miércoles, 14 de marzo de 2012

DANIEL SALDAÑA PARÍS [6.140]


Daniel Saldaña París

(México DF, 1984), poeta, ensayista y narrador de clóset. Estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y fue secretario de redacción de la edición española de Letras LIbres. Becario del FONCA en la categoría Jóvenes Credores (2006/2007) y, actualmente, de la Fundación para las Letras Mexicanas (2007/2008).
Es autor del libro de poemas Esa pura materia (UACM, 2008).
Ha colaborado en revistas como Galleta china, Tierra Adentro, Luvina, Nerivela, Literal: Latin American Voices y Letras Libres, entre otras. Participó en el Primer Encuentro Internacional de Poesía de Trinidad y Tobago y en el 6º Foro de Arte Público organizado por la Sala de Arte Público Siqueiros. Ha sido becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (06/07) y de la Fundación para las Letras Mexicanas (07/09). Poemas suyos han aparecido en Divino tesoro. Muestra de nueva poesía mexicana (Casa Vecina, 2008), antologado por Luis Felipe Fabre; Anuario de poesía mexicana 2007 (FCE), y Muestra de literatura joven de México (FLM, 2008). Un ensayo suyo sobre la obra de Gerardo Deniz fue compilado en Deniz a mansalva (FETA, 2008).





TRÍPTICO DE CARRETERA

I

¿De qué signo es el coral
su forma oscura de proliferar en los bordes
resplandeciendo en la miopía de los océanos
como un pensamiento impuro?

¿De qué lenguaje participa el heno
doblegando de los árboles la propensión a las alturas?

La carretera surca el valle y besa un punto del Grijalva.
Se me ofrecen líneas:
signos debilitados por el acento de los bosques.

A la derecha venden mojarras:
destellos apresados por las redes
o por error llovidos
en las manos.


II

Un rumor resume
transfigura el discurso del paisaje

(un pájaro que esplende,
la madera hinchándose en la lluvia).

Un rumor descubre
acentúa lo continuo de la selva
en su espesor insomne
en su columna de agua que vertebra
y reverbera…
en su sed de apresar lo que deslumbra


III

La carretera fluye:
inaugura un túnel en la niebla.

Como un Nautilus
el coche se adentra en la espesura
y me separa:
aísla mi voz de aquella noche.

A la derecha venden truchas:
cuchillos del légamo extraídos
y un cartel anuncia: Bienvenido a Chiapas.



TIBIOS LODOS (fragmentos)

En el Sur abunda el lodo y el murmullo,
un idioma te hace uno con la niebla,
el sudor es un estado que domina y una mano que te aprieta la cintura.

En la selva hay como niños que no duermen:
se amamantan de la sombra de una loba,
comen musgo los domingos
sin saber el nombre exacto de los días.

[…]

No los charcos abundantes de un camino hecho de barro,
ni la tórrida membrana que une al hijo con su madre…
lo salvaje es el mutismo tras mi puerta,
la sombra que la lengua de ninguna luz alcanza.

El poema es un suburbio de la noche
donde sólo se escucha
el aullido de los perros más oscuros.

Cocodrilos en el fondo de mi sangre.
Cocodrilos madurando en la humedad, emergiendo de semillas que son uñas.

Venecia es el silencio detrás de mi puerta.




ARENA DE LA COSTA GRANDE (fragmentos)

Tus pies tienen la edad de lo que sangra
tumefactos por el sol y los insectos
agrietados por la sal y los andares.
Tus pies tienen la espera como un signo tatuado
y se revuelven en la gruta de los ogros
-avispas o lagartos que te piensan.
Tus pies tienen la noche como atributo
y se entumen en los cruces de caminos.

La sandía es un fruto que implota a varios metros
consumiéndose en la arena
y la asedian varios buitres que no tienen instinto.

Tus pies la miran.
La sandía es un fruto solar.

[…]

Las mimosas frecuentan el panteón y lo hacen estallar en buitres.
Una mula llamada Salomé
frota su lomo con la estrella del frío
y es consentida por todas las viudas.
Tú no eres consentido por todas las viudas
pero los números del dominó articulan tu silencio.
Miras a la mula con fastidio
y recuerdas que tu amante es una anémona.

Don Enrique insiste para que escribas la historia de su abuelo:
era revolucionario
y pescó un huracán llamado Tara
hoy atado en la casa de su prima.
Arturo que también es pariente
evita hablar del Norte.

