jueves, 8 de diciembre de 2011

LISÍMACO CHAVARRÍA [5.307]


Lisímaco Chavarría 



(1878 - 1913) fue un escritor y poeta de Costa Rica.
Poeta nacido en San Ramón de Alajuela (Costa Rica) el 10 de mayo de 1878, en un modesto hogar que tenía su asiento cerca del cementerio de la ciudad. Hijo de Eduardo Chavarría y Teresa Palma.
En su juventud se dedicó a la pintura y a la escultura, como medio para ganarse la vida en un ambiente hostil a las manifestaciones literarias. También fue relojero, y además maestro en una escuela de Tabarcia de Mora y en Santa Rosa de Nicoya. Laboró en sus últimos diez años en la Biblioteca Nacional.
En medio de sus labores no dejaba de escribir poesía. En 1909 obtuvo el galardón La Flor Natural en los juegos florales de Costa Rica y dos Menciones Honoríficas. Este premio nacional, marca la consagración de Lisímaco como poeta de una época y lo lanza internacionalmente mediante el reconocimiento de figuras tan prestigiosas como Rubén Darío, Magallanes Moure, Manuel Ugarte, Ismael Urdameta, José Enrique Rodó, quienes se convirtieron en sus amigos epistolares.
Sus primeros escritos, debido a su timidez, los esconde bajo el nombre de Rosa Corrales de Chavarría, su primera esposa. Lisímaco fallece en casa de su madre, la tarde del 27 de agosto de 1913.


Obra Literaria:


Orquídeas (1904)
Nómadas (1906)
Desde Los Andes (1907)
Manojo de guarias (1913)
Palabras de la momia (1919)







Manojo de guarias

Moradas cual la túnica de Cristo,
columpiando sus pétalos de seda,
en mis bosques nativos las he visto
donde el sinsonte al manantial remeda.

Caprichos de amatista suspendidos
en los troncos de ceibas centenarias,
fulgores de la aurora detenidos
sobre el remanso azul, así las guarias.

La más preciada flor costarriqueña
que florece en tejados y pretiles,
parece un alma que en la tarde sueña
con el paje floral de los abriles.

De noche, cuando salen las estrellas,
como pálidas niñas del espacio,
riegan collares de ópalos sobre ellas
y entonces son joyeles de topacio.

Un manojo de guarias, tal los versos
que vengo a deshojar a tu ventana;
son candorosas cual tus labios tersos,
como tu sien de rosa y porcelana.

Te ofrezco el ramillete delicado
de las frescas parásitas nativas:
lo recogí no ha mucho de mi prado
de helechos y jaral y siemprevivas.

Aun viene con las gotas del rocío
que sobre él salpicaron las auroras;
tiene fragancia del terruño mío,
de reinas de la noche y de pastoras.

Lo vieron florecer los campesinos
en las mañanas tibias de labranza,
cuando los bueyes van por los caminos
oyéndole al jilguero su romanza.

Lo vieron reventar los manantiales
en las noches de luna, en las montañas,
como rizos de sedas orientales
junto a la paz rural de las cabañas.

¿Para quién han de ser? ¡Oh dulce niña!
Para ti compañera de mis rutas
son las flores que bordan mi campiña
rica de mies y de doradas frutas.

¿Para quién han de ser? Entre tus manos
serán así como imperial ofrenda,
cual jirón que te dejen los veranos
cuando la tarde en el azul descienda.

Recibe este manojo hecho de guarias
que fueron el collar de las encinas;
ellas te llevan las cadencias varias
que saben las dulzainas campesinas.









En el barrio

Hay una imagen de Santa Rita
en cuyo rostro muestra candores,
las mozas llevan hasta su ermita
de las montañas las frescas flores.

Las tristes viudas que llevan luto ,
y las muchachas, ya casaderas,
van a dejarle como tributo
ramos de salvia de las praderas.

Dicen las gentes que es milagrosa,
que ella consuela los afligidos,
cuando una joven va a ser esposa
deja en su trono cirios prendidos.

La moza alegre, la viejecita
y los abuelos, ya centenarios,
van a buscarla dentro su ermita
para rezarle sendos rosarios.












