jueves, 17 de marzo de 2011

ANDRÉS GARCÍA CERDÁN [3.470]




ANDRÉS GARCÍA CERDÁN



Andrés García Cerdán (Fuenteálamo –Albacete-, 1972) es doctor en Literatura por la Universidad de Murcia y profesor de educación secundaria. 

Ha publicado los poemarios Los nombres del enemigo (Aula de Poesía, Universidad, Murcia, 1997), Los buenos tiempos (Ciudad Real, 1999), La cuarta persona del singular (ERM, Murcia, 2002), Curvas (Celya, Salamanca, 2009) y Carmina (Nausícaä, Murcia, 2012), así como la plaquette Libro de las heridas abiertas (Poesía en Viktor, Albacete, 2013). 


Como ensayista, es autor de La realidad total. Desde la poesía de Julio Cortázar (Editum, 2010). Es responsable de la amplia selección de poetas contemporáneos El llano en llamas (Fractal, Albacete, 2012). 


Ha sido fundador de las revistas Thader, Los deseos y Magia Verde. Entre otros, ha obtenido los premios Barcarola, Antonio Oliver Belmás, Ateneo de Alicante, Voces del Chamamé de Oviedo y Ciudad de Pamplona. 


Su obra aparece en antologías como Mar interior, Ardentissima, Trazado con Hierro, Aula de Poesía o Generación fanzine. Publica el blog Un cántico cuántico http://dylanismo.blogspot.com/.





UN PERRO


(Frank)

Aquel era un perro milagroso. Si tenía sed, bebía en los charcos, lamía las nubes, acudía al río. Hubo veces en que lamió los ojos de su perra. Cuando ella se fue, ya no quiso nada. Se clavó los dientes en la carne y fue sorbiéndose la humedad hasta los tuétanos. Cuando ya no hubo nada, dejó que sus lágrimas mojaran su boca. Después se durmió. Como en un milagro.


SOBRE LAS COSAS

Las cosas están donde las dejamos. En este tiempo, que es el suyo, ni han crecido como madreselvas ansiosas de muro ni se han transformado en todo ese peligro que pregonaban. No han crecido y sólo son cosas. No son otra cosa, sólo son cosas.

en Curvas.
Colección Generación del Vértice, 80.



ESQUINAS

En más de seiscientas esquinas de Albacete he visto yo el amanecer, experiencia que no le recomiendo a nadie si no va armado de placer y exceso.


CREMA

Me besas en la boca, nunca había probado algo así. Tu besar es absoluto. Tu beso me busca sin prisas, husmeando en la comisura de los labios, fácil y tonto, con una juventud animal. En el sofá nuestros cuerpos como algas mecidas por la corriente en un remanso del río, entregados a la noche, paralelos en el deseo, encaje de bolillos de la ternura sobre la tela azul. Cuando te muerdo en la mejilla te estremeces, arremetes en olas lentas contra mis caderas. Te acaricio la espalda por debajo de la camiseta. Te agarro de las clavículas. Eres suave como la nieve. Me dejo caer en tus caderas como si cayera por un tobogán. Tus pantalones de pana son de color crema y nuestros cuerpos son crema.
Y mientras hacemos el amor, me das la mano izquierda, esto es, el subconsciente, los instintos, Pániker dixit.



Las lunas

jamais réel et toujours vrai

La mañana de un día que no importa
encontré una brecha en el cuerpo
del poema, esa boca
secreta,
escrita en un costado,
con que soñaron Swedenborg y Borges.
En mis propias brechas hurgué
y excavé y traduje.
Las esquirlas de sangre me abrazaron
y ahora vivo dentro,
encantado en la herida,
soñando luz de huesos, nervios, venas, latidos.
Cada día que pasa
me muero en una fiesta.
Cada día que pasa nazco en una palabra
maravillosa.
Bajo lunas de carne soy
tejido biológicopara un poema más que amanece y amanece.


Verde

Las cosas van muy bien últimamente.
La casa está ordenada. El corazón
late a un ritmo brutal. Tus sueños tienen
el desenlace ágil que quisieras.
Has encontrado algunos libros nuevos
y aprendes y descubres y despiertas.
Disfrutas de tu tiempo. Te dedican
canciones en los bares y te buscan
para sitios de culto. Desayunas
en Londres o en Venecia. Te protegen
de la desdicha y de la soledad
las musas, que además pagan las copas.
Tú lo agradeces todo. Las palabras
se presentan sin avisar y dicen
esas cosas hermosas de la vida.
Y la gente te quiere. También tú
te entregas a los otros como nunca.
Hay una chica que te ama y vas
a esa orilla del mar como una ola
de alegría. Te ven llegar las calles,
se echan a tus pies sin ningún límite.



