sábado, 12 de marzo de 2011

ORLANDO VAN BREDAM [3.333]


Orlando Van Bredam

Orlando Van Bredam (n. Villa San Marcial, Entre Ríos, 23 de agosto de 1952), es un escritor, ensayista y docente argentino. Tiene a su cargo las cátedras de Teoría Literaria y Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional de Formosa, provincia donde reside en El Colorado.

Desde muy chico se interesó por la literatura. En 1974 publicó su ensayo La estética de Armando Discépolo. Entre principios de la década del 80 y finales de la de 1990, recibió numerosos premios.

Fue incluido por el chaqueño Mempo Giardinelli en dos antologías nacionales de cuentos donde se destacan los microrrelatos Las armas que carga el diablo y Desde el pozo. Algunos textos suyos fueron traducidos al portugués y al flamenco.

Tiene una novela finalista del Premio Clarín Alfaguara. Fue condecorado con los premios Fernández de Peirotén; Nacional José Pedroni y Emecé Editores.

Alcanzó gran difusión desde 2007, cuando se adjudicó el prestigioso Premio Emecé Editores por Teoría del desamparo. Ese año, La música en que flotamos llegó a ser finalista del Premio Clarín Alfaguara de novela.

En 2011 lanzó su libro El retobado: Vida, pasión y muerte del Gauchito Gil.

Hacia 2015, vio publicado un cuento suyo en el diario porteño Página/12, lo que motivó un comentario muy elogioso por parte de Víctor Hugo Morales en la radio Continental.

Obras

1974: La estética de Armando Discépolo (ensayo).
1981: La Hoguera Inefable.
1986: Asombros y condenas.
1989: Fabulaciones.
1991: Simulacros.
1994: La vida te cambia los planes.
1996: Las armas que carga el diablo.
1999: De mi legajo.
2000: Colgado de Todos.
2000: Los Cielos Diferentes.
2001: Colgado de los tobillos.
2005: Clausurado por nostalgia.
2007: Teoría del Desamparo.
2009: La música en que flotamos (finalista del Premio Clarín Alfaguara).
2009: Rincón Bomba.
2011: El retobado: Vida, pasión y muerte del Gauchito Gil.

Galardones

1982: Premio Fray Mocho, por Los cielos diferentes.
1986: Premio Fernández de Peirotén, por Asombros y condenas.
1999: Premio José Pedroni, por De mi legajo.
2007: Premio de Emecé Editores por Teoría del desamparo.
2007: Finalista del Premio Clarín Alfaguara de novela, por La música en que flotamos.
2012: Ciudadano ilustre de El Colorado (Formosa).




Ciclo

Todo tu tiempo
es este espacio de árboles
que disuelve la lluvia.
Envejeces
con la misma lentitud de la hormiga que devora una hoja
pero envejeces.
La memoria es esta vieja colmena abandonada,
detrás de sus altos pastizales
has perdido la huella de otros días.
Ya no forcejeas con el sol.
Rehuyes los espejos.
Tus ojos son avispas luchando entre los escombros.
Las palabras inválidas
se mueren en tu boca.

Te hurgas el corazón.
Es una casa enmohecida de zaguanes clausurados,
ha disuelto tantas sales siniestras del otoño,
tiene una música tan áspera
como los dientes del invierno.

Sin embargo,
sigues besando los pies del día.
Has sobrevivido a tantos nombres
que hoy distraes la memoria.
¿Pero cuándo la palabra oscura,
la inefable hoguera?



Teoría y práctica

I

No todo era así como pensábamos:
el futuro entre fuegos de artificio
y la luna al alcance de las manos.

Porque no todo era así, fue necesario
ir acomodando los pedazos:
el corazón en su trinchera, los ojos fijos
en la ruta fija,
los dedos sin temor, siempre lavados,
y el alma, si es que existe, en otra parte.

