lunes, 21 de enero de 2013

GUILLERMO BIANCHI [9024]




Guillermo Bianchi
Nació en la ciudad de Buenos Aires, Argentina el 13 de Mayo de 1970.

Fue finalista en el Premio Internacional de Poesía Videncia 2003 (Cuba), I Concurso Literario Revista Axolotl, I Concurso Ediciones Ruinas Circulares, Certamen Internacional de Poesía Patagonia Sur del Mundo y en el Concurso Internacional de Poesía Olga Orozco, con un jurado integrado por Juan Gelman, Jorge Boccanera, Antonio Gamoneda y Gonzalo Rojas.
Asimismo, resultó ganador del I Certamen Internacional Orillera 2009 con un jurado compuesto por Juan José Panno y Washington Cucurto y del I Concurso Nacional de Poesía Inédita Azahar de Plata organizado por la SADE y la Societá Dante Alighieri de la Provincia de Tucumán.

Publicó el libro de poesías “La luz de los vencidos” (Enigma Editores, 2012).






Vanderley

Descarnada, procaz,
Vanda venías.
Hija del hambre, cínica ejecutora
de tan irrespirables carcajadas.
Siglos de destrucción, Vanda, de asco.
Las tripas, las costillas, los excesivos ojos
y sus brazos de sangre,
Vanda, tu olor rodando por el cuarto,
el pánico que yo desconocía,
Vanderley,  volvedora de la muerte,
cuya ciénaga entraña la humedad
de los puertos,
cuyo calor arrastra la acritud
de las cárceles.

Novia del miedo, Vanda,
víctima de tus huesos milenarios,
muerte volviendo de su propia muerte.
Vanda, te escapo siempre desde entonces,
el sueño es ese lecho
donde jamás dormiste
el amor es un cuerpo
que no tocaste nunca.







La mala

Andás como sobrándole a la noche.
Sin próxima estación ni chau suburbio,
cuerpeando la vergüenza del animal domado,
aferrado a una carne que no es tuya.

Y en casa tu cielito,
tu callecita propia
donde cada ladrillo te resulta fraterno
y el sueño que estibás te reconoce.

Sos el umbral,
la abdicación del tiempo,
la pasión del revés,
el alma rota.

Aburrida la noche de arrojarte pedradas,
te concede el cansancio,
te da un banco de plaza
y un perro callejero que te mira a los ojos;
y parece decirte
huyamos juntos.








Poemas de La luz de los vencidos
Enigma Editores, 2012


"La luz de los vencidos transita una poética de un fino clasicismo que explora lenguajes coloquiales en tono de confidencia “con los dedos fríos de tocar los aviones/ el corazón cansado de remolcar tu sombra.”, por momentos rozando un tango “no me debe tu muerte más que un trago” y también transitando caminos alternativos de ruptura y experimentación.

En la cosmovisión de Guillermo Bianchi, los vencidos emanan cierta clase de luz que genera contrastes  y paradojas “hay un cordero que le clava los colmillos al lobo”, “un ala negra sobre el cielo puro”. Si hay vencidos debe haber vencedores. El poemario todo es una cuerda exigida por ambos extremos, un gran oxímoron plasmado en versos como “todas las realidades me parecen ficticias/ todas las utopías me resultan posibles.”  Laura Yasan  (fragmento del prólogo del libro).




Objetos varios

En cuánto ardor ardí de puro tigre
cómo fui piedra  cómo explosión de vos
           y no te odié.

¿Qué noche  qué prisión no he contenido?
cuánta tersura sabe la memoria del tacto
cuánto ahínco la llave del deseo
que me volvía perro entre los perros
continuación de vos  bruta herramienta.

¿Qué diente no me atina
qué enemigo no he visto en cada espejo?
yo talismán  yo néctar  yo carnada
para la red voraz de tu apetito
acéfalos tus labios  más soplo reclamaban
más huella  más renuncia  más prodigio
cómo fui viento  cómo región de vos
           y no te odié.

¿Qué acero  qué fantasma no me hiere?
yo carne  yo derrumbe  yo testigo
del odio abandonado en su dilema
del amor enterrado en su proeza.






Los satélites de la luna

Sólo una respiración,
un resuello pausado
que se agazapa para no dar sombra.
Esa mezcla de rabia,
deseos de llorar sobre mesas insomnes.

Sólo una bruma que nos fraterniza,
el mástil de la noche confinado a su mueca,
cuya virtud consiste en describirnos,
guarecernos jamás,
alimentarnos nunca.

Será ese dogma que es el barro nuestro,
vértigo de atisbar el ojo ajeno,
indicios de una sed desmesurada
donde tiembla sin pan y sin origen
la molicie de todas las certezas.

