lunes, 25 de febrero de 2013

ALBERTO DE LACERDA [9.287]


Alberto de Lacerda

Poeta sin patria nacido en Lourenço Marqués (actual Maputo, Mozambique) hace 78 años, murió en el año 2007 en Londres, donde residió casi siempre desde los años cincuenta.

Fundador de la revista Távola Redonda, con Ruy Cinatti y David Mourão Ferreira, entre otros, amigo de juventud de Sophia de Mello Breyner Andresen y Mário Cesariny, Alberto de Lacerda fue un poeta de una obra no demasiado extensa pero muy valorada por su pureza, su hondura y su nitidez.

Para Eugénio Lisboa, Lacerda fue uno de los mayores poetas en lengua portuguesa del siglo XX: "Era un hombre de grandes convicciones políticas, de izquierda, y aunque su poesía estaba contaminada por una gran empatía con el sufrimiento humano, en nada alteraba eso su lirismo", dijo a la agencia Lusa.

Lacerda dejó la isla de Mozambique antes de cumplir los 18 años, pasó una breve estancia en la Lisboa de finales de los años cuarenta, luego se marchó a Londres, donde trabajó para la BBC y conoció a T. S. Elliot, y en 1959 viajó por Brasil durante un año dando recitales y conferencias. En 1961, publicó en Lisboa Palácio, con versos como éste: "Há sempre imensa gente nos meus versos. / Embora não se note ã primeira lectura" ("Hay siempre mucha gente en mis versos. / Aunque no se note en la primera lectura").

Entre 1967 y 1993 enseñó poética en varias universidades estadounidenses (Tejas, Nueva York, Boston), y pasaba un semestre a cada lado del Atlántico. Según el crítico y periodista de Público Eduardo Pitta, en Estados Unidos fue amigo de los poetas Marianne Moore y Tom Gunn y del pintor David Hockney (era legendario su amor a la pintura), y fue el primer y único poeta de lengua portuguesa en ofrecer un recital de poesía en la Biblioteca del Congreso en Washington.

El ex presidente de la República Mário Soares, su "amigo y admirador", lamentó la muerte de Lacerda, a quien considera un poeta mayor, próximo a la talla de Helder, Cesariny o Ramos Rosa. Soares cree que, además, fue "un poeta maldito, porque nunca fue muy reconocido en Portugal y vivió muy mal, en una gran pobreza estos últimos años". Para el político socialista, Lacerda vivió siempre "exiliado, no por motivos políticos sino por opción personal". En 1962, lo explicó así en un breve poema: "El exilio es esto y nada más / en su forma más perfecta: / Hoy, en la tierra de mis padres, / solamente la luz no es sospechosa".

Eduardo Lourenço definió así el espíritu indomable del poeta homosexual: "Bajo el silencioso desdén o la fulgurante ironía pocos adivinarían que Alberto de Lacerda era ya en esa época de aparentes certezas un exiliado de sí mismo, elegido con infalible mirada por la musa exigente de la pura melancolía y la libertad".

Soares recordó que el legado del poeta es "muy importante", pues incluye correspondencia con grandes figuras de la cultura, portuguesas y extranjeras, entre ellas Maria Helena Vieira da Silva, su marido, Arpad Szenes, y Paula Rego. "Tenía todo dentro de un cuarto donde casi no se podía entrar de tan lleno que estaba de libros y cartas, cuadros, dibujos, verdaderas preciosidades", recordó Soares, "y nunca se deshizo de nada".

En su obra destacan Exílio (1963) y Tauromagia (1981), Elegias de Londres (1987), Meio-dia (1988, premio Pen Club), Sonetos (1991), Átrio y los dos volúmenes de Oferenda, su obra de 1955 a 1981.



ALBERTO DE LACERDA
(De la antología ‘El encantamiento’.
Ed. Olifante. Zaragoza, 2012.
Traducción de LUIS MARÍA MARINA)




DOBLE FILO

Marcar el paso al compás de la vida.
Regresar finalmente. Decir poco.
Las palabras son silencios de doble filo.
Decir muy poco.
Ver el perfil
de las cosas
hasta que el centro regrese
voluntariamente. ¿Destruirlas?
Hasta convertirlas en amor dentro de nosotros.

Para poder cantar de nuevo.




