sábado, 14 de agosto de 2010

ARNALDO CALVEYRA [447] Poeta de Argentina


Arnaldo Calveyra 

(1929, Mansilla, Entre Ríos, Argentina - 15 de enero de 2015, París, Francia) 

Poeta, novelista y dramaturgo argentino residente en París desde 1960. Fue condecorado por el gobierno francés con la Ordre des Arts et des Lettres.

Vivió en su provincia natal Entre Ríos y cursó estudios en 1943 en Concepción del Uruguay mudándose a La Plata donde estudió filosofía en la Universidad de La Plata. Obtuvo una beca y se instaló en París en 1960 donde conoció y trabajó junto a Julio Cortázar, Alejandra Pizarnik, Claude Roy, Gaëtan Picon, Cristina Campo y Laure Bataillon.

En 1968, Calveyra se casó con Monique Tur con quien tuvo dos hijos, Beltran y Eva.

Su primer libro, Cartas para que la legría fue alabado por Carlos Mastronardi en la Revista Sur de Victoria Ocampo (1959)
En París, trabajó con Peter Brook y publicó sus obras en la editorial Actes-Sud. Murió en la capital francesa en 2015.

Premios

Caballero de la Ordre des Arts et des Lettres (1986)
Officier des Arts et des Lettres (1992)
Commandeur de l'Ordre des Arts et des Lettres (1999)
Beca Guggenheim, NY NY 2000.
Premio Konex - Diploma al Mérito (2014)

Bibliografía seleccionada

Cartas para que la alegría, Cooperativa Impresora y Distribuidora, Buenos Aires, 1959.
El diputado está triste, Editorial Leonardo, Buenos Aires, 1959.
Moctezuma, Collection Théâtre du Monde Entier, Editorial Gallimard, 1969
Iguana, iguana, Editorial Actes Sud, 1985
L'éclipse de la balle, Editorial Papiers-Actes Sud, 1988
Los bares / Les bars (con Antonio Segui) Editorial Les Yeux ouverts, Ginebra, 1988.
La cama de Aurelia, Editorial Plaza y Janés, Barcelona, 1990.
El hombre del Luxemburgo, Editorial Tusquets, Barcelona, 1997.
Le livre du miroir, Ed. Actes Sud, (traducido por Silvia Baron Supervielle).
Apuntes para una reencarnación", (poetry) Diario de poesía, No. 53, Buenos Aires,
Si la Argentina fuera una novela, Editorial Simurg, Buenos Aires, 2000.
Libro de las mariposas, Alción Editora, Córdoba, Argentina, 2001.
Diario del fumigador de guardia, Editorial VOX, Bahía Blanca, 2002.
El origen de la luz , Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2004.
Livre des papillons/Libro de las mariposas (poetry), Editorial Le temps qu'il fait, 2004
Maizal del gregoriano, Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2005.
Tres hombres, Editorial Eloísa Cartonera, Buenos Aires, 2005.
Diario de Eleusis, Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2006.
Poesía reunida, Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2008.
El cuaderno griego, Editorial Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2009.
El caballo blanco de Mozart, Editorial La Bestia Equilátera, Buenos Aires, 2010.
Una flor para Selma, Editorial La Bestia Equilátera, Buenos Aires, 2010.
La lluvia de sobretecho, Editorial Mágicas Naranjas, Buenos Aires, 2011.




ALBERDI

Como si usted quisiera desentenderse
—para buscarla en pérgolas del alma—
con una melodía, de la niña, la noche
se despierta en el piano. La niña está inclinada
hacia su valse. Hay un guitarreo
en los patios del fondo, sin embargo.
La oscuridad, la noche,
un hombre infamando la vereda
son el brocal de estos arpegios.
Y no sé qué decirle de la noche,
una vela de sebo la soterra,
y está al lado la noche
"melancólica imagen de la patria".