Tu brújula es un niño que perdió la cordura
y corre por la playa.

[…]

Piensas en un reloj de múltiples arenas
y en hombres albinos acurrucados en la nieve.

Piensas en trenes teñidos de blanco
y la flor de la cicuta germina en el vertedero.

Piensas en accidentes mortales.



LA PRIMERA PERSONA

La cita de Byron que me enviaste me deprimió mucho a las 7:55, una hora récord. Fue una de esas tristezas repentinas que me hacen planear el playlist de mi velorio. ¿A qué quieres jugar hoy: a los parámetros o a las categorías? Ambos tienen sus ventajas: el uno organiza provisionalmente nuestros afectos y el otro domestica las cosas del mundo. (Mi categoría favorita es “Objetos que empiezan por la letra M”.) Los parámetros, claro, y aunque no nos encante, son más lo nuestro: podemos hacerlos y deshacerlos y darles la vuelta en el mismo día: es un juego infinito que, en cierto sentido, diluye nuestro deseo.


Ayer, mientras cenábamos, se abrió una puerta a otra dimensión junto a nosotros. Te debo una categoría por cumplir los treinta años. Por dos mil pesos mensuales, ¿te cambiarías el nombre a “Personita”? Mensajearnos es una forma de hacer origami con el tedio. ¿Tú crees que existe un límite de tolerancia a la ambigüedad distinto para cada individuo? Si sí, el mío debe de estar a la vuelta de la esquina, y me da miedo que alcanzarlo signifique el derrumbe de todo esto.


Lo más cercano que conozco al mundo de la alquimia es el martini sucio. Tenemos una enfermedad que se llama criptomanía. Hay relaciones que se sostienen en una complicidad exclusivamente lingüística (cuando tienen problemas van al semiólogo). Entre las palabras que no sé si me gustan yo pondría crinolina. Hay otras relaciones basadas en la creación de rituales. El desmoronamiento de una personalidad deja la mesa llena de migas: si las reúnes y las amasas, puedes modelar fetiches. (Esta es la primera vez que, mientras escribo, aprendo algo sobre mí mismo.)


La Primera Persona tiene la secreta convicción de que las hormas para zapato son en realidad complejos aparatos de tortura. Tiene, como Constanza, una arraigada fascinación por los autómatas, aunque no es, ni remotamente, un erudito. Su concepción de la prosa es más bien burda: red que sirve para atrapar a las mariposas del sentido. La Primera Persona se refugia en una región paradisíaca de sí mismo cuando sospecha que afuera todo se está yendo a la chingada. Sus circundantes no lo advierten, excepto quizás en el hecho de que tiene blackouts ortográficos.


Decir de la Primera Persona que es un diletante sería un eufemismo: en realidad no hace nada. Pasa las tardes viendo pornografía o abandonando libros a media lectura. No llegaría al extremo de calificar de “culpables” a sus placeres, pero es justo decir que atenta contra sí mismo. La Primera Persona está henchido de posibilidades, como un globo de helio que puede perderse o quedar enganchado en las ramas de un árbol. Su aparato digestivo y su capacidad para olvidar son sistemas análogos.


Todas las decisiones que tomo son tajantes y algunas de ellas son hermosas como las lámparas de araña, y tienen mil cristales tornasoles y un juego complejísimo de luces. Todas son arbitrarias hasta cierto punto y resplandecen en el techo de mi cuarto cuando tardo un poco más en conciliar el sueño. Están como estrellitas fluorescentes, mis decisiones, y componen galaxias provisorias o se hacen las genuinas en mi cielorraso, que rota y se modifica con un vértigo discreto.



Aeropuertos


1

Aeropuertos vacíos.

De sí, digo.
Pero también: de cientos.
De cientos que podrían.
O que podían ser y no fueron.

Aeropuertos de sí, ¿no?,
que tienen todos los tiempos.

Qué decir del “grano de la voz” —simiente:
dice la verdad
de lo que no se dice. (Escucha.)

Por ejemplo, voz que siembra campos de sorgo
enfrentados
a campos desorganizados:
ciudades vistas desde arriba.
El avión a lo que va, como decía.
Más vale tarde que atardece
que tarde detenida:
todo lo que amo
es visible y envejece.


2

Turbinas hechas para perturbar al indio
—a caballo
entre un tiempo y otro.
Modernidad, ¿por qué me has abandonado?

