domingo, 28 de agosto de 2011

MANUELA TEMPORELLI MONTIEL [4.522]


MANUELA TEMPORELLI MONTIEL

Manuela Temporelli Montiel (Madrid, 1956). Ha publicado los poemarios Lluvia en Junio (Ediciones El Cazerón, 1997), Un ala rota (Poeta de Cabra, 2008) y el disco-libro De cal y arena. Homenaje a Camarón de la Isla (2010). Sus poemas fueron incluidos en diversas antologías como La república de la imaginación (Legados), 11-M poemas contra el olvido (Bartleby, 2004), Donde no habite el olvido (Legados) y En legítima defensa. Poetas en tiempos de crisis (Bartleby, 2014). Coordinadora de la Tertulia Poética “indiojuan” del Ateneo Cultural 1º de Mayo desde 1998, en la actualidad es Directora de la Fundación Sindical Ateneo 1º de Mayo.


"La poesía es, a veces, una forma de conjurar miedos, de contemplar la vida a la luz de experiencias especialmente difíciles. Cuaderno de Budapest, cuarto libro de Manuela Temporelli Montiel, responde, en gran medida, a esa pulsión. Los poemas que lo componen tienen como telón de fondo la capital húngara pero su corazón está en otro lugar: en la lucha de una joven de diecinueve años contra una grave e inesperada afección. Cuaderno de Budapest es un libro infrecuente. Es un canto de amor y de vida, una apuesta por la poesía entrañada. Y es, en definitiva, un trayecto que se inicia un durísimo día de julio para concluir en la exigencia de una modesta y apacible utopía: aquella que nace de la ambición más próxima y de la única seguridad posible tras vivir la cercanía del abismo." MANUEL RICO.


DEFINITIVAMENTE 

a J. Gil de Biedma. 

Definitivamente, este otoño 
se apresuró lluvioso. Los campos 
ven cumplido su deseo. Es otoño. 
Es un otoño cálido. !Qué si fuera caliente...! 
Llevamos más de un año, y no hay resquicio 
de que vayamos a mover un dedo. 
Me pregunto, se lo pregunto a ustedes : 
¿No habrá alguna cuestión a que oponernos : 
una arbitrariedad, convenios incumplidos, 
leyes retroactivadas... ? 
¡No !. Ya sé. No me respondan. 
No son problemas nuestros, !Total ! : 
Un grupo de negrazos, maniatados, drogados, 
vuelven al continente de donde no debieron salir nunca ; 
por otro lado, normas municipales 
impiden que los pobres deambulen por las calles. 
Y un 'señor' catedrático refuerza la teoría 
de una raza y un sexo, superior a las otras. 
¡Y da su explicación. ¡Y hasta le escuchan !. 
Definitivamente, la lluvia llega 
y el otoño avanza borrando de memoria 
las aceras. 



Obreros y patronos

Obreros y patronos se reúnen, 
reparten las migajas en contratos, 
en despidos baratos, jubilación pactada... 
Las ONGs reparten 
limosna al tercer mundo 
y los gobiernos balas 
para matar al hombre, 
- perdón, quise decir el hambre-. 
La lluvia llega y el otoño avanza. 
Las calles de mi patria se constriñen 
en un silencio sordo. 
Los voceros del Norte clavan sus amenazas. 
-Un reguero de sangre, baile de carnaval-. 

Propongo comenzar una huelga de oídos 
durante siete días, y después otros siete, 
y otros siete, y más, y más... 
Hasta dejarles sordos 
con el silencio mudo de una ciudad en tumba. 

Definitivamente, la cosa es complicada. 
Porque, ¿quién abrirá el baúl. 
Bajará del desván la trenca verde, 
las sesenteñas barbas; la lucha. 
Ahora que somos insumisos ?. 


*


Si digo: "buenos días", 
no crean que es compromiso. 
Se trata, simplemente, de una provocación. 
Sé que estos 'buenos días' vienen tintos, 
heridos con el sol de doce y cuarto. 
Y digo, "buenos días", por si acaso 
confundido el misil de tierra-aire 
se viniera a estrellar en las narices 
de la computadora programada. 

Repito: "buenos días". 
Son las siete del alba. 
El transmisor diluye entrecortado 
una esquela de cifras y de nombres: 
" ...la-bom-ba-ex-plo-sio-nó-a-las-cin-co-y-me-dia. 
Die-ci-sie-te-ci-vi-les,- 
ni-ños-y-mu-je-res-MUER-TOS". 

Encuentro en la escalera a un convecino: 
"Buenos días", responde 
sacudiéndose el sueño. 
Preparo calderilla, el autobús arranca... 
Son diecisiete muertos y aún el día 
no ha llamado a maitines. 



