lunes, 25 de julio de 2011

4296.- VÍCTOR VALERA MORA


Víctor Valera Mora (Venezuela, 1935-1984)





Cantares romanos



X I I

Entonces estaba yo
en un bar alemán del centro de Roma
con una bebedera de cerveza y un habla
hasta por los codos de cuanto existe con una
becaria venezolana cuando de pronto
se me vino de necedades con aquello
de que “la cuestión de nuestros pueblos
se ve más clara desde Europa” pero
sus ojos eran dos culos de botella
y entonces los últimos tragos
los tomé lejos solo en Trastévere











X I I I

Mi amiga romana me invitó a su casa
a comer una pizza preparada por ella
En el camino me preguntó
si yo era maoista
y entonces le hablé de la pasión
según Simón Rodríguez
y de la irremediable cabronería rusa
y de la noticia aparecida en los diarios
donde un ministro celeste declaraba
“que parecía que las relaciones de China
con los EE UU iban a ponerse tensas”
cuando los malditos pilotos yanquis
devastaban la casa de la vida en Hanoi
y la dejé en la puerta de su casa y me vine
sin comer y con cigarrillo y niebla
y rabiando y pensando en venezolano
que el internacionalismo proletario
es un burro de papel
y con reumatismo para más vaina










Descubrimiento y caída de Europa

Después del Dante no consiguen la llave ni la cerradura
Boca sin dientes machacona melanconía consiguen
Algunas canciones populares cabecean buscando salir
pero de tanto repetirse dejan ver el aburrimiento
No hay epopeya Si alguna vez la hubo
fue sobre el tablero que no inventaron
Esta gente se ha recogido
Sus ropas huyen del sol
Sus corazones se alimentan de musgo y polilla
Ni el más exigente cataclismo los conmueve
Para ellos el horizonte es una línea curva que comienza
en las caras y termina en los sellos de las monedas
La vieja puta tetas de pietra ciudad y el gran gorila con sotana
están ahí para hacerles recordar su fiesta en el otro mundo
Italia es una ruina libre encadenada al Vaticano
En los trenes he visto millones de héroes comiéndose los hígados
y cuándo cómo dónde por qué contra quién semejante orgullo
Hasta héroes de la próxima guerra he visto
Se consumen en la insípida salsa de sus pobres vidas
y una corriente de aire los espanta
La poesía seguirá siendo africana india occidental asiática
Sus mitos digamos el rapto de Helena por decir algo
son el despojo y el viento cruel de lo que hemos llamado
“El caminar por sobre el agua sin dejar huellas”
No en vano sienten una irresistible adoración por los perros
Es de preguntarse ¿La pérdida de la naturaleza?
¿El no haber intuido y mucho menos rozado el centro del universo?
¿La nostalgia colonialista?
Quizás en las tres o en la última interrogante esté la clave
En tres mil años de escritura la tristeza más voraz
No se ha desplazado ni un milímetro de este continente
Cuesta creerlo pero es así Viajeros
Si el Dante fue nombrado es por su infierno su purgatorio su paraíso
En el aire aún están los viejos puntos cardinales (Claudia) menos uno
De éste sabemos nosotros. Y lo preservaremos.













Amanecí de bala

amanecí bien magníficamente bien todo arisco
hoy no cambio un segundo de mi vida por una bandera roja
mi vida toda la cambiaría por la cabellera de esa mujer
alta y rubia cuando vaya a la Facultad de Farmacia se lo diré
seguro que se lo diré asunto mío amanecer así
esta mañana cuando abrí las puertas con la primera ráfaga
alborotando tumbando todo entraron a mis pulmones
los otros poetas de la Pandilla de Lautréamont
grandes señores tolerados a duras penas por sus mujeres
al más frenético le pregunto por su libro vagancia city
como me gusta complicar a mis amigos los vivo nombrando
el diablo no me llevará a mí solo
ella antiguamente se llamaba Frida y estaba residenciada en Baviera
en una casa de grandes rocas levantadas por su amante vikingo
sus locuras en el mar de los sargazos
hay sol hasta la madrugada y creo que jamás moriré
sin embargo deseo que este día me sobreviva
soy desmesurado o excesivo y no doy consejos a nadie
pero hoy veo más claro que nunca y quiero que los demás participen
hermoso día me enalteces desenfrenada alegría
no tengo comercio con la muerte no le temo
llevo en la sangre la vida de cada día soy de este mundo
bueno como un niño implacable como un niño
guardo una fidelidad de hierro a los sueños de mi infancia
en este punto soy socrático él y yo elevamos volantines
restituimos la edad de oro el "qué habrá" al final del arco suspendido
ahora mismo se está mudando un río
hoy una morena de belleza agresiva me dijo pero si estás lindo
entonces yo le dije acaso no sucede cada dos mil años pierdo el hilo
día de advenimiento de locos combates de amor a altas temperaturas
desnudos nos hundimos en las aguas del mismo río