Usted que se fue y volvió,
y que se fue de nuevo
ya de una vez por todas,
ya preparado para todo el tiempo,
usted cuya sonrisa se cansaba
-y lo traicionaría el duermevela
con Tucumán, y a las niñeces madres
la realidad, ya el más obtuso de los sueños—,
se está yendo del todo,
esta noche en su pieza de hospital
se va quedando solamente muerto.

Los montes eran lejos, sombra ultramarina.

Y la distancia quema su gallardete,
símbolo de las penas por la patria.

Doctor Alberdi: el sauce a la ventana,
la alternativa, la pasión tan extrañada,
el no obstante, el final del verso,
la payada sin mundo, la delación al lado,
son todas formas del morirse solo.


Neuilly, junio 19 de 1884
Mansilla, junio 19 de 1952




COSTUMBRES DE CASA

La primera estrella
traspasa la ventana
y descansa del viaje
en el centro de mesa.

Jarra fresquita
olorosa a primavera,
ropero
de la pieza de al lado,
un traje persiste
en el olor de la muerta,


silla que mira al campo.

Campo.

Colonias de malvones
golpean a las puertas.

Si Virgilio viviera
diría
lo rosadas que parecen esas nubes.


El alma ya pronta
a la muerte por sueño.


Te llevaré la mañana temprano
en un vaso de agua.




EN EL CEMENTERIO DE CONCEPCIÓN 
DEL URUGUAY

¿En dónde poner los brazos,
adónde llevar la mirada?
imagen fija de la tumba
¡tumba, palabra desvelada
tantos años!
tantos años en imaginar esta palabra
-un aromo se dibujaba, se borraba.

Senderos como patios,
tantas veces
mis imágenes se pusieron de viaje,
averiguaba entre tumbas,
cada fantasma
solicitaba mi tristeza,
personajes de un sueño
a punto de palabra.

¡Pensar que tanto buscamos
el consuelo de las casas!
¡Toda la vida
al rescoldo de una casa!

¡Esta galería que da al sur, helada!

¡Los braseros que nada extinguía,
de madrugada en madrugada!
Duraban lo que los fríos,
lo que el viento sur duraba!

¿Me oyes?, más allá o más acá
era la casa, la llegada de árboles,
el pastizal inventaba a cada brizna
una historia,
en un lugar del campo
el cielo se juntaba con la tierra
-había que quedarse horas esperando.

Imágenes,
tu infancia huyendo en un jardín,
la tarde
en que el labriego chino nos cruzó
al paso de su carreta
-por un lugar del descampado habíamos dado con la
antípoda-,
después
cuando ya los años se sembraban al vuelo,
seguía viviendo en casa,
nos explicaba las hojas amarillas.

Imágenes,
se empañan lo mismo que los ojos.

Personas atareadas pasan
con vasos en las manos,
se habla una lengua de flores:
somos aquella tarde que paseamos juntos,
somos aquella caminata
al borde del crepúsculo,
somos
somos del sur
el sur gravemente enfermo
y lo que busco son los años
de cuando nuestro encuentro era infinito
y el cielo nos tocaba como un árbol.
En la alta noche de invierno
alguien en la casa seguía despierto:
las tinas que recogían el agua de la lluvia.

Suavidad de pensar en la ciudad antigua,
la ciudad que me regalaste un día,
cercana como en el ser amado
su corazón más próximo,
haré noche en una casa
de ventanas que son puertas.

¿Cómo te tratan las campanas
en los amaneceres de invierno
cuando son un solo bulto
con la niebla que asoma del río
y avanzan, bronce y silencio,
hacia las almas que despiertan?

Adivino a esta hora
una cabecera de jardines
por el lado del río,
rincones donde estrellaba más temprano,
juegos de niños por las plazas,
frontera, fronteras entre nosotros y el olvido.

Imágenes perdidas, ustedes están aquí
como álamos a los costados del camino,
esta manera de llenar el mundo
con unas pocas lágrimas.