DOIS GUMES

Marcar o passo pelo compasso da vida.
Regressar finalmente. Dizer pouco.
As palabras são silêncios de dois gumes.
Dizer muito pouco.
Ver o perfil
Das coisas
Até que o centro regresse
Vountariamente. Destruí-las?
Até serem amor dentro de nós.

Para poder cantar uma vez mais.




LOS POETAS Y LOS AMANTES

Ignoran y saben. Son el viento
que orienta los caminos verdaderos.
Redentores de los dioses en los hombres,
contémplalos–
la furia solemne de las noches que amanecen,
sus lágrimas por los ojos ignoradas,
la dulzura de las playas que continúan
conservando en la arena, durante algún tiempo,
los pasos de los hombres.



"Segunda elegía de Londres", de Alberto de Lacerda

Portada de Elegías de Londres (1987), en la
edición de la Imprensa Nacional-
Casa da Moeda, sobre dibujo de Paula Rego.

Una reciente conversación con Luís Amorim de Sousa, albacea literario de Alberto de Lacerda (y que continúa dedicando sus mejores esfuerzos, ahora desde Oxford, para conseguir que la obra de este último no se pierda en el olvido), me trae de vuelta a la poesía de Lacerda, que nunca realmente he llegado a abandonar. Dentro de su obra de madurez, la Segunda elegía de Londres ocupa un lugar especial. Fechada en la capital británica en febrero de 1985, en sus versos recrea el poeta aquellos espacios de la remota infancia africana que ya solo existen en su memoria. Los espacios de un imperio extemporáneo, "emblema de injusticia universal" que, no obstante, en los ojos del niño se revisten de humanidad, volviéndose habitables. Y que son revisados con esa mezcla de "buena fe y mala conciencia" (las palabras son de Eugénio Lisboa) con que fueron sentidos por aquellos a los que tocó vivir la descomposición de aquel último imperio (Knopfli, Cinatti. Luandino Vieira o los propios Lisboa o Amorim de Sousa).


SEGUNDA ELEGÍA

Ver lentamente transparente
lo que desde el inicio casi siempre
se ocultara —
la misma luz de la infancia
                                           emanando
del interior del ser y del centro de la tierra
(el cuerpo de cinco años un cuerpo de luz
por entre la luz apabullante del huerto africano
que mi madre plantara)
hasta ese promontorio extremo
de la percepción deslumbrada
era un balcón
                        al cabo
                                     secreto
ambigua presencia
sin relación con todo pero
que oprimía

Desde siempre
                        hubo planes
sin relación intrínseca
cuyo desencuentro yo sufría
las fuentes
que no se tocaban
por detrás de todo
la tiranía doméstica
emblema de la injusticia
universal

Pero la luz me llevaba siempre
de la mano

La propia inocencia prolongada del cuerpo
era una iridiscencia
que sobrevivió a la túnica rasgada
muchos años más tarde
en la roca del deseo

En el terror se ocultaba lo que yo no entendía
miasma de la soledad brutal

Todo era ajeno
                         todo me era voluntariamente
alejado de la alianza
que el corazón gritaba cada vez más alto
queriendo alcanzar

Ambiente
                        decían
                                    impropio para el consumo
Todos los días se hablaba de regreso

Niños negros con quienes raramente jugaba
en la sanzala
lejos bien lejos de la casa
casa grande
que llamaban palacio

Noches
noches enteras
                         un batuque
muy muy lejano

Son que me laceraba hasta la angustia
en un deseo en una nostalgia sin nombre
de no sé qué no sé dónde

Lo que nunca tiene explicación
comenzó en ese ritmo lejanísimo
oído interminablemente toda la noche

Joaquín ayo adorado
que me bañaba y sin palabras
me dejaba lavar
                           las partes que Camões
llama vergonzosas
y no lo son
                        nunca lo fueron

El cocinero —no recuerdo su nombre—
que me contaba historias en que siempre había animales
dentro de otros animales

Regreso
conversaciones obsesivas
sobre el regreso
                            siempre frustrado
a Europa
                (la metrópoli era Moscú
para aquella gente en nada parecida a la dulzura
de las tres hermanas chejovianas)
pero era allí
en aquella oriental costa africana
donde yo había nacido
                                      aunque espiritualmente me la negaran
después de la violación secular

Barquitos de corteza de sumaúma
que puse a flote en Mentangula
en el lago Niassa
mes paradisíaco de mi infancia

Los crepúsculos vistos desde la terraza del palacio
en Villa Cabral
lejos muy lejanamente
                                      en la franja postrera del horizonte
el Lago ardiendo en plata