Sólo un mecanismo,
habitud que nos induce a trasladarnos
como satélites de la luna.
Y somos mustios, pródigos, lascivos.

Será ese gusto a mineral en bruto,
ese caballo acariciado,
esa maleza
siempre.






Pasajero

Te traés, pasajero, desde atrás de la lluvia.
Tenés los dedos fríos de tocar los aviones,
el corazón helado de invocar pura sombra.
Habrá que precisar con qué ternura
se te arriman al ojo sombríos ventanales,
te vienen a buscar los aeropuertos
para llevarte al fondo de vos mismo,
volverte espejo, regresar cigarra,
fraguarte en el ardor de tus pasiones
y saber sonreírle a la intemperie.

Perdés todo en el viaje, pasajero:
tu identidad en tránsito,
tu irrevocable whisky
y tu filosofía del arrabal amargo
que ocasiona tremendas redundancias
cuando en la visa escriben tus datos personales,
cuando querés llorar y no estás solo,
cuando querés reír y estás sin nadie.





Orfandad

hace noches que arrastro este cadáver
hemos bebido juntos del furor y la bruma
hemos acariciado la muerte a contrapelo
aliviado el dolor en madrigueras
donde la realidad pasa de largo
un ala negra sobre el cielo puro
batiendo contra el pecho
su avidez de relámpago

casa por casa fuimos
a derramar la hiel de nuestra angustia
hemos visto la calle sin ventanas
donde van a besarse los suicidas
antes de transformarse en certidumbre
hemos amanecido con un tiro en la frente
y un puñal escondido en la garganta

hace noches que intento abandonarlo
envolverlo en mi abrigo
y acostarlo en su espanto
como quien deja a un niño
a los pies de una iglesia.







Densidad de la luz

salgamos a la puerta
se deben haber ido los fantasmas
hay una brisa que lo explica todo
la dualidad
el fin de los temores

derrama el sol una mirada tibia
sobre la mansedumbre del paisaje
harto de su belleza
el cielo inventa pájaros que le arañan el rostro
todo busca su alquimia de luz precipitada

se deben haber ido los fantasmas
salgamos a la puerta
lentamente el cortejo de la noche
se hunde por el peso
de su propia armadura.






¿Qué poesía?

¿la atravesada por el humo?
¿la herida de arma blanca?
¿la que sale de noche a emborracharse
en manos del feroz tristán tzará?
¿ la que reparte panes y solloza?
¿la que agita las alas del albatros
que baudelaire dejó sobre cubierta?
¿la que golpea la mesa del burgués?
¿la que muerde el exilio
con los ojos de buey llenos de cólera?
¿la que anida en el árbol de alejandra?
¿la que pasta en la huerta de efraín?
¿la que amanece espalda con espalda?
¿la que no dice nada
la que no calla nunca?
¿qué poesía?






Conclusiones

este amor que no empuño ni reclamo
este deseo que resguardo en vos
como una medallita de la suerte
este amor de sonámbulos y espías
de aliento contenido
de sangre en movimiento
una sombra pegada a la pared
trepando por la furia del espejo
amor que no es abrigo
ni sábana
ni oxígeno
sino una cuerda
que intenté sujetar
para no ahogarme
y repentinamente
se enredó en mi garganta.








El orden de las cosas

los muros los escombros me transmiten recuerdos
obedezco al lenguaje del cristal que trepida
respondo al juramento desleal del relámpago
la simple observación de una canilla
me provoca un intenso sentimiento de ahogo
el fuego vaticina mi futura memoria
los relojes me llevan de modo inevitable
a treparme a la copa de los árboles
para lanzar mi aullido a la intemperie
toda consternación me pertenece
toda felicidad me contradice
el silencio lastima mis oídos
contemplo horrorizado la belleza del día
y persigo a mi sombra para no despistarme
soy el ojo que rige mis bruscas mutaciones
el barco que establece sus propias tempestades
todas las realidades me parecen ficticias
todas las utopías me resultan posibles.







Mar adentro

el mar toda una vida a la intemperie
toda una vida el corazón cerrado
al no ser mar qué breve la mención de tu nombre
yo que nunca lloré bajo una nube
ni recorrí las costas del espanto
te hago cárcel de mí labio a mi copa
en un mundo que goza desenterrando espadas
rodeándome de perros la memoria
el mar respira en vos y es como un rezo
como una crisis que jamás descansa
y no te haré saber qué interminable
qué árido terreno transita el que no duerme
el que profana tumbas buscando su cadáver
el que flota en las aguas del dolor y la culpa
yo soy un rumbo aparte
el mar me condiciona a tu paisaje
y la noche me busca vivo o muerto.

De: "La luz de los vencidos", Enigma Editores, 2012



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