Stars

Tenemos fe en el veneno. Sabemos dar nuestra vida entera todos los días.

Todos los días das tu vida entera.
La das como quien da
por ganado su tiempo
y no regresa ya nunca a la muerte.

Quien vive como si la vida fuera
el encuentro salvaje, el veneno
fértil de una luz nunca vista
aprende a respirar en el lenguaje
de cobre de la flor de la mañana
y en el lenguaje azul
de las alturas sobre las cabezas
y en el lenguaje puro y enigmático
de la tarde que cae –nadie sabe
desde dónde– sobre la noche.

Todos los días das tu vida entera
como quien le hace al cielo
una ofrenda de estrellas extinguidas,
un sacrificio innecesario,
un altar increíble de palabras.


Firenze

[Laura Noccioli]

Spettacolo Firenze: el jazz, los jonkis,
la fachada de Santo Spirito en las sedas de Gucci,
la fuente donde los heridos beben,
los perros sobre el escenario de un concierto,
las columnas de mármol, los árboles frondosos,
junto a los setos y los santos, enamorado
de los puentes, las puertas, los mosquitos –cabrones–
y los pasos de peatones despellejados.
Viene la noche. Las torres de los campanarios
vuelan por la penumbra azul del aire.
En la plaza los heridos gritan “¡Domenico!”
mientras bailan al ritmo de la hierba.
Mis ojos grandes miran la ciudad,
la que eternamente se desencuentra.
Entre adoquines, brillantez y hastío
de siglos, yo me desencuentro y floto.
Si llego a la ciudad desde el abismo
luminoso de las cerezas, todo el paisaje
es un lienzo de agua. Todo pasa a mi lado
con el sosiego transparente de otro verano,
con la paz verdadera y el orgullo
de haber sido una vez inmensamente feliz.


Lejos

[Antonio Rodríguez y José Antonio Ramírez]

Vuelves ahora al libro y al momento en que abriste,
entre desorden y ambición, el fruto del tiempo
que sólo existe en la lectura. Viajas a muerte.
Viajas hacia el fondo de ti mismo, y lo haces
ganando en un instante lo que pierdes después.
Entre una estación y otra apenas quedan
los países que el tren de tu poema ha escrito,
los santuarios donde depuso su coraza
un héroe, las palabras que fueron el deseo
de amar una ciudad y luego abandonarla.
Lees en el silencio intenso de un vagón
sin rumbo y a tu encuentro viene la voz total
de aquellas estaciones donde fuiste feliz:

el velo de la reina Mab y su luz de sueños
en el acto primero de Romeo y Julieta,
de las manos de un William Shakespeare demoledor;
la idea mágica de Dylan Thomas: alzar
hasta más allá de la muerte una columna
viva, donde el dominio de la muerte acabe
muerto; la travesía transiberiana de Blaise
Cendrars, que apura la nieve en su viaje
al este de todas las tierras, todos los mares;
el desencanto erótico de Anaïs, que peina
sus cabellos ante un espejo, vuelve a mirar
su rostro y sólo halla la nostalgia de un dios
parisino al que llamaremos Henry; la herida
descomunal que don Quijote clava en los ojos
de lo real, que ya nunca será lo que era;
el regreso de Modigliani y Jeanne a un cuartucho
que los espera ardiendo -como un sol de verano-
entre pinturas, elegancia y vasos de vino
y dolor y desdicha y sangre; el delirio azul
de Jean Michel Basquiat, que duerme en Central Park
entre cartones, discos, caballos y graffitis,
y se pierde como una burbuja en una copa
por la boca negra del metro, siempre downtown;
la canción de Anne Sexton, la sed de Massachusetts,
que desea morir en los brazos del gas -
cualquier día de éstos- y que habla con ángeles;
el silencio en una película de los Cohen
y después la devastación y el ruido del odio;
el fatum de Lou Reed, dormido en la película
de Warhol, y su larga noche de terciopelo
en la otra orilla; el salto a los andenes helados,
al mundo de la ofensa y la ignominia, al raíl
desencajado de Dostoievski, el jugador;
ese tránsito absurdo y salvaje de Machado
cuando llora cantando su balada del tren,
la tos ferina y la esperanza de otra vida
mejor, lejos, muy lejos de España y su indecencia.


