martes, 19 de febrero de 2013

JUAN CARLOS RECIO MARTÍNEZ [9256]





Juan Carlos Recio Martínez. (Santa Clara, CUBA 1968). Poeta y narrador. Ganador de la primera mención en el Concurso Julián del Casal de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de
Cuba (Uneac, 1991). Ha publicado los poemarios El buscaluz colgado (Editorial Capiro, 1991), Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara); La pasión del ignorante (Ediciones Hoy no he Visto el Paraíso, 2011) y Sentado en el aire (Capiro, 2011).
Desde 2000 radica en Nueva York (EUA). Poemas suyos han aparecido en revistas impresas y digitales de EUA, Cuba, Canadá y España. Publica en su blog (sentado en el aire, http:// elsitiodelaluz.blogspot.com/). Reside en Nueva York, EEUU.




El jazz del carnaval

Miró mi pene hasta la base
como quien mira un jardín desde una casa vacía
y luego de olerlo alzó sus ojos,
y la fiebre le puso la cara de flor,
y su lengua, de pétalo muy húmeda.
Acariciaba toda la tierra del cantero
era como abonar la raíz de un rosal sin espinas.
Luego, muy lento tragaba el sumo del jazmín,
así como las manos penetran la tierra recién mojada.
Fueron veinte mil leguas y un jazz desesperado
detrás de una glorieta con hojas de azucenas
y un dibujo de cuerda de guitarra
que en esa inmensidad del delirio a mí me parecía su cuerpo,
y la saliva de sus labios como dos alas de mariposa.
Ella tocó con maestría una música muy acústica
y mi jazmín el cielo de su boca,
cada vez la perfección nos germinaba
y en la base la hierba humedecida nos hizo flotar.
Al final las cuerdas se rompieron y su voz quedó sin ecos,
sus ojos se apagaron como una rosa en una página oscura
y mi jazmín dejó de iluminar el polen de su cara,
hasta quedar apacible debajo de la hierba del cantero,
justo también cuando la orquesta dejaba de tocar
y los acordes de la música de jazz parecían quejidos
de la espina maltrecha de un rosal
o tal vez solo fue el sueño sublime de algún jardinero.

DEL poemario Sentado en el aire







SIGO SOÑANDO A SER REY.

Puedo nombrar reyes, puedo deponerlos, 
pero de mi corazón yo no puedo responder.
Jean Baptiste Racine.

Alguna vez fui el héroe de mi hija
y estuve en una celda tapiada,
la persona que leía sentado
en la estación del pueblo cerca de los rieles,
solo para contar los mismos coches del tren
tres veces por semana.
Quien vivía con los zapatos prestados de un primo
ahora muerto,
el que fue dos veces a la capital
deslumbrado con las ruinas y olor a salitre
de los negros que en el malecón se me parecían a San Lázaro;
el guajiro apasionado con el poema de las yeguas
y que no podía entender por qué a las caña bravas de los ríos
el color se les caía en ciertas épocas
y tampoco podía despertarse del sueño constante
de vivir como un rey sin poder tocar la dinastía.
Aquellas posas profundas donde viví, brevemente,
el estar con Dios, puro, sin necesidad de otro sueño o paraíso.
Aquellos veranos mirando el vapor que la tierra alzaba
para que se elevaran en ello nuestros destinos
y ver perderse el mío sin comprender
que por encima del techo del cielo tenía otro horizonte.
Un rey, no una arquitectura de espinas,
west side, close to the river,
a la espera con sombreros y lombrices
de que los peces crisol mordieran el anzuelo.

DE La pasión del ignorante





EL DESAMPARADO DE SUNSET BULEVARD

Era extraño el mendigo y su tos y sus ojos apenas abiertos
en Sunset Boulevard frente a The Wisky a go-go
cuando me extendió las palmas de sus manos hacia arriba
y me dijo en susurro:_ lo ves_
Vi un tatuaje en tinta negra con la isla de Cuba
Y no vi más que el policía indagando por el truco.
Éramos nosotros de espalda a la virgen de la caridad
Llorosos con los ojos cerrados por el cobre
y la polvareda de la loma del ángel
antes que los rotos y los falsos ojos del mendigo
me iluminara.
Tomé la dirección del océano pacífico
No recuerdo si al final de esta calle
y puse mis manos extendidas
pero no pude ver la isla ni siquiera la maldición del agua.
Vi solo un anciano con su perro
y la imagen de una vez cuando niño
entrando a la bahía del puerto
Con la tos de mi madre estrujada en una hoja de ciruelo.
No puedo decir que vi el mar era pequeño ante el muro
mi madre llorosa me dijo:_ es muy bello_
años después me asomaba por él
sin saber que en las palmas de mis manos
extendidas para que el agua y la sal la refrescaran
tendría el peso de una isla
como un desamparado en tinta oscura llevando la sobrevida.

