jueves, 17 de marzo de 2011

3488.- EDUARDO MOSCHES


Eduardo Mosches (Buenos Aires, Argentina, 1944) Poeta, crítico literario, editor. Realizó estudios de sociología en la Universidad Libre de Berlín (1970-1974) y de cinematografía en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM (México, DF) entre 1979 y 1982. En el ámbito profesional, ha sido responsable editorial en las editoriales Nueva Imagen (1983-85), Folios Ediciones (1985-88), Plaza y Valdés (1988-1990) y actualmente, desde 2002, de las ediciones de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Fue varios años director del foro cultural en la Librería Gandhi, responsable de actividades culturales en la Casa del Lago de la UNAM, director de la revista Parteaguas de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos (1998-2001) y de la revista literaria Blanco Móvil, desde 1985 hasta la fecha. Ha publicado los siguientes libros: Los lentes y Marx, poemas (México, 1979), Los tiempos mezquinos (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1993), Cuando las pieles riman (Universidad Nacional Autónoma de México, 1994), Viaje a través de los etcéteras (1998), Como el mar que nos habita (Cuadernos de Malinalco, 1999), Molinos de fuego (Verdehalago, 2003), Susurros de la memoria (CONACULTA, 2006) y Palabras sin ruta (Plaza y Valdés, 2007). Ha colaborado con periódicos y revistas como La Jornada, La Jornada Semanal, Milenio, Milenio Semanal, Sábado, El Nacional, Reforma, El Sol de México, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Generación, Los Universitarios, Revista de Diálogo Cultural entre las Fronteras, Brújula, Tierra Adentro (México), Davar (Israel), La Gota Pura (Chile), Carmín (Argentina), Algulha (Brasil), Cuadernos de Calandraja (España), La Voz (Estados Unidos), Clarín (Estados Unidos) y Atlántica (España), entre otras. Desde hace años imparte talleres literarios en diversos estados de México. Ha recibido el premio de poesía Anita Pompa de Trujillo (Sonora, 1995) y, como editor literario, fue premiado por el Instituto de Bellas Artes (1993) y por el Fondo para la Cultura y las Artes (1993 y 1994).








Eduardo Mosches. Poemas





Memoria y ausencia

A mi madre
13.12.1918-19.08.2005

Un resplandor.
El impacto tenue
desaparece la sonrisa
los recuerdos se enredan
nebulosa
que aplasta asfixia.
La tibieza de la piel de sus manos
se transforma en el instante
de su muerte
en la imagen que no será posible asir.



Sólo queda el silencio de ella.
Sin voz ni cuerpo
Sólo la memoria de su persona.



Un ser convertido en palabra.
Anochece.



Unas tablas rusticas
mal unidas por las sombras
forman ese ataúd
donde tu cuerpo posiblemente
reposaba.
No llegué a ver tu cara
ni el color de tus ojos.
El secreto de la muerte
quedó intacto.
La fosa rodeada
de tierra arcillosa
color madera rojoscura
abierta a la espera
descendió el cajón
con sus tablas humildes.
Deposité tierra
cerrando a los ojos
el cajón y tu cuerpo.
Tu sonrisa ha quedado
en mi sonrisa.
El túmulo
fue marcado
por cuatro trozos de madera
dispuestos en cada extremo
del rectángulo.
Geometría de la ausencia.








Nubes y venas

Las gotas de lluvia golpeaban en un ritmo pausado de somnolencia, las veladuras de grises ingresaban a través del cristal, enfriaban las tazas de un café por beberse a sorbos lentos mientras la mano tatuada por venas infladas, ríos congelados por la pesada edad, desnudas de líquido, descansan un momento tomadas entre sí, como trapecios en el descanso. El río de las venas se oculta mientras los árboles crecen al ritmo que los pantalones se achican. Nubes de conversaciones se inclinan como ramas cargadas de frutos carnosos, envueltos en la piel de
recuerdos.
Los caballos se lanzan veloces a galopar en el patio empedrado, giran como en un carrusel con que se arma el pentagrama de los sucesos infantiles, donde la figura del abuelo, alta y ceremoniosa, juez de la vida y las hazañas, se va dibujando en trazos finos deslavados, para ir llegando a toparse con la mítica imagen de espalda tan amplia como una meseta, la que sostiene la caída ominosa de terrosas bolsas de granos. La voz lenta , animosa, nos dice de cómo salva la vida del hermano, en su niñez de rodillas raspadas y uñas mordidas, el cual años mas tarde, muere en un salto desde un techo sin violín alguno.
Narrando está mi padre, mientras el café en la taza va adquiriendo una tonalidad muy negruzca, azulada, como la noche que avanza sobre el crepúsculo de un día de invierno, en alguna ciudad puerto.