(De Carmina)


Nada más

Escribir un libro que duela
como duelen las cosas más hermosas.
Que la memoria diga, al mismo tiempo,
toda la dicha y toda la nostalgia
de lo que ha sido puro. Nada más.
Mientras ladren los perros,
mientras se envuelva en seda la crisálida, 
devanar el ovillo, ir afilando
la rueca e ir tejiendo una noticia
en cuyo centro quepan los relámpagos
y el barro del camino. Solo así
será posible darles un sentido
a estas palabras broncas y deformes
con las que luchas. Solo así
conseguirás que Jano y los demás
dioses de la ciudad concedan
que en verdad has vivido
y que fue muy hermoso y que dolía.


La sangre

¿De la espesura
de qué orilla ha surgido el tigre?
¿De qué sombra anterior a nuestra sombra
proceden su zarpazo
brutal, su exhalación sin nombre,
las almendras salvajes de sus ojos?
¿O estuvo siempre aquí
y no supimos darnos cuenta?
Es terrible su agilidad
mientras se arquea en la amenaza.
Olemos su peligro. La inminencia
del ataque nos petrifica
y nos embriaga.
Porque hay algo más que temor
en este último desasosiego:
deseamos morir,
oh sí, cuanto antes morir
en el filo de sus colmillos agudos,
en la presión de sus mandíbulas.
Tal vez sea lo único digno de nuestras vidas
este momento.

Antes que escape
y otra vez sea fuego donde no lo alcancemos,
en nuestros huesos ha de crujir el rugido
inextinguible de su fuerza.
Nuestra sangre será decantación
de una única herida decisiva,
nostalgia de sus pasos fulgurantes
sobre la hierba.


A un árbol del polígono

Eres un pobre árbol del polígono.
En tu tronco persiste aún, a duras
penas, el áspero recuerdo
de lo que un día fuera corteza delicada
donde grabar un nombre.
La polución, las cicatrices,
la sequía inclemente, el abandono
y aquel accidente de coche (ardió
durante horas a tu lado
el amasijo)
han convertido en un pellejo infame
aquella piel.
En tus ramas raquíticas
no hacen nido los pájaros: ni siquiera se posan.
Algunas hojas sucias se yerguen de milagro
en la altura grisácea a la que llegas.
Las otras se dejaron arrancar
con el pretexto del otoño —o del invierno—
y huyeron en un soplo
hasta los descampados de la gasolinera.
No se encumbra tu savia hacia ningún lugar.
No alcanzan tus raíces tierra limpia
ni bucean en el subsuelo
a la busca de sueños minerales,
de humedades nutricias. Con esfuerzo,
ásperamente, te estiras hacia el fondo,
cayéndote, arrastrándote
entre cascotes, hormigón, desechos de obras,
bolsas de plástico,
a punto siempre de asfixiarte.
Y, sin embargo, con qué gracia cantas,
oh árbol, la arrogancia
de vivir, aunque sea en la miseria,
y de haber sido hijo de los cielos más puros.


Alucinaciones

Asistes fijamente a las formas del fuego.
Te ha parecido ver ahí un dragón,
tal vez una serpiente. A su lado,
hechizada en volutas rojas, verdes,
una tarántula destila en la profundidad
de la tierra su nido. Puede ser
que sobre las ascuas inmaculadas
salte un tigre. Puede ocurrir que llueva
dentro del fuego: larvas, proyectiles
arrebatados, vainas de sangre, incendios
mínimos dentro del incendio, llamas
que se funden sobre otras llamas.
En este arder sin fin hay un oscuro
designio: una hiena infatigable
que se alza sobre sus sucias patas
y se deja caer entre azucenas.
Sí, parece que es así. Las últimas
ficciones te entregan a un río lleno
de cocodrilos, a un tiburón,
al carbón derretido sobre un olmo.
Arden las amapolas, se consumen
las luciérnagas, un jaguar, un perro.
Y así desapareces tú también.
Entre muros que se derrumban, huyen
los últimos coyotes, las hormigas,
las harpías. En otros altos hornos
serán mañana sueño estas figuras.
Hoy son fulgor que abrasa y que se extiende
consumiéndolo todo, chupándole la sangre
a la materia, extinguiéndose en flor.



