Óscar Martín Centeno (Madrid, 1977) es Licenciado en Historia y Ciencias de la Música, diplomado en Magisterio Musical y ha cursado estudios de Filología Hispánica. Ha participado además en numerosos cursos y seminarios sobre comunicación, marketing y nuevas tecnologías.
Recibió el Premio Internacional Florentino Pérez-Embid 2006 de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras por su primer libro Espejos enfrentados, publicado por la editorial Rialp en la colección Adonais. En 2007 recibió el Premio Nacional Nicolás del Hierro por su segundo libro Las Cántigas del Diablo, publicado ese mismo año. También en 2007 obtuvo el Premio Internacional Paul Beckett por su tercer libro Sucio tango del alma, publicado en el año 2008 por la Fundación Paul Beckett. En 2010 recibió el Premio Internacional Antonio Gala por su libro Circe, que será publicado en el año 2011.
Ha publicado así mismo los manuales para docentes Manual de creación literaria en la era de Internet y Animación a la lectura mediante las nuevas tecnologías.
Coordina, junto con Guadalupe Grande, el Centro de Estudios de la Poesía José Hierro de San Sebastián de los Reyes, así como el ciclo Poesía en la Esfera del Ayuntamiento de Alcobendas. Ha obtenido diversos galardones tanto literarios como en el campo de la gestión cultural, y participa en varias antologías y revistas literarias. Ha realizado conferencias en la Universidad Autónoma de Madrid, en la Universidad Complutense, en la Universidad de Almería, en el Ateneo de Madrid, en el Círculo de Bellas Artes, en el Instituto municipal del libro de Málaga, en el Aula Cultural de la CAM, en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, en la Fundación Rafael Alberti, así como para varias asociaciones, fundaciones y centros culturales, tanto en el campo literario, con en el musical, en el del nuevo marketing y en el de las nuevas tecnologías.
Ha realizado numerosos cursos y ciclos de formación para diferentes entidades públicas y privadas, así como varios cursos oficiales online para profesores.
Durante los últimos cuatro años desarrolló diversos documentales y presentaciones multimedia sobre temas culturales y artísticos, así como proyectos de formación para entidades como el Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía, o diversos Institutos públicos.
Ha realizado recitales poéticos donde la música en directo y el uso de las nuevas tecnologías audiovisuales acompañan la lectura de los versos. Sus espectáculos han sido presentados como una nueva forma de entender y disfrutar la literatura, cosechando excelentes críticas. Como comunicador ha obtenido varios premios por sus programas de radio para internet, y actualmente dirige el programa Octo Digital, dedicado a la literatura, la música y el arte, que es uno de los espacios culturales más escuchados en la red.
WEB DEL AUTOR: http://www.oscarmartincenteno.com/
Génesis
Yo tenía ocho años.
Y un día hablé con Dios y le pedí
una mente distinta; dije: Dios,
no puedo soportar mis pensamientos,
ni las noches de oscuro endecasílabo
que azotan sus metáforas a través de mis párpados.
Señor buen Dios, le dije,
tenemos que hacer algo,
negociar una tregua,
un armisticio,
ya no aguanto este insomnio.
Concédeme, buen Dios, una mente distinta,
una luz donde bailen las neuronas
agitando sus tibias cabelleras,
con lujuriosa magia.
Concédeme
una voz grave
y mil canciones tristes.
Y Dios, cansado y deprimido
de tanto soportar la misma historia,
apartó la mirada,
supongo que pensando
en el libre albedrío -y sus complicaciones-.
Y así fue que empecé a dirigirme al diablo.
Yeats enciende una vela
Hoy me miro desnudo,
y quisiera tatuar toda mi piel
con símbolos paganos,
llenar mi vida con la furia ardiente
que flagela los ojos al caballo del sueño.
Porque he esperado a oscuras
durante muchos años,
hasta este día en que me estalla el alma
más allá de los nombres, y convoca
su hecatombe de signos,
y comparte
frases de amor en el calor del viento.
Porque esta noche quiero no dormir
para velar mis armas, para darle
un sentido profundo a esta noria de ausencias
que ha cantado mi vida.
