miércoles, 9 de abril de 2014

ANTONIO GAMERO [11.500]



Antonio Gamero

(1917-1974)
Poeta, periodista e intelectual salvadoreño, nacido en San José de Villanueva el 17 de marzo de 1917, y fallecido en San Salvador el 27 de octubre de 1974. Su vigorosa irrupción en el panorama literario salvadoreño, protagonizada por el poemario titulado T.N.T., supuso una auténtica conmoción en las Letras centroamericanas de mediados del siglo XX, y le consagró como una de las voces más valientes, rotundas y originales de la poesía hispanoamericana contemporánea.

Inclinado desde muy joven al cultivo de la creación literaria, pronto aunó esta vocación humanística con su acusada conciencia socio-política, manifiesta en los numerosos artículos que fue difundiendo en los principales medios de comunicación salvadoreños desde comienzos de la década de los años cuarenta. Convertido, así, en uno de los más relevantes intelectuales de izquierda de todo su ámbito geográfico-cultural, estuvo durante muchos años al frente de la crítica política y social de su país, y acabo asumiendo algunos cargos de responsabilidad en la administración salvadoreña, donde fue empleado de la Secretaría de Información de la Presidencia de la República y del Departamento de Prensa del Ministerio de Defensa, organismo que le editó algunos de sus escritos literarios y ensayísticos.

En su condición de periodista, colaboró activamente con algunas de las más importantes publicaciones políticas y culturales de su época, como El Magazine (suplemento semanal de El Diario de Hoy), la famosa revista Síntesis (editada por la Casa Presidencial) y Opinión estudiantil (órgano informativo de los estudiantes universitarios salvadoreños, caracterizado por sus preocupaciones sociales y su combatividad política). Además, fueron especialmente destacadas sus colaboraciones aparecidas en el suplemento literario sabatino del Diario Latino, donde tenían cabida todos los escritores que, como Antonio Gamero, pertenecían al denominado grupo SEIS (entre ellos, algunos tan relevantes como Oswaldo Escobar Velado, Matilde Elena López, Cristóbal Humberto Ibarra, Alfonso Morales, Manuel Alonso Rodríguez y Ricardo Trigueros de León).

Como poeta, Antonio Gamero había irrumpido en el panorama literario salvadoreño con un singularísimo poemario, T.N.T. (1948), que inmediatamente mereció los elogios de críticos y lectores especializados, si bien causó cierto estupor por la audacia de sus versos (particularmente, los vertidos en la composición titulada "Buscando tu saliva"). Este debut literario le acreditó como un autor valiente y heterodoxo, capaz de adentrarse en los terrenos poéticos más resbaladizos y peor asimilados por la sociedad "bienpensante" de su tiempo. En esta línea, dos años después publicó un segundo poemario titulado Bajo el temblor de Dios (San Salvador, 1950), obra que consolidó a Gamero como uno de los principales poetas salvadoreños de mediados del siglo XX.

Poco a poco, la poesía del escritor de San José de Villanueva fue evolucionando hacia una estética militante muy coherente con el alcance de su compromiso político, siempre enmarcado en la conciencia izquierdista; así, dio a la imprenta algunos títulos tan significativos como Canciones proletarias, El encargo de un nuevo Cristo, Un canto a la ramera y Elementos para una poesía moderna.





A manera de salmo de ausencia 

Rebotan mis palabras 
En las piedras oscuras del recuerdo 
Y mis lágrimas ruedan ateridas 
Y enhebradas con hilos en desfleco. 

No hay soñador que sueñe los sueños de mi noche: 
Apagado está el grito, muerto el clamor del alma: 
Y un mudo seguimiento de fantasmas y sombras 
Burlescamente hiere mi fría piel bronceada. 

Te invito a que regreses y, con los brazos tensos, 
Pregunto a los que llegan: ¿Vendrá hoy o mañana? 
Y con el agua clara llovida de la rosa, 
Lavo el último traje que viste mi esperanza. 


II 

Vienes de medianoche, —medianoche es distancia— 
Traes el alma llena de orfandad y de espanto: 
Tus ojos se suicidan en la angustia del tiempo 
Y el frío se detiene a ver qué hay en tus manos. 

¿Para qué recordar? ¿Para qué recordar? 
Todos un día fuimos por ilímites rumbos 
En busca de alegría, de luz, y retornamos 
Bordoneando caminos y destrozando muros. 

Para qué recordar? 
El sol que alumbra sabe que somos todavía 
Dos chispas ardorosas 
Para encender la vida. 
¿Para qué recordar, si las campanas dicen 
Alegres tu venida? 






Versos del hombre insosegado 

Ah, vida —carne mútila— 
La de un desosegado: 
Sentir la mano llena 
De aprestar una forma. 
Mostrar el alma abierta 
Sin abrigar la rosa 
Querer tenerte cerca, 
Querer que tú me oigas, 
Tener diez mariposas 
Agitándose adentro, 
Y no tener saliva 
Para mojar y resbalar tu nombre. 