No todo era así pero no es malo
vivir lo que se vive sin recetas,
sin nada ni nadie que nos diga
dónde comienza la sed y dónde acaba.


II

¿Y para qué sirve una poesía?
¿para qué, si no acerca una luz al desconcierto,
una mínima luz,
un mínimo escalón donde pararnos
para entender el mundo
y ejercitar la cólera o el júbilo o el grito, en fin,
lo que se pueda, amigos?

Ciertas poesías no sirven para nada.
Ninguna poesía sirve, en realidad.
Es la vida la que sirve a la poesía,
a esta esquiva diosa de lo ambiguo
y a su enfermizo esplendor y a sus horrores.



Poema 9

En esta casa fui feliz.
Eramos cinco alrededor del fuego
donde crepitaba la inocencia.
Las ventanas se abrían a la tarde
y un aroma dulzón buscaba el cielo.

Las puertas tenían música, recuerdo.
Tenían dulcísima música ovillada.
Si alguien las abría
los pájaros que dormían en sus vetas
despertaban
y les crecían alas
y picos
y plumajes.

La casa quedaba, entonces, suspendida
y en una red de cantos, enjaulada.




TERRAE

No nos pidas la fórmula que pueda
abrirte mundos. Sí alguna contrahecha
sílaba, seca rama.
Eugenio Montale

Tengo un puñado de tierra entre mis manos.
Un mínimo terrón del universo.
Cálido humus o greda tempestuosa,
lugar donde vivieron los días y la lluvia,
depósito del sueño que inventó la semilla,
combate de raíces y huesos del amante. Tal vez
en esta tierra
hay pieles que tuvieron
el beso y la estridencia de una pasión sonora,
la cicatriz y el grito de un heroísmo vano,
la devoción del ojo.

Esta tierra es la tierra que ignora las banderas,
que no cree en los ritos, que no acata doctrinas.
Pero es tan cierta y sólida.
Tan larga en su ansiedad recorrida de pájaros.
Tan leve cuando cubre el horror de los hombres.

Contengo entre mis manos
un poco de mí mismo,
la boca que me hicieron y el corazón que parte.
Soy un detalle oscuro que el barro trajo al mundo,
un ademán que escribe,
la luz que no descansa,
la memoria que roe las naves del pasado. La casa
donde fui lo que nunca he podido
volver a ser ahora. El deseo
y la siesta, el gemido y la noche,
la inocencia perdida entre agitadas ropas.
Esta tierra es todo eso
y también las preguntas que no hallarán respuestas.



ESCRITO EN EL AGUA

Todos los poemas se escriben en el agua.
A todos los poemas se los lleva el agua,
los disuelve el agua.

El poeta lo sabe y sabe que es inútil
atrapar con palabras este sol tan índigo,
la tarde en tres pájaros,
seis caparazones de cigarras muertas
y la esqueletura gris y taciturna
de un digno lapacho.

Sin embargo insiste. Insiste. Insiste.
En esa insistencia transcurre el poema
y dice lo que calla, calla lo que siente,
siente lo que dice
y se lo lleva el agua.


No sé leer...


Secta literaria

Nos reunimos secretamente los jueves por la noche. Encendemos cuatro velas negras, descorchamos el vino del ritual y como en una letanía leemos nuestros versos. La ceremonia alcanza su mejor momento cuando todos a la vez hundimos el cuchillo en el mismo poema ajeno. Aplastamos cada una de sus palabras con ferocidad, como si se tratara de infames termitas capaces de devorar nuestra gloria de aldea.
A veces, no siempre, también sacrificamos a algún poeta. Con su sangre regamos nuestro altar. Hacia el amanecer, limpiamos la zona sagrada. No dejamos un solo rastro. Pero no es fácil: el poeta se empecina en sonreímos, tres días más tarde, desde las páginas del Suplemento Literario.