Los minutos se ahogan
en el mar del reloj, y yo me siento
fuerte otra vez,
mientras galopan por mi sangre
viejos guerreros celtas y los druidas
bailan como libélulas en mis ojos cansados.
Hoy enciendo una vela delante del espejo
y reviso mi rostro, sus arrugas,
su estudiada postura de mirar lo invisible;
luego la apago
para tentar al diablo en la penumbra
y comienzo el poema.
Hoy me miro desnudo,
y quisiera tatuar toda mi piel
con símbolos paganos,
llenar mi vida con la furia ardiente
que flagela los ojos al caballo del sueño.
Porque he esperado a oscuras
durante muchos años,
hasta este día en que me estalla el alma
más allá de los nombres, y convoca
su hecatombe de signos,
y comparte
frases de amor en el calor del viento.
Porque esta noche quiero no dormir
para velar mis armas, para darle
un sentido profundo a esta noria de ausencias
que ha cantado mi vida.
Los minutos se ahogan
en el mar del reloj, y yo me siento
fuerte otra vez,
mientras galopan por mi sangre
viejos guerreros celtas y los druidas
bailan como libélulas en mis ojos cansados.
Hoy enciendo una vela delante del espejo
y reviso mi rostro, sus arrugas,
su estudiada postura de mirar lo invisible;
luego la apago
para tentar al diablo en la penumbra
y comienzo el poema.
A este lado del río
Cierra los ojos.
Y mira alrededor.
Ha comenzado todo. Si levantas las manos
notarás como late el corazón del viento.
La revuelta ha incendiado las aceras,
y los nuestros, perdidos en la noche,
brillan igual que ángeles.
Del recuerdo hemos hecho
la pira silenciosa que ilumina el otoño; de la vida,
la eterna cabalgada hacia el final del mundo.
Toca mis manos y podrás amarme,
siente mis dientes y vendrá la noche
a recorrer tu espalda con un escalofrío.
No hay nada que no valga la pasión de una lágrima,
ni tragedia que venga sin incendiar tus labios.
Así que ven y deja que el azar te abrase,
a este lado del río
podrás oír aullar al universo.
Cierra los ojos.
Y mira alrededor.
Ha comenzado todo. Si levantas las manos
notarás como late el corazón del viento.
La revuelta ha incendiado las aceras,
y los nuestros, perdidos en la noche,
brillan igual que ángeles.
Del recuerdo hemos hecho
la pira silenciosa que ilumina el otoño; de la vida,
la eterna cabalgada hacia el final del mundo.
Toca mis manos y podrás amarme,
siente mis dientes y vendrá la noche
a recorrer tu espalda con un escalofrío.
No hay nada que no valga la pasión de una lágrima,
ni tragedia que venga sin incendiar tus labios.
Así que ven y deja que el azar te abrase,
a este lado del río
podrás oír aullar al universo.
Cuando enciendas los párpados
Nos quitamos el cobre y las hermosas armas
que ni Homero describe con justicia,
y observamos el mundo recién amanecido.
Las viejas carreteras brillaban inasibles;
lo que antes fue un sendero que parecía ahogarnos
ahora era la pista de despegue
donde soñaba el aire.
Ni los más optimistas de nosotros
imaginaron esto. Lo nuestro era alcanzar
una bella derrota, el premio leve
de una simple sonrisa por haberlo intentado.
Y sin embargo hoy estamos juntos,
brindando enloquecidos. A lo lejos
alguien grita mi nombre, y yo conjuro
la vida que he llevado,
los sufrimientos y alegrías,
el dolor y la angustia; y
con la mano en las brasas, te aseguro
que mereció la pena.
Cierra los ojos. Deja que corra el llanto.
Sonríe hasta que sientas que te aúlla la cara.
Y deja que desciendan por tu cuerpo
los mil besos del mar. Cuando enciendas los párpados
el universo entero será un baile de espumas.
Partida de billar
Brillan igual que espejos
las bolas sobre el llanto de la tela,
y se esconden y gimen
dentro de los oscuros agujeros, como si fueran voces
de una vida que estrella sus latidos
contra el verde incendiado del tapete.