REPORTEROS 

La fortuna de la resurrección 
no alcanzará 
ni siquiera a ese hombre que aún palpita, 
que, aún hoy, soporta el estertor de muerte 
enterrando/desenterrando huesos. 

Los macilentos odres, que visten 
esos cuerpos del hambre, 
siguen sobreviviendo en la esperanza 
de que, a la prontitud de la noticia, 
pueda seguirle un rápido remedio. 

Sin embargo, las cámaras enlatan 
la barbarie y el hombre la contempla 
como quien mira un film de Tarantino: 
La sangre le es ajena. 

Porque contar los muertos se convierte 
en tarea rutinaria, 
no alcanzará a ese hombre la clemencia: 
Las liendres emponzoñan el desierto. 
Una imagen inunda el bienestar, 
la sobremesa..., 
La cámara recarga baterías 
y un óxido de llanto 
derrama por la lente... 



SARAJEVO 

Volví a encontrar al hombre 
sentado en la grandeza de su sombra, 
esperando la bala que sepulte 
el odio en las trincheras. 
La ciudad es cantera desolada
y llora la piedra la desdicha 
de derrotar la vida a puntapiés. 

Lloran niños, metralla son los ojos 
gangrenados por la última explosión. 
Niño-viejo de llanto, de lodo enmascarado: 
Llora tu pena luego, sobre la piedra amiga. 
Llora luego, que ahora es tiempo de volver 
el cuerpo al polvo, 
no te importe la sangre pegada a la camisa. 

Y en la última sombra 
de los cuerpos tumbados, 
el hombre se encarama 
y araña entre las piedras 
buscando la palabra que detenga el abismo: 
no existe mas palabras, la paz viste de luto 
y las piedras sólo cantan penas, penas 
penas, 
en palabras oscuras. 



EL SUR 

Sin que los viejos tópicos derramen 
su obviedad por las líneas de mi verso, 
quiero escribir de ti, tierra de luces; 
gentes que el Norte convierte en paradoja. 

Sin repetir palabras, decir que la ceniza 
de tu piel repta por una tierra estéril 
dispuesta a sepultar semillas. 

Germinarás un labrantío de sangre, 
y parirás un hombre, que no verá más día 
que el que apunta la aritmética parda de la resta: 

Los animales mueren, 
la tierra resquebraja su epidermis, 
las mujeres se secan, y los hombres 
lloran mientras despojan el nutriente 
de tus pechos al hijo que murió : 
Un alimento agrio, 
pegajosos calostros de sangre envenenada. 

Sin que los viejos tópicos derramen 
lágrimas en mis versos, decir que sólo tengo 
un aforismo, una palabra: ¡HAMBRUNA!. 

Pero el Sur no se muere, sólo mueren los hombres 
tumbados al desierto. 
Los oasis 
siguen dando 
fusiles 
para matar 
las moscas 
en tu rostro. 



LLUVIA EN JUNIO

Llueve,
como tan sólo puede llover Junio:
Torrente y calle abajo.
Tus manos buscan surcos
por donde corra el agua.
Mi cuerpo se ha cerrado:
Compuertas de una presa que recoge tu fruto,
el dique de pasiones se rompe a tu caricia.
Está lloviendo
agua, amor y sementera.
Calada hasta los huesos por tus ansias,
tengo las carnes húmedas y espero
que seques mis sudores con tus labios.

Un techo de aguacero
cubre de plata el día
y el sol decae poniente abajo:
Lluvia y pasión, sigue lloviendo.



XIII

Imaginé su tacto, me refugié en el sueño
que traía ilusiones de niña enamorada.
La humedad de los cuerpos ardía y, embargada,
busqué con la mirada urgencias de mi dueño.

La pasión de sus labios abrasaba mi ensueño,
el carbón encendido penetró en la morada,
se iluminaron prontas las luces de alborada.
Mi ser, jardín de espera, parecía pequeño.

Ya comienza el ascenso: Subid a la locura.
El éxtasis es pleno: Volad en rededor.
Cerrad todas las puertas, que no entre la cordura,

gritad a todo el mundo que conocí el amor.
Y, si acaso pretenden matar esta ventura,
decidles que no pueden, soñando no hay dolor.



MUROS          
  
I           
            
He visto tantos muros
que no sé distinguir un vallado de granja
de un paredón de muerte.
Hay muros que subsisten dentro de la memoria,
hay muros que marcamos dentro de la palabra.
A veces se construyen
con un cruzar de brazos,
un encoger de hombros,
una mirada aviesa.
Estos son los que matan.
Los otros, muros de cementerios,
recogen llanto y flores el día de difuntos.
Te niego una palabra y lanzo una refriega
de bombas incendiarias.
Te niego una palabra y borro una sonrisa
contra la desventura.
Recuerdo algunos muros,
los que fui levantando:
invulnerable intento de olvidar las promesas.
           