La madrugada
en que por darle vida a unas palabras
abandonaba la tierra a que me trajiste,
quedó en mí titubeante para siempre,
para siempre a punto de ocaso.

Este ocaso: la calandria
que se precipita a su nido
guiada por las cruces de esas tumbas,

reliquias aquí guardadas:
aquí las manos, aquí el campo,
aquí el vuelo de esa calandria,
aquí las conversaciones infinitas

¡ mirá en cuanto silencio
terminan los abrazos,
las conversaciones infinitas,
las caminatas por el campo !

No vine a llevarme estas imágenes
-en los campos de Mansilla
ha de ser la hora de preparar las lámparas,
con la noche ya todos seremos
los campos de Mansilla-,

vine oscuramente, oscuramente sigo
como animal, a buscar la querencia
con la noche que avanza.





La infancia es el solo país, como una lluvia primera/ de la que nunca,
enteramente, nos secamos.
Juan José Saer

Cosas que me pasaron durante la infancia me están sucediendo recién ahora.
Arnaldo Calveyra


Caminaba el hombre

Caminaba el hombre
llevado por su estrella,
no diferente al yuyo
que al agacharse
toca con la mano

hombre
atendido por su estrella,
forma dulce de tierra
por cuestas de retama

de loma en loma
hablado por los pájaros

herido por cinco pies de
tierra

como las nubes errantes
busca arroyos
donde aliviarse,
reflejarse

y la vara de nardo
de la luz
que lo conversa

brillante de verde
de hondonada

olías a
lentamente tierra,
la tierra curva
de Entre Ríos

llegada de su noche
una lumbre siempre pronta
que lo entibia

el hombre, el doble de su estrella
atraído por su sol

¿dónde los cinco pies
de tierra
que lo exaltan
en la voz de la calandria?

creencia dulce de senderos




Instantes de un castillo de arena

Lo teníamos con una mano. Sin caer superficie apagada por las
orillas tornasoleadas de la lengua. Por hablarnos casi, murallita
entretenida en el sol demasiado. Te abriré una puerta, una ventana,
una bajamar de aldea.

El mar, la carretera nacional. Ni parada ni tiesa. A tocar con
estos ojos.

En vano unos niños se lo han pedido al mar. Entra, se instala.
Napoleón paralítico que destroza. Canta. La sal, el torreón, la
bandera.

Escúchalo.
Nosotros.

Una niñita basta, consigue atravesarlo, encuentra las cocinas.

Cantamos una marsellesa en el desastre. No lo para. Se cae en
pedazos el puente levadizo.

Difícil tiempo.

Encuentro aquel esqueleto del sol extraviado en los años.

No, no volveremos.

El agua vertical de la ola color viento. Lejos, ¿por qué no todo
el mar?

Una escoba siete mares, el mar.

La bandera era lo que más queríamos, lo que más nos gustaba,
la bandera incolor en la luz.


Mañana por la mañana






Descripción de un ángel

Despertada, la figura emerge del muro.
Impulso que ya es envión.

No demasiado alto, los pies trabados por un ladrillo, no terminan
de mostrarse, permiten adivinar la consistencia terrosa de los
vuelos.

Alas y muro, esa persistencia fugaz crepita ante mí y es una
víspera.

No ha de tardar la irrupción fascinante y decepcionante.

(1961).




Paisajes para la caída de Ícaro

Un lomo de humo
de pampa;
una lezna rota;
un rincón de aguas
podridas.
Un zaguán que mira al charco;
ese charco;
Shakespeare
que no se distrajo nunca;
una boca abierta
en homenaje al llanto.
Un muro podrido
de palabras;
un baldío y cadáveres;
púas en el vilo
del hilo
de cometa.
En el pueblo
nos quedamos
hasta tarde
aguzando el oído.