Bodas campestres

Cantan los gallos, es la del alba,
"coge las bestias -dice el abuelo-
hay ya clarores sobre el Turrialba
y las palomas bajan al suelo."

"Muchachas, vamos, arriba todas,
ya se oyen gritos sobre la cuesta";
así se anuncian aquellas bodas
y los cohetes cuentan la fiesta.

La novia es joven, el novio sano,
del barrio al pueblo distan dos leguas;
diez montañeses bajan al llano
y van alzando polvo sus yeguas.

Va el novio alegre, feliz la moza
y la noticia va a los confines...
otros aguardan allá en la choza
con dos guitarras y dos violines.











De tierra fértil

Zas... zas... Resuena el tajo entre el cafeto
bajo el sol que los páramos rescalda
y dobla pudreorejas de esmeralda
que simulan encajes en el seto.

El fresco manantial discurre inquieto
de la colina en la vistosa falda,
y finge el cafetal una guirnalda,
-joyel de Ceres de rubís repleto-

Zas... zas... zas... zas. Trabajan los paleros
y sudan bajo el sol, en sus labores,
mientras cantan yigüirros y jilgueros.

Suspenden su labor los labradores
y tornan al hogar por los senderos
que perfumaron las silvestres flores.














Promesas de la tierra

Hay un olor de vida
en el huerto, en el aire y en las cosas;
es un olor a tierra humedecida
que va anunciando la precoz venida
de la mies y del fruto y de las rosas.

Hay nuncios y promesas en el rayo
que el Sol derrama encima de las eras;
durmió la tierra como en un desmayo,
pero las lluvias del florido mayo
fecundarán las mustias sementeras.

Hay regocijos hondos en los prados
y enrojecen sus flores las piñuelas;
van peinando la tierra los arados;
hila el yigüirro versos delicados
y el labriego labora sus parcelas.

El campo reverdece y fatigosas
tornan las yuntas de mover la tierra
tan pródiga en ofrendas hechas rosas
y espigas... Vida nueva hay en las cosas
y en las verduras que el cercado encierra.











El Cristo de Esquipulas

El gallo -ese clarín de la primera
luz- alza el canto anunciador del día
y la gente devota en romería,
invade la polvosa carretera.

La viuda, la casada y la soltera
conducen sus promesas y en la vía
refieren los milagros a porfía
que el Cristo de Esquipulas les hiciera.

Aquella porta un corazón de plata,
promesa que nació de unos amores
que echó por tierra la traición de un suegro.

Y la otra se curó una catarata,
lleva un ojo, hecho de oro, y unas flores
en pago del milagro al Cristo Negro.











Virgiliana

Dijo el vaquerillo
a su moza franca:
-yo te haré una choza
junto a la montaña
muy cerca del río,
donde dice el agua
al pasar caricias
y dulces baladas,
cual las notas dulces
que da mi dulzaina-,
y la moza fresca
rió y lo miraba
y en sus ojos negros
dejó la mañana
todo aquel paisaje
de frondas y garzas
y un rumor de besos
oyeron las guarias;
ella ruborosa
bajó a la quebrada
y el siguió el sendero
en pos de sus vacas...












La roca de Carballo

Seméjase a una esfinge de pedernal eterno
erguida ante el abismo del piélago sonoro;
sobre ella el Sol despunta doscientos dardos de oro
y ante ella el mar levanta su canto sempiterno.

El fuego del verano, las lluvias del invierno,
los foscos huracanes que van rugiendo en coro
y todas las estrellas que vierten su tesoro,
descienden por su espalda de cíclope de averno.

En ella se posaron Saturno y los Vestiglos
a contemplar la marcha de todas las edades
que fueron en los potros piafantes de los siglos.

El piélago le dice de aquella raza trunca,
señora que fue dueña de aquellas soledades,
en una edad remota que ya no vuelve nunca.














En Puntarenas

Aroma suave da la reseda
y el mar sus tumbos rima en la playa
donde la espuma vibrando queda
como heliotropo que se desmaya.

Un marinero fuma cachimba
viendo dos barcos en lontananza;
allá las notas de una marimba
se unen rimando costeña danza.

Una morena de ojos quemantes,
de curvaturas hechas pecado,
ha vuelto locos dos navegantes
que van tras ella para el mercado.