II           
            
Tengo en mis manos hoy una muralla abierta
a la desolación,
unas manos vacías de tierra promisoria;
no aceptan y no entregan limosnas enrolladas
en caricias impuras.
La rosa se protege contra el muro cemento
y la espina, del tallo.
La suavidad del pétalo no llega a mis sentidos,
antes que su perfume
me hieren sus espinas: guardianas del honor,
cancerberas oblicuas del himen virginal.
Sé que no soy la rosa, acaso la muralla
donde se enreda firme un brote trepador
y, sin embargo, advierto
que estoy cavando un túnel largo como la noche,
negro como la sangre pegada a mis caricias.
No me habléis de la rosa, no me habléis de su espina.
La indiferencia asoma en un cruzar de brazos.



ES INÚTIL NEGARLO

Es inútil negarlo, la codicia domina este remanso
y el ganado se tumba en el sesteo a rumiar sus heridas;
balan incrédulos al brillo del cuchillo que viene a desangrarles.
Hoy, otra vez, hay sal y fuego, sangre y lluvia en las ciudades.
Dónde estará ese dios que debe proteger a los incautos,
a los sumisos, a los desesperados…
Y, dónde el hombre que hace de la ley
la fórmula perfecta de lo justo.
Levántate, alza tu voz al mundo, pero no olvides
que pueden acallarla los mismos que te animan,
todo depende: las armas y el dinero prefieren amos
sin escrúpulos.



HOY LA TELE TRAE SANGRE

Hoy la prensa trae sangre igual que de costumbre
-Félix Grande-

Hoy la ‘tele’ trae sangre, igual que de costumbre
y yo miro la carne tumefacta, los cartílagos rotos,
igual que de costumbre.
No estamos en la cumbre, quizás, alguna vez, un hombre estuvo;
Quién dice que ese veneno gris de las ciudades es progreso.
Quién se atreve, siquiera, a pronunciar su nombre.
Mira a los ojos, tú que aún no estás ciego, mira a los ojos
de los abandonados en el camino de la panacea,
mira los hombros de ese atlante que camina a lomos de su hijo,
mira, si es que quieres oír lo que sucede, mira tus manos
y nunca te disculpes: cuando llega la muerte se termina el tiempo de la desobediencia.





Cuaderno de Budapest. Madrid; Ed. Bartleby, 2014.


LA GRAVEDAD

Gravedad: f. Fís. Manifestación terrestre de la atracción universal, o sea tendencia de los cuerpos a dirigirse al centro de la tierra. (Diccionario de la Real Academia Española. 21ª edición, 1992).

La gravedad es la manifestación de la inmovilidad para evitar cavar agujeros de luto en el centro de la Tierra. (Violeta. Budapest, julio de 1998).



INVIERNO

He buscado en los bolsillos de la chaqueta, consigo rescatar un cigarrillo roto. No me conviene, dicen, que fume ni que beba, últimamente incluso los sueños me han sido limitados. Qué más puede pasarme, si hace ya tanto tiempo que decidí mi suerte. Dejadme. Con la memoria a ratos, con el pulmón a trozos, con la alegría a veces y la tristeza siempre, qué esperáis. Dejadme. Prometo no morir en primavera. Yo moriré en invierno. Cualquier invierno es bueno para morir sin llanto. Prometo no morir en primavera, yo moriré en invierno con las hojas del sauce. Prometo no morir llena de ausencia, plena de ti me iré. Confía.



CUADERNO DE BUDAPEST, de Manuela Temporelli (por Laura Gómez Recas).

Cuando se abre un libro de poesía, pocas veces se descubre la esencia de la misma. Es imposible dar una definición de poesía, pero creo que su naturaleza no filológica ensambla con el concepto filosófico de la metafísica, siendo del todo imposible estudiarla dentro de los parámetros de la técnica o ciencia lingüística, imprescindible, por otra parte, para que el texto sea considerado literatura. La esencia define el decir poético cuando éste se convierte en un discurso fuera del canon tangible. Esto es lo que encontramos en Cuaderno de Budapest de Manuela Temporelli, un libro-joya por adentrarnos en ese mundo no cognitivo en el que el mensaje se convierte en objeto puro. La poesía no debe describirnos el beso, la poesía ha de ser el beso y esa delicada traslación hacia lo metafísico es conseguido en este tomo de Bartleby. Cuaderno de Budapest es un libro escrito, como tan acertadamente nos anticipa en su prólogo Manuel Rico, por miedo. Es la angustia que provoca ese miedo el que le mueve a ser y a presentarse ante nosotros como un canto hacia la luz desde la más profunda de las desazones, la enfermedad de un hijo que está en peligro de muerte –que la encuentres con vida, aunque sea tarde-. A lo largo de la lectura, descubrimos tres cosas: que la autora es una poeta llena de recursos con una afinación exquisita en el recurso de la imagen, que desangra el lenguaje con voluntad de rigor literario, y, el mejor descubrimiento, que la sensación que a ella le causó esa angustia por el miedo es transmitida integralmente. No nos cuenta lo que sentía, nos cuenta cómo era su mundo mientras sentía. El texto se abre así ante el lector, como una atmósfera, otra, más allá de lo mesurable, de lo empírico, pero absolutamente verídica y  respirable y concede la elaboración de un juicio sintético kantiano a través del mensaje sensitivo de la autora. 