(1959)




A un aljibe visto en el campo

Las lluvias lo trajeron de no se sabe dónde,
y el pastizal lo mece ahora
entre los fierros
de la herradura para siempre suave.
Si se lo mira a lo hondo
es un patio lo que irradia,
pero es el agua
lo que le allega tiempo.
Se lo robó una lluvia
una mañana de tormenta,
pero no está cautivo,
puede mirarlo todo,
las víboras lo cuidan.

(1965)

(De "Estaciones en el día 25 de junio de 1966".
En "Poesía reunida", Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2008.)






DEL LIBRO CARTAS PARA QUE LA ALEGRÍA



El viaje lo trajimos lo mejor que se pudo. De todas las mariposas de alfalfa que nos siguieron desde Mansilla, la última se rezagó en Desvío Clé. Nos acompañamos ese trecho, ella con el volar y yo con la mirada. Venía con las alas de amarillo adiós, y, de tanto agitarse contra el aire, ya no alegraba una mariposa sino que una fuente ardía. Y corrió todavía con las alas de echar el resto: una mirada también ardiendo paralela al no puedo más en el costado de tren que siguió.
La gallina que me diste la compartí con Rosa, ella me dio budín. En tren es casi lo que andar en mancarrón.
Los que tocaban guitarra cuando me despedías vinieron alegres hasta Buenos Aires.
Casi a mediodía entró el guarda con paso de "aquí van a suceder cosas", y hubo que ocultar a cuanta cotorra o pollo vivo inocente de Dios se estaba alimentando.
En el ferry fue tan lindo mirar el agua.
¿Y sabes?, no supe que estaba triste hasta que me pidieron que cantara.



Yo muero todavía

Te lo digo, te lo digo, tienes que creerlo, nos estamos
volviendo esta cosa increíble que es el amor, un brazo es un
abrazo, las estrellas más se internan descalzando floras, tus
enanos muertos que pisabas ayer tarde, el agua, las aguas
aquellas que miramos con un oído atento hacia las caras, sin
saberlo, sin saberlo.

El viaje largo presentido, larguísimo callado, la casa por
la copa de los álamos, el lado de sombra de tus ríos, la pan-
dorga alta queridísima entregada con una mano, aquella pa-
labra que llegó una tarde a pasar la vida con nosotros.

Encendido por el viento, ningún manantial pisa la tierra,
el amor había nomás que darlo todo, si no ¿quién habría de
quedarse en casa cuando ya todos nos hayamos ido?, invier-
no de aquel año en qué moríamos de niños, nada cesa pero
el amor no cesa, ¡qué mineral cuánta greda en un fantasma!

Yo sé, tienes que creerlo, yo muero todavía, ya me ani-
mo al amor con los ojos abiertos, yo lindo todavía, alambra-
da mía, río de sonda que me paras en dos patas de conseja
camino hacia tus bocas, dame de esas lámparas que pasan,
de esas estelas que se apagan al hallarse, llévame para siem-
pre conmigo fuera mío, no dejes que yo entre más en tantas
casas sin hallarte, los mil dedos por noche de mis manos, la-
berinto que no extravías al que abre la boca sin su grito
mudo, escucha, no escuches a las alas que no coinciden al
cerrarse, nos estará, sí, ya gozando la inolvidable muerte.

Arnaldo Calveyra, de "Cartas para que la alegría- Iguana, Iguana", Editorial Libros de Tierra Firme, Colección de Poesía Todos bailan, Bs. As., 1988.




