viernes, 5 de agosto de 2011

JOSÉ LUIS HIDALGO [4.403]


José Luis Francisco Hidalgo Iglesias


José Luis Francisco Hidalgo Iglesias, nació en Torres (Cantabria) el 10 de Octubre de 1919, es uno de los mejores representantes de la poesía existencial española de posguerra y precursor de la denominada Quinta del 42 santanderina que lanzó la revista Proel.
Quedó huérfano de madre a los nueve años, lo que le marco sin duda para la creación de toda su obra. Estudió en las Escuelas del Oeste de Torrelavega, actualmente conocido como Colegio Cervantes.
Tras comenzar la guerra, consigue trabajo como maestro en una escuela de Santander, convirtiéndose en profesor auxiliar de Dibujo en el Instituto de Enseñanza Media de Torrelavega (Marques de Santillana).
En 1938 fue movilizado por el cuerpo de Ingenieros franquista, para los cuales censaba muertos en los frentes de Extremadura y Andalucía. Al acabar la guerra estaba destinado en Valencia, donde inició estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes, finalizando estos en 1943. Aquí entabló amistad con el grupo de poetas que crearon la revista Corcel en noviembre de 1942.

Otra de sus manifestaciones fue la pintura, como artista y cartelista participó en la Olimpiada Popular de Barcelona en 1936, época en que conoce a José Hierro, importante amistad y ayuda de José Luis.
Conocido sobre todo por Los muertos (1947), obra donde reflexiona sobre Dios, el Tiempo y el fin de la existencia humana en lucha agónica por alcanzar la inmortalidad, Hidalgo publicó también Raíz (1944) y Los animales (1945); pero el origen de su poesía metafísica está en sus obras iniciales: Pseudopoesías (1936), Las luces asesinadas y otros poemas (1938) o Mensaje hasta el aire (1938), marcadas por el juego metafórico vanguardista.
A caballo entre Santander, Madrid y Valencia, sus últimos años transcurren frenéticos en actividades poéticas y artísticas, publicaciones en revistas, exposiciones en el Ateneo santanderino, diseños y proyectos pictóricos, apasionadas aspiraciones que se verán truncadas por una neumonía que le llevó a la muerte el 3 de febrero de 1947.




Acércate. Más, más...

Acércate. Más, más,
hasta palpar mis sueños.
No, todavía no...
Aún más y más, sin miedo:
como el agua del mar
a su fondo de cieno,
como se acerca a Dios
todo el azul del cielo.

Como me acerco a ti
cuando digo: te quiero.







Ahora que ya estoy solo te llamo suavemente...

Ahora que ya estoy solo te llamo suavemente
y bajas a mi boca como un fruto maduro
desde el árbol eterno donde existes y velas,
con las ramas rozadas por los astros desnudos.

Ahora que ya estoy solo puedo morir. Tú sabes
que a la muerte hay que ir sin que nadie nos llore,
ocultando las rosas del amor que encendimos
y el que sólo fue sombra que soñamos de noche.
Por eso está ya el fruto temblando entre mis dientes
mas no quiero morderlo sin que tú me lo digas.







Algo más

Nunca he sabido si acaso la muerte
era algo más que tocar una rosa
y sentir que sus pétalos rojos
se ocultaban, de pronto, en la sombra.

Me he perdido de noche en un bosque
y vino a encontrarme la luz de la aurora,
y he comprendido que el sol encendido
dora de nuevo las lívidas lomas.

Porque la muerte no toca a los hombres
cuando en lo oscuro sus cuerpos se borran.
Sabe la tierra que late su entraña,
sabe la noche que todo retorna.

Sólo los hombres no saben. Pensamos
que el corazón es igual que la rosa.







Amor así

Cuando dos cuerpos se unen para amar,
se quema más despacio la soledad de la tierra.