Los tiempos mezquinos ( fragmento)

V

Los olivos murmuran
sobre las zanjas que fueron casas
o en los trozos de loza
que alguna vez
cobijaron redondos
panes árabes
que sonreían blanco
a los dientes.
Un trago lento y leve
de agua fresca
lavado el paladar
de ese café pastoso
un corto ademán
de entretejerse dedos
en el mismo momento
en que la explosión
hacía hondo
el instante del silencio.



Las bocas de todos los asesinados
fragmentan
a la historia
en un gemido largo.






LAS PALABRAS

V

Me han defraudado mis hermanos.
Lo mismo un torrente
como el lecho de torrentes
pasan turbios
sobre ellos se disuelve la nieve
pero en tiempo de estiaje
evaporan
en cuanto hace calor
se extinguen en su lecho.
Brotan toda clase de seres
mudan los vientos
y las nubes
señales
para un pueblo que medita.





Dejando atrás



La ciudad se cubre los ojos
respira agitada entre el temor y la angustia.



Las nubes se llenan de pájaros oscuros
revolotean sobre los cadáveres que van a existir.



La letanía de los mensajes penetra por las uñas,
se deslizan a través de las venas,
surcan el cuerpo afiebrando al miedo.



Huir de los otros cuerpos,
no acariciarse,
los ojos esquivos,
mirar ese otro cuerpo los otros cuerpos,
las manos y sus pies
con las nauseas del posible sufrimiento.



Las lajas de los cementerios
cubren con pesadez
el espíritu de los vecinos.
Las bocas respiran a través del tejido
no hablar no comer no besarse.



Los caballos atraviesan el horizonte a trote cansino,
pisan pesadamente en las osamentas de los deseos,
el cerrojo de las prohibiciones abre su boca ávida,
hundir los dientes revolotean los vampiros
las alas se llenan de tabúes,
mientras las sotanas marchan y marchan
al sonido de los tambores del pasado.



La ciudad y su gente se revuelve
arrullada por las hojas de los árboles afiebrados,
una nube abre su ojo y la lluvia humedece
los hombros las cabelleras los huesos los tejidos,
todo flota sobre ese río de las nubes.



El sol entibia los cuerpos,
el mío y el de ella
y jugamos al no me importa
mientras las pieles se sonríen,
se rebelan pintando nuevas pecas gozosas,
componen la música de los susurros y quejidos
dejan atrás las letanías de las prohibiciones.





LA BORRACHERA DEL CONEJO

para Eduardo Milán

Sobre el techo negro del cielo
cuelga una luna circular con sonrisa de complicidad
ilumina murallas de piedra corroída
hemos dado varias vueltas a su alrededor como gato en celo
algo ha cambiado
ha crecido poca hierba entre las rendijas



Un poco más abajo algunos humanos siguen
en su rara tarea de destrozar cuerpos
por esa cosa tan absurda
como la propiedad sobre la tierra
giran las ruedas del planeta
la bola amarillenta continúa cargando su conejo
borracho por el sol casi inmóvil
al ritmo lento de mi respiración
acaban su tarea parte cíe mis células
siguen creciendo las uñas
prosigo enamorado
Los candados cierran las puertas
detrás de las imágenes saltan los ojos
un espejo cae desde su refugio
buscar mi mejor perfil
me lleva a mirar de frente.





Susurros de la memoria (fragmento)

VII

Momento de gateo
refugio del pavor
el eco de los gritos o la oscuridad
las horas y el angustiado temor del hambre
calor cobijador de ciertas patas caninas
Aroma de recuerdo bosque de abedules
perfumadas tardes acompañadas de pardos eucaliptos
mientras el frío se omitía
crecían en el vaho nubes de vapores otoñales
la lluvia se deslizaba en su sonido parco
sueño logrado por el vientre protector
que compartió su refugio
con ese niño que era yo



Ven perro, perro, sin un ladrido, desolación



El recuerdo es acción del cuento oral
algunas horas barridas en la angustia de los otros
mientras soñaba con suma placidez
tranquilidad del reposo
sobre el perro almohada de pelos cálidos
oscuridad y tibieza
Es posible que cierto lejano familiar
mordiese muslos que bajaban de los trenes
en Treblinka o Auschwitz
rasgase pantalones junto con los músculos
en algún lugar cercado por el miedo:
Altamirano Trelew o Kosovo



Todo esto fue antes
que creciera la sombra de un bigote
y enfrentase otros dientes amenazantes
en alguna manifestación en contra o a favor
calidez y nostalgia
cariño de niñez perdida por la obligación de las pesadillas



La amplitud de las praderas de trigo y vacas
tragó con voracidad
la tibieza y el marrón manchado de su pelaje.
Su imagen protectora deambula
en las esquinas abandonadas y fértiles del recuerdo



Color azul de un ala de la evocación
tomo entre mis dedos tréboles amargos que se alejan
sin cumplir deseos y ansias sin madurar
caer en sombras de lo transcurrido
tiempo: aroma a flor de los naranjos
Encrucijada de sendero
adornada de destellos de soles
el fósforo anuncia un inicio de luz
cuarteada acera de niño asustadizo
luna colgada en lo alto del olvido
mientras las manos descorren
algún eclipse sonriente de la misma vida.