(De: "Las armas que carga el diablo",
Ediciones Río de los Pájaros,Concordia, 1996)





Deuda

-Me debes la costilla -le dijo Adán a Eva.
Entonces Eva cocinó, lavó, planchó, crió, educó a los hijos. Fue maestra, esclava, secretaria y prostituta.
Todavía hay millones de Evas saldando la deuda.

(De: "La vida te cambia los planes",
Ed.Rio de los Pájaros, Concordia, 1994)




10

-Es distraído- dijo la maestra-
no aprenderá a leer, se lo aseguro.

El tiempo confirmó el vaticinio.
Soy distraído, me distrae
el mínimo
movimiento de luz entre las plantas,
las caricias y los besos públicos,
las raíces que veo y las que escucho
crecer pacientemente, los sabores
de una palabra que da vueltas en la boca.

No sé leer, yo leo
lo que no dicen los discursos,
lo que ocultan
en su asombroso hormiguero de adjetivos,
en su andamiaje falso,
en su torrente sin agua, en su veneno.

No sé leer de otra manera el mundo.

(De "Clausurado por nostalgia", Ed. de autor,
El Colorado, 2007)




De mi legajo

“asoma mi niñez sobre las tapias,/ a quién le pido un canto en la hora espléndida” Carlos Mastronardi

Aquí nací,
establecí en los ojos
la novedad de la luz y los contornos
de lo querido y lo rechazado.
Entre asombros y condenas 
fui lamiendo
la índole triste de las pobres cosas:
llevé a mi boca tierra prometida,
legalicé el sabor de las raíces,
desbaraté ciudades fundadas por hormigas
y adquirí el ritmo tenaz de los metales.
En esa ausencia larga de juguetes
me ejercité en metáforas y símbolos,
hice mi código de tarros y botellas
y fui aviador 
soldado
marinero
y maquinista de trenes lejanísimos.
Pero, también, es cierto:
tejí miedos
que quedaron en mí como lunares,
como manchas de una piel desasombrada,
contaminada de verdad terrestre.
Aquí nací, 
mi corazón no puede precisar otro niño que el que inventan
la nostalgia feroz y esta desdicha
de saber que en su alma ya crecían
mi soledad desértica, mis ecos,
mi carcelaria intimidad,
mi resonancia.

(de “De mi legajo”)

*

Mientras dure la luz

Mientras dure la luz,
mientras mis ojos
celebren tu figura a mi costado
y mi cara salga a andar en los helechos
y se apiaden de mí todas las garzas, 
diré que soy feliz, 
que el mundo es esto:
una heredad con sol, un pan benigno,
un ramo de niños a la mesa.

Si supiera cantar, si mi voz diera
con el acento claro, 
con el ritmo, 
no escribiría más, 
asolaría
la deliciosa flor de una guitarra;
porque el hombre que canta determina
un clima propio, 
una estación andante,
una lluvia gozosa que nos llueve
donde él es una sola pulsación con su garganta.

Por eso agrego a este mundo mis palabras, 
estas flores nocturnas, 
estos vuelos,
este alunizaje solitario, 
como una ofrenda a la luz que me convoca, 
como una piedra común y taciturna
en la muralla cambiante del lenguaje.

(de “De mi legajo”)

*

Ruta con liebres

“he sido, tal vez, una rama de árbol,
una sombra de pájaro,
el reflejo de un río…”
Juan L. Ortiz

El auto es la nave en que avanzamos en medio de la noche
como si fuéramos los únicos habitantes del universo
que se deshace
detrás de la luz de nuestros faros
y se rearma una y otra vez
con la misma celeridad de las liebres.
Así vamos y venimos 
por esta ruta llena de pozos y cráteres 
y el tiempo inclina el silbido de las lechuzas
y a veces (como una ampolla en el asfalto)
hemos visto brotar el último oso hormiguero,
el recuerdo instantáneo de un tapir
que se empecina en ser. Vamos
como quien va a tientas con un bisturí 
en una sala de operaciones
y sabe que la bala
puede deslizarse más allá de sus cálculos optimistas.