NY//Mayo/2009




LA CULPA NO ES DE USTEDES
Para F. L. Viera


Las otras veces que he muerto nadie ha venido,
nadie estuvo en el velorio,
los amigos no estaban sino dispersos
en los puntos cardinales de otra soledad.
Cada vez que muero asomo a ese abismo
como un recién nacido, solo que sin llanto.
Quieto, debajo de mi muerte, es como mejor respiro,
lejos de aquellos calores que los callejones y guardarrayas
dieron a mi destino en alumbramiento;
y con la felicidad que la pobreza abarca,
echado en el descanso del campo
sin la prisa de una vida frívola.
Las veces que muero no culpo a nadie,
ni siquiera esa violencia con la que me ignoras
por lo que tengo una especie de cruz cerca del camino.
No hay tiempo para el miedo, ni para el frío en las entrañas.
Hace 20 años ya escribía oraciones que aún hoy 
no dicen a muchos lo que he vívido.
Si he sido el muerto menos valeroso para ustedes
ruego me perdonen.
Si he sido la huella en la nieve cuando se asomaron,
y la niebla de sus bocas en la ventana impidió
que me vieran pasar,
no es culpa ni del miedo ni del frío, tampoco de la rara belleza,
es la prisa de pasar como un cadáver
entre todos ustedes, quienes no deben culpa de mi soledad.







PASIÓN DÉCIMA. A la entrada del pueblo.

¿Si esta es la linterna del tren que parte,
quién va a tender los muertos en el alambre del vecino
con los pies para el cielo? Si huimos en puntillas de nosotros,
¿quién va a tender los muertos?,
si hasta los pájaros vienen a picotear mi espalda.
Oh, Señor, si liviano como un pájaro danzo,
y todo me preocupa;
asumo a los profetas, porque mi tierra es buena
para el pasto. Asumo y danzo, simple y cruel
y como un hombre pájaro.
Oh, Señor, si Cristo no aparece en mi sillón descalzo y mudo,
volveré a las fiestas de quince a comer pedazos de hielo
y a espolear montado: más veloces trenes y caballos,
en un estadio no se decide el destino del país,
pero sí, su nostalgia.
Oh, trenes, que cruzáis rigurosamente vigilados,
mi corazón es un caballo en el rostro de los túneles;
la región más transparente de su vida
se desboca en la ignorancia;
esta carrera de fondo que se advierte me desgarra,
voy sentado en las penas y en la pobreza,
y todavía no sé, si el que vuelve soy yo
o la otra mitad que me traiciona.
Los estribos del destino aparecen como ciervos y emisarios,
una carta echada en el buzón del viento,
el ámbito de los espejos, donde John Donne contempla a su esposa
mientras se desnuda como un salmo;
y mientras, acaricio el naranjo del patio,
y pienso en el grito de Ballagas llamando a su tigre,
en el canario amarillo,
en Lina de Feria y Marilyn Monroe haciéndose luces en el siglo
y voy desde Andy Warhol en sus sopas
Campbell I, 1968,
a las memorias del subdesarrollo donde escribo:
es bueno nacer en el reino de este mundo
pero quién tiene las luces, el Paradizo de las Fuentes;
cómo beber de Apolo o de Sócrates,
si estos trenes que pasan solo llevan corceles desbocados,
si estos cofres ya no son los correos de la noche
si algunos amigos que se van del país,
aprovechan para convencerme,
si toda su vida estuvieron traicionando.

Fragmento de La pasión del ignorante.





TRANSEÚNTES DE LA CHARCA

Para mi hermana Esnilda

Yo dije que desde el fondo de algún río
me ladrarían los perros
y se ha cumplido como el helado en la feria,
de prisa antes de ser solo la saliva.
Dije que una pasión como la tuya me borraba
de todos los espejos que de niño usé
para alumbrar los cielos en busca de horizontes lejanos,
y dije que mi hermana se ahogaba en el río
por un sentido de ficción y aventura
de la música interna con la que me llamaban
desde mi nombre, cuando cruzaba las piedras de la cañada;
mi hermana me hacía caer para que la fatiga de nuestra madre
no apedreara los bordes desde donde nos lanzábamos hasta el fondo
a ver si veíamos a los perros, salvajes tal vez, tal vez caídos de la luna.
El vientre de mi hermana flotaba sobre el agua como un horizonte
y yo quería cobrarme de sus trampas asustándola
pero aún era un flaco que usaba los espejos para comunicarse
y ella cantaba algunas estrofas de los beatles en un inglés traducido
porque en esa época de lenguas extranjeras solo conocíamos el ruso.
Dije ante las piedras cuando pasaba
que me iría lejos de donde todo termina sin cuento de hadas
y los gritos de mi madre ordenaban el regreso;
quizás ese miedo que aún guarda de mis pasos circulares,
de lanzarme a la profundidad por una idea que ella no entendía.
En la noche, cuando todos se iban a la cama,
regresaba,
y con la complicidad de los perros y la luna
en silencio para escuchar esa música extraña,
de belleza inaudita,
cuando la charca para mí era solo un pantano de libélulas.


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