En las noches sin temor
cruzo las esquinas por llegar
con la figura brillante de algún perro
Siempre mantengo uno en el bolsillo
de la angustia.





Paseo de nube

El árbol envuelto en el otoño
deslizó una nube de hojas
pardas y anaranjadas
cayendo en morosa lentitud



Ese recuerdo de bostezo del sol
deposita las manchas coloridas
en un suelo marcado
de pasos apresurados
envueltos en la premura de los hechos por realizar



El vaho de la boca
remedo de agujas cristalina.





Dolor y tiempo

El dedo pulgar de esa mano izquierda
refrenda el dolor
de una cantidad ampliada de días



La pinza de esos dedos ha aprisionado no pocas veces
frutos coloridos y jugosos
alguna carta que ha llegado del pasado
en esa larga travesía de los mares amorosos
para crear la cueva cálida
de mano con mano
y atravesar la corriente fría de las despedidas
Una vuelta en el cerrojo de la propia puerta



El atardecer se carga en el vaho aceitoso
de los automóviles circulando
en las calles de esta ciudad
que anuda en su misterio diario
a muchos otros pulgares



El cuerpo susurra el tiempo.









Eduardo Moshes, Susurros de la memoria, CONACULTA (Práctica mortal), México, 2006.



Mosches: Ajuste de cuentas
José Ángel Leyva



Si algo mueven los recuerdos en el terreno sensorial de un texto poético son las sinestesias. Vemos sonidos, escuchamos aromas, olemos voces, tocamos luces y colores, degustamos atmósferas y movimientos temporales. Esa inmensa red sensitiva que se teje para atraer el tiempo perdido, historia que se toca con la honda navegación del inconsciente. El poeta se planta en los dominios de la palabra, en su capacidad de nombrar y de reinventar la realidad. Eso que para Lacán es por definición insoportable, lo mismo que para el Rey Edipo, quien prefiere sacarse los ojos para no ver el escenario de los hechos. Claro, los ojos podrán estar apagados, pero no la mente.



Eduardo Mosches tira una hebra que lo conduce al otro Mosches, al hijo y al padre, al ayer y al devenir constante. Jorge Eduardo es su propio ancestro y su descendiente, conversa con ambos, persuadido de que se pone en su lugar, en sus zapatos. Juega con la intertextualidad para dar la impresión que en el diálogo entre el padre y el hijo hay una presencia impersonal que no se ruboriza, el poeta, no el hombre. Pero no puede impedir que brote del alma esa voz que habla en primera persona del singular: “Los alisios hogareños quebraron/ no pocas veces mis jarcias infantiles” (…) “La voz susurra una canción hecha milonga/ pedazos de vida hacen reunión/ en el deseo de lo no realizado.”



El miedo emerge como cáscara del pasado, como eco de la desolación y el vacío de una familia sometida al holocausto, al exterminio. El niño del poeta, hijo de sí mismo, se reconoce en la verbalización del espanto. Mosches, el niño, no deja de jugar con los huesos y las glándulas de Eros y Tanatos: “Es posible que cierto lejano familiar/ mordiese muslos que bajaban de los trenes/ en Treblinka o Auschwitz” (…) “Todo eso fue antes/ que creciera la sombra de un bigote/ y enfrentase otros dientes amenazantes/ en alguna manifestación en contra o a favor/ calidez y nostalgia/ cariño de niñez perdida por la obligación de las pesadillas”



El hilo de la memoria no son sólo recuerdos de imágenes vividas sin la historia vívida del hombre y sus antecedentes, la historia a lo grande con sus revoluciones, sus utopías, sus desastres, de la mano de esa otra historia personal en el cambio de la voz y los deseos. Luego esa memoria, esa noción del abismo en el laberinto del tiempo donde: “algunos amigos de la infancia/ han quedado por siempre en los túneles de los desaparecidos.” Hay pendientes que no dejan dormir o reposar en un sofá y quizás tampoco en el diván de las confesiones sino en la agitación de los sentidos, en el hervor de imágenes que se vuelven letra, signo, conjuro para que nadie olvide, más allá de las genealogías, la experiencia humana.



Asi llegamos al ajuste de cuentas, donde no hay edad para el dolor y la catarsis. Conmueve, sí, porque no es llanto y alarido, sino pasión que se comparte, voz que canta su destino, su verdad. El poema “Reconocer” es un botón de muestra: “Llegó el momento de tomar/ mi pasado familiar/ roerlo entre dientes/ desgarrarlo con uñas/ abrirlo como lata de sardina/ para concluir como en noticia de periódico/ con dolorosa certeza:/ mi madre fue mujer golpeada.”

[http://www.laotrarevista.com/2010/06/eduardo-mosches-poemas/]

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