sábado, 10 de agosto de 2013

JUAN CALERO RODRÍGUEZ [10.333]

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Juan Calero Rodríguez 
Nacido en Guanajay, La Habana, Cuba. Vivo en La Palma, Canarias, desde hace más de 20 años.

Mi formación educacional ha corrido por las ramas técnicas como estudiar hasta el quinto año de Ingeniería Industrial, y ser graduado de Delineación Mecánica y Delineación Arquitectónica; mi verdadera vocación ha estado, por una parte, la literaria habiendo desarrollado los géneros de poesía, cuento y novela; y por otra parte entre la pintura, caricatura y el diseño gráfico, llegando a exponer en algunas salas de la capital cubana.

He obtenido varios reconocimientos en diversos concursos literarios como el Vicente Silveira y Arjona, 1991; el Premio de Poesía de Amor, de Varadero, 1990; el III Concurso Provincial de Ciudad de La Habana Luis Rogelio Nogueras, 1990; el XVIII Encuentro Provincial de Talleres Literarios de La Habana, 1991, en Cuba. En España, fue el ganador en la última edición del Premio Uni-Verso celebrado en Tenerife, 1993; el Tercer Premio de la XVII Edición de las Jornadas de la Viña y el Vino, 2012, La Palma; Primer Accésit en el I Certamen de Poesía Erótica Canaria, Las Palmas, 2013; Finalista en el Concurso de Poesía Homenaje a Federico García Lorca, Madrid, 2013; y Primer Premio en la Quinta convocatoria al Concurso Internacional de Poesía El mundo lleva alas, Miami, USA, 2013.

He publicado los poemarios PALABRAS DEL BALSERO, 2007 y PASAJERO SIN OFICIO, 2010 y de próxima aparición LEVEDADES, en Miami, USA. Aparezco incluido en las ANTOLOGÍA DE POESÍA ERÓTICA CANARIA, Las Palmas, 2013; ANTOLOGÍA LOS 200 POEMAS. HOMENAJE A FEDERICO GARCÍA LORCA, 2013. De próxima aparición la ANTOLOGÍA EL MUNDO LLEVA ALAS, 2013, Miami, USA; BOULEVARD LITERARIO, Argentina, 2013; y ANTOLOGÍA DACAPO, 2013. Tengo otros libros inéditos de cuento y poesía.

Correo electrónico es juancalero2002@hotmail.com






DEL poemario PALABRAS DEL BALSERO, un homenaje a los llamados balseros cubanos que se tiran al mar para llegar o no a cualquier destino. 



Desarraigo

Cada vez que me acerco al sur, los sábados
me saben tan vacíos sin tus pies
desnudos por todo el bosque de mi pecho.
Sin tu pelo de peces entre mis manos
de corales tibios, mediodías
y pequeñas naturalezas muertas.
Si pudiera apagar el sol
y que todo se vuelva como antes. 
Mira con mis brazos
hasta puedo atrapar la vida.
He sido dueño del océano.
He calmado la sed desde lo profundo de un acantilado
y me detengo en medio de unas ganas locas
porque la vida me estalla como la risa de un niño.
Será bueno detener los recuerdos.
Familias enteras columpiándose.
Calles desiertas sin arrepentirse
O los cuentos extendidos por la playa.
Los lirios de la abuela.
De un amigo. 
De allá.




Confesiones del balsero

1

Yo, no más que el balsero
hijo de mi padre,
hijo también de estas islas
acostumbradas a la emigración
donde unos piensan sólo en trabajar
mientras para otros no existe la razón suficiente.
Confieso que todo depende de repicar campanas por el pecho,
el repicar de campanas y los dedos largos de la noche
que se afanan por desconocerlo.
He aquí el reverso del agua, la corriente.
He aquí la oscuridad murmurante
encharcada, inconmensurable, inconmovible.
El grito extenso y lleno de sed viaja por ciudades remotas,
la hoguera de párpados tremendos confiesa tener dudas
y el canto que no ha existido jamás
apenas un dedo de nada
vuelve lleno de miedo
sin entender
el extremo más ecuatorial del destino.
El inmigrante no vuelve. No es ventura
resucitar con los bolsillos manchados de humedad.
Emigrar es nacer un poco más tarde
y todos estamos dispuestos a ser otro
por dejar de ser inmigrante
hasta romper los nuncas
con la urgencia del que no quiere morirse.


2

Destino, perro mío
por qué quieres salirte del pecho
si afuera todo es mortal.
Ábreme las puertas, soy el campanario,
me quedo sin palomas.
He hablado de ti, pidiendo mordidas de peces.
Muchas veces hablo, como ahora,
las campanas suenan tan dentro, oh alcatraz, que he rezado
por la raza de los martes.
Escoge una larga pausa donde ahogar la rabia
invita a la lluvia por los charcos de la ciudad. 
Desata remolinos, furias o caracolas.
Es la hora de levantar los oficios.