La vida cruje a nuestro alrededor
y siembra también anillos de silencio
que podemos escuchar
como una música escandalosa 
en plena noche.


2

Ahora han salido las liebres,
primero dudan en el umbral de la ruta
y después se cruzan decididas,
embrujadas por esa luz extraterrestre,
por esos retazos de fosforescencia 
que incendian el lugar
y desaparecen con la velocidad de los fantasmas
(que cuelgan sus rotosas vestiduras
en un puente blanco)


3

La luz inventa la ruta
y los caballos que pastan ahí cerca,
inventa los hormigueros gigantes
y desde luego, 
también inventa este planeta, esta estepa sideral
(la ternura del rocío 
que se desliza sobre el capot,
la música de una FM que pregunta
en medio de la noche
si dudamos sobre la existencia de Dios
y nos invita a dar un aleluya)


4

El auto sigue su marcha.
Ya no sabemos si vamos o venimos,
de dónde y hacia dónde,
ya no reconocemos origen ni destino,
sólo somos nuestro propio viaje,
condenados a una huida quieta
mientras el auto y las liebres se deslizan 
por el agujero del tiempo.

Ruta 81, año 2002

(de “Lista de espera”)



MINIFICCIONES:


Adán, el terrible

“No es bueno que el hombre esté solo” dijo Jehová e hizo caer un sueño profundo sobre Adán. Mientras éste dormía, tomó una de sus costillas y con ella hizo a la mujer.

Deslumbrado por la belleza de Eva, Adán jamás echó de menos la pérdida de su costilla. Es más: con los años, y ya expulsados del Paraíso, cada vez que discutía con Eva o la encontraba avejentada o ella fingía un dolor de cabeza, Adán se arrodillaba y entre ruegos le confiaba al viejo Jehová que se sentía muy solo y aún le quedaban muchas costillas innecesarias.

(de “Las armas que carga el diablo”)

*

Baile

El odio, a diferencia del amor, siempre es recíproco. El bailarín de tangos y la bailarina se despreciaban con la misma tenacidad con que alguna vez se quisieron. Sólo los unían la fama y contratos envidiables. Cada baile era un desafío a los mecanismos más profundos del rencor. Se deleitaban en esa humillación mutua más cercana a la perversidad que al oficio. Cuanto más se odiaban, más los aplaudían. Ella incorporó al vestuario inconsulto, dos largas trenzas criollas, vivaces y relampagueantes bajo la luz de los reflectores. Las agitaba como cadenas, como látigos, como sables. El soñaba con quebrarla sobre sus rodillas como una caña hueca. Se miraban siempre a los ojos, no dejaban de mirarse nunca en esa guerra bailada, en ese combate florido.

La noche que más los aplaudieron fue la última, cuando ella, después de tantos ensayos, logró enredar sus trenzas en el cuello del bailarín y siguió girando y girando hasta el último compás.

(de “No mirés nunca debajo de mi cama”)

*

Convivencia

—Es difícil vivir con una mujer conflictiva, que hace problemas por todo— dijo Juan.
—Cierto. O aquella que dice estar enferma. Siempre le duele algo— dijo Pedro.
—Así era mi mujer.
—¿Hipocondríaca?
—Eso. Hipocondríaca. Cuando no le dolía la cabeza, le dolían los ovarios o el vientre o el hígado.
—Es difícil vivir así.
—Cansa. Harta. Jode. Uno llega contento y ella saca a relucir sus dolores.
Largo silencio de Juan y Pedro.
—¿Te separaste?
—No —dijo Juan—, se murió.

(de “La vida te cambia los planes”)



.

1 comentario:

  1. La tierra argentina siempre nos reserva buenas sorpresas. Hermosos poemas donde el humor y el desencanto no dejan de penetrar en la fragilidad del hombre. No es malo seguir insistiendo.

    ResponderEliminar