Stephen Dunn, Nueva York, 1939
BIBLIOGRAFÍA.
Five Impersonations, Ox Head Press (Marsall, MN), 1971.
Looking for Holes in the Ceiling, University of Massachusetts Press (Amherst, MA), 1974.
Full of Lust and Good Usage, Carnegie-Mellon University Press (Pittsburgh, PA), 1976.
A Circus of Needs, Carnegie-Mellon University Press (Pittsburgh, PA), 1978.
Work and Love, Carnegie-Mellon University Press (Pittsburgh, PA), 1981.
Not Dancing, Carnegie-Mellon University Press (Pittsburgh, PA), 1984.
Local Time, Quill/Morrow (New York, NY), 1986.
Between Angels, W. W. Norton & Company (New York, NY), 1989.
Landscape at the End of the Century, W. W. Norton & Company (New York, NY), 1991.
New and Selected Poems: 1974-1994, W. W. Norton & Company (New York, NY), 1994.
Loosestrife, W. W. Norton & Companyn (New York, NY), 1996.
Riffs & Reciprocities: Prose Pairs, W. W. Norton & Company (New York, NY), 1998.
Different Hours, W. W. Norton & Company (New York, NY), 2000.
The Insistence of Beauty, W. W. Norton & Company (New York, NY), 2004.
Everything Else in the World, W. W. Norton & Company (New York, NY), 2006.
What Goes On: Selected and New Poems 1995-2009, W. W. Norton (New York, NY), 2009.
Here and Now: Poems, W. W. Norton & Company (New York, NY), 2011.
La rutina de las tareas domésticas
Cuando Madre murió
pensé: ahora tendré un poema sobre la muerte.
Eso fue imperdonable
y, con todo, ya me he perdonado desde entonces,
tal y como pueden perdonarse los hijos
que han sido amados por sus madres.
Contemplé el interior del ataúd
sabiendo lo mucho que ella viviría,
cuántas vidas hay
en las dulces revisiones de la memoria.
Es difícil saber exactamente de qué modo
nos traemos de regreso de la tristeza,
pero recordé cuando tenía doce,
1951, antes de que el mundo
desabrochara su blusa.
Le había pedido a mi madre (yo temblaba)
si podía ver sus pechos
y me llevó hasta su habitación
sin vergüenza ni timidez
y los contemplé,
con miedo de pedirle más.
Ahora, años después, alguien me comenta
que los cáncer que nunca recibieron amor maternal
están condenados y yo, un cáncer,
me siento de nuevo bendecido. Qué suerte
el haber tenido una madre
que me enseñara sus pechos
cuando las chicas de mi edad estaban desarrollando
sus propios países separados,
menuda suerte
que no me condenara
con demasiado o demasiado poco.
Si le hubiera pedido tocar,
quizá chuparlos,
¿qué habría hecho ella?
Madre, mujer muerta
que me permite, creo,
amar sin dificultad a las mujeres,
este poema
está dedicado al punto
en que nos detuvimos, al acto incompleto
que fue suficiente
y al modo en que te abrochaste los botones,
y regresaste a la rutina
de las tareas domésticas.
[del libro Not Dancing (1984).
Título original:
'The Routine Things Around the House'
Versión de Ben Clark
dedicado a Meghan McEnery.]
Cuando la revolución llegó
Cuando la revolución llegó estábamos holgazaneando en casa.
Ellos, bailando de repente en Praga
y nosotros poniendo la mesa, los tenedores a la izquierda,
los cuchillos a la derecha. Todas nuestras categorías eran viejas.
Deberíamos haber estado haciendo el amor cuando el Muro
cayó. Deberíamos haber estado haciendo juegos de palabras.
Cuando la revolución llegó fue el ensanchamiento de una grieta,
el levantamiento del gris. Los tiranos simplemente dimitieron.
Algunos se disculparon. La Historia se revolvió en su enorme tumba.
Cuando la revolución llegó llevábamos puestas
las botas de trabajo del minero, el hirsuto chaleco
del estibador, conscientes siempre del estilo.
Cuando la revolución llegó estábamos haciendo recuento
de nuestras privaciones como solo pueden hacerlo
[los de estomago lleno.
Walesa alzó sus brazos en triunfo. Nuestras gargantas
se tensaron. Los berlineses del este se pasearon por la tierra
del comercio; nuestras gargantas se tensaron de nuevo.