Se ven dos bongos en el Estero
dando tirones a las amarras,
y junta notas el marimbero
acompañado de dos guitarras.











El zopilote

Señor de los poblados, cuando subes
describiendo espirales con el vuelo
semejas una cruz bajo del cielo
santiguando la frente de las nubes.

En tus éxodos nada te detiene,
de carroñas preparas tus festines
y vas, de la ciudad, a los confines
como un celoso policial de higiene.

Del tejado te posas en la cumbre
y abres al Sol tus abanicos negros
en las mañanas de dorada lumbre.

Enamoras a la hembra con ternura,
el cadáver del can te infunde alegras
y visitas los astros en la altura.















La vaca

Compañera inseparable
de los mansos bueyes viejos,
vayan para ti mis loas
y las rosas de mis versos...
Al mugir en las dehesas
en llamamiento al becerro,
de las madres cariñosas
nos haces un fiel recuerdo.
Cuando despunta la aurora
y pone sobre los cerros,
y en la quiebra de los montes,
como una reina, su cetro;
cuando cantan los yigüirros
en la copa de los cedros,
como bardos de alto numen
que pulsaran dulces plectros;
cuando las fuentes discurren
fingiendo alegres gorjeos
entre guijas y entre flores
en sonoro cabrilleo,
tú pasas dócil y mansa
obedeciendo al vaquero:
un lozano campesino
un mozalbete travieso
que roba limas y guabas
para llevarle al maestro.
Tú sabes de las frescuras
de los más frondosos ceibos;
tú sabes de los cantares
de los monjos mañaneros;
tú sabes lo que refieren
los pajarillos enfermos
que dejan viudos las ráfagas
del temporal del invierno,
sabes también del idilio
de aquel montañés apuesto
que en una tarde de junio,
en el trillo del potrero,
a aquella moza del barrio
le protestó amor eterno,
mientras la tarde su bronce
diluía allá en los cielos
simulando en los cantiles
devoradores incendios.

Vaca, mansa compañera
de los nobles bueyes viejos
que saben de los afanes
de los fuertes jornaleros,
en tus pupilas retratas
el paisaje verde y fresco,
el vuelo de las palomas
y los verdes limoneros,
el cristal de los torrentes
que riman extraños versos
y cantan como tenores
y vibran como panderos;
las humedeces con lágrimas
cuando lejano el ternero
te reclama, como niño,
con su sentido cencerro.
Tienes la filosofía
de ser mansa... Si los perros
van a oponerse a tu paso
ni los miras, tu desprecio
domestica sus bravezas
y al fin son tus compañeros.
Cuántos regocijos pones
cuando llegas del potrero
y brindas la ubre repleta
del delicado alimento
a las mozas campesinas...
cierras los ojos... sus dedos
tus cuatro mamas ordeñan,
en tanto que haciendo esfuerzos
el ternerillo se tuerce
en mil escorzos supremos...
y tú sueñas, si no lames
de tu hijo el lomo sedeño.
Las églogas de Virgilio
ensalzan ese alimento
que es más albo que la nieve
y que del lirio los pétalos,
y más sabroso que el néctar
del colmenar del Himeto.
Compañera inseparable
de los mansos bueyes viejos,
vayan para ti mis loas
y las rosas de mis versos.












Nuestra bandera

Rojo: así son los labios de las niñas,
el tinte del crepúsculo, la rosa
de Sión y el arrebol de la sabrosa
granada que sazona en mis campiñas.

Azul: así el color de las montañas
erguidas al espacio, así los mares
y el cielo en donde ruedan a millares
los astros como fúlgidas arañas.

Blanco: la nieve secular es blanca,
la inocencia, la espuma del riachuelo
y el rostro casto de la Venus manca.

Los tintes más preciados de las flores,
luces, bandera, cual jirón que el cielo
colgara de la altura, hecho colores.













Criolla

El joven campesino, ya de tarde,
volvió, con la herramienta, hacia la choza;
hizo un manojo de silvestres flores
para ofrecer a su gallarda novia.

La tarde rubia coloreó de bronce
la seda delicada de las rosas
y tal como un renglón, cruzó el espacio
una hilera lejana de palomas.

La alegre carretera quedó muda
como sierpe dormida entre la sombra;
en tanto que el trapiche lugareño
echó a los vientos su canción monótona.

