos tantas veces, y tenemos que sentir, como que tentamos, y estamos tentando, a través de la poesía del poeta algo de la carne mortal del hombre».
Acertadas palabras de nuestro poeta y Nobel Vicente Aleixandre, hoy más si cabe, por cuanto una desproporcionada ambición sacude a la poesía actual, y con ello a sus poetas más mediáticos. Andar por la superficie, rozar lo tangencial parece ser la consigna, el modelo, la moda en suma, sin apenas detenerse a pensar, meditar, mantener una actitud crítica, capaz de desenmascarar tanta impostura. Aunque a veces, sólo a veces, sucede que una voz distinta, serena y lo suficientemente coherente rompe esta monotonía, este discurso plano y huero en el que se ha convertido la poesía española de los últimos años. A veces, decía, ocurre que nos reencontramos con un texto que estimula la conciencia, el pensamiento, y entonces parece que el camino, la aventura, parece tomar consistencia, sentido, vida.
Porque la poesía no es sino un estado vital, una experiencia única, no solo para el creador sino también para los lectores, capaces de recrear otros universos tras la lectura, los que ellos mismos consideren oportunos, sin límites. Prosigo, ocurre entonces que, llega a tus manos un texto, un nuevo poemario entre los muchos que se publican, de tal manera que su título, con sólo tres palabras, “Tú me mueves”, es capaz de ejercer en nosotros una fuerte atracción que nos transporta a la mejor poesía mística española, en el caso que nos ocupa, hasta el siglo XVI con el soneto anónimo “A Cristo crucificado”, de donde su autor, Agustín Pérez Leal, toma el título de este poemario.
“Tú me mueves”, merecidamente galardonado con el XXIX Premio Internacional de Poesía “Antonio Oliver Belmás”, es uno de esos libros que asombran por su lenguaje depurado y hondo, preciso y convulso, con el que Pérez Leal, desnuda su alma entera, flechado con certero tino por “el amor”, como así ocurriera también en Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Un amor que vive en todo lo que rodea al poeta y que siente en cada ser vivo como resplandor del día:
Alta brisa del sol, sagrado ahora
posado sobre el alma del aceite:
yo sólo quiero ser, por un momento
esta carne que no sabrá morir
sin comprenderte antes,
luz que atiende y desoye
porque sabe, y se da,
y nada más le queda por hacer,
O como silencio nocturno:
gira el sol en su cima;
gime dulce la tarde;
nos gobierna la noche
con la exacta sentencia
de una cruz de ceniza
sobre el cuerpo dormido.
«Que me incendié en amor. / Que hallé mi corazón fijo en su centro», escribe el poeta, convulso, herido por el amor en su más grande significado y presente en la Naturaleza: el sol, el agua, el día, la noche, la piedra, los pájaros, la mar, el cielo, las estrellas, como un canto único:
Quien no sepa mirar a las estrellas:
su danza de fervor arcaico, el vuelo
que las vuelve doncellas y corteja sus muslos,
verá sólo una noche inacabable.
El amor siempre, en su esencia, como esa voz que habla desde el mismo silencio y soledad del poeta, que crece y se desborda entera y toda, y es alma y luz de otras voces: «Venga después la noche con su noche: / sé que seré callado por oír», de otra mirada:
AMOR, flor de fuego
que todo lo arrasas:
sálvanos de ver.
Al sueño de un río
me busqué en mi centro.
Mirar y morir
son un y lo mismo.
Y en ese mirar continuo, la palabra trascendida asciende a la altura del silencio y allí, el poeta, de vuelta al mundo, se hace hombre, otredad:
Como amantes oscuros,
dueños de un mismo idioma inexplicable,
seamos uno en otro
cauce y caudal, en donde el mundo es uno.
Un universo para y del amor en los lugares, las flores, la luz o la oscuridad, en el dolor o la alegría, en lo vivido y que deja la huella imborrable de la buena poesía en la particularísima voz Agustín Pérez Leal. “Tú me mueves” –ahora sabemos algo más de lo que mueve al poeta- es un libro que nos devuelve la esperanza, los silencios necesarios y la luz que siempre ha de alumbrar a la poesía, que nos invita a vivir:
Ven y baja. Regresa
al amor, a la infancia,
al sin ti, tu certeza.
José Antonio Santano
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