Josu Landa. (Caracas, 1953). Poeta, narrador, filósofo, profesor de Filosofía en la UNAM (México). Ha publicado, entre otros, los poemarios Treno a la mujer que se fue con el tiempo (1996), Estros (2003), Alisios (2004). Más allá de la palabra (1996) y Poética (2002) son libros donde conjuga la visión del filósofo y el poeta desde la ética.
Sed
No se pierde nada
con cerrar los ojos
para dar el ósculo:
artimaña para estampar adentro
el único flujo verdadero:
la avidez de pasar y traspasar
de piel en piel
como río que sigue la huella de sus aguas:
lo que está escrito
desde el oscuro memorial del primer grito:
cuando la luz y la tiniebla
se encuentran en un vano rotuno:
el círculo ciertamente perfecto:
el que se contrae y abraza y alumbra y sorbe.
Todo lo que somos pasa
por esa puerta
o sus emblemas,
en un rumbo y en otro:
para lanzarnos al seno transparente del día,
para deshacernos en el cuerpo turbio del humus:
el viático de la discreta leche de los árboles
que nos devolverá en son de fruto y sombra.
Que otros se queden
con este par de ojos y su irisación moruna,
que otros respiren por ahí
la tenue irradiación de esta osamenta:
¿alguien necesita ser?
¿alguien quiere un óbolo de tiempo en efectivo?:
aquí tiene todo un testamento de heridas:
signos para sellar la muerte.
Sembrar
Llega el momento de reventar,
la hora de derramar:
el final de una acumulación
una suma de hervores
pequeñas lavas
contra las membranas donde se atisba el boquete,
la pausa entre lo que es frontera
y lo que seguirá en trance de nueva definición,
el dictamen de las marcas renaciendo,
cumplidas ya las descargas
y el consabido afán de las penetraciones.
Está bien toda esta historia de potencias
(casi dones)
pero antes está el escollo del deslizamiento
y la perfecta crueldad de los señuelos:
o sea: lo real: carne de Circe:
lo que siempre se va de las manos,
lo que tienta, pica y se esfuma.
Así que nada de prisas:
está la necesidad del desplazamiento,
el tiene-que-haber de una embocadura:
a la postre simple óbolo
por lo de los insomnios
las sábanas humedecidas
los sueños de mejor no recordar
las madrugadas sin contemplación, a pesar de los ojos tan abiertos.
Tampoco prendarse en son de ilusos:
todo alcanza lo que tiene que alcanzar
y es alcanzado por lo que trama le alcanzar
(mera conjugación del verbo propio del tiempo),
pero este juego, en su versión idónea, se resume así:
el que cace al cazador buen cazador será.
Se ve claro cuando el haz de luz se le monta a la materia,
anulando todo envés
todo nombre de lo oscuro.
(Hay que cebarse,
hay que cebarse,
nadie sabe por qué no)
Y ahí es donde el reino de las membranas,
las líneas de los continentes
se las ven con las cifras radiantes de las emanaciones.
¿Cuestión de atarse a un mástil
o abrir por fin el boquete,
desbocarse a las desembocaduras?
Lo dirán los infinitos diamantes como nidos de luz en el cuerpo avizorado.
Lo dirá la Piel Suprema,
la convocatoria de los órganos calientes,
el guiño de las glándulas,
la raja hirviente en el surco absoluto.
Lo dirá el rugido de las copulaciones.
Aunque de esto no se habla.
¿A qué convidar piedras de escándalo nefastas?
Fuera sotanas.
Fuera furias y luciferes.
Fuera la flora de los idilios
(siempre escondiendo faunas,
ferocidades)
Fuera la flema enferma y todo flujo forense.
Fuera la fuerza
y entonces sí:
que se admire con ojos inocentes
cuán presto la semilla pasa el fuego al árbol
y el árbol a la flor
antes que a la llama,
que también circula de mata en mata,
hasta que se derrama y trasmina rumbo a la tierra
y continúa por cauces de la sangre
hasta llegar al corazón de donde brota el paují,
antes de convertirse en la estrella putativa
o signo que se entierra en esta página.
La doble espiral de las grandes elevaciones:
mucho más que la mano asiendo el sexo,
más que los blandos ataques de carne y comisura
o el asperjar leche con espasmos en la cavidad fértil,
que habrá de reclamar su tetrafármaco:
1. es muy fácil el salto (mortal) al otro,
2. el desengaño a la larga es breve,
3. sólo simiente es lo que espera la hendedura
y sólo hendedura es lo que ansía la simiente,
4. pese a sus empeños, la muerte siempre llega tarde a esa cita.
Lo que se dice: dar de vivir:
ganar de mano a los señores del Hades,
sin dejar nada de la moneda del placer
(Mientras la palabra campea por sus fuegos).
No se pierde nada
con cerrar los ojos
para dar el ósculo:
artimaña para estampar adentro
el único flujo verdadero:
la avidez de pasar y traspasar
de piel en piel
como río que sigue la huella de sus aguas:
lo que está escrito
desde el oscuro memorial del primer grito:
cuando la luz y la tiniebla
se encuentran en un vano rotuno:
el círculo ciertamente perfecto:
el que se contrae y abraza y alumbra y sorbe.
Todo lo que somos pasa
por esa puerta
o sus emblemas,
en un rumbo y en otro:
para lanzarnos al seno transparente del día,
para deshacernos en el cuerpo turbio del humus:
el viático de la discreta leche de los árboles
que nos devolverá en son de fruto y sombra.
Que otros se queden
con este par de ojos y su irisación moruna,
que otros respiren por ahí
la tenue irradiación de esta osamenta:
¿alguien necesita ser?
¿alguien quiere un óbolo de tiempo en efectivo?:
aquí tiene todo un testamento de heridas:
signos para sellar la muerte.