Más tarde la guitarra de aquel mozo
bajo un alero detalló sus notas;
al montañés lo sorprendió la luna
con las flores cantándole a la novia.













El maestro de escuela

Es un leva con cara que da miedo,
nariz muy larga y con los ojos gatos;
los dedos se le ven por los zapatos,
-le dice ña Pascuala a ñor Alfredo-

Yo no lo bajo unque me rece el credo;
-ni yo tampoco, pos parece, en ratos,
lo mesmo queni aquellos mojigatos
que echamos con escritos... ¡yo no puedo!

En el trapiche le contó a ñor Mora
quél sabe muncho de la Magia Negra,
quél a un cristiano lo convierte en lora.

Sopló un diacuatro que prestó ña Rita,
dijo una cosa en que mentó a la suegra,
y entre sus manos se volvió nadita.












Las guacamayas

Sobre la selva virgen de altivos huiscoyoles,
que abanican las hojas de armónicas pacayas,
batiendo treinta remos van quince guacamayas
luciendo luengas colas de visos tornasoles.

El éxodo es de días, quizá de cuatro soles;
alegres van en busca de tropicales playas,
de marañones rojos y frutecidas hayas,
o de la copa fresca de enhiestos guapinoles.

Al quebrarse los besos del Sol sobre sus plumas
semejan gallardetes de bermellón y gualdas
y atruenan el espacio con estridente grito.

Amadas de Atahualpa y de ambos Montezumas;
al dilatar el vuelo parecen esmeraldas
rayando el lapislázuli del éter infinito.














Aromas de montaña

Hay un aliento puro que viene de las eras
contándome la vida de campos de labranzas,
en donde cada hitavo enseña treinta lanzas,
en donde cada nube se rasga en dos banderas.

El hálito me dice de brisas mañaneras
que fueron como liras tejiendo sus romanzas;
ese hálito me dice mis viejas añoranzas
cargadas de perfume de flor de las praderas.

Columpian en el aire su copa los manzanos;
avanzan de retorno, dos fuertes labradores,
traen olor de yerbas prendido de las manos.

Un joven limonero cubierto de blancores,
se apronta para darles fragancia a los veranos,
frescura a los labriegos y al céfiro sus flores.














El canto del cuyeo

Avecilla pardo-obscura
que te posas en las veras
del camino solitario
que del monte va a la aldea;
avecilla misteriosa,
con las mustias hojas secas
se confunde tu plumaje
en las tarde veraniegas.

Nunca olvidas el verano,
ni la luz de las estrellas,
ni el rumor de los cañales,
ni el tomillo de las huertas,
ni los líricos jardines
ni las curvas carreteras;
tu canción es un enigma
que interroga las tinieblas,
el murmurio de las fuentes
y la luz de las estrellas;
tu canción es una frase
que nos habla de tristezas,
del villorrio, del cortijo,
de los setos, de las huertas,
de las noches enlutadas,
de las tardes que se alejan;
tu canción yo la comprendo
cuando cantas en las veras
florecidas del camino
que conduce a las viviendas
donde viven los labriegos
esperando las cosechas.

En las tardes de verano
te deslizas en la selva
como negra mariposa,
o como una flor de seda,
y en las frondas resequidas
te confundes con las secas
hojarascas que los vientos
en macabra burla llevan,
y en las noches de febrero
yo he escuchado tu nocturno
que comprende cinco letras.

Es tu pobre abecedario
como rústica leyenda
que articulas en las hojas
sin verdor, amarillentas,
en que posas tu plumaje
en las tardes veraniegas,
como obscura mariposa
o como una flor de seda.

Di tu verso en los caminos
cuando torne... cuando vuelva
al jardín de la tierruca,
y al torrente de la cuesta
que escuchó la serenata
de tu flauta plañidera.











En el trapiche

Hay regocijos en la cabaña
tiende la tarde rojos cendales
y dos carretas llenas de caña
vienen vibrando de los cañales.

Crujen las mazas dando sus vueltas
y los gañanes el horno atizan
y dos chicuelos de mangas sueltas
con sus cuchillos la caña alisan.

Los bueyes giran por un camino
que en el bagazo finge una boa,
y baja el jugo, color de vino,
haciendo espumas en la canoa.