(Nota para más tarde:
Discursos que utilizan la palabra “verga”:
el naval, el pornográfico,
el que pretende —bobo— disgustar al prójimo.)
(Ya es más tarde: ¿será la hora
de regresar sobre mis propios pasos
al paréntesis precedente?
No hay manera de saberlo: esto
no se detiene nunca.)

A lo que iba:
turbinas hechas para matar un toro.
Marinetti, extasiado, monta en una de ellas (a caballo
entre un tiempo y otro).
Otros toros:
el de Picasso,
el de Botero (insultos),
el toro de la marca que usa un toro como marca.
Marca: lo que delata.
Y también: la impresión de un cuerpo en otro.

Turbinas para matar el tiempo.



TODO el hartazgo, el tedio
inherente a lo mediano. Todo,
en “n, lo que me lastra
—el spleen— he decidido
desplazarlo con
una acción fingida
por las islas. Por ejemplo:
hablo con insistencia
de Trinidad y Tobago, hablo
de las Islas Coco.
Funciona un poco, al principio; luego
ese tedio vital vuelve
apenas maquillado
por un tic excéntrico. Vuelve
como habrán de volver también, en su momento,
las obsesiones primarias, las
ficciones personales. Vuelve
como las narrativas de mi desprendimiento.









Ingenio y ungimiento del erizo
Por Daniel SALSAÑA PARÍS

En vena lúdica y tono irónico, la voz narrativa describe su afinidad con la marihuana, el vocabulario relacionado con ella y el síndrome de abstinencia (estar “erizo”) como metáfora de la propensión humana a rehuir a los semejantes. El cuadro descrito parece encajar en lo que el debate sobre la legalización de esta droga denomina “consumo recreativo”, sin pretender que el autor haga suya esta expresión.

I

Mi más seria misión en esta vida, descubrí hace poco, es luchar contra mi tendencia natural a ser un hijo de puta. Es la única ideología por la que milito. No ser el cabronazo que muy fácilmente podría ser, en caso de relajar mi observancia, es mi único humanismo —un humanismo de bolsillo—. En esta lucha personal, como le llaman, he encontrado un aliado importante en la marihuana. La mota me amilana (a diferencia del alcohol, que cuando me sienta mal me deja hecho un truhán o un lamecharcos). Cierto que quemarle las patas al diablo tiene sus desventajas, y asumo la firme creencia de que las dosis deben ser breves.

Nunca he temido quedar orate por fumar mucho, pero acepto que a la larga puede tener efectos secundarios. En mi caso, reconozco que no sería justo achacarle a la mota mi paranoia, que antecede y trasciende el efecto de cualquier droga, pero puede ocurrir que después de fumar marihuana mi delirio persecutorio se dispare hasta hacerme pensar, de manera reiterada, que hay gente revisando mis bolsas de basura para “acabar conmigo”.

II

Pero además de los efectos de la droga en el cuerpo y la psique existen las secuelas que deja en la lengua —no la húmeda y rosácea sino ésta: la castellana—. Todas las drogas generan un glosario. Claro que esto sucede más con las ilegales, pues exigen un código para disimularse en el espacio público. En cada cultura, las palabras para designar a la mota forman largas listas de alusiones veladas, de metáforas abstrusas, de apodos sorprendentes. Entre nosotros se le llama mota, mois, grifa, mostaza, ganja: escoja usted su variante favorita. Y así con cada uno de sus elementos: el cigarro puede ser churro, chubi, gallo, toque, joint. La experiencia negativa se bautiza pálida, malviaje, amarillo, pasón. Pero de todos esos tecnicismos —que convierten cualquier conversación sobre la marihuana en un poema del neobarroco cubano—, el que más me ha gustado desde siempre es “la eriza”.

Comencé a fumar marihuana en 1996, a mis tiernos 12 años, y últimamente tengo la sensación de que estoy descontinuado en cuanto al léxico de las contraculturas juveniles (digo “albricias” y “guateque” con frecuencia, por ejemplo), así que no sé si todavía se usa “erizo” para el síndrome de abstinencia —que en el caso de la marihuana es más bien un anhelo del sutil bálsamo que puede ser fumarla—. Me imagino que se sigue usando, pues el lenguaje tiende a preservar aciertos como este. De no ser así, exhorto a las novísimas generaciones a que lo revivan de inmediato. No he padecido mucho la eriza, debo decir, porque en general tengo una personalidad poco propensa a las adicciones. Si acaso, la única droga con la que he sentido un atisbo del alcance de la eriza es el Alprazolam, invento de ese diablo moderno que es la industria farmacéutica.