Porque el suspiro viaja 
En alargados túneles de sombra, 
Y mis ojos, airados de no verte, 
Se van tornando ciegos 
Con ceguera de enfermo 
Llorando ante la muerte. 

Una venda invisible 
Me retiene las manos 
Y un amargo sudor de tierra negra 
Me sube por las plantas 
Y me quema los brazos; 
Y este rojo que llora con mi sangre 
Ya es un signo de espanto. 

Ah, vida —carne mútila— 
La del que tiene el alma 
Curtida de insosiego: 
Sentir la compañía 
De Dios hecha perfume en silencio, 
Oír como que caen las palabras 
De la boca de un ángel 
¡Y saber que es mi sombra la que me habla!






Poema de la voz intacta 

Habla mi voz autoritaria, 
—Invasora de nardos y de rosas— 
Mientras el pan de tu sonrisa se alza 
Desde el horno sangriento de tu boca. 

Bajo la tarde 
—Mujer ciega que lava sus penas en el tiempo— 
El corazón se vierte gota a gota 
En los innumerables móviles del silencio: 
Y es en vano seguir 
Las sombras de esperanza 
Donde anochece la mirada 
Y querer sepultarse en un suspiro 
O en un surco de lágrimas. 
En vano apretujar contra el recuerdo 
Mariposas heridas de distancia. 

Todo se ha muerto aquí: 
La inquietud de las rosas 
Prendidas en el alma, 
El sosiego uniforme de las piedras 
Curtidas de sol y agua, 
El vaho de miseria 
Que exhalan pies errantes, 
El furor de los gritos 
Y el rencor de la sangre. 

Por las calles sin alma 
Ya no se divierte el escándalo 
Ni la curiosidad de los ojos 
Que anhelan abismarse desnudos en un charco. 

Habla mi voz autoritaria, 
Pero los rojos nardos que te sirven 
Para oír, no se abren; 
Y mis palabras, en vaivén intacto, 
Regresan aturdidas a su base. 






Primer poema para antes de morir 

Tengo los brazos locos de abrazarte 
Y las manos tullidas 
De repicar las rojas campanas de tus senos; 
Me duelen las palabras, la boca sin saliva, 
De retener tu nombre en el silencio. 

Me está doliendo el alma 
Con un dolor de espejos 
Donde por muchos años 
Se enarboló desnuda la flama de tu cuerpo. 

Ya la muerte me busca 
Para pedirme el último boleto: 
Ya en tu lomo de piedra 
Se escribe el testamento de mi rica pobreza: 
Para mi madre lego 
Un corazón llorado de suspiros 
Y un alma proletaria que sabe de obediencias 
Y sabe de los gritos rebeldes en la angustia: 
Para mi padre, toda la fuerza de ser hombre 
Y de haber desafiado 
Las iras de los brutos con mi verbo, 
Y para ti, mujer, que asistes mi agonía, 
Queda mi nombre herido flotando en la tristeza 
Y un hijo casi negro bulléndote en el pecho. 

Y con tal de sentirme un hombre hombre 
Eres hoy la más hembra de todas las mujeres: 
Húmedos de tu frente 
Los gatos negros de sus cejas hacen 
Círculos de alegría, y tu serena 
Actitud democrática me da 
Libertad de que hable, de que piense, 
De que maldiga al tiempo 
Y de que suelte al mundo mis blasfemias. 

Y no lloras ni vienes enlutada, 
Sino vestida de valor y escándalo. 
Y nada importa el ojo que te mira: 

Tu presencia desvístese en el agua 
Que brota de mi angustia; 
En cambio yo, como amoroso perro, 
Golosamente lamo la ceniza 
Del fuego de tus muslos apagado 
Y olfateo la sangre 
Que enrojece tus manos. 

Ya pitó su alarido mi sirena. 
Soy un navío inglés que se está hundiendo 
Con el mar de tu sangre en su redor. 
¡Desde un avión nazista blindado de luceros, 
Dios bombardea muerte sobre mi corazón! 







El hombre inconforme 

Nada he perdido porque nada a la vida traje, 
Y me siento feliz de haber nacido pobre, 
Porque el rico no puede 
Parir con gran dolor las cosas grandes 
Y luchar en la lucha de los hombres. 

Feliz de haber mordido el corazón del vicio 
Y de haber sido siempre un inconforme. 
Yo nunca he sido esclavo de la monotonía 
Ni de la rigidez perenne de las torres. 
Abomino del rictus 
Que fatiga la muerta sonrisa de las momias, 
Y me arrastra el ejemplo de los seres 
Que hallan pequeño el mundo para sus incursiones. 

No puedo conformarme 
Con que haya junto a mí tantos patanes 
Que, en cambio de codearse con mi angustia, 
Debieran estar ya en los mudalares. 

Yo quisiera ser de algo muy etéreo, 
De algo que no se pueda contener en los frascos 
Igual que una loción o una sardina, 
De algo que nadie toque con sus groseras manos: 
Que pueda ir libremente de la calma a la tromba, 
Del bullicio al silencio, 
De la virtud al vicio, 
De la piedra a la rosa, 
Del más grande pecado al arrepentimiento, 
Del rojo fuego al agua, 
Del lodo al mineral, y de la urbe 
A la verde quietud de la montaña. 
Yo quisiera estar hecho de la esencia de Dios 
Que pasa por el lodo sin mancharse, 
Que, sin pecar, la vida de los hombres suprime, 
Que desata la guerra y no es Atila, 
Ni es nazi, ni fascista, ni rojo bolchevique. 