Quiero que esto se acabe, y sin embargo
mataría por ver cómo empieza de nuevo;
por eso dejo que me abrase el humo,
mientras el ruido asciende hasta la espina helada
que clavaste en mis ojos,
y en esta mesa triste
rueda otra vez el rito de la historia.
Bajo el llanto dolido de Discépolo
tartamudean luces fluorescentes,
y yo tiro al billar
en el tango invisible de tú y yo
mordiéndonos el alma.
Qué música podría condensar la tristeza
a la vez que el deseo, qué canciones
llevarían al pecho este dolor
que pasa de puntillas
sobre el calor helado de tantas noches juntos.
Los labios son racimos
de una rueda salada. Y estos dedos
intentan desnudarte en la memoria, y esta sangre
se mezcla en el calor de medianoche
con la cerveza amarga
de la desolación.
Porque fuiste el principio y el final,
la alegría y el llanto, la caricia que tiembla
y el arañazo eterno
que maldita la suerte si algún día
llega a cicatrizar.
Todo lo que intentamos
mientras éramos ángeles: la vida
sobre el funambulismo de querernos
en un hilo de llanto, las mañanas
que cosían pedazos de mi cuerpo
a la luz de resacas incontables, las pastillas
tatuadas al insomnio,
y el aire vuelto azufre
en la maraña azul de los pulmones.
Amarte fue difícil
como hacer un milagro,
y sin embargo creo
que a pesar del dolor de cada golpe
jamás dejamos de intentar el baile.
Con palabras, con gestos, en la lluvia
de la lujuria ardiente, en el cariño
salpicado de lágrimas. Te quise
y nadie va a quitarme
el amor que te di. Las quemaduras
dentro del corazón,
la alegría, la rabia
y el saber que imposible es sólo aquello
que una noche te cansas de intentar.
El resto ya no importa
porque puede explicarse con palabras.
Nos quitamos el cobre y las hermosas armas
que ni Homero describe con justicia,
y observamos el mundo recién amanecido.
Las viejas carreteras brillaban inasibles;
lo que antes fue un sendero que parecía ahogarnos
ahora era la pista de despegue
donde soñaba el aire.
Ni los más optimistas de nosotros
imaginaron esto. Lo nuestro era alcanzar
una bella derrota, el premio leve
de una simple sonrisa por haberlo intentado.
Y sin embargo hoy estamos juntos,
brindando enloquecidos. A lo lejos
alguien grita mi nombre, y yo conjuro
la vida que he llevado,
los sufrimientos y alegrías,
el dolor y la angustia; y
con la mano en las brasas, te aseguro
que mereció la pena.
Cierra los ojos. Deja que corra el llanto.
Sonríe hasta que sientas que te aúlla la cara.
Y deja que desciendan por tu cuerpo
los mil besos del mar. Cuando enciendas los párpados
el universo entero será un baile de espumas.
Partida de billar
Brillan igual que espejos
las bolas sobre el llanto de la tela,
y se esconden y gimen
dentro de los oscuros agujeros, como si fueran voces
de una vida que estrella sus latidos
contra el verde incendiado del tapete.
Quiero que esto se acabe, y sin embargo
mataría por ver cómo empieza de nuevo;
por eso dejo que me abrase el humo,
mientras el ruido asciende hasta la espina helada
que clavaste en mis ojos,
y en esta mesa triste
rueda otra vez el rito de la historia.
Bajo el llanto dolido de Discépolo
tartamudean luces fluorescentes,
y yo tiro al billar
en el tango invisible de tú y yo
mordiéndonos el alma.
Qué música podría condensar la tristeza
a la vez que el deseo, qué canciones
llevarían al pecho este dolor
que pasa de puntillas
sobre el calor helado de tantas noches juntos.
Los labios son racimos
de una rueda salada. Y estos dedos
intentan desnudarte en la memoria, y esta sangre
se mezcla en el calor de medianoche
con la cerveza amarga
de la desolación.