DEL LIBRO IGUANA, IGUANA


La siesta del domingo 

Entreabierto a las miradas, el pulcro panteón donde reposan, unos frente a otros, los miembros de una familia. 
El sol que cae casi a plomo, penetra sin embargo en el inmóvil grupo. Aquí, a la izquierda y por poco en el suelo, el padre. Sobre esa oscura encina, la madre. En el tercer estante, el más joven de los hijos, muerto joven. A la derecha, las muchachas, muertas de muchos años. En lo que es el piso, si se levantara de su argolla la losa, se vería reposar, en el fervor de la penumbra, con los amigos que más tarde fueron sus cuñados, los restantes hijos varones repitiendo el prolijo conjunto de arriba. 
Pero hay una repetición más densa en la muerte: los hermanos mayores vivieron, aún solteros, apartados de la casa por un enorme patio, hermoso como un bosque. En esas habitaciones recibían amigos, tenían una guitarra. 
Ahora, entre ellos mismos en severo desnivel, y debajo de los padres, de las buenas hermanas, de su hermano más joven, descansan. Se diría que allá abajo, ocultos por la pesada losa como antes por el bosque, siguen conspirando hermosuras, siguen fuertes en la cacería nocturna, ajenos a la severidad paterna, a la inocencia pacífica, al candor de los blanquísimos paños bordados. 
Hay una repetición en la muerte. También la casa, cuando todos ellos estaban en la tierra, permanecía abierta, y con los días festivos hasta el humo de la chimenea despachaba limpieza. Ahora que la muerte recata la puerta y la entreabre sólo, todos duermen la siesta campesina.





DEL LIBRO DIARIO DEL FUMIGADOR 
DE GUARDIA


Duerme el fumigador decano, ha envejecido como envejecen algunos maestros de la costa oriental del Uruguay. Poco a poco la muerte se va cansando de darlo de alta. 
Un estuario arrecia, la mente entra en olores. Antes de dormirse nos contó la historia de la laucha que encontró muerta en una lata de conserva. 
Y ahora mientras duerme parece estar pensando en otra cosa, tan excluyente el gesto, tan levantadas las cejas. Duerme y respira al mismo tiempo debajo del sauce y en una habitación azotada por respiraciones adversas. Los mosquitos que se posan sobre su frente caen muertos, fulminados al instante. 
-Pasado de gas, aclara el compañero, 
está a punto de despertarse.




DE LIBRO DE LAS MARIPOSAS


No me has encontrado, me anduve empapando de rocío. Temprano irisado. 
Iba cantando, iba contándome, iba abriendo maizales con el canto al canto. 
Los perros lo toreaban a Dios de tan visible.

¡Despierta, viene el día, un pájaro se suelta de los ríos, despierta! 
Le van quedando dos velas a la luna, vela del sur, vela del oeste, mariposa, mariposa enloquecida con su sombra descubierta. 
¡No queda nadie en casa! ¡No duermas más, despierta, el agua no tiene imágenes, los caballos no imaginan!...

Anda con el telegrama por el monte. Voy a su encuentro, el telegrama tiene una flecha con mi nombre. 
Le queda un poco de luz a la sombra, verde, sombra del pájaro, y en seguida oscuro y esa voz con mi nombre. 
(Si pudiera salirme de mi nombre, entrarme en el trébol con su oferta de imanes...) 
-Una piedra, su caballo casi rueda. Arena ahora. Agua. Sendero ahora. 
Ahora llega aquí donde lo aguardo, desde lo alto de su oscuro ha de leerme esta palabra.

La mañana vuelve con el árbol. Con el pájaro. Ciudad extinta, el fósforo se apaga en el pabilo. 
Conciliábulo de techos acosados miran beberse la gota sola, la gota sucia. 
¿Vuelve una luz a su tronco de espino?, ¿vuelve el árbol por su nombre, y donde les dicen no caminarás no se den vuelta no se den vuelta? 
La vertiente se desliza, helada.




DEL LIBRO APUNTES 
PARA UNA REENCARNACIÓN


Palabras a no dudarlo, palabras, no otra cosa. Palabras en lugares, las mismas en diferentes textos, palabras vueltas del revés desde la primera letra. A punto de poema. Halladas en ocasiones, en lindes de un olvido, en manos aún torpes de aprendices de sol y de sombra, ¿poesía qué, cuándo, poesía cómo? 
Acentos tales. Palabras que quieren decirnos algo oculto desde siempre por las parcas de los sueños, escondido entre los pliegues.



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