Miguel Ángel Bernat
(Madrid, 1954)
Sus profesores, Lourdes de Francisco y Antonio Morales, le acercan a la literatura y la poesía. De su mano, lee a Juan Ramón Jiménez y más tarde Antonio Machado y García Lorca. En estos años de infancia, es espectador admirado de las obras de la compañía de teatro infantil “El Ratón del Alba”, fundada por el director teatral Carlos Aladro. De su adolescencia y primera juventud, datan sus lecturas de Teilhard de Chardin, Lin Yutang, sobre Ramakrishna y Ramana Maharshi, del que traduce sus “Cuarenta versos o Ulladu Narpadu” y fragmentos de su opúsculo “¿Quién soy yo?”. Lee asimismo a D.T. Suzuki, “Ensayos sobre Budismo Zen”. Hacia 1980 traduce al poeta budista Ryokan, “Un vestido, un bol”. Y ya más recientemente poemas de Gary Snyder para el libro “La mente salvaje”, así como “Moral laica” de Robert Louis Stevenson.
Sus libros de poesía incluyen: “Informe de la carretera abandonada”, “El refugio de las fieras”, “El río”, “Constelación”, “En la tierra”, “Almas distantes”, “Padre e hijo”, “En el viento”, “La belleza del silencio”, “Estela”, “Hojas de luna” y “Petirrojos de los tiempos modernos”. Asimismo es autor de varios cuentos, entre ellos “Cuentos de un mar antiguo”, “El buscador de perlas” y “La oración del árbol”. Su obra también se refleja en las antologías “Ocho poetas raros, conversaciones y poemas” y “Campo abierto, antología del poema en prosa en España”.
Su voz no es una voz personal, no es brillante, sino gastada, como una puerta que el viento abre al anochecer. De uno de sus últimos libros proceden estas palabras: “Escribo con una letra que no es la mía, en un lenguaje que no conozco, poemas que dicen quién soy”. O también, sobre un cuadro de Pieter Brueghel, “Cazadores en la nieve”, estas otras: “Vuelvo a casa con los perros y los cazadores en la nieve, vuelo con las urracas en el cielo oscuro de nieve, patino sobre el hielo, no soy yo, soy otro, otra cosa, quizá soy, simplemente; Pieter Brueghel me ha llevado allí”. En sus poemas hay una entrega, “lo que somos no nos abandonará”, en sus poemas habita la tranquilidad.
La muerte forma parte del paisaje. La muerte es
una flor de la vida.
¿No es así en el cuadro de Andrea Mantegna
"El tránsito de la Virgen"?
Los apóstoles parecen los pétalos de una flor.
El canto de varios de ellos y el color del cielo nos llevan
a la serenidad.
La muerte, ¿no es el buen gesto que completa los afanes
de una vida?
La composición entera, la pena y la canción de estos
hombres, la muerte como una muestra del carácter y
temple de la mujer, ¿no erigen una rosa perenne?
Una acuarela de Turner. Sobre la ciudad de
Lausana. Una puesta de sol. El sol bañando
en su luz a los ciudadanos.
Antes de entregarse a la noche, portadora
de paz, los hombres y las mujeres se bañan en
esta paz del crepúsculo como verdaderos
bienaventurados.
Parecen ciudadanos de la paz, esa hermosa
patria. Entregados a esa tarea fértil de
vivir y recorrer las paces sucesivas. La paz
de la mañana, de la tarde, del crepúsculo y
la noche. Y Turner nos lo recuerda.
Tengo el gato hexagonal: un lado es de color verde, es como una colina al atardecer. Se une al lado siguiente por un pequeño puente. Un puente casi sin luz a cualquier hora del día, en silencio siempre. La sombra del puente es el tercer lado, todo es negro ahí. En el cuarto lado del gato hace sol. En ese lado tiene los ojos. Hay allí unos árboles, un camino que se pierde en el lado quinto, pero no veo los ojos, quizás estén entre las hojas brillantes de ese pequeño roble. En el quinto recodo oigo una voz de mujer y me habla esto: -No tengo miedo de vivir aquí. El cuerpo de la mujer es el quinto lado. El sexto es su alma, no entre ventanas o rejas. Paseo y me muevo por y entre las aristas y sitios de este animal, sin decirle que estoy aquí.
Mi familia vive en un castillo de cristal. Llevan allí cierto tiempo. Me escriben a veces. Les va bien. Mi hermano ha crecido mucho. Mi padre se sube a una escalera y baja a la noche, le sigue gustando comer arroz. El castillo está en lo alto de una colina. Hay un valle blanco a sus pies. Vuelan pájaros alrededor del castillo, pájaros ominosos, muy negros. Si uno de ellos se posa sobre las almenas, mi madre le limpia el polvo con un plumero. El pájaro la observa en silencio. Mi madre le dice cosas bonitas: -hola pájaro.
En el valle no hay un sólo hueso de héroes que hayan intentado llegar al castillo. Todos los que han intentado llegar han llegado. Los que no resistieron el castillo murieron en él o lo abandonaron. A veces mi madre encuentra un hueso en la despensa. Acaso es un hueso de héroe. En el guiso de su caldero de oro echa ese alimento de sustancia fácil de describir. En el lento viaje de mi madre un héroe se podría estremecer.
Poemas del libro, Estela / Hojas de luna (Libros del Aire, 2011)
FRAGMENTOS DE ESTELA
(…)
La noche
está en paz
no encontraréis
en este libro
de la noche
sino paz
una suavidad
entre
las ramas
de un mismo árbol
estoy aquí
en el aire de la noche
sin mi cuerpo humano
no sólo con él
con mi cuerpo universal
entre las flores de invierno
los caminos de piedra
y las huellas
de la escoba en la arena
sus humildes dibujos
su inesperada caligrafía
es un nuevo nido
para el Señor
(…)
El presente es mi hogar
este presente
infinito eterno
tan denso
como la sangre
ligero
como pluma
No me preocupa
encajar
la llave en la puerta
la llave es mis pasos
y la puerta
cualquier rincón del camino
como una gota
en manos
del buen arquitecto:
el arco del puente
logra completar el círculo
gracias a lo que no recordaba:
su reflejo en el agua
(…)
Sin necesidad
de moverme
escucho el silencio
que me lleva
hasta
el último rincón
del universo
Todas las imágenes
y pensamientos del mundo
se reflejan y caben
en una gota de agua
al caer la noche
la gota se evapora
en mí
En el silencio
brillan como estrellas
todos los poemas amados
Miríadas y miríadas
de pensamientos
cascadas e inundaciones
de ideas
los pensamientos
de toda la humanidad
desde sus orígenes
millones billones trillones
de pensamientos
un número inconcebible
de pensamientos
se remansa
y alcanza la paz
un momento de silencio
que es como si pasara
mi mano por tu frente
puede lograr eso
POEMAS DE HOJAS DE LUNA
Toda la gente
de la que nadie habla
Viviendo
mirando el sol
diciendo hola
cogiendo un resfriado
cogiendo el autobús
Viendo un cuadro
leyendo un libro
teniendo una revelación
de su yo verdadero
antes de morir
No hay queja
no hay conversación
no hay pensamientos
que manchen la noche maravillosa
“Ésta es tu casa”,
dice a la luna
la gota de rocío
Por la tarde, en el metro,
junto a nosotros
un hombre descalzo,
quizá un franciscano,
no tener yo limpia el mundo,
sus pies confiados
nos llevan a otro nivel
A los pies
de una figura de Buda
espera el momento
de ser cosido
un botón
La frescura de la mañana,
la claridad del agua
en el pecho del pecador,
la luz de la piedad
y de la luna
Dad de comer a los animales.
A las ardillas dad nueces y avispas.
A los barcos mástiles y sal.
A los orangutanes color marrón.
A los gorilas color negro.
A los soldados dad pan y un collar de perlas para que
sepan regresar.
A las vírgenes dad sed y agua.
A las mujeres hijos y luz.
A la amada el horror.
A los hombres dad una isla.
Al sabio un ataúd, no necesita más.
Al ladrón dad una horca para que aprenda a sustraerse
a la muerte.
Al rey otra corona para que sepa que su reino no es de
este mundo y tampoco del otro.
A los que se alimentan de raíces y frutos dad raíces y
frutos, pero advertidles que no han de envolverse de
amor porque éste celebra la carne.
A vuestro primer hijo dad un hermano para que no os
anuncie que sois polvo y cenizas.
A los gatos dad una habitación y él labrará allí, en cada
paso, el templo que habitará después de muerto.
A las montañas dad sus nombre verdaderos y así no
bajarán a despedazaros.
Al pobre dad sangre y carne y agua y seda para que
sepa que todo es nada.
Al rico dad ropas en jirones por las que el viento entre
y dance para que sepa que nada es todo.
A las corrientes de agua y a los ríos dad vuestra
compañía para que su canto de agua se convierta en
canto de carne.
Si los dioses que habéis labrado os son adversos, sed
generosos y destruídlos.
Dad de comer a los animales.
Si los dioses que os preceden y gobiernan os son
adversos, os son propicios.
Dad de comer a los animales.
Si los dioses que habéis creado os son adversos,
finalmente no tenéis por qué ir contra ellos, ¿por qué
habríais de inquietaros? el daño que un hijo puede
hacer a su padre no es un gran daño, lo sabe el padre.
Dad de comer a los animales.
Andad con cuidado en las encrucijadas, antes de partir,
dad allí de comer a todos los animales.
(extraído de "El refugio de las fieras")
Al cabo, una mujer encuentra mi mirada y algo
que es suyo reconoce en mí. Su vejez, su juventud,
algo suyo. Su soledad, su búsqueda, algo suyo. Que
está en mí, acaso sin yo saberlo, que está en noso-
tros ahora que nos encontramos, y ella lo ve y lo
hacemos crecer, y yo lo busco y nos pertenece. Nos
acercamos, con algo en nuestros ojos más próximo
que el reconocimiento.
Este encuentro, el reconocimiento de dos partes
del mismo río que se pertenecen. Este encuentro,
nacido de la sed, del azar, de otro azar que la sed
inspira.
Nuestro reflejo es orlado por las montañas. Altas
en el agua, altas en el aire, calladas en el corazón.
(extraído de "El río")
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