Bien sabes que el día con sus límites
se esconde por tus cabellos encendidos.
Perdona tal vez esta flaqueza si digo
“vuélvete, toma tu migaja
y sálvame de estas cuatro auroras boreales
pariendo en el ala del sombrero”.
Poco importa ya la tibieza de alguna máscara
si canto sobre las paredes del silencio.
Seas tú, el mundo no es quemarse los dedos
improvisando un himno condenado
que dispersa sus cenizas
sin volcarse en otro nuevo testimonio. 





El lobo y el circo

Madre yo no soy la fiera del circo que aparenta dormida.
Tú que conoces todos los instantes del equilibrio
recuérdame el nombre, la fecha de los auxilios. Los accidentes.
Ahora que confundo el hilo de los recuerdos
y el correo niega hasta el último de los mensajes.
Todos los días abro los brazos
como un agujero así de grande
por donde se me escapa un montón de cosas.
Cada uno inventaría sus puentes para saberse loco
mientras yo sólo reclamo una llanura para mis peces atrapados.
Sé que debo luchar.
Perdona mi falta de fe
si en este instante suenan débiles mis palabras.
Si tuviera al menos la incomprensión
pero ni tus súplicas al cielo hacen trampas.
Nadie tiene la culpa,
el mundo no puede cobijar más excepciones.
Vivimos tan llenos de rencor
que ya no quedan simulacros a la venta.
Cada jornada es la página perdida,
no la última de consignas y discursos.
Acosa el hambre, pero aún me sostiene la luz.
Odio al lobo de los cuentos
por cometer errores, enormes, tremendos.






Pasajero sin oficio

Yo debí ser un par de garras melladas,
escabulléndose en los lechos de mares silenciosos.
T. S. Eliot


Siento gritar la ciudad desde un mundo sin oídos.
Aún pago alquiler por estas calles.
Dentro hay un extranjero que batalla
mientras impacienta la muerte
a vivir sin más harapos los días de otros.
Cada cual tiene su tiempo, su estancia, su huella
súbdito de dioses. A fin de bendecir el mundo.
Contra el tiempo
no valen compresas de lava ni sismos
donde se violen trampas de colores más brillantes.
El tiempo anda hirviendo en sus calderas de hierro,
la vida es una raza que se extingue.
Somos este siglo de esperma
sin que llueva polvo al paso de los cometas.
He pasado agosto por todas partes
zurciendo precipicios, perdido, por alguna grada
desde entonces Setiembre sabe a fin de vacaciones
y cocino mis propios viernes.
Venderse como emigrante resulta más barato que prófugo,
ser cómplice y asesino a la vez.
La ciudad muestra todas las máscaras,
no regala ni el viento de algunos segundos.
Las calles han perdido sus nombres. Ahora
tienen un número colgado al cuello
alineadas fríamente.
Esta esquina trae la muerte de cuatro compañeros
y una muchacha.
Frente al cine se reúnen otros amigos,
nadie me conoce.
Nunca he rezado en altares de dioses
jamás fiestas de dioses,
siempre ajeno a una guitarra.
Converso con cuadernos llenos de vergüenza por sus poemas
las integrales no me han resuelto ninguna dificultad.
Ni reflectores ni cámaras
han jugado la exclusividad de verme
vencedor
de gladiadores enemigos.
Acorralado por los días
he tenido vicios, lo confieso
como confieso aquí mi testimonio, mi sangrar.
El lóbulo convexo de un ojo.
La ciudad se destierra con un balazo.
Cientos de hambres deambulan oxidándose
en busca de una lengua herrumbrosa.
Mi lengua es la escoria de cada pecado intacto
y yo como un desastrado más
reduciéndome
un mediocre casi moribundo.
Lenta 
fríamente
cual gota de suero
la soledad desgarra. 
Nos aniquila plácidamente.
Todos los dioses tienen un hijo bastardo. Soy ese
sin dios.
Me descalabro. Caigo por este despeñadero árido.
Detesto el olor a sangre y la llevo caliente
comprime el cansancio entre la cintura y el pavimento.
Caigo entre materiales de desecho
erosiones del ocaso sostenido por profundidades
no obstante exijo de mis pulmones
de mis propias fermentaciones
y arranco cada ventosa prófuga de llagas
por el manoseo, por las dudas, por el hombre.
Doy miedo. Siento náuseas, deliro, jadeo
vomito buches de ansiedades.
Huelo a la porquería de mi vientre
las uñas se derriten
ahoga tanto la impotencia
la fiebre hace flotar.
La mugre nos mantiene húmedos.
Miro durante un largo episodio. Hago rechazo
extraviado
entre tanto espacio
cada vez más lejos. 
Esta no es la muerte. Esta no es mi muerte.
Me repugno. Este cuerpo es una gota
gota de pus maloliente,
apenas un gemido sediento de locura.
Tengo que matar este venado. Se come las lilas.
Endurece las venas. Intoxica. Engulle el aliento
no necesita espátula, aceite, ni óleo
donde hacer espuma la nostalgia de otras tardes.
Esconde la vergüenza 
por los confines de las viejas estaciones.
Hacer el amor es descargar el inodoro.
Si no mato este venado se come las lilas.
Pido permiso para cruzar este celaje desnudo entre palabras
huir a la certidumbre por fulminantes navíos
herrajes de silencio y resumen.
Pido permiso por amaneceres amontonados
entre generaciones salvadoras en jornadas festivas.
Soy ese hombre acorralado
ese hombre por la ciudad acorralada.
No teman por mi proceder
el azar es un perro que todos llevamos dentro
sin domesticar
y sólo falta un chasquido de dedos
para que huya despavorido.
Y me digo yo, Juan sin oficio
mediocre por leyes de dioses 
adoradores de ídolos
pasajero diario de este útero de Tierra
por no asistir a otra empresa
mediocre de qué
hay que comenzar de nuevo
cada jornada un párrafo
la página perdida.
Me sacudo de ruinas
muerdo venas para no gritar
escarbo recuerdos a puñados
hasta sanar lo que escribo
y limpio de toda luminosidad
salgo de entre las palabras.
Renazco.
Vuelvo a contemplarme
cosa el hambre pero aún me sostiene la luz.
Conservo un susurro fatigado,
me desnuda de viejas maderas.
Yo, un ansioso de la suerte por enésima vez
abro los párpados para buscarme detrás de los ojos
sentir un desgarro, una evidencia
esta lengua arrastra un atroz apetito.
Voy acercándome a la rabia
cruzo la línea inflexible del horizonte
y salgo por el proscenio.