III

Desconozco de dónde habrá salido lo de erizo. Reflexionando sobre el asunto —bajo el efecto de la marihuana, que conduce mis asociaciones libres por caminos de una gratuidad rayana en el disparate—, se me ocurrió que sería simpático que el término tuviera algo que ver con el Dilema del Erizo, parábola de Arthur Schopenhauer. El filósofo alemán lo expone en Parerga y Paralipómena (1851): Un grupo de puercoespines se apiñaba en un frío día de invierno para evitar congelarse calentándose mutuamente. Sin embargo, pronto comenzaron a sentir unos las púas de otros, lo cual les hizo volver a alejarse. Cuando la necesidad de calentarse les llevó a acercarse otra vez, se repitió aquel segundo mal; de modo que anduvieron de acá para allá entre ambos sufrimientos hasta que encontraron una distancia mediana en la que pudieran resistir mejor.—Así la necesidad de compañía, nacida del vacío y la monotonía del propio interior, impulsa a los hombres a unirse; pero sus muchas cualidades repugnantes y defectos insoportables les vuelven a apartar unos de otros. La distancia intermedia que al final encuentran y en la cual es posible que se mantengan juntos es la cortesía y las buenas costumbres.

En Inglaterra a quien no se mantiene a esa distancia se le grita: keep your distance!—Debido a ella la necesidad de calentarse mutuamente no se satisface por completo, pero a cambio no se siente el pinchazo de las púas.—No obstante, el que posea mucho calor interior propio hará mejor en mantenerse lejos de la sociedad para no causar ni sufrir ninguna molestia. 

Los erizos buscan el calor del prójimo, pero algo en su propia naturaleza los obliga a separarse un poco. De igual manera, el que anda erizo extraña el confort de la leve droga, bajo cuyo efecto la realidad parece más amable, más interesante o sencillamente soportable. Como los pinchos de los erizos de Schopenhauer, los del erizo de marihuana se alejan un poco de la sociedad y sus expectativas. ¡Cuántas veces no tuve que soportar una interminable junta de oficina mientras lo único que deseaba era recluirme en un cuarto pequeño a fumar mota y escuchar krautrock! Estar erizo es cansarse de la cortesía y las buenas costumbres de Inglaterra, preferir la soledad ociosa del mariguano al pegajoso calor de los iguales.

IV          
                                                                                                       
Idealmente, para acabar con la eriza se debe fumar en soledad, a oscuras. Que el ruido provocado por los engranajes del mundo no se filtre en la pieza donde, escondido, el fumador busca atemperar su angustia. Porque estar erizo no es sino escalar el Everest de la angustia y sentir que el oxígeno empieza a faltarnos. Pero para matar a la eriza las circunstancias deben de ser propicias, y no siempre lo son. Nada más desesperante que el tránsito por el que pasa quien desea fumar y no tiene manera de hacerlo. Los más diversos inventos se han propuesto para vencer tal obstáculo: fumar en manzanas perforadas, fabricar bongs con botellas, improvisar una pipa con materiales de tlapalería. El erizo es tenaz y deberíamos aprender de su espíritu innovador.

En una ocasión, a falta de todo instrumento para fumar eché mano de un hueso (quiero creer que no humano) encontrado en el bosque. Estaba hueco (como las púas del erizo, por cierto) y pensé que sería fácil convertirlo en pipa. Lo lavé a conciencia y lo raspé con una navaja hasta que tomó la apariencia de una herramienta fabricada por los primeros homínidos. Mi idea era paliar un poco lo antihigiénico que probablemente era, en cualquier caso, chupar restos óseos de origen incierto. Pese a todo, al succionarla, la pipa desprendía un desagradable olor a tuétano.

V

Los erizos, cuando detectan un nuevo olor, olfatean nerviosamente y luego muerden la fuente de la emanación. Con la lengua se untan la saliva impregnada del novedoso aroma en las púas (tienen una lengua muy larga). A este extraño proceder, que los zoólogos explican pobremente, se le llama ungimiento. El que está erizo también busca ungirse. Es decir, prepararse ritualmente para entrar en lo sagrado. Los caminos de esa preparación a menudo revelan —vía la desesperación, la lucha contra la angustia— el proverbial ingenio del erizo.


Daniel Saldaña París. Poeta, ensayista y novelista, autor del libro En medio de extrañas víctimas.


Articulo: http://www.elboomeran.com 16∕06∕2016







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