Sembrar
Llega el momento de reventar,
la hora de derramar:
el final de una acumulación
una suma de hervores
pequeñas lavas
contra las membranas donde se atisba el boquete,
la pausa entre lo que es frontera
y lo que seguirá en trance de nueva definición,
el dictamen de las marcas renaciendo,
cumplidas ya las descargas
y el consabido afán de las penetraciones.
Está bien toda esta historia de potencias
(casi dones)
pero antes está el escollo del deslizamiento
y la perfecta crueldad de los señuelos:
o sea: lo real: carne de Circe:
lo que siempre se va de las manos,
lo que tienta, pica y se esfuma.
Así que nada de prisas:
está la necesidad del desplazamiento,
el tiene-que-haber de una embocadura:
a la postre simple óbolo
por lo de los insomnios
las sábanas humedecidas
los sueños de mejor no recordar
las madrugadas sin contemplación, a pesar de los ojos tan abiertos.
Tampoco prendarse en son de ilusos:
todo alcanza lo que tiene que alcanzar
y es alcanzado por lo que trama le alcanzar
(mera conjugación del verbo propio del tiempo),
pero este juego, en su versión idónea, se resume así:
el que cace al cazador buen cazador será.
Se ve claro cuando el haz de luz se le monta a la materia,
anulando todo envés
todo nombre de lo oscuro.
(Hay que cebarse,
hay que cebarse,
nadie sabe por qué no)
Y ahí es donde el reino de las membranas,
las líneas de los continentes
se las ven con las cifras radiantes de las emanaciones.
¿Cuestión de atarse a un mástil
o abrir por fin el boquete,
desbocarse a las desembocaduras?
Lo dirán los infinitos diamantes como nidos de luz en el cuerpo avizorado.
Lo dirá la Piel Suprema,
la convocatoria de los órganos calientes,
el guiño de las glándulas,
la raja hirviente en el surco absoluto.
Lo dirá el rugido de las copulaciones.
Aunque de esto no se habla.
¿A qué convidar piedras de escándalo nefastas?
Fuera sotanas.
Fuera furias y luciferes.
Fuera la flora de los idilios
(siempre escondiendo faunas,
ferocidades)
Fuera la flema enferma y todo flujo forense.
Fuera la fuerza
y entonces sí:
que se admire con ojos inocentes
cuán presto la semilla pasa el fuego al árbol
y el árbol a la flor
antes que a la llama,
que también circula de mata en mata,
hasta que se derrama y trasmina rumbo a la tierra
y continúa por cauces de la sangre
hasta llegar al corazón de donde brota el paují,
antes de convertirse en la estrella putativa
o signo que se entierra en esta página.
La doble espiral de las grandes elevaciones:
mucho más que la mano asiendo el sexo,
más que los blandos ataques de carne y comisura
o el asperjar leche con espasmos en la cavidad fértil,
que habrá de reclamar su tetrafármaco:
1. es muy fácil el salto (mortal) al otro,
2. el desengaño a la larga es breve,
3. sólo simiente es lo que espera la hendedura
y sólo hendedura es lo que ansía la simiente,
4. pese a sus empeños, la muerte siempre llega tarde a esa cita.
Lo que se dice: dar de vivir:
ganar de mano a los señores del Hades,
sin dejar nada de la moneda del placer
(Mientras la palabra campea por sus fuegos).
Alisios
No se diga el círculo de abril
abierto a los pétalos punzantes del sol:
el boquete alumbrando la piel incierta
que nos libra de nuestra propia piel:
la ondulación de ofidio penetrando
la misma luz con que se deja embestir
o las crines suspendidas en la cifra opaca del azar:
nada que se pueda asir
pero vivaz en el giro ardiente de las aspas,
en la espuma huérfana al pie de la rompiente.
Mejor que el nervio vibre
en el curso de esa transparencia:
venga la muda agitación de los plumajes
con el rumor creciente de las flores,
la luz abandonada por el relámpago
junto a toda la sangre perdida y por verter:
que se aclaren las rutas inscritas en el silencio del cielo
y asome el candor del fuego cuando lega la ceniza,
sin deplorar:
como el hálito que mece y arranca el fruto en sazón
y la palabra pura del coyote penitente
en medio de la noche mirífica y obscena.
Todo listo
para que el trazo y la caricia traguen la lejanía:
que nadie esgrima una mirada más
y en su lugar se imponga el palio de la fusión:
ahí trasminen las sombras
de lo que somos por fuera
a lo que somos por dentro
y confinen la soledad
en el ojo seco del olvido.
No se diga el círculo de abril
abierto a los pétalos punzantes del sol:
el boquete alumbrando la piel incierta
que nos libra de nuestra propia piel:
la ondulación de ofidio penetrando
la misma luz con que se deja embestir
o las crines suspendidas en la cifra opaca del azar:
nada que se pueda asir
pero vivaz en el giro ardiente de las aspas,
en la espuma huérfana al pie de la rompiente.
Mejor que el nervio vibre
en el curso de esa transparencia:
venga la muda agitación de los plumajes
con el rumor creciente de las flores,
la luz abandonada por el relámpago
junto a toda la sangre perdida y por verter:
que se aclaren las rutas inscritas en el silencio del cielo
y asome el candor del fuego cuando lega la ceniza,
sin deplorar:
como el hálito que mece y arranca el fruto en sazón
y la palabra pura del coyote penitente
en medio de la noche mirífica y obscena.
Todo listo
para que el trazo y la caricia traguen la lejanía:
que nadie esgrima una mirada más
y en su lugar se imponga el palio de la fusión:
ahí trasminen las sombras
de lo que somos por fuera
a lo que somos por dentro
y confinen la soledad
en el ojo seco del olvido.
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