sábado, 27 de agosto de 2011

4514.- RAMÓN BUENAVENTURA


Ramón Buenaventura Sánchez Paños (Tánger, 25 de junio de 1940) es un escritor (poeta, novelista) y traductor literario español del francés y del inglés.
Estudió en las facultades de Derecho y de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, la Escuela Oficial de Idiomas, la Escuela de Psicología, la Escuela de Funcionarios Internacionales de la Escuela Diplomática de Madrid y en diversos centros especializados en mercadotecnia y administración de empresas. Hasta septiembre de 2009 fue profesor de Traducción Directa del Inglés y de Lengua Española en el CES Felipe II de Aranjuez. Es profesor de Traducción Literaria en el Instituto de Traductores de la Facultad de Filología (UCM) y director exterior de la cátedra Carmen Posadas de Escritura Creativa de la Universidad Europea de Madrid. Vive en Pozuelo de Alarcón (Madrid).
Obras


Poesía
Cantata Soleá. Madrid, Hiperión, 1978
Tres movimientos. Madrid, Hiperión, 1981.
Los papeles del tiempo. Madrid, Hiperión, 1984.
Vereda del gamo. Madrid, Hiperión, 1984.
Las Diosas Blancas - Antología de la joven poesía española escrita por mujeres. Madrid, Hiperión, 1985, 2ª ed. 1986; trad. francesa, Les Déesses Blanches, Noël Blandin, 1989.
El abuelo de las hormigas. Madrid, Hiperión, 1986.
Eres. Barcelona, Plaza & Janés, 1989 (Premio Miguel Labordeta).
Teoría de la sorpresa. Madrid, Libertarias, 1992.
Los poemas de León Aulaga (incluido en la novela El año que viene en Tánger, véase más abajo).
Su obra poética está incluida en las antologías siguientes:
Mari Pepa Palomero, Poetas de los 70 - Antología de la poesía española contemporánea. Madrid, Hiperión, 1987.
Pedro Provencio, Poéticas. Madrid, Hiperión, 1988.
Eugène van Itterbeek, Le poète et son lecteur - The Poet and His Reader. Leuven, Leuvense Schrijversaktie, 1988.
Pedro Provencio, Anthologie de la moderne poésie espagnole. Edición bilingüe, Universidad de Lyon, Lyon, 1994.
Marcel Hennart, Poésie des régions d’Europe: D’une Espagne à l’autre. Namur (Bélgica), Sources, 1995.
Luis A. Ramos García, A Bilingual Anthology of Contemporary Spanish Poetry. Mellen Press (Estados Unidos), 1997.
Jesús Munárriz, Un siglo de sonetos. Hiperión, Madrid, 2000.
Pedro Provencio, Antología de la poesía erótica española e hispanoamericana. Madrid, Edaf, 2003.

Prosa
Ejemplo de la dueña tornadiza. Madrid, Hiperión, 1981.
Arthur Rimbaud - Esbozo biográfico. Madrid, Hiperión, 1984.
Finisterre: Sobre viajes, travesías, navegaciones y naufragios. Ciclo de conferencias organizado por la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo. Ramón Buenaventura: «Viaje por la droga»; otros doce autores.
El año que viene en Tánger (novela), Editorial Debate, 1998. Tercera edición, enero de 1999. Premio Ramón Gómez de la Serna, Villa de Madrid, a la mejor novela en lengua española publicada en 1998.
Las respuestas: lo que usted siempre quiso preguntar sobre internet. Madrid, Debate, 1999.
El corazón antiguo (novela). Madrid, Debate, 2001.
La memoria de los peces (relatos). Barcelona, Muchnik Editores, 2001.
Historia(s) de la(s) fotografía(s) (Ramón Buenaventura: «El abuelo en la pared», más otros dieciocho autores), libro editado por Rafael Doctor Roncero y Sara Rosenberg. Taller de Arte-Miriam de Liniers, Madrid, 2002.
El último negro (novela). Madrid, Alianza Editorial, 2005. VI Premio Fernando Quiñones de Novela.
El Quijote - Instrucciones de uso. Edición y prólogo de Juan Francisco Ferré (Ramón Buenaventura: «Rodríguezmarinado», más otros veintiocho autores). e.d.a libros Benalmádena (Málaga), 2005.
Cada vez lo imposible - Dieciséis relatos sobre la empresa de la vida (Ramón Buenaventura: «Currículum vitae», más otros quince autores). Madrid, Alianza Editorial, 2005.