Cantan los mozos y un chico baila
oyendo aquellos cantar en coro,
y sobre el fuego hierve la paila
echando al aire burbujas de oro.












Ña Canuta

No omite bailes y es rezadora,
ella adivina y es curandera;
cuando alguien muere finge que llora,
de todos sabe la vida entera.

"Esa muchacha la vi onde el cura",
-dice la vieja- "yo no la fío";
"juygo de cuentos", ella murmura,
mas pone en ascuas el caserío.

Cura el mal de ojos, el maleficio,
vende oraciones de brujería;
compra cuyeos para su oficio
y en casa ajena se pasa el día.

No pierde misas, menos rosarios;
todos los meses ella comulga;
va siempre llena de escapularios,
pero es dañina como la pulga.













La paz del campo

La paz del campo llega y me habla de la infancia;
los tulipanes ríen en el jardín despierto;
se yerguen las begonias, las rosas dan fragancia
y las legumbres frescas me incitan en el huerto.
Alegre todo me habla de muchas cosas viejas,
del manantial de plata, del viejo limonero
vestido de azahares y azules "pudreorejas"
como dosel vistoso erguido en el "potrero".

Despide olor de leche la negra vaca mansa,
anuncian que pusieron en el corral las aves,
el perro bajo el árbol, huyendo al sol, descansa,
y copia las faenas en sus pupilas graves.

¡Bendita paz campestre! Mi casa lugareña
le infunde nueva vida a mi vigor escaso;
en un guacal muy limpio mi buena madre ordeña
su vaca preferida para ofrecerme un vaso.

Al frente de la casa en el jardín florece
la enredadera dócil que invade hasta las tejas;
aromas orientales el jazminero ofrece
y se oyen los zumbidos de errátiles abejas.

Mi madre y mis hermanos se sientan en mi torno
y el sol en los manzanos enreda rubios lampos...
Celebran los chicuelos con gracias, mi retorno
al dulce hogar paterno, a mis tranquilos campos.











El titiritero

Zapatos rotos, roto el sombrero,
la piel curtida por los calores,
pasa el jocoso titiritero
para el poblado de labradores.

"¡Baile a Perucho!" le gritan todos.
"¿Cuándo los juega?" "¡Baile el Payaso!"
y él sigue alegre por los recodos
que tiene el pueblo, con firme paso.

Llega al villorrio... Todo se alista
para la escena de actores chicos;
corre la nueva del viejo artista
y se preparan pobres y ricos.

El padre cura le da su casa
y unas cortinas para escenario;
se animan todos, la gente pasa,
y cuida el orden un comisario.

"Función primera para esta noche",
en las paredes dice un letrero...
Principia el acto, sale un fantoche
que mueve el hábil titiritero.

Rompe en silbidos el populacho
y voces burdas al aire lanza...
El vulgo dice: -"¡baile el borracho!"
y el guitarrista toca la danza.














Frondas lugareñas

Sobre las lomas del campo
el alba arroja sus gemas
y en las aristas del monte
hay un tinte de violeta.
Ensayan suspiros dulces
las tórtolas mañaneras
y el mozotillo detalla
sus complicadas cadencias
desde la copa del árbol
o desde la alta palmera...
El manantial fugitivo
ondula como culebra
de baccarat reluciente
y baja y surca la cuesta,
brinca, retoza, se pierde
como un alma de las peñas;
ora finge carcajadas,
ora sus risas destrenza,
o bien simula una lira
que va rimando querellas
en la penumbra del soto
o en el frescor de la huerta.

****

Sendero de la montaña,
con el alma placentera,
caminan dos montañeses
al campo de sus faenas,
allá donde los maizales
penachos rubios ostentan,
en donde engarzan las lluvias
finos collares de perlas
y los pinceles del alba
radiosos nácares dejan;
pasan festivos, cantando
una canción de la aldea;
en el semblante, alegría,
en el hombro, la herramienta...
La blanca ermita del barrio,
-interrogación eterna
a la mudez de los cielos,
¡esfinge que no contesta!-
esmalta con los celajes .
su campanario de piedra;
y el humo de las cabañas
circula, asciende, penetra
en el azul donde brillan
del Sol las ígneas saetas
que descienden hechas lluvia,
de topacios y de perlas,
hasta el penacho del monte
y a la silvestre azucena.