Las bellas canciones italianas
las botellas de vino del país más oceánico
la lluvia que no se le encuentra remedio
la manera de ser infiel
las infinitas formas de hacerse el amor
las calles como despojos de fotografías
la guerra animal que no cesa que no debe cesar
las palabras que nada significan que no dicen nada
el comienzo de las páginas
secretas de los libros que todos conocen
las lecciones del kama sutra que no me conmueven
esta mujer boca arriba desnuda en la estera
llamada adiós llamada vuelta de la esquina
que se irá que tiene que irse mañana
que discute las noches de julio con interrogaciones
que jamas se repetirá en otra vida aaaaaa(…)










Amargo

Ayer cuando nos abrazamos y te fuiste de la tierra
y tu corazón gemía como un jet y yo sin poder hacer nada
Entonces decidí no hablar más a los aviones
ni a los grandes barcos que cruzan océanos
Sé lo que eso implica y callo bajo protesta

Junio 67











Invierno caldo

Cuídate bella de un salvaje en celo
apártate cuando lo veas venir desnudo
con un puñal entre los dientes
rugiendo buscando amor
por las calles del invierno romano
Si puedes contenerlo incrépalo
pero no esperes respuestas lógicas
un salvaje no pesa ni mide nada
su corazón se precipita con todos sus hierros
Cuídate me gustas mucho
Mis deseos los llevo engatillados










Oficio puro

Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor
En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor
Cómo ve el rostro de los demás y los demás cómo ven el rostro de ella
De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho el amor
De qué modo se sienta una mujer que recién ha hecho el amor
Saludará a sus amistades
Pensará que en otros países está nevando
Encenderá y consumirá un cigarrillo
Desnuda en el baño dará vuelta a la llave
del agua fría o del agua caliente
Dará vuelta a las dos a la vez
Cómo se arrodilla una mujer que recién ha hecho el amor
Soñará que la felicidad es un viaje por barco
Regresará a la niñez o más allá de la niñez
Cruzará ríos montañas llanuras noches domésticas

Dormirá con el sol sobre los ojos
Amanecerá triste alegre vertiginosa
Bello cuerpo de mujer
que no fue dócil ni amable ni sabio












Nota: Pienso que este poema debería ser leído junto al poema “Té de manzanilla”, la respuesta de la amiga Miyó Vestrini, quien también conoció y vivió Roma, gracias a su colaboración como agregada de prensa en la embajada de Venezuela.