Envejecido

Porque no soy un árbol
ando enojado, ¿sabes?
Porque no soy un árbol, en mi tronco
nadie ha grabado nunca un corazón
persistente,
ni ninguna inicial que resulte legible
al cabo de los años.
Porque no soy un árbol, los vientos me sorprenden
en cualquier dirección,
desorientado siempre,
incapaz de defensa: insostenible.
Porque no soy un árbol, los bosques me rechazan
y un brazo en la cintura
jamás será bastante compañía.
Porque no soy un árbol
ando enojado, ¿sabes?
Soy un hombre.

de Los papeles del tiempo









In memoriam: Hasán Udkini

Hoy he sabido que el mes pasado me maté
en accidente de automóvil:
entre Tánger y Arcila, a toda rueda
de Mercedes: llevaba
unas copas de más.
Tenía siete u ocho años.
Estábamos sentados en el cobertizo de caña
tupido de campánulas, sobre el suelo de tierra apisonada.
Solitarios
rigurosos.
Yo era el único niño del planeta,
tú llegabas del sur abandonado
(venías del Sus y te llamábamos Susi).
Fue en el Had de la Gharbía.
Estábamos a no más de tres leguas de tu muerte,
quién sabe a cuántas de mi muerte.
¿Tenías veinte años?
Eras —quizá— mi preceptor. No sé.
Me contabas historias de aeroplanos e islas,
de genios y piratas, de animales fantásticos;
yo te explicaba mi secreto: era un hombre al revés,
nacido viejo, cada vez más joven,
con un pasado trepidante.
Todo mentiras, lo tuyo y lo mío, pero creo
que nos quisimos mucho.
Había bosque por ahí; chumberas,
eucaliptos, senderos
de tierra roja; una ciudad romana;
montañas lejanísimas azules.
Pequeñas abubillas saltarinas.
Yo tenía un erizo
y una lechuza que chistaba debajo del sofá.
Tú trabajabas con mi padre, en una apretada oficina, ante la vieja máquina de escribir. No sé qué hacías.
Tampoco sé, en realidad, qué hacía mi padre. Era en­ton­ces un hombre que ahora podría —casi— ser mi hijo. (Quien ha llorado, estoy seguro, al enterarse de tu muerte.) Mon­taba a caballo, iba de aduar en aduar. Vestía un uni­forme —me parece— muy poco ortodoxo, con chilaba ma­rrón, de yebli. Gorra de banda azul con dos estrellas de teniente. Supongo que tú y él esperabais cosas muy distintas de la misma tierra.
Él te condenó a no sé cuántos zurriagazos de soga mojada en el trasero y luego te sacó de la cárcel, creo. Habías falsificado algo, con un sello de patata.
(Luego, cuando tuviste país, te nombraron jefe de po­li­cía. A ti te quitaron de ladrón, los cambios; a mí me dejaron sin cuna.)
Tampoco sé muy bien a qué se dedicaba mi madre. Vivíamos en una casita con jardín trasero. Eran muy importantes las camisas del Petromax, porque no había luz eléctrica. Ardían como alas de mariposa. Íbamos a Tánger a comprarlas, en la tienda de Lozano. Yo comía en un plato de plástico azul. Erizo lamía los restos de puré. Todos está­bamos contentos, si el recuerdo no es falso. Mi madre lle­vaba siempre una falda-pantalón azul marino. Montaba en bi­cicleta, grande, de color rojo. Yo tenía un caballo negro de mi misma edad, que se llamaba Negro y que el primer día se me encabritó, pero luego me cogió cariño.
No me figuro qué juguetes.
Tú eras mi único amigo, porque mi hermano era de­masiado chico y no servía más que para ponerse delante de las piedras, cuando uno estaba, tranquilamente, tratando de acer­tarle a un pájaro.
Mi hermana nació en otro mundo.
Me contaste una historia con pavos reales. Hasta hace poco conservé las plumas que mucho más tarde me enviaste un día a la librería de mi abuelo, en la calle Fez de Tánger, la Hispano–Africana.
No sé: todo esto pertenecía a tu memoria, mucho más que a la mía. En tu cabeza seguía vivo un niño de siete u ocho años que andaba siempre dándote la lata y que nunca creció, porque nunca me viste crecer.
Fíjate: este verano había pensado hacerte una visita, con mi mujer y mis hijos. El mayor tiene ahora mi edad —un poco menos—. De veras, Susi, me habría gustado que les con­tases nuestra vida. Un poco.
Ahora estoy llorando, por fin. Me arañaban las ganas de llorar, desde ayer, desde que lo supe. Son las cuatro de la madrugada, aquí, en este pueblo que ni tú ni yo hemos oído mencionar jamás. Estoy muy lejos de tu tumba, de donde yo nací.
En ella yazgo, con un babero azul clarito y los ojos muy abiertos, y el pelo liso, peinado con raya.
Séanos nuestra tierra leve.





El delfín nos miró.

La bahía era suya.
En el bote de goma, las huellas del bikini.
Rellenad los espacios en blanco.
El delfín trajo amigos.
Tú te cubriste: eran
sus ojos demasiado humanos.







CONTROL PERDIDO
Para L. P.
Las mariposas, decididamente,
cuando vuelan no marcan
el paso con el ala;
son sencillas
como nalgas playeras;
inútiles y sueltas
como tus mamas al correr.

Te quiero, piel de gritos.

Los arácnidos
se burlan cruelmente de las tiesas libélulas;
al reír
las patas se les tornan nudo místico,
igual que el pelo de tu pubis,
enmarañado y defensor,
tupido, zarza ardiente.

Tarántula, te quiero: tarantela.