*****

Una moza campesina
gallarda, graciosa, esbelta,
en la boca la sonrisa
que regocijos revela,
va portando una tinaja
en la robusta cadera,
por la ruta florecida
de salvias y de verbenas,
que conduce hasta la fuente
que brinda el agua a la aldea;
y así discurren las horas
de la mañana montesa,
alegrada por los quioros
y las aves tempraneras
y la canción de los vientos
que van vibrando en las selvas
como alegre cabalgata
anunciada por trompetas
a los confines del valle,
y a las lejanas praderas,
y a las montañas azules
en donde el Sol se doblega
cuando la noche desciende
con su cortejo de estrellas.












Las quemas

Todo está listo para las quemas:
los labradores sobre las rondas
prenden el fuego. Color de gemas
toman las llamas quemando frondas.

Los vientos soplan y las corales
salen en fuga de la maraña;
saltan las chispas a los cañales
y de estos vuelan a la montaña.

Arden los montes y arrecia el viento
como una trompa de acentos broncos;
y entonces se oye como un lamento
que al desgajarse lanzan los troncos.

Y por la noche mira el labriego,
cual si salieran de la negrura,
dos grandes sierpes hechas de fuego
peregrinando para la altura.












El violinista

Es ñor Juan Pelos, o ñor Veintiuno,
(son sus apodos), un viejo artista,
toca dulzaina como ninguno
y es del villorio gran violinista.

Las piezas nuevas y las de antaño
forman unidas su repertorio:
Toca Las Olas y El Desengaño
y canta salves en el velorio.

En los rosarios de Nochebuena,
da gusto oirle los villancicos;
cuando sus danzas él desenfrena,
bailan de gozo viejas y chicos.

El es el alma de la alegría
él regocija la villa entera,
y él toca en bodas, más otro día
duerme en las calles su borrachera.















No supe nada

Por la vereda que baja al yurro
marchan dos mozos bajo la tarde;
hay en los fuetes como un susurro
y el Sol poniente parece que arde.

Ella es descalza, de trenza doble,
de ojos muy negros y muy risueña;
él es robusto, -tal es un roble,-
de manos fuertes y faz trigueña.

Ambos, unidos, marchan del brazo,
entre güitites de fronda verde,
cantando bajan por el ribazo
y la pareja por fin se pierde.

Venus que atisba desde la altura,
los vio ocultarse tras la enramada...
"¡Nunca me olvides!", ella murmura,
y al fin de todo... no supe nada.













Esmeraldas vivas

En la costa


Ensaya el marinero en su canoa
un aire de nativa cantinela,
y el Sol se expande encima de la estela
que hierve y fulge al avanzar la proa.

Debajo de una ceiba está una boa,
dijérase que atisba con cautela,
mientras la garza por el éter vuela
copiándose en el ponto de Balboa.

El Dios de lumbre al derramar sus oros
del piélago de añil sobre la espalda,
de la selva abrillanta los colores.

Bajo el fuego que al trópico rescalda,
emigran, hacia el Norte, treinta loros
fingiendo treinta dardos de esmeralda.













Himno de las ruedas

Dilúyense en las auras aromas de violetas
y el Sol pone en la ermita nenúfares de fuego;
desciende de las abras el rústico labriego
y cantan sus estrofas de vida las carretas.

Parece que anunciaran sus triunfos a las metas
del plácido cortijo que es urna de sosiego;
simulan epinicios, o bien un largo ruego
que llevan a otros campos las brisas indiscretas.

Ya bajan de los montes, cantando por los flancos
y tejen con sus notas urdimbre de las arias
que saben las campiñas, las cumbres y barrancos.

Sepulta el Sol su disco detrás del bosque verde,
inciensan a la noche las rosas y las guarias
y el himno de las ruedas prolóngase... y se pierde...











Contienda bárbara

Es ella una serpiente de colores
versada en quebrantar en los cubiles
cachorros de jaguar, pumas sutiles
en las selvas, y pájaros cantores.

El un perro de buenos cazadores
que supo desgarrar, con sus marfiles,
el apuesto león y aun los reptiles
que fueron a enroscarse tras las flores.