Porque fuiste el principio y el final,
la alegría y el llanto, la caricia que tiembla
y el arañazo eterno
que maldita la suerte si algún día
llega a cicatrizar.
Todo lo que intentamos
mientras éramos ángeles: la vida
sobre el funambulismo de querernos
en un hilo de llanto, las mañanas
que cosían pedazos de mi cuerpo
a la luz de resacas incontables, las pastillas
tatuadas al insomnio,
y el aire vuelto azufre
en la maraña azul de los pulmones.
Amarte fue difícil
como hacer un milagro,
y sin embargo creo
que a pesar del dolor de cada golpe
jamás dejamos de intentar el baile.
Con palabras, con gestos, en la lluvia
de la lujuria ardiente, en el cariño
salpicado de lágrimas. Te quise
y nadie va a quitarme
el amor que te di. Las quemaduras
dentro del corazón,
la alegría, la rabia
y el saber que imposible es sólo aquello
que una noche te cansas de intentar.
El resto ya no importa
porque puede explicarse con palabras.
Como un conjuro ardiente
Trato de no seguir mirando
el relámpago mudo de tu cuerpo,
las raíces
que extiendes en mi piel, y aquellas manos
de eléctrica tristeza
que sembraban de luz y escalofríos
todos mis pensamientos.
Pero si estiras
lentamente tus brazos,
recogerás ciruelas luminosas
de las ramas oscuras que te ofrece mi mente.
Porque lo ocupas todo,
el bosque del dormir y los parajes
de la vigilia, y mis palabras tiemblan
cada vez que te nombran
como nubes mecidas por el llanto
de la respiración.
Por eso araño
los árboles nocturnos, y repito
las sílabas que prenden tus cabellos,
hasta que va tu imagen anegándose,
como un conjuro ardiente,
en la luz de su propio torbellino.
Y allí me envuelves, y me besas,
y me abrasan las llamas de tu incendio.
Con voz cansada y ronca
Conservo entre mis párpados
cada leve mirada, y sobre ellas
el oleaje de la decepción, el asco amargo
de mi debilidad,
y aquel largo silbido
que me prendía el diablo sobre el pecho
para intentar salvarme.
Porque apagas el mundo
cada vez que me miras, cada vez
que arañas la memoria para hablarme
y empujas mis palabras
río arriba en las barcas del poniente.
Allí aprenden a aullar y a sonreír
en un largo sollozo que de noche
te pone en sueños
un vestido de besos y arañazos
y la piel de gallina a las estrellas.
Cuando después el vino
celebra entre el recuerdo de tus piernas
la larga cacería,
recito a voces,
totalmente borracho,
los versos que encontré bajo la carne.
Y hago llorar a solas,
con voz cansada y ronca,
la blanca soledad de las paredes.
Trato de no seguir mirando
el relámpago mudo de tu cuerpo,
las raíces
que extiendes en mi piel, y aquellas manos
de eléctrica tristeza
que sembraban de luz y escalofríos
todos mis pensamientos.
Pero si estiras
lentamente tus brazos,
recogerás ciruelas luminosas
de las ramas oscuras que te ofrece mi mente.
Porque lo ocupas todo,
el bosque del dormir y los parajes
de la vigilia, y mis palabras tiemblan
cada vez que te nombran
como nubes mecidas por el llanto
de la respiración.
Por eso araño
los árboles nocturnos, y repito
las sílabas que prenden tus cabellos,
hasta que va tu imagen anegándose,
como un conjuro ardiente,
en la luz de su propio torbellino.
Y allí me envuelves, y me besas,
y me abrasan las llamas de tu incendio.
Con voz cansada y ronca
Conservo entre mis párpados
cada leve mirada, y sobre ellas
el oleaje de la decepción, el asco amargo
de mi debilidad,
y aquel largo silbido
que me prendía el diablo sobre el pecho
para intentar salvarme.
Porque apagas el mundo
cada vez que me miras, cada vez
que arañas la memoria para hablarme
y empujas mis palabras
río arriba en las barcas del poniente.