De corazón a corazón, de hueso a hueso,
saltan pájaros ardiendo como puñales
piel del mundo o deseo donde la carne gime,
un gran río desnudo de inesperados crisantemos.
Cuando dos cuerpos se aprietan como bocas,
se empujan como voraces cataratas al rumor de la vida
perdiendo un posible contacto con la muerte que espera,
que sobre el olvidado planeta a lo lejos refulge
como un fantasma solitario y oculto.
Hombre o mujer, árboles vibrantes,
hirvientes besos estrujados y un ángel.

Amarse es poseer la tierra sin sombras para siempre.







Atardecer de marzo

Atardecer de marzo
en la mar cenicienta.
El crepúsculo, lejos.
ya no se ve, se sueña.

Atardecer de marzo,
tú estás aquí, tan cierta
como esta dicha de ahora
que me da tu presencia.

Dame tu mano, inclina
sobre mí tu cabeza
y calla, no me rompas
este paisaje y esta
ternura que se alza
desde ti y se me adentra
por el cuerpo y el alma...
Mírame, piensa y deja
todo así como está
sin besarme siquiera:
el cielo alto y sereno
que sobre el mar se espeja,
en el aire parado
la gaviota que vuela,
y bajo nuestros pies
éste poco de tierra...

Dame tu mano, inclina
sobre mí tu cabeza.
Todo así como está
sin besarme siquiera...






Como un pájaro herido...

Como un pájaro herido
venía tu tristeza,
sus pobres alas mustias
sosteniéndote el alma.

Había un aire azul
con un cielo sin fondo
para volar...

Y el pájaro
leve de tu tristeza
voló a mi corazón
¡porqué tú me querías!







Después del amor

El zumo de la noche me gotea
con racimos de estrellas en la cara,
y madura mi frente su luz triste,
como una fruta sola sin su rama.

He perdido mi tronco; ardientemente
ha tajado el amor en sus entrañas
con un hacha sombría. En otro cuerpo
la ceniza enrojece de mi savia.

A solas con la noche me he quedado,
con mi carne tendida, fruta amarga.
y suena el corazón, bajo mi pecho,
con un crudo tañido de campana.







Este abril

Cómo llegas, abril, con qué delgada
planta de junco pisas en la arena.
Un delirio de luz en cada vena
y una gota de azul en la pisada.

Una gota de azul, la delicada
inundación de amor ceñida y plena,
una esbelta delicia que encadena
de inabarcable aroma desbordada.

Algo en mí, que no es mío, se levanta
surtidor de imposibles sensaciones,
canta tu dicha y mi delicia canta.

Y la honda transparencia de tenerte
en la alta alegría que me impones
vencedor cada día de la muerte.







Hoguera de amor

Este día que viene a mis labios
esgrimiendo su zumo de oro,
moja el alma en su triste belleza,
y la embriaga de sueños remotos.

Todo acaba en su luz amarilla.
Los recuerdos se borran, y de otro
me parecen las manos que tocan,
me parecen las cosas que lloro.

No pensar en las hojas que sufren
y olvidar el dolor de sus troncos.
No saber si las nubes que nacen
vuelven ya de un oscuro retorno...

Mas sentir en el pecho, encendida
por el viento que trae el otoño,
una hoguera de fuego que, alegre,
quema el mundo con un amor loco.







Imposible

Nunca la palma blanca del amor
podrá tocar en ti y abrir las fuentes
de un alegre vivir, limpio y desnudo,
que cante como un pájaro en tus sienes.

Nunca, porque el amor deja a los hombres
cuando dejan de serlo con la muerte.
Como sombra de nube, si se apaga
la luz, también el amor muere.







Llueven tus ojos palomas somnolientas de ceniza...

Llueven tus ojos palomas somnolientas de ceniza
que hieren lentamente el silencio de este ciervo de
música que tengo entre los brazos.

(De Norte a Sur abre su boca el firmamento
como un gran perro que tuviera dentadura de estrellas.)

Te quiero como nunca. Supón que te creciera el cabello
tantas veces
que fuera para mí un río navegable de pluma.