Estamos en Budapest, una ciudad bella, visitable, atractiva; pero aquí sólo es  el marco que encuadra la realidad de la autora: Todo era luz y rosas, lirios en los kioscos. Los restos del naufragio. Azucenas de vendas y algodones esperan en las sombras que vigilan tu vida. La belleza de Budapest es el refugio del pecio. Nada más. Porque la belleza no es per se, sino que es la hija, el ser amado, quien  da sentido a cualquier belleza. Y es que nada es como lo conocemos –miré el Danubio sin entender su nombre-. La angustia convierte las cosas bellas en cosas extrañas, periféricas, y nos aísla en nuestro propio nuevo mundo, en ese apercibimiento de la inutilidad de lo prescindible cuando es la vida del ser amado el único tesoro que saborear; el resto, la vida que existe al otro lado de la ventana, de pronto, es absurda y carente de interés. Todo se redescubre. El mundo, el cielo, el tiempo, cobran un nuevo cariz que sólo puede proceder de la zozobra. Así, las estaciones se convierten en algo atemporal gracias a una antítesis lúcida y extraordinaria en la breve prosa Otoño. Sentimos el tiempo con un valor nuevo, con otro discurrir, con la coordenada de la angustiosa espera.

Cuaderno de Budapest está escrito en verso y en una prosa poética cargada con la bala, que nunca deja indiferente, del desgarro interior. La poesía y la prosa poética tienen la peculiaridad de expresar lo inenarrable, lo que se escapa a la naturaleza de la forma, como cuando Manuela Temporelli expresa su sentimiento con la repetición diseminada de este símil: Pálida, quieta, delgada como una raya, tumbada Violeta sobre la cama. Armazón magistral del artilugio retórico con la finalidad de que el lector sienta la horizontalidad de la enferma como la siente la madre, que cede parte de su identidad como origen de la vida al momento en que surge la sanación, hoy vuelves a soñar una placenta tibia, un nuevo origen ante el origen, donación generosa e invencible del yo narrador.

En Cuaderno de Budapest respiramos la atmósfera interior de una mujer que, como madre, vive un momento crítico. Atraviesa el páramo del terror –quiero secar mis ojos con un velo que cubra para siempre mi desdicha-; la umbría de la muerte en Cerraré con cuidado la puerta de la casa, donde, con un tropo generoso, sumerge en la oscuridad al lector; y los desfiladeros de la ira en Jaque, una oración dirigida a su hija para que se enfrente de tú a tú con un dios débil por injusto. La autora hila el tronco generacional, casi al final del libro, con un soneto que la escruta frente al espejo; con un poema a su propia madre, ya fallecida, en el que con dos imágenes extremas aprisiona todo el dolor y toda la ausencia; y con el epílogo luminiscente a su hija, donde  alcanza el delta de la luz.

Los recursos retóricos son sutilmente empleados en este libro. Llegan frescos al receptor de este mensaje tan cargado de emoción. Son como las minúsculas gotas de humedad que logran componer una nube densa. Antítesis que emiten juicios categóricos –el frío de los días de julio-; metáforas impuras – jilgueros de silbidos, sábanas de armonía, cojines de letargo, trenzas de sueños-; alegorías –La noche siempre me coge por sorpresa-; imágenes –la tercera costilla intercostal se clava en el diafragma. El dolor crece. (…) No recuerdas cuánto tiempo llevas clavándote las uñas en el pecho…-; simbolismo –Un jueves viene a ser como el camello quieto enfrente del oasis donde mana tu lluvia-. Sabias recetas agitadas en un curso fluvial de desesperación, miedo, angustia, súplica y esperanza elaboran la atmósfera propicia para disfrutar de la transmisión emocional que en tan breve espacio literario se nos ofrece.

Por si se nos había escapado, después de respirar esta intensa atmósfera, advertimos que la dedicatoria lleva implícita la mayor muestra de amor que un ser humano puede tener con otro. Abrir el libro y respirar. Laura Gómez Recas








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