¡Mentira!, yo no puedo resignarme
A ser hombre vulgar como los otros; 
Y voy, en mi pequeña y angustiada existencia, 
Buscando días nuevos, nuevas noches, 
Nuevos mares de fuego en qué abrazarme. 
Buscando nuevas luchas para no ser jumento 
Que se aburre de hacer el mismo viaje. 

Y clamo porque todo el mundo sepa 
Que soy un inconforme, 
Y que, amigo del vicio y las virtudes, 
Soy hecho, mitad Dios y mitad hombre! 







Segundo poema para antes de morir 

Siento ya sobre el ojo que vio correr los días 
Batiendo récords trágicos de muerte 
El llanto de los hombres caídos en desgracia 
Después de ser ministros o inmunes consejeros 
En el imperio de Dios y la esperanza. 

Sorbo la miel salobre 
De los panales míseros que el huracán sacude 
En árboles bañados de espanto y de ceniza. 
Y mi nombre de pila ya no es nombre: 
Es un sonido roto, doloroso y sin forma 
Rodando hacia un planeta 
De mujeres sin ojos, sin manos y sin sexo, 
—Pájaro desplumado que va clavando el pico—. 

Y este motor nervioso de mis pies ateridos 
Avienta borbotones de aceite —roja sangre 
Que quiere resistirse 
A seguir por las rutas 
Olorosas a estiércol recién humedecido 
Y a piernas femeninas destrozadas 
Por hambrientos y largos colmillos. 

En la puerta que entreabre 
Sus grandes, sus inmensas fauces al Oeste, 
Hay una vieja sórdida que me llama, 
Reloj en mano. Es ella: la abominable muerte: 
La misma que con ojos sin pupila 
Hipnotiza al anciano 
Y se queda dormida con su mentón de huesos 
En las tranquilas vísceras de un niño. 

¿Me ves? ¿Me oyes? ¿Me sientes? ¿Te me apiadas? 
Soy un párvulo enfermo 
 Meciéndose en hamacas de tristeza, 
Un párvulo con hambre y ánimo desganado 
Que en su llanto terrible e inexplicable 
Quisiera hacer brotar de entre los labios 
Un nombre, un nombre, un nombre, 
Y agarrarse a una sombra cualquiera. 

Mujer en cuyos senos con lunares 
Amamanté mis ansias terrestres de lobezno, 
 Voy a morir: ¡Estoy contrito y desolado 
Con la desolación de un padre anciano y ciego 
Que en su agonía abraza a un hijo manco! 






Estancias para una resignación con la muerte 

Yo no sé por qué lloran 
Las esposas y madres y hermanas de los muertos. 
Si ya no está de moda 
El llanto, ¿por qué mojan de lágrimas el tiempo? 
¿Por qué no alzar el puño 
Y dar de puñetazos en el viento? 
¿Por qué no recoger el arma que dejaron 
Y fusilar la cólera del cielo? 

¡Cómo siento que soy el buen hermano 
Del que cayó abatido en la trinchera! 
Y con el alma herida de coraje 
¡Cómo siento en mi boca la blasfemia! 

Mujeres timoratas, alegraos conmigo 
De que los hombres mueran en la guerra! 
Dejad que todos caigan; 
Que caigan los patanes, los santos, los poetas. 
Hay urgencia del polvo de sus huesos 
Para abonar el surco de la tierra. 
Hay locos minerales subterráneos 
Que quieren adherirse a su tristeza. 

¿Qué porvenir tendrá un pobre soldado 
Que regresa al hogar sin una pierna; 
Que sus ojos llenose de sombras para siempre 
Y no sabe en qué punto quedaron sus orejas? 
¿Qué amigo le dará lo que ha perdido? 
¿Qué mujer le será su compañera? 
¿Qué foco de esperanza le alumbrará su abismo? 
¿Quién le rescatará de la pobreza? 
Nadie. La patria sólo 
Le pondrá sobre el pecho una dorada pieza, 
Y dirá el vulgo al verlo, fríamente: 
Ese es un veterano de la guerra. 

Madres, hijas y esposas, alegraos conmigo 
De que los hombres mueran, 
Porque ya los asilos y los hospitales, 
Los manicomios y los barrios pobres 
Están llenos de gentes miserables! 
Yo no sé por qué lloran vuestros ojos 
Y vuestros labios callan la injusticia. 
Si en la vida moderna no se llora, 
¿Por qué llenar de lágrimas la vida? 
Madres, hijas y esposas timoratas, 
Dejad que todos mueran. 
Estaba ya previsto 
Que morirían de hambre y de pavor. 
Sobre la era informa 
Que el huracán dibuja en sus cenizas 
Cae totalitaria la voluntad de Dios! 






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