Supón mis veinte años, uno a uno en tus dedos
o mi sonrisa lenta nevándote la frente.

Supón mis ojos tristes y pensativos, mudos,
viendo crecer el fuego desde hace muchos años.







Los muertos

Hoy vengo a hablarte, mar, como a mí mismo.
Como me hablo cuando estoy a solas,
cuando alejado de los tristes días
que nos contemplan desde el ojo humano
acerco el ascua tenebrosa y sola
al principio del ser, a las raíces
donde alborea, matinal y oscura
la caricia primera de la tierra.

A hablarte vengo, mar, como a mí mismo,
en esta noche mineral y lúcida
mientras la luna, desde arriba, arroja
sobre los mundos una luz calcárea
y en el bisel del horizonte hiere
su duro, lento y solitario hueso.

Desde hace siglos sin cesar palpitas
tu blando corazón contra las rocas
que ante tu orilla, para siempre oyéndote
se bañan mansamente o se derrumban
fingiendo limos, donde solo existen
aristas de ira para tus entrañas.

Hoy vengo a hablarte, porque tú, conmigo
nacistes y sin cesar crecimos
cuando en la rosa del albor primero
con vesperal y fabuloso ojo
detrás de los helechos acechaba
el paso de los corzos y la sangre,
empapando la tierra, me llamaba
hacia los bosques, como el fuego ardiente
de una lejana y cegadora estrella.

En esta noche en que mi historia acaba,
en que los siglos sordamente suenan
bajo las plantas de mis pies desnudos,
bajo la tierra donde crecen árboles
y las palomas y las flores vuelan
junto a la hermosa garra de las águilas...
A ti, acudo, mar, en esta hora
porque el destierro de tu voz me llama
y en el hondón de mis entrañas siento
removerse otra agua clamorosa.
Tú solo, mar y mar, gimiendo
la soledad tremenda del que a nadie
puede decir su soledad. El mundo,
las lejanas estrellas que podían
escuchar tu dolor o presentirlo,
estaban lejos, porque Dios quería
tu sola soledad, tu dolor solo
como un terrible cántico a su gloria.

Quieta y muda, la tierra, duramente
diques ponía a tu invasora forma
que imitaba la vida de los pétalos
o la erizada furia de la selva.
-Nunca nos conocimos. No sabíamos.
Distintas nuestras sangres se ignoraban:
la tuya verde, transparente y única;
la mía roja, sordamente múltiple...-

En esta noche, mar, en esta noche
cuando la luna desde arriba arroja
sobre los mundos una luz calcárea
y en el bisel del horizonte hiere
su duro, lento y solitario hueso,
yo te pregunto lo que están buscando
ese fragor dulcísimo de manos,
esas inmensas lágrimas que chocan,
el eco interminable de las aguas
que como cuerpos sobre ti se aman.

Dime qué buscas, mar, qué es lo que busco
cuando temblando de la orilla huyes,
cuando temblando del amor me alzo,
cuando la mano en mis entrañas hundo
y golpeo sobre ellas como un látigo
cuando royendo la caverna oscura
te rompes con horror contra un peñasco
o ya en la calma de una tarde triste
acaricias, soñando, antiguas playas...

En esta noche, mar, en esta noche
en que mi sino solitario tiende
su milenario cuerpo por tus costas
mientras los viejos musgos y los líquenes
prenden grises hogueras a tu orilla
donde queman su óxido de sombra
las invisibles razas invernales
que algún día se fueron de la tierra
yo pregunto el destino de los muertos
que antes que yo nacieron y gimieron
para darme a la luz, de los que en siglos
y siglos, se tendieron como gérmenes
para que el fuego vivo de mi cuerpo
alma les diera cuando los recuerde.
Yo pregunto el destino de su sangre
corriendo como un río sin orillas
al inquietante reino donde todo
-la carne con la carne, el cuero húmedo,
la tierra junto al tacto deshaciéndose-
forman breves coronas desoladas,
transparentes cenizas que se rinden.