Contra el invierno

No podrás resistirte —no, al menos,
durante mucho tiempo más—
al empuje imparable de las cosas que amas.
Como una avalancha
te arrastrarán al fondo del amor,
tirarán de ti hasta dejarte al borde
del verano exquisito de tu vida.
Entrégate al rumor que traen los días
y al rumor que en ti suena.
Con la máxima fuerza salva el reino
que en tus manos acaba de caer.
Vuelve tus manos a la luz que cae:
recógela, es tuya.
Es la imagen de lo que no se rinde.
Es la imagen de aquello
a lo que no se puede renunciar.
Con el hambre entera del mundo
entrégate a este don
y levántate y mira de frente al mar y lárgate
de aquí tan pronto como puedas.
Antes que la primera sombra anuncie
el nuevo invierno, por la orilla
y por el mar de fondo márchate.
No permitas que nada ensucie este momento.



Veneno

No hay —escribe Fiodor Dostoeivski—
una herida más grande que el lenguaje.
En las palabras somos esa muerte
que no nos deja de ocurrir. Nos duele
con la clara mañana de los días
no saber hacia dónde nos lleva la marea,
y su rumor nos despedaza y toda
la luz es un dolor inalcanzable.
Los labios son ahora de los perros.
Respirar es ahogarse en lo no dicho.
¿Es lenguaje el silencio? A los surcos
sin sentido caemos, avanzamos
entre fuego y despojos, con el miedo
muy dentro de la carne, condolidos,
con esta herida abierta más que nunca,
como nunca doliéndonos, surcados
por un veneno hecho de venenos.
En mitad de la noche nos despierta
un terremoto: es él otra vez. Rompe
las líneas que quisieron ser rectas
y las traza indolente, insultante,
sobre el cauce salvaje de otra herida.


Kiev

¿Entre qué sangre caminar?
       —Arthur Rimbaud, "Mala sangre"—

Con la precisión de un orfebre
el francotirador descerraja un balazo
en el vientre de una embarazada,
cuyas tripas cuelgan ahora, 
sangrientas,
a la vista de todos
y trazan 
sobre el adoquinado de la calle,
antes de derrumbarse,
las líneas maestras
de toda la vergüenza de este mundo.

Tras el chasquido, el francotirador
cierra los ojos un momento,
satisfecho, otra gran victoria,
y aspira todo el aire que cabe en sus pulmones.
Suyo es el rostro
del esclavo que cumple con rigor su trabajo.
Con cada temblor de sus dedos
sobre el gatillo
se convierte en el animal 
más infame de la maldita historia.

No huelen esa pólvora, esa sangre,
la escarcha que vidría
los ojos azules de esa mujer
los diplomáticos,
ni el que almuerza del otro lado de la pantalla.
Apenas enmudecen con desgana,
respiran en su paz innoble,
se acercan a la boca 
el pan muerto de cada día.
Mastican con fruición y se abandonan
a sus esclavitudes posmodernas.
Y no lo saben, pero
sobre sus cabezas, ahora mismo,
el francotirador ha empezado a escribir
con láser, en endecasílabos,
otro poema.


poemas de su último libro, ‘Barbarie’

Barbarie ─XIX Premio Alegría de Poesía del Ayuntamiento de Santander, en una selección de finalistas de muy alto nivel y excelencia literarios─, es título que, en conjunto, refleja no sólo el tono vitalista, desarraigado y desolador que el poeta descubre en la existencia humana, sino una manera de acercarse críticamente a determinados temas de la misma realidad circundante, siempre en una continua búsqueda del autor por encontrarse a sí mismo.
Sin que pierda en ningún momento la emoción, en el libro destaca tanto el entramado de culturalismo y cotidianidad como la gran soltura de García Cerdán en el manejo de los aspectos metaliterarios ─sus lecturas, los autores que él admira─, un metalenguaje poético abierto siempre al concurso del lector, a una visión colectiva de la realidad.

-Carmelo Guillén, director de la Colección Adonáis-



RAYMOND CARVER

Al otro lado del teléfono, alguien
está gritando con un ímpetu
que no es esperaría de un cuerpo tan delgado.
Como si estuviera apurando todas
las fuerzas que le quedan, grita.
Desde la cocina. No grita por nada
especial. Es solo un dolor oscuro,
algo que necesita contarle a alguien.
Se oye de fondo el baile de los platos,
el trasiego de las cucharas, el choque
de los refrescos en el frigorífico.
Suenan como si ya no fueran para nadie.
También un gato, cuyo agrio maullido
se pierde en las terrazas. Y se oyen
también las lágrimas y la tristeza.
Aunque sea largo este hilo telefónico,
aunque haga milagros la fibra óptica,
nada puede decir lo que sucede
en ese rincón de la casa. Y sigue
gritando y ahora llora o se lamenta
de la letra pequeña de un anuncio
y de las ediciones baratas de poemas
y de algunos amigos muertos. Saltan
en las tiendas del barrio todas las alarmas.


EN LA INFANCIA DE YORICK

Jeremy spoke in class today
Pearl Jam

Yorick, pequeño cisne dislocado,
oculto en un baúl, mirabas a los príncipes
pasar con sus halcones soberbios en el brazo,
y a los blancos caballos de los príncipes
pasar en su leyenda, a las princesas
masturbarse en silencio ante el espejo mágico,
gemir entre las sábanas, aferrarse a la noche.
No eras ni una sombra. No eras las palabras
felices ni los sueños. Solo el pobre muchacho
que se escondía en un baúl vacío,
en el baúl sin máscaras, consciente
de que no alcanzaba hasta allí la sangre.
Aunque sí los ultrajes y las burlas,
sí la mutilación y la angustia, la herida.
¿Hacia dónde mirar? ¿Hacia qué lugar ir,
Yorick, pequeño cisne dislocado? ¿Hasta dónde
se extendían tus reinos sin reino, tus dominios?
Eras el niño hambriento del que nadie
se acordaba, la estrofa reventada por dentro,
el verso tragicómico. Tú, Yorick,
sí, tú que no sabías ni siquiera llorar
y en la boca tenías, siempre desencajada,
una última sonrisa a punto de morirse.



LA SELVA

Volvíamos la vista a las entrañas
de la selva, esperando
la señal, como nunca
embriagados de excitación.
Era inminente el golpe
que nos derribaría.

A esa pobre quimera de peligro
nos dimos día y noche.
Y ahora está aquí, sobre nosotros,
cayendo sin piedad en nuestra carne,
inundándonos de lujuria y muerte.

Es demasiado tarde ya
y demasiado pronto. Arden,
en nosotros, sin extinguirse,
la terrible ferocidad
y el instinto asesino de los lobos.

Sobre nosotros saltan las palabras,
los daños y los días
con toda su barbarie ilimitada.
En nuestra carne hunden sus colmillos
afilados, su arisca incertidumbre.



19 DE MARZO

Me quedo con mis libros. Hoy tampoco
salgo. ¿Adónde? ¿A qué? Me quedo aquí,
descalzo, en la penumbra,
al lado de Juan Luis y de Giovanni,
entre Williams y Charles, con Félix,
con Miguel, con María, con Vincent. Esta noche
la fiesta es en la casa, entre los muebles
heredados y alguna estantería
llena de corazones
vacíos y de polvo, de aventuras y saltos
sobre la eternidad.
Bailando con Carmina,
fumando cigarrillos con Fray Luis
y el anónimo autor del Lazarillo,
por este río inmenso
de palabras me dejo llevar. Hay en sus márgenes
flores prohibidas. En sus sueños
me hundo,
y una y otra vez salgo a flote,
vomito las algas, alcanzo orillas
inalcanzables.
Porque es de aquí de donde yo procedo,
de donde soy, de donde
realmente he sido y seré y soy.
Me quedo en Jack y en Jorge Luis –él habla
siempre en voz baja– y en Ernesto,
en Kurt, en César, en Fernando, en Friedrich
Wilhelm. Tal vez abra las puertas
y deje que se cuele –también él
sabe leer– el viento
a esta habitación abierta al precipicio
y a este ruido que empieza
y no acaba. Y a esta ciudad
que tampoco hoy duerme.
Aquí me quedo
con Pedro y el poema donde dice
que solo es el hombre delgado
que no flaqueará jamás.






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