sábado, 7 de julio de 2012

ANTHONY HECHT [7.216] Poeta de Estados Unidos


Anthony Hecht

Anthony Evan Hecht(Nació el 16 enero 1923 en New York, EE.UU. y murió el 20 octubre 2004) fue un poeta americano. Su trabajo destaca por un profundo interés y un apasionado deseo de enfrentarse a los horrores de la historia del siglo XX, con la Segunda Guerra Mundial, en la que él luchó, y el Holocausto siendo temas recurrentes en su obra.
Sirvió en la división 97 de infantería y luchó en Alemania, Francia y Checoslovaquia durante la Segunda Guerra Mundial. Después, participaría en la ocupación de Japón. Recibió el premio Pulitzer en 1967 por The Hard Hours.

Poesía

A Summoning of Stones (1954)
The Hard Hours (1967)
Millions of Strange Shadows (1977)
The Venetian Vespers (1979)
The Transparent Man (1990)
Flight Among the Tombs (1998)
The Darkness and the Light (2001)

Traducciones

Aeschylus's Seven Against Thebes (1973) (with Helen Bacon)

Otros libros

Obbligati: Essays in Criticism (1986)
The Hidden Law: The Poetry of W. H. Auden (1993)
On the Laws of the Poetic Art (1995)
Melodies Unheard: Essays on the Mysteries of Poetry (Johns Hopkins University Press) (2003)


NATURALEZA MUERTA

Un vapor sonámbulo, como un visitante fantasmal,
            flota suspendido sobre un lago
de tennynsoniana calma justo antes del amanecer.
Árboles invertidos y pedruscos tiemblan y se escurren
en la bruñida oscuridad. Plateados destellos apuntan
entre el líquido follaje, y un poco después desaparecen.

Todo está empapado y brillante de humedad.
            Una telaraña, tejida con tirantez
en el bastidor de las puntas dobladas de la hierba,
se comba como un trampolín o la red de un bombero
con todo el oropel y las riquezas que ha atrapado,
cada gota un pisapapeles de cristal de Steuben.

Ningún canto de pájaro aún, ni un grillo, ni una trucha
            explota en los remolinos
en busca de una rasante mosca. Todo está por llegar.
Las cosas están tan detenidas y calmadas a lo largo
de todo el universo como antiguos cuencos chinos,
y la naturaleza permanece espléndidamente muda.

¿Por qué me agita tanto todo esto, como un código
            o un sordo presentimiento
de propósitos y sucesos ya preestablecidos?
Me conoce, y yo reconozco esta forma
de vacilación cautelosa, lista para saltar,
este silencio tan comprimido y tan intenso.

Como en una superficie de agua contemplo
            el primer y suave decreto
de la luz, su pálidas, inaudibles órdenes.
Permanezco junto a un pino en el frío,
justo antes del amanecer, en algún lugar de Alemania,
con un helado, húmedo fusil Garand en mis manos.

(Collected Earlier Poems, New York, Alfred A. Knopf, 1990)
(Traducción de A. Catalán)


UNA COLINA

En Italia, donde estas cosas pasan, 
tuve una vez una visión —se entiende: 
no como las de Dante, no la visión de un santo,
quizá ni una visión de veras. Con mis amigos
curioseaba en la plaza soleada
muy de mañana. La greca nítida de sombras
de las grandes sombrillas cubría el pavimento:
bajíos relucientes en que anclaba la breve
armada de carretas. Libros, monedas, mapas,
paisajes burdos, feas estampas religiosas,
todo en venta. Colores, ruidos,
manos al vuelo: gestos exultantes;
aun el regateo
cual verbosa piedad subía hasta el oído.
Y entonces ocurrió: todo calló de pronto,
y oscureció; los carros, la gente y el mismísimo
gran Palacio Farnese, con todo y tanto mármol,
se hicieron aire. En su lugar había
una colina ocre pelada. Cuánto frío
hacía, casi helaba, con presagios de nieve.
Como viejos herrajes, los árboles: chatarra 
junto a un muro de fábrica. No había viento y no hubo
más sonido en un rato que el crujido levísimo
del hielo que mis pies quebraban en el lodo.
Vi un pedazo de cinta enredado en un seto,
no otro signo de vida. Y luego oí
como el trueno de un rifle. Un cazador, pensé:
no estaba solo, al menos. Pero entonces llegó
el golpe, suave, como de papel,
de una gran rama que caía no sé dónde, invisible.

Y fue todo, a excepción del frío y el silencio
que, como la colina, se anunciaban eternos.

Resurgieron los precios, y los dedos: fui devuelto
al sol y a mis amigos. Pero por más de una semana
me aterró la amargura pelada que había visto.
Todo esto ocurrió hace unos diez años
y no me preocupó hasta que hoy, por fin,
recordé esa colina: está justo a la izquierda
del camino que sale de Poughkeepsie, y de niño
pasaba horas mirándola en invierno.

Versión de Aurelio Asiain


Cuervos en invierno

Los agentes de pompas fúnebres
se reúnen en nuestros árboles.
Celebran el acuerdo con sus cláxones:
las cosas pintan bien.
Campos nevados: significan
un paisaje de limpios esqueletos.
El Mar de la Tranquilidad
que se extiende por la ciudad.

Excavado, grabado
saber de tumba o mina
en el aire bituminoso.
Los regocijan los primeros
rosas cosméticos del alba.

Hablan de cementerios que se extienden
y de bienes raíces.
Cras, dicen,
y el rumor se repite
entre las ramas blancas.

La muda espina del viento
se ocupa de los detalles,
y promete con dulzura
tomar nuestro último aliento.

versión de Aurelio Asiain


Saul and David

It was a villainous spirit, snub-nosed, foul
Of breath, thick-taloned and malevolent,
That squatted within him wheresoever he went
         And possessed the soul of Saul.

There was no peace on pillow or on throne.
In dreams the toothless, dwarfed, and squinny-eyed
Started a joyful rumor that he had died
        Unfriended and alone.

The doctors were confounded.
In his distress, he
Put aside arrogant ways and condescended
To seek among the flocks where they were tended
        By the youngest son of Jesse,

A shepherd boy, but goodly to look upon,
Unnoticed but God-favored, sturdy of limb
As Michelangelo later imagined him,
       Comely even in his frown.

Shall a mere shepherd provide the cure of kings?
Heaven itself delights in ironies such
As this, in which a boy's fingers would touch
       Pythagorean strings

And by a modal artistry assemble
The very Sons of Morning, the ranked and choired
Heavens in sweet laudation of the Lord,
       And make Saul cease to tremble.





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