Busco en la sombra. Allá, por los confines
de la mano que elevo como un pájaro
más alta que mi frente. Aquí termina
todo entero mi ser, la carne acaba
y comienza la estela de los astros,
la clamorosa luz de las estrellas.
Aquí comienza el mar. Yo soy el único
junto al que habita solo, desde siempre,
la eternidad errante de la tierra.
Aquí comienza el mar, aquí termino.
Solo después que yo mi voz humana,
un recuerdo sereno en el vacío.

-Por debajo de mí los enterrados,
como fríos veleros, navegando
por otro mar sombrío, el de la muerte,
donde un viento, que es tierra, los empuja
hasta el confín ardiente de mi vida.
Dios no pregunta, porque Dios se basta.
La tierra calla, porque nada espera.
El mar hermoso, bajo los luceros,
y el hombre solo, bajo los planetas,
su muerte inútil, sin morir, rechazan
contra la roca ciega del futuro.







Mar de tus ojos

Puerto de amor tus ojos,
aguas claras.

(Brisa que me querías
sobre la mar salada.
Aguas sin corazón
que me llevabais...)

Hacia el mar de tus ojos
navegará mi ansia.







Mi corazón, mi vida, mi sangre enarbolada...

Mi corazón, mi vida, mi sangre enarbolada,
bajo esta noche hosca, tumbada como un perro,
te busca para siempre, honda huella del llanto,
para estrechar tu alma estremecida y pura
contra este pecho mío tan grande como el mundo.

Quiero tenerte aquí, quiero hundir tu tristeza
con el hacha amorosa de mi ardiente alegría.
Quiero, como una llama, arrancarte la duda
y probar que el dolor nos enseña la herida.
Mi amor no muere nunca, pero renace siempre.
Esta noche se ha alzado con la verdad desnuda
como una espada inmensa cuando sueña en la muerte
aferrándose al puño que conduce su vida.
Tú calmarás mi fiebre, yo beberé en tus manos,
me miraré en tus ojos cuando encontrarme quiera.
De cada día haremos un corto paraíso,
una conquista nueva arrancada al vacío.
Serán cortas las horas, los meses y los años
para tanta hermosura en esta dicha altísima...

Aquí estoy, en la noche, llorando como un niño,
frágil cuerpo de hombre que estremecido espera.

Alrededor de ti crezco como la hierba
junto a la encina clara que le presta su sombra.
Porque en tu sombra habito y para ti me alzo,
corazón, hacia arriba, sangre mía cimera,
en busca de tu tierna delicadeza fresca
que en un talle dulcísimo se me entrega ofrecida.

No quiero más, me basta, se me sosiega el ímpetu.
Como el agua a la mano me ciño a tu presencia
y te mojo la entraña de amor inexpresable.

Quiero vivir amándote, quiero morir contigo,
quiero que nuestras sangres circulen paralelas
asta que nuestros cuerpos se pudran en la tierra.







Nacimiento

Ha llegado la noche para todos:
yo reclino la frente en esta piedra,
donde los siglos ciegamente pasan,
mientras fulgen, arriba, las estrellas.

Entre duros peñascos me arregazan
los brazos maternales de la tierra.
Soy un hombre desnudo. Hoy he nacido,
como una larga luz, en su corteza.

Ni me muero, ni sueño. Abro los ojos
y extendiendo mis manos verdaderas
toco el origen de mi ser humano,
el vientre elemental que me naciera.

Y, en la frente, la roca, su llamada,
la vida en destrucción que, ardiendo, espera
la voz de Dios, que sobre el mundo clama
y se rompe, temblando, en las estrellas.







No

La noche te derriba para que yo te busque
como un loco en la sombra, en el sueño, en la muerte.
Arde mi corazón como pájaro solo.
Tu ausencia me destruye, la vida se ha cerrado.