Té de manzanilla

Mi amigo,
el chino,
escribió una vez sobre cómo se sientan
y caminan
las mujeres después de hacer el amor.
No llegamos a discutir el punto
porque murió como un gafo,
víctima de un ataque cardíaco curado con té de manzanilla.
De haberlo hecho,
le habría dicho que lo único bueno de hacer el amor
son los hombres que eyaculan
sin rencores
sin temores.
Y que después de hacerlo,
nadie tiene ganas
de sentarse
o de caminar.
Le puse su nombre a una vieja palmera africana
sembrada junto a la piscina de mi apartamento.
Cada vez que me tomo un trago,
y lo saludo,
echa una terrible sacudida de hojas,
señal de que está enfurecido.
Me dijo una vez:
La vida de uno es una inmensa alegría
o una inmensa arrechera.
Soy fiel a los sueños de mi infancia.
Creo en lo que hago,
en lo que hacen mis amigos,
y en lo que hace toda la gente que se parece a uno.
A veces nos quedamos solos
hasta muy tarde,
hablando de los gusanos que lo acosan
y del terrible calor que le entra todos los días
en esa arena y resequedad.
No ha cambiado de parecer:
un hambriento,
un desposeído,
puede sentarse y hacer amistad con Mallarmé.
Lautréamont nos acompañó una noche
y le dio la razón al chino:
la poesía debe ser hecha por todos.
Y llegaron los otros:
Rubén Darío mandando en Nicaragua,
Omar Khayyam con sus festejos,
Paul Eluard uniendo parejas de amantes.
Entre todos,
sumergimos al chino en la piscina, bajo la luna llena,
y se puso contento
como cuando tenía un río,
unos pájaros,
un volantín.
Ahora está arrecho otra vez,
porque le llevan flores
mientras trata de espantar a las cucarachas.
Quería que lo enterraran en Helsinki,
bajo nieves eternas.
Le dio la vuelta al mundo,
pasando por Londres donde una mujer lo esperaba,
y a su regreso,
tomó un té de manzanilla.
El,
que amaba tanto las sombras,
ya no pudo trasnocharse.
Lúcido y muy hipócrita,
tenía un miedo terrible a morirse en una cama.
Sé,
porque me lo escribió en un papelito,
que la frase que más le gustaba era de David Cooper:
la cama es el laboratorio del sueño y del amor


Miyó Vestrini












Mudanza

El paso que has dado
no te acerca al desastre
Sabemos
hay un viejo pleito
entre distancia y olvido
Una sorda querella
entre esos dos tormentos sin concilio
Ud. se ha ido un poco más lejos
también un poco más alto
e inaccesible un poco también

Pero no terror, no tristeza, no valium










Tendrá que ser así

Sinuosos tiempos, estaciones, caminos que nos tocan,
propicios para el heroísmo más completo
o para guardarnos como cautelosos erizos.
Tempranamente fuimos aventados
al margen de las cosas más simples y necesarias,
clavados con alambradas alrededor de nuestra sangre
y candados en la boca para oscurecernos.

No tenía remedio
la vida atada a lo melancólico.

Terribles días.

Pero recoge las páginas
donde los enamorados escriben cortando con navajas,
revisa los libros,
busca en las grandes piedras talladas y en los manuscritos del mar,
desde Gutemberg hasta las dos Declaraciones de La Habana
busca, acumula, reúne, clasifica,
sal a la calle con balanza y metro, pesa y mide
blanco y negro, amor y olvido, agua y fuego,
filo geográfico y campana celeste.
Al final todo más claro.
Bañamos nuestra cabalgadura solo una vez en aguas del mismo río.

Camina a paso de monte y hasta amigo del viento
que llevará los pesares al sitio de tu arrebato.
Que los solitarios no te enfaden, pero resuélvete en multitud.
Habla lo necesario con la gente sencilla
y a su lado vive con ardor.

A los soberbios embóscalos, tírales por mampuesto.

Si nada tienes llénate de coraje y pelea hasta el final.

No te amargues.

Agarra a la amargura por los cuernos y rómpele la nuca
y si la muerte te señala, sigue cantando
y en el primer bar que encuentres pide un trago de viejo ron
y bébete la mirada de la novia y bébete su risa
y la proximidad de su cadencia y el saludo de su cabellera.
Bébete la vida.

No hay que dejar que el camello de la tristeza
pase por el ojo de nuestros corazones.





selección de Rossana Miranda.

El Chino Valera Mora

Por Harold Alvarado Tenorio

Víctor Valera Mora (Venezuela, 1935-1984), uno de los más singulares poetas venezolanos y uno de los más desenfadados que haya producido la lengua. Mejor conocido como El Chino Valera Mora, su obra, poco celebrada fuera de su país, es no obstante una de las referencias más reveladoras de los rumbos que tomó la poesía, escrita en español, durante los furiosos años sesentas, cuando en la península toda renovación poética parecía venir de la mano de la frivolidad y un aparente neoculteranismo, y en América sucumbieron tanto las fórmulas meramente agitacionales y de propaganda y aquellas que alienadas por los facilismos de la escritura automática, quisieron hacer pasar por liebre lo que apenas era gazapo. Valera Mora es el mejor exponente de ese período de esperanzas en la lucha contra las opresiones sociales y la búsqueda de nuevos sentidos para la vida, como quisieron los jóvenes que marcharon por las avenidas de las grandes ciudades aquel 1968, el año de la revolución. Su obra y su vida son, qué duda cabe, junto a las de Juan Gelman, Roque Dalton o Fayad Jamis, el paradigma de esa hora irrepetible. “De todos los poetas contestatarios”, escribió Manuel Bermúdez, “ha sido Víctor Valera Mora el que ha nutrido más a la Revolución con su palabra, sin cobrarle un centavo, ni mucho menos vivir a costa de ella”.

