Gonzalo Hidalgo Bayal
Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, provincia de Cáceres, noviembre de 1950) es licenciado en Filología Románica y en Ciencias de la Imagen por la Universidad Complutense de Madrid, trabaja desde hace años como profesor de lengua y literatura en un instituto de enseñanza secundaria.
Obras
Poesía
1986 Certidumbre de invierno.
Novelas
1988 Mísera fue, señora, la osadía.
1993 El cerco oblicuo.
2001 Amad a la dama.
2004 Paradoja del interventor.
2009 El espíritu áspero.
Novelas cortas y relatos
1997 Campo de amapolas blancas.
2001 La princesa y la muerte.
2004 Un artista del billar.
2011 Conversación.
Ensayos
1994 Camino de Jotán. La razón narrativa de Ferlosio.
1997 Equidistancias.
2007 El desierto de Takla Makán.
Alcornoque
Basta un cambio liviano de enfoque
—o tal vez, Nicanor, un enroque—
desde la alta terraza del bloque
para ver a un letrado in utroque
de la casa de tócame Roque
y a un torero ligero de estoque
en el arte de birlibirloque
con modales de la belle époque
(por favor, que nadie se equivoque)
compartiéndose un albaricoque
a la sombra del viejo alcornoque.
Estampa
Caminito del Rastro
he visto a un pordiosero
leyendo el Evangelio
de Saramago.
Espinela
Admírase un hispanés
al ver que, en tiempos de vacas
muertas (ni gordas ni flacas),
cuando todo IVA al revés
genera un nuevo do ut des,
se ha impuesto tal catatonia
al hedor de la colonia
que si un empresario quiebra
o cambia gato por liebra
o se hace lapa en Laponia.
Surbytismo
Hay, ay, versificadores
que alivian sus escozores
sin metro rima ni rismo,
militantes de un ‘poetismo’
concubio de ordenadores
sub realismo.
Palinodia
cuando lleguéis a Ítaca perdonadme viajeros
y no tengáis en cuenta lo que dije
olvidad el camino la autovía el atasco
los adelantamientos las retenciones los frenazos
las amenazas luminosas de la gobernación
y los gestos obscenos desde las ventanillas
el pequeño accidente los coches distraídos
al fin no pasó nada sólo el susto y los gritos
el lento enigma del arcén y los triángulos
y el lúgubre fulgor de las luciérnagas
olvidad sobre todo el bar de carretera
lleno de suciedad y de viajeros ávidos
con hambre y sed y prisa y malhumor
y lo que preguntó el muchacho ecuatoriano
sobre noventayocho diesel o eurosúper
y lo que replicó el dios iracundo y todoterrenal
olvidad a la joven de la caja
no recordéis sus ojos melancólicos
tenía un mal día hubiera preferido
cambiar el turno y dirigirse a Ítaca
no la inmóvil fatiga de cariátide
que mira ausente la documentación
de tantos odiseos y argonautas
con tarjeta de crédito y con ojos de hastío
o con los nervios en fermentación
porque el camino a Ítaca es lento es infinito
cuando lleguéis a Ítaca perdonadme viajeros
y no tengáis en cuenta lo que dije
aquellos eran otros tiempos
época de dulcedumbre alejandrina
y he cambiado de opinión ahora
si alguna vez llegáis a Ítaca
os aconsejo que olvidéis el viaje
y que comáis bebáis buen vino descanséis
que recorráis después sus hermosos parajes
que os deleitéis gozosos en tan ardua belleza
y que mientras disfrutáis de tanta dicha
mientras Ítaca sea Ítaca y siga siendo Ítaca
no se os ocurra nunca pensar en el regreso
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