Qué soledad, qué oscuro, qué luna seca arriba,
qué lejanos viajeros por ignorados cuerpos
preguntan por tu sangre, tus besos, tu latido,
tu inesperada ausencia en la noche creciente.

No te aprietan mis manos y mis ojos te ignoran.
Mis palabras buscándote, en pie, inútilmente.
La quieta noche en mí, horizontal y larga,
tendida como un río con las riberas solas.

Pero voy en tu busca, te arranco, te descuajo
de la sombra, del sueño; te clavo en mi recuerdo.
El silencio edifica tu verdad inexpresable.
El mundo se ha cerrado. Conmigo permaneces.







¿Por qué voy a Llorarme? Los árboles no lloran...

¿Por qué voy a Llorarme? Los árboles no lloran
cuando el hacha furiosa les hiere la madera.
Yo sólo he preguntado si tu mano sombría
con nuestros troncos lívidos enciende sus hogueras.

Lloro a los que han caído porque son de mi bosque,
pero yo sigo erguido cantando en las tinieblas.
Pisando las cenizas heladas de su ruina,
avanzo hacia ese fuego soñado en que me esperas.

Soy joven como el mundo, mas lloro desde siempre,
aunque todas mis hojas huelen a primavera.
Pero a mí no me lloro, porque tengo mi vida
y su efímera carne por Ti también se quema.







Romance lento

Mis manos acarician
el torso de la sombra.
Desnudo por mis dedos
se ha deslizado y tiembla
un palpitar lejano
de luces y de nieblas...

Yo siento por mi cuerpo
esa nostalgia honda
del silencio enterrado
debajo de las piedras.

Un sollozar oscuro
se pierde en la penumbra
de la tristeza fría
que el alma entera sueña...

El cielo brota muerto
encima de la tierra.








Soñaste un día azul...

Soñaste un día azul
un temblor,
una hoja,
una mano callada tocándote la frente
y los ojos purísimos del poeta encendido
mirando tu mirada perdida en la ribera.

Y esta palabra mía,
que no fue mía nunca,
dijo lo que no quise
y que tú no entendiste...

Pero yo estoy aquí.
al otro lado mismo,
esperándote igual,
con los ojos abiertos
y mi mano callada tocándote la frente.







Te busco

Déjame que, tendido en esta noche,
avance, como un río entre la niebla,
hasta llegar a Ti, Dios de los hombres,
donde las almas de los muertos velan.

Los cuerpos de los tristes que cayeron,
helados y terribles, me rodean;
como muros, encauzan mis orillas,
pero tengo desiertas mis riberas.

Yo no sé dónde estás, pero te busco;
en la noche te busco y mi alma sueña.
Por los que ya no están, sé que Tú existes
y por ellos mis aguas te desean.

Y sé que, como un mar, a todos bañas;
que las almas de todos Tú reflejas,
y que a Ti llegaré cuando mis aguas
den al mar tus aguas verdaderas.







Tristeza

Todas las cosas son las mismas
que ayer estaban en mi orilla:
tierra inmutable y poderosa,
cielo sereno y hondo arriba,
piedras heladas donde el tiempo
pasa lejano y nunca mira...
Solo las nubes y las rosas
cada mañana son distintas,
como el misterio de mi carne,
por una sangre enrojecida,
donde las luces de la aurora
rompen sus ondas cada día
y en sus espumas me arrebatan
flores ocultas de ceniza...

Pido las cosas que no tengo,
algo que quise y no quería,
un amor vago... Pero pasan
todas las cosas, alma mía,
como las nubes y las rosas
pasan, pasan... Yo no sabía
que allá en tu fondo me brotaba
una tristeza sin medida,
porque las cosas que yo quise
cada mañana son distintas:
nubes y rosas, amor vago,
y esta tristeza que no es mía...




1 comentario:

  1. Que poesia..y que poeta Hidalgo!!!..creo que aqui hay como 150 escritores..que podriamos llamarles poetas..Hidalgo es el numero 1..

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