Allí aprenden a aullar y a sonreír
en un largo sollozo que de noche
te pone en sueños
un vestido de besos y arañazos
y la piel de gallina a las estrellas.
Cuando después el vino
celebra entre el recuerdo de tus piernas
la larga cacería,
recito a voces,
totalmente borracho,
los versos que encontré bajo la carne.
Y hago llorar a solas,
con voz cansada y ronca,
la blanca soledad de las paredes.
Cuando bailo contigo
Desenredo entre sueños
cada paso de baile, y en la música
busco las sílabas que encienden
tu dorada melena,
mientras esta milonga va anegándonos
en el sudor herido que persigue el deseo.
El humo escala el aire
como un dragón sonámbulo,
los billares resuenan
al fondo de la pista, y los poemas
toman nota de tacos y canciones
mientras tu y yo rozamos las mejillas
en el juego secreto de una dulce lujuria.
El mundo es sólo el ruido
que repite su giro en esta oscura sala,
mientras ruedan las copas
entre las manos tristes
y el latido abrasado de viejos corazones.
Esta noche quererte
es un paso de tango,
bandoneones
tiran de tu cintura, y en mis ojos
se despliega el infierno
de tu cuerpo incendiado por la boca del ansia.
Tan solo espero que si acaba el baile,
y aquella música
que enciende el vino añejo se detiene
con un mal despertar,
ya no recuerde nunca
este momento en que soñarte
es oler en tu piel la vida que me falta.
Mientras te haces eterna
Cómo es posible
que sigas recorriéndome los sueños
con la bandera blanca de tu voz
en esta tierra muda
que cruzan los senderos de la noche.
Tu imagen me tortura
como si el diablo fuera
destejiendo mis sábanas
sobre la larga siesta de un despiste divino.
Y no hay nada que hacer, me vas tomando
lentamente la vida, mientras cuelgan
de los jirones tristes de mi alma
mil pequeños dolores. En la almohada
se revuelve la arena, entre mis manos
corre el desierto vuelto soledad.
Dónde la luz, y dónde
la sentina del sueño, la caricia
de la desolación;
dónde la estúpida mañana
que se demora siempre despidiendo gaviotas,
al otro lado del cordón del mar,
mientras te haces eterna,
entre las pesadillas
y los lentos latidos que retuerce el insomnio.
Desenredo entre sueños
cada paso de baile, y en la música
busco las sílabas que encienden
tu dorada melena,
mientras esta milonga va anegándonos
en el sudor herido que persigue el deseo.
El humo escala el aire
como un dragón sonámbulo,
los billares resuenan
al fondo de la pista, y los poemas
toman nota de tacos y canciones
mientras tu y yo rozamos las mejillas
en el juego secreto de una dulce lujuria.
El mundo es sólo el ruido
que repite su giro en esta oscura sala,
mientras ruedan las copas
entre las manos tristes
y el latido abrasado de viejos corazones.
Esta noche quererte
es un paso de tango,
bandoneones
tiran de tu cintura, y en mis ojos
se despliega el infierno
de tu cuerpo incendiado por la boca del ansia.
Tan solo espero que si acaba el baile,
y aquella música
que enciende el vino añejo se detiene
con un mal despertar,
ya no recuerde nunca
este momento en que soñarte
es oler en tu piel la vida que me falta.
Mientras te haces eterna
Cómo es posible
que sigas recorriéndome los sueños
con la bandera blanca de tu voz
en esta tierra muda
que cruzan los senderos de la noche.
Tu imagen me tortura
como si el diablo fuera
destejiendo mis sábanas
sobre la larga siesta de un despiste divino.
Y no hay nada que hacer, me vas tomando
lentamente la vida, mientras cuelgan
de los jirones tristes de mi alma
mil pequeños dolores. En la almohada
se revuelve la arena, entre mis manos
corre el desierto vuelto soledad.
Dónde la luz, y dónde
la sentina del sueño, la caricia
de la desolación;
dónde la estúpida mañana
que se demora siempre despidiendo gaviotas,
al otro lado del cordón del mar,
mientras te haces eterna,
entre las pesadillas
y los lentos latidos que retuerce el insomnio.
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