Víctor Varela Mora nació en Valera, aldea de luz y calina, cometas y montañas. Sabemos que su padre fue un obrero que murió de tuberculosis y su madre una campesina y que estudió el bachillerato en un municipio de los llanos de Guárico, San Juan de los Morros, donde conoció a otros poetas de las pampas como Ángel Eduardo Acevedo o Argenis Rodríguez con quienes aprendería a entender la poesía como canto y cuento, así quería Antonio Machado, mientras escuchaba a los improvisadores y leía, en trances iluminatorios, la poesía china.

De los llanos fue a Caracas para estudiar en la Universidad Central, sociología. Miembro del Partido Comunista fue puesto en prisión durante las manifestaciones contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1953-1958) a finales de 1957. Venezuela vive entonces una época (1959-1964) de levantamientos militares y de estudiantes y políticos contra el régimen de Rómulo Betancourt, quien toma partido por el gobierno norteamericano frente a las novedades y expectativas del recién inaugurado castrismo cubano. Junto a Luis Camilo Guevara, Mario Abreu, Pepe Barroeta y Caupolicán Ovalles, el “Chino” despliega una enorme actividad cultural y crea la mítica Pandilla de Lautréamont, en aquella Sabana Grande que albergaba en sus templos etílicos Halászo Macska, Nerone, Viñedo, Veccio o La Bajada, entre salsa y rock & roll, a un puñado de ilusos, pertenecientes a una imaginaria República del Este que sería derrotada por los ríos de un petróleo corruptor y perverso.

La canción del soldado justo (1961), su primer libro, es un vademécum y proclama de las esperanzas y los sueños revolucionarios de la hora. Y la cosecha de haber leído en Vladimir Maiakovsky, Jacques Prévert, Nazim Himet, Walt Whitman, Pablo Neruda o Dylan Thomas. Es la lucha de clases la que nos salvará de las garras de los grandes monopolios, pero ya es evidente que el tono de su canto no será panfletario sino lírico, una suerte de soliloquio o dialogo con un consigo mismo que, haciendo que nuestras conciencias rueden ante los otros mediante anacolutos, elipsis y roturas sintácticas, es nosotros. A la derrota de los poderes iremos, como será en toda su obra, de la mano del amor. Un amor que se expresa haciendo del yo del cantor la imagen misma de la historia, de la lucha contra la opresión y el desamparo, imaginando sus palabras como catapultas contra las acciones del régimen combatido, acusado por el poeta de llevar el país a la catástrofe.

La lucha de clases.
Los grandes monopolios imperialistas.
[...]
El policía del parque.
Los enamorados están en la posibilidad de iniciar el terrorismo.
El recuerdo desde la llanura,
caballo llorando sangre recomenzada.
Triste cuestión.
Este asunto de llevar una guitarra bajo el brazo.
La libertad de morirse de hambre doblemente.
(“Comienzo”, fragmento)

Cuando apareció su segundo libro, presentado por Salvador Garmendia y con ilustraciones de Carlos Contramaestre, Amanecí de bala (1971), diez años separaban los dos poemarios. Según contó el poeta a uno de sus amigos, un general de la Dirección de Inteligencia Militar habría dicho que el libro era más subversivo que los pocos focos guerrilleros que aún existían y que debían ponerle preso. Ante tal eventualidad, Valera Mora se fue a Roma con una beca que le consiguieron algunos amigos y el rector de una universidad andina. En la ciudad eterna escribiría sus 70 poemas estalinistas, por el cual recibió un premio en 1980.