Precipítase el can, ella lo espera
encógese... y alárgase... y da un silbido
y le inyecta su tósigo de fiera.

El perro la sacude al verse herido
y recorre por toda la pradera
un grito de dolor hecho alarido.













Tardes campestres

Tiende la tarde
fúlgidas gasas,
finge Occidente
rojiza fragua;
dejan la vega
todas las garzas
batiendo al aire
sus níveas alas...
Semeja el barrio
verde guirnalda;
¡de aves y flores
feliz morada!

***

Entre la hondura
canta que canta,
corre un torrente
como de plata,
y en las riberas
deja en su marcha,
blancos encajes
de espumas blancas.
Allá una choza
de hojas de caña
semeja un nido
bajo las ramas
que tiende un árbol
con flores albas,
y de un trapiche
crujen las mazas
con ruido ronco
cual de matracas.

***

Ya de la ermita,
sonoras llaman
con sus repiques
ledas campanas;
para el rosario
las viejas pasan,
y por la calle
van cabizbajas.

***

Los mozos tornan
de sus labranzas
y al hombro llevan
lucientes palas,
y los coloquios,
que con Nazaria,
tuvo en la fuente,
noche pasada,
cuenta a Norberto,
en tosca charla,
un mozo imberbe
de piel tostada.

***

Allá un muchacho
junto a una tranca,
entusiasmado
toca dulzaina;
más lejos se oye
alegre danza
que alguien preludia
en su guitarra.

***

Por el sendero,
una muchacha,
viene cantando
de la quebrada;
en la cabeza
ostenta ufana
pesado lío
de ropa blanca
y en la cadera
una tinaja
que con el brazo
tiene y abraza.

***

Allí una vieja
con voz cansada
le da consejos
a Nicolasa;
moza del barrio
muy vivaracha
que a quince abriles
está ya entrada;
con voz muy queda
le habla la anciana;
dícela cómo
el Diablo engaña
a aquellas niñas
no recatadas.
-No siás zopenca
ve lo que a Juana
le ha sucedió
con Lucas Parra,
¡si son los hombres
el mesmo Patas!-
Dice la abuela
a la muchacha.

****

Cesó el rosario,
las viejas pasan...
van por las calles
cual sombras vagas…
El Sol se oculta
tras las montañas,
y al fin la tarde
lenta se apaga...
Los pajarillos
en la enramada
Manojo de guarias
dan a la noche
su serenata;
los campesinos
vanse a sus casas
y satisfechos
en toscas bancas
cenan alegres
queso de vaca
y albas tortillas
bien aliñadas.

***

Así concluyen,
llenas de charlas,
de nuestros campos
las tardes plácidas,
las bellas tardes
que el Sol esmalta
con sus pinceles
de rosa y nácar.










El yigüirro

Es el clarín de Mayo. Su plumaje
es obscuro y ajeno a todas galas,
pero sabe las líricas escalas
que ignoran otras aves del boscaje.

Su tribuna es la copa del manzano
cuando le canta a las auroras rubias;
es así como heraldo de las lluvias
y en la selva se oculta en el verano.

Es el bardo de todas las campiñas,
del dorado arrozal y del zarcero
y el dulce trovador de mi tierruca.

El ánfora de miel le dan las pinas,
manojos de azahar el limonero,
su fruto el árbol y su flor la yuca.












Pudreorejas

Campanillas azules de mi casa
que adornan los naranjos, campanillas
que despierta la aurora cuando pasa,
desatando la aurora sus gavillas.

Delicadas campánulas azules
tendidas en las cercas del camino
donde brilláis como sedeños tules
a los ojos del sano campesino.

Copas del campo, de color de cielo,
volcadas a mirarse en los cristales
sonoros del sinfónico riachuelo
que va como un afán entre cristales.

Alegres y vistosas pudreorejas
donde columpia el Sol todos sus lampos;
vuestras son las errátiles abejas
de las dulces colmenas de los campos.

Adorno de las cruces del sendero
que conocen un crimen de venganza;
alfombra del jardín y del potrero
que guardan placideces de añoranza.

Hermanas del chirrite y la pastora
que escuchan, en las sendas, el sinsonte
bajo el oro sutil de las auroras
que fueron como incendios sobre el monte.

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