Por todos lados el misterio se encarnaba
natural como la selva a dos pasos
de la casa grande

Solo siendo adulto he habitado en la memoria
ese misterio que la tiranía blanca
intentó destruir

El enigma de ciertas miradas africanas
sobre todo las madres
                                    pegadas a los hijos al cuerpo
por la capulana

Mirada semejante a la que me vino a traspasar
siglos después en los indios de México

Clotilde que era joven feliz y murió en el parto

Dada la alarma
dejado yo a solas en el caserón con los criados
oí un grito que era imposible que hubiese oído
y fue una mueca
                            un vagido cósmico
                                                            el primero

La soledad clavaba garras profundas
imborrables

El amor se dilataba en un horizonte tan lejano

que solo las lágrimas a veces alcanzaban

Publicado por Luis María Marina 
http://luismariamarina.blogspot.com.es/search/label/traducciones



El encantamiento

Los versos transparentes del autor en lengua portuguesa Alberto Correia de Lacerda (Mozambique, 1928 – Londres, 2007) llegan por fin traducidos al español en El encantamiento, una cuidada antología, editada por Olifante, de la que es responsable el poeta, escritor y traductor afincado en Lisboa Luis María Marina, responsable de la selección, versión y prólogo de ‘El encantamiento’, la primera gran antología en español del fallecido poeta sin patria Alberto de Lacerda.



VENTANA

Soy una ventana a la que se asoman
todas las cosas de la vida.
No sobre mí: sobre la vida
que pasa por mi ser.

Y todo está lejos
y aquí.

Ser poeta es no pertenecerse
ni a sí.






La fuga y el regreso de las palabras
el vaivén de los barcos mis tumbos
mis sueños las familias muertas
el rey depuesto
y yo –
el príncipe vendido
a la luz del día





A fuga e o regresso das palabras
o ir e vir dos barcos os meus tombos
os meus sonhos as famílias mortas
o rei deposto
e eu –
o príncipe vendido
à luz do dia







DOZE JOVENS POETAS PORTUGUÊSES. Org. Alfredo Margarido e Carlos Eurico da Costa.  Rio de Janeiro: Serviço de Documentação, Ministério da Educação e Saúde, 1953.  56 p. (Os Cadernos de Cultura) 14x19 cm. Impresso pelo Departamento de Imp. Nacional. Inclui os poetas: Alberto de Lacerda, Alexandre Pinheiro Tôrres, Alfredo Margarido, Antonio Maria Lisboa, Carlos Eurico da Costa, Carlos Wallenstein, Egito Gonçalves, Eugênio de Andrade, Fernando Guedes, Henrique Risque Pereira, Mário Cesariny de Vasconcelos, Mário Henrique Leiria.  Ex. bibl. Antonio Miranda



ASCENSÃO

Vou construindo a Verdade com degraus de pedra,
de pedra gemendo em doloroso sangue,
E à medida que as mãos pedem Perfeição
(as operárias mãos da alma insatisfeita)
seres invisíveis, puros, delicados,
afastam do meu ser as capas que me são
completamente alheias.

Solitade completa — o meu misténo
desta escadaria dolorosa.

Mas há no fim de tudo um lúcido Clarão.

É como a Cruz antiga que possui no meio
uma perfeita Rosa.



OMBRO

E' uma sombra ligeira.

Deixa sossegar
a minha cabeça sobre o teu ombro,
como quem dorme.

Numa saudade imortal
talvez o deus que me habita
houvesse desejado a minha morte.



BACH

No claro silêncio desnudo,
a Geometria dança livremente.

Eu sinto, eu creio, eu canto, a luz é tanta
que a sala se esboroa por completo
e o céu cobre, em palácio, o mundo inteiro.

Sou a reta sublime que se cumpre
desde o centro da terra ao infinito.




ODE

Não receies nenhum dia.
O tempo é uma praia infinita que é sempre visível de uma
                                                                     [espécie mar.].
Nós somos as ondas. Nós é que levamos
aos dias, o bem ou o mal.




DIOTIMA

És linda corno haver Morte
depois da morte dos dias.
Solene timbre do fundo
de outra idade se liberta
nos teus lábios, nos teus gestos.

Quem te criou destruiu
qualquer coisa para sempre,
ó aguda até à luz
sombra do céu sobre a terra,

libertadora mulher,
amor pressago e terrível,

primavera, primavera!







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