Domingo

Huyen gritos de niños por la ventana,                                                                             
en espiral se enroscan en alguna galaxia.                                                                     
Los sillones descansan su balanceo de anoche                                                                
frente al televisor y las hendiduras se amoldan                                                           
cubiertas de polvo                                                                                                                 
tras las costumbres de nuestros predecesores.                                                             
El cajón guarda fotos que delatan                                                                                              

el reniego del pasado. Debajo queda                                                                                 
algún zapato por limpiar.                                                                                                     
El gato merodea la vergüenza olfateando los rincones                                                               
de tu aliño para el almuerzo nuestro de este día                                                             
donde el estómago se hunde en cada bocado que lo atraviesa.                            
Así, apenas, sin darnos opciones                                                                                   
el gran oasis se desvanece de los sueños                                                                              
diluido con la lluvia                                                                                                                        
y se derriten en la alcantarilla.                                                                                  
Mientras el domingo sale por la puerta del patio.





Marilyn

Yo, Thomas Noguchi, médico forense
cotizado por gladiadores del Universo
ante este semidiós de la mitología contemporánea
desnuda sobre una mesa fría común a todos los muertos
declaro:
Norma Jean Baker. Treinta y seis años
ciento diecisiete libras
con estómago limpio de barbitúricos
y útero tamaño natural sin temores
amado desde los nueve años
por un padrastro innoble
hasta el presidente más poderoso
por supuesto nombrado y respetable John F. Kennedy
precipitada a la confianza
burlando vértigos y lluvias
ingenua, cosmetómana, narcisista
torpe frente a la soledad
indisciplinada y maravillosa
perdida en alguna grieta bastarda
ebria de autógrafos y tranquilizantes
con casi kilogramo y medio de cerebro
pulmón derecho pesando cuatrocientos sesenta y cinco gramos
y corazón deseado por millones de hombres
tuvo de todo, menos la vida.
Ella que soñó reinar desnuda 
entre aplausos en alguna iglesia
hoy soy su público
y la poseo sin fotógrafos.
Declaro:
Caso forense No. 81128
fue asesinada
por sus fieles admiradores.
Apaguen reflectores. Ha muerto la reina.






2 comentarios:

  1. Gracias por dar entrada a este pasajero sin oficio, como todos.

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  2. Los he leído a casi todos, a pesar de que vine muy corto de tiempo. Sucumbí al encanto de esta poesía hermosamente dolorosa, que invade, que me hace sentir cómlice de asuntos como el de los balseros, y la necropsia de Marilyn, pues en ese campo trabajé. Un gran poeta, sin que me quepan dudas. Abrazos, amigo.

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