Ungido ya para entonces III Conde de Lautréamont por sus pares, todo el libro es una variante esplendente de las maledicencias de Isidoro Luciano Duchasse, precursor del surrealismo, y como Maldoror, su héroe, con un lenguaje impactante, cruzado de imágenes delirantes, blasfemas, eróticas y evidentemente terroristas denunciará las extensas maquinaciones del imperialismo yanqui, los gobiernos locales, la burguesía, la iglesia, la cultura oficial, los académicos, los recién inaugurados burócratas de la fracasada revolución y a todos les va asignando una parte de la venganza que la poesía obrará en ellos, dejando para la gloria y los cielos de este mundo a sus amigos, a las mujeres amadas, los poetas malditos y marginados, los guerrilleros y los extremistas. Narrativo a veces, chistoso, coloquial, irónico, irreverente, Valera Mora supera con Amanecí de bala a mucha de la poesía de agitación y propaganda de esos años, ofreciendo al lector un libro que es al tiempo protesta política, propuesta revolucionaria, sátira y burla de una realidad y también un intertextual homenaje al amor por las mujeres. Una poesía que desde el cuerpo mismo del poeta, desde su carne y su sangre, defiende lo único valedero de esta vida: la cultura como contraparte de las sociedades de consumo, las aplastantes ofertas del capitalismo triunfante. Valera Mora habla por y para los condenados de la tierra, para las bacantes y los sobrios, las putas y las bienaventuradas, los letrados y las proletarias, los precisos y los imprecisos, los idos y las prudentes, los reales y las abstrusas. Un alucinado cronista de su tiempo que dejaba tras su paso el testimonio de las tragedias y esperanzas humanas mediante un eterno grito que fuese oído por todo el mundo y en todas partes, porque la poesía era su única forma de acercase a los otros, los suyos mismos, continuando una tradición de los poetas desafiantes e indignados, que en el fondo de sus almas sólo tenían amor y ternura.

Durante los años que pasó en Roma compuso, mientras deambulaba por el Trastevere bebiendo vino y conversando con viejos combatientes antifascistas o mirando, con la mente puesta en su país natal, las aguas del Aniene desde el balcón de su piso del Monte Sacro, los 70 poemas estalinistas, el último de sus libros publicado en vida del poeta. No eran ni setenta ni eran estalinistas. Se trató más bien de otro acto del incorregible. Entrando en los años ochentas, cuando el eurocomunismo daba sus últimas estocadas a los viejos partidos autoritarios y la memoria del defensor de la gran patria se veía teñida por los horrores del gulag y las denuncias de los disidentes y el glasnost y la perestroika anunciaban el fin del comunismo, publicar un libro con ese título y esos pretendidos homenajes, no dejaba de ser una ironía del poeta que había visto claudicar a casi todos sus amigos de la mano la corrupción de los gobiernos venezolanos. Porque sus poemas estalinistas son poemas de amor, viajes, lugares, bebidas, comidas, noches romanas, partidas de balompié entre el Lazio y el Roma. Y mujeres, muchas mujeres: Luisa, Cándida, Laura, Mercedes, Yira, Luz, Esperanza, Carmen, Lorena, Leticia, Marylin, Aura, Zeky y ante todo —como lo ha recordado Gabriel Jiménez Emán—, Clary Brian, una morenaza de Ohio que se enamoró del poeta mientras jugaban al tenis y cuando fornicaban le llamaba “my little crazy”.

¿Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor?
¿En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor?
¿Cómo ve el rostro de los demás y los demás cómo ven el rostro de ella?
¿De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho el amor?
¿De qué modo se sienta una mujer que recién ha hecho el amor?
Saludará a sus amistades
Pensará que en otros países está nevando
Encenderá y consumirá un cigarrillo
Desnuda, en el baño dará vuelta a la llave
del agua fría o del agua caliente
Dará vuelta a las dos a la vez
¿Cómo se arrodilla una mujer que recién ha hecho el amor?
Soñará que la felicidad es un viaje por barco
Regresará a la niñez o más allá de la niñez
Cruzará ríos, montañas, llanuras, noches domésticas
Dormirá con el sol sobre los ojos
Amanecerá triste, alegre, vertiginosa
Bello cuerpo de mujer
que no fue dócil ni amable ni sabio.
(“Oficio puro”)

Como los poetas que tanto amó, Valera Mora fue un declarado enemigo de la pacatería, las morales convencionales, los amigos del dinero público y de todos aquellos que venden su conciencia mientras se cambian de ropa interior.









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