¿Pensábamos en nosotros cuando la revolución
llegó? ¿Nos sentimos acaso un tanto petulantes?
Era un diciembre frío cuando el siglo cambió,
más frío aún para algunos. No era aún Navidad,
no era aún Rumanía, ese áspero regalo, empapado de sangre,
todo su pasado expuesto a la luz. Todos los años nos prometíamos
desear menos cosas, y siempre fracasábamos.
Cuando la revolución llegó observamos la insistencia
de las masas, casi con tanta libertad como para llegar a ser nosotros.
(Landscape at the End of the Century, 1991)
(Traducción de A. Catalán)
Carta a un propietario distante
Este es el siglo xx y usted
es invisible, al otro lado del Atlántico,
fuera de alcance. Dormimos en su cama,
hacemos el amor allí donde
usted hizo el amor, es extraño
que no nos hayamos conocido.
Esta casa, sin embargo, habla
de usted; todos los libros, los bellos
trastos en el desván,
esa sorprendente litografía en el hall de arriba.
Usted ha traído el pasado
para mezclarlo como un buen abuelo
con los artefactos y el polvo.
Incluso los fantasmas tienen su estilo.
Esperan hasta que los niños duermen
y se sientan en las sillas blancas
de la sala. Algunas noches
es Nietzsche, anoche fue
Marx. Son todo timbre
y humo, todo lo que quieren
de mí es que levante el culo,
que rompa el entorpecimiento de mi espíritu.
Pero no insisten. Han visto tanto
que su rencor se ha tornado
en suspiros. Nosotros no aprendemos
lo que ellos han aprendido.
Sin embargo, estamos cómodos en su casa.
Es lo que queríamos.
El parque vecino es bello
y peligroso, un parque del siglo xx,
de esos que debemos recorrer. Nuestro pequeño
y agresivo perro busca pleito allí
con perros ovejeros. Ellos buscan pleito con él.
Aunque algunas veces, son todo cola y lengua,
como nosotros, y el aire huele bien
y la grama está recién cortada.
Y nosotros enviamos nuestros cheques
e intentamos imaginar sus manos,
su rostro, la manera en que discute
las cosas que debe discutir.
Algún día después de que haya vuelto,
mientras esté oliendo nuestros olores y reacomodando
su vida, quizás aparezcamos
a su puerta disfrazados de nosotros.
Diremos que buscamos una casa
(ése sería el único indicio), miraremos a hurtadillas
la visión que buscamos y seguiremos
como extraños que ignoraron,
su camino hacia otra parte,
y que no saben por qué, en este siglo
no pueden detenerse.
Área de servicio
No todas las lavanderías son tristes.
Allá en el Pueblo, la que frecuentaba
era un sitio hecho para leer y contemplar
qué ponían en el programa delicado las mujeres.
Era más joven entonces y quería vivir
en una ciudad, y ser uno más entre
los pobres elegantes. Ahora estas mujeres
en el Lavado Y Secado, manoseando las monedas
en esta terrible claridad, parecen, simplemente, cansadas.
Quizá todas las mujeres de Bank Street
estuvieran cansadas; no me habría dado cuenta.
Quizá todas las mujeres en cualquier lugar estén cansadas
e incluso las cosas más ligeras y encantadoras
a veces las perciban como una carga de la que desprenderse—
bien entrada la noche, digamos, con el humor equivocado,
y alguien esperando con una sonrisa.
Hoy estas máquinas parecen
las máscaras estancas de los buceadores del fondo del mar,
y lo que gira en ellas es confusión
controlada, algo que cada uno de nosotros comprende.
Pongo juntas mi ropa blanca y de color,
como siempre hago, y una joven
con un crío y una camiseta en la que pone
Vive Libre o Muere dice No, así está mal.
Le digo que estoy interesado en la velocidad.
No digo que tengo una casa
con un cuarto para lavar y secar, o
que mi ropa es suficientemente vieja para no desteñir.
Tampoco digo que no he pisado
una lavandería desde hace 20 años.
Esto podría ser una estación de bus a juzgar
por la mirada fija de las caras solitarias, pero ella
tiene a un crío al que regañar, nada de tiempo para mirar.
Estoy lejos de casa. Quién sabe
qué les parezco a aquellos que miran tan fijamente
o qué es lo que, a ellos, les revela mi colada.
He aquí a un hombre limpio, podrían estar pensando.
Debe de haber hecho algo muy malo.
(Loosestrife, 1996)
(Traducción de A. Catalán)
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