Los rumiantes se van comiendo estómagos
con el ayuno de carnestolendas;
así tú te devoras
los muslos sucesivos
según te sube el hambre por los dedos
que le invento a la sábana
carnosa.
Te quiero, dientes, ojos, venternera.

(Tánger: agosto 1964)





MANOS

Si todas
estas manos
tan picudas
se cerraran
un día
en puños,
este país perdería en loores
lo que ganase en ruidos.

Pero
hay pocas esperanzas de que llegue ese día en que el terso cerebro
poroso, impermeable, de nuestras santas matronas y
nuestros claros prohombres
relaje la terrible dictadura que padecen las manos
en la plaza
(banderas).

En que dejen que canten las manos,
que aúllen las manos,
que recojan.

(5 de enero 1971)







MARZOVEINTE

Mis manos por tu cuerpo
(tu cuerpo irreprimible por mis manos
busca encaje en mi cuerpo,
busca impulso,
busca roce caliente, busca fuerza).

Mis manos por tu cuerpo
se persiguen perplejas, incapaces
de explicar tus respuestas
adelantadas.

Mis manos por un cuerpo tan sencillo
como el tuyo
se hacen sabias y hábiles, fecundas
en ardides
placenteros.

Mis manos por tu cuerpo de pequeñas sonrisas.
Mis manos veteranas por tu piel venidera.
Mis manos
rutinarias:
inventoras
de pronto,
a fuerza de entreabrirte purísimas sorpresas.

Mis manos por tu vientre,
mis manos por el peso inesperado
de tu pecho.
Mis manos descubriendo qué sabían tocar
en un cuerpo afinado.

Mis manos y tus manos alevosas
en mi cuerpo indefenso

(25 de marzo de 1976)








POR EJEMPLO

Añoro los tiempos ácidos en que solía verme desde fuera, abandonado
el cuerpo en cualquier parte.
Tiene que ser hermosa esta cama contigo, en la luz granulada del
dormitorio alto.
Te has encofrado en mí, desmayando los músculos,
horizontal,
moviendo solamente los labios robustos de la vagina,
para ceñir y desceñir la tierna altivez que me queda.
Deslizamientos mínimos que valen enormes extensiones de tacto
minucioso e intenso.

Se me van descolgando los testículos, doloridos al gozo.
Somos dos células apareándose,
somos barro cargándose de vida,
somos el principio y la razón de todas las sensaciones.
Levantas la cara y me miras de cerca.
No alcanzo a enfocarte, con esta luz, a menos de un palmo.
El verde aguacate de tus ojos, las cejas tupidas y claras, los grandes
incisivos.
El aro de plata de la oreja derecha.
Luego me tomas la boca entera con los labios y me vas adentrando
la lengua, gruesa, deslizante, turbulentamente viva.
Ambos ritmos se alternan en pleno centro de mis sensaciones.

La lengua penetra, la vagina cimbrea.
Un peso va creciendo.
Alargas el recorrido, llegas casi a extraerme de tu cuerpo, hábilmente
me devuelves a la presión tan honda,
mientras la lengua rastra la pulpa interior de mis labios.
¿Esta réplica es mía? En la frutal musculatura que me tiene prendido
se yergue de nuevo la forma recuperada.
Tú te la ahondas, te la guardas, te la sumes; en la base percibo la
presión acaparadora de los labios; en la cúpula el choque, el
aplastamiento contra el hondón de la carne profunda.
También las bocas adensan el baile.
Ya.

Sin pausa. Has ido irguiendo el busto, el tronco, cambiando las
piernas, hasta quedar a horcajadas sobre mí, zarandeando violentísimamente
mi presencia.
Me asustas un poco.
Aprietas la mandíbula, con los ojos cerrados, se te señalan los
tendones desde las clavículas al cuello.
Te freno los pechos, los agarro con alguna parte de todas mis
fuerzas, te los sujeto ligeramente por los pezones.
Brincan como bestezuelas queriendo liberarse.
Más.
Admiro la desvergüenza de tu belleza, los descabellados límites
de tu física.
Más.
Me sigo asustando, pero replico con toda la resistencia posible,
arqueando el cuerpo contra el que vas aplastándote.
Cuántos minutos llevarás en grito.
Me suben punzadas desde la cara interior de los muslos, desde el
centro de la bolsa escrotal.
Sientes las sacudidas, se te reduce la vagina, casi me quieres expulsar
con tus contracciones, y al mismo tiempo me vas apresando.
Tres, cuatro, cinco, seis embestidas perfectas en la coincidencia.
Te muero y me mueres.
Caes para siempre sobre mí.
Ya no estoy asustado.
Tiene que ser hermosa esta cama contigo, en la luz granulada del
dormitorio alto.

Te has encofrado en mí, desmayando los músculos,
horizontal,
moviendo solamente los labios robustos de la vagina.
Deslizamientos mínimos que valen enormes extensiones de tacto
minucioso e intenso.
Añoro los tiempos ácidos en que solía verme desde fuera,
abandonado el cuerpo en cualquier parte.

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