martes, 8 de marzo de 2011

MIGUEL ÁNGEL ZAPATA [3.309] Poeta de Perú




Miguel Ángel Zapata 

(Perú, 1955). Poeta y ensayista. Estudió en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima, obtuvo el Master of Arts en la Universidad de California y el doctorado en Filosofía en Washington University, Estados Unidos. Dirige Códice-Revista de Poesía y Poética, y la colección AMARU de ensayo. Actualmente vive en Long Island, Nueva York, donde es profesor de literatura hispanoamericana en Hofstra University. Ha publicado los libros Partida y ausencia, Madrid, 1984; Periplos de abandonado, México, 1986; Imágenes los juegos, Lima, 1987; Poemas para violín y orquesta, México, 1991; El pesapalabras. Carlos Germán Belli ante la crítica, Lima, 1994; Brookings Hall, Barcelona, 1994; Mi cuervo anacoreta, Santiago de Chile, 1995; El bosque de los huesos. Antología de la nueva poesía peruana, México, 1995; Lumbre de la letra, Lima, 1997; Metáfora de la experiencia. La poesía de Antonio Cisneros, Lima, 1998; Nueva poesía latinoamericana, México, 1999; Escribir bajo el polvo, Lima, 2000; Moradas de la voz. Notas sobre la poesía hispanoamericana contemporánea, Premio José María de Hostos de Ensayo 2003, Lima, 2002; El cielo que me escribe, Premio Latino de Literatura 2003 otorgado por el Instituto de Escritores Latinoamericanos de New York; Cuervo, México, 2002; y Luces de la memoria, Caracas, 2003. Su poesía ha sido traducida al inglés, portugués, italiano, y francés, y publicada en antologías a nivel internacional.



MI CUERVO ANACORETA

Mi cuervo brilla con el sol y nadie puede verlo como canario. Escribe con su pico la soledad de la noche y tamborea su cántico ante la gruta