jueves, 17 de marzo de 2011

3463.- SIRI HUSTVEDT


Siri Hustvedt es una novelista, ensayista y poeta. Nace el 19 de febrero de 1955 en Northfield, Minnesota, Estados Unidos de América, de padres noruegos.
Realizó sus estudios de licenciatura en St. Olaf College (Historia) y su doctorado en la Universidad de Columbia (Inglés). Su tesis doctoral es acerca de la obra de Charles Dickens y se titula "Figures of Dust. A Reading of 'Our Mutual Friend'".
Hustvedt se ha destacado principalmente como novelista pero también ha publicado un libro de poesía, al igual que cuentos y ensayos interdisciplinarios en The Art of the Essay 1999, Best American Short Stories 1990 y 1991, The Paris Review, The Yale Review y la revista Modern Painters, entre otros.
Vive en Brooklyn, Nueva York, con su marido el también novelista Paul Auster y la hija que tienen en común.
Ficción
The Blindfold (Los ojos vendados) (1992)
The Enchantment of Lily Dahl (El hechizo de Lily Dahl) (1996)
What I Loved (Todo cuanto amé) (2003)
The Sorrows of an American (Elegía para un americano) (2009)
Poesía
Reading to You (1983) / Leer para ti (Bartleby Editores, Madrid, 2007)
Ensayo
Yonder (En lontananza) (1998)
Mysteries of the Rectangle: Essays on Painting (Los misterios del rectángulo) (2005)
A Plea for Eros (Una súplica para Eros) (2005)
The Shaking Woman or A History of My Nerves (La mujer temblorosa o la historia de mis nervios) (2009)





Siri Hustvedt
En Leer para ti.
Bartleby Editores.




No había cameras y la casa no hacía ruido. Los grillos, constantes y caóticos, conforman un millón de voces al anochecer. Ahora este es mi país, dijo él mientras conducía a través de las llanuras deshabitadas de Dakota del Sur, con el lino azul y el maíz creciendo coma siempre, donde uno puede ver hasta el infinito. Este es el país de mí padre, extremado y ventoso, ardiente o insoportablemente frío, y en primavera, la violencia de los capullos rotos y la corteza extraña de los sauces blancos, la presencia diminuta de flores silvestres en el musgo húmedo es la vista que elijo, cerca del suelo, con una mejilla en el fango junto al riachuelo y después dormitando con el ruido de los grillos. El día que me miré al espejo no sabía que cuando uno besa es imposible ver nada; ciega la proximidad a medida que una cara penetra la otra. Es breve y sólo queda el estremecimiento del recuerdo mientras recorro la calle. El azafrán nace pronto en primavera, abre rápido y al poco tiempo se marchita.








En el cielo la princesa llora sobre el cuerpo del príncipe ciego. Caen dos lágrimas dentro de sus ojos y él puede ver. El rescate. Las lágrimas. Cuéntamelo otra vez. El pelo que cae de la torre. Dejo descansar el libro sobre tu pecho, en la cama. Siempre te leeré. Te lo prometo. Te leeré cuentos siempre, a medida que pasen los años. No te lo dije. Era lo que quería decir. Recuerdo fragmentos de historias de este libro de mi niñez, el resto está vacío. Los cisnes que se van volando. La hermana que cose flores en las camisas. El hermano menor con un ala, un ala de cisne blanco que sobresale por la camisa inacabada, las plumas tiernas, el flojel, la esposa malvada por siempre encerrada para que nadie pueda ver su cara nunca, entonces, ahora, al pasar el tiempo, junta y separada, joven y madura, enferma y matándose con la bebida en casa. Él guarda silencio. Ahora recuerdo lo que había olvidado. He olvidado pero cómo es posible que recuerde que olvido. Los entierros son casi siempre afuera, ponen a los muertos lejos de nosotros, fuera de la casa. Son omisiones, espacios en blanco en el paisaje, señalados e inscritos y llevados dentro como si estuvieran vivos. En el vacío, en el día vacío, hay cosas que se van y que vuelven sólo cuando podemos soportar el recuerdo. La cruz del santuario está vacía sobre el mantel violeta de la Cuaresma, la historia después de la muerte, después de morir, después de morir en la muerte, los que se mueren y los muertos, muertos, muertos.







*Fragmento de "Cuadrados", de Bartleby,
traducido por Julio Piera y Chiara Merino.

En Minnesota el maíz sobrepasa mi cabeza en agosto y el tractor Modelo A estuvo allí durante años hasta que se lo llevaron. Había mucho sitio para él bajo el cielo. Mi padre desmontó el viejo granero con mis tíos y el tractor sigue allí. Nunca se mueve y en verano la hierba le crece en las ruedas. El cielo está pequeño y recortado sólo en la foto y mis abuelos se sientan en el centro como si todo ese espacio plano no estuviera detrás de ellos, como si la casa blanca no fuera como un enano bajo el cielo. Nunca vi al padre de mi madre a las faldas de la colina. Antes de que ella se fuera a la cárcel, al principio de la guerra, fue a verlo. Trepó la colina por la que él había corrido tantas veces pero ya no podía hacerlo. Después él estuvo enfermo y sé que ella recuerda claramente ese paseo y se acuerda de él allí y también de cuando nadaba en abril en el océano. El océano y las playas tenían otro significado para mi padre. Ama los lagos, pero nunca utiliza esa palabra. Recuerda la guerra en las playas y la paz en los lagos. No hay fotos de mi madre y la guerra o de mi padre, pero la cámara fijó sus caras en aquellos años y, años después, vi mi cara en sus rasgos cuando miré la foto a través del cristal. En su oficina dibujábamos en papel amarillo y hacíamos preguntas. Preguntábamos sobre las cámaras y cómo funcionan: rotan la imagen al revés para que aparezca correctamente en la impresión. No había muchas cartas pero “amor” aparecía al final de alguna de ellas y eran cartas de amor por eso. Mucho antes de nacer yo, una mujer escribió a casa desde el territorio de las Dakotas. Creo que era el cielo y la tierra plana lo que la afligía. Yo leí cartas que ella escribía a la casa en las montañas donde hablaba de la pradera y de los saltamontes y de la nieve y del cielo. “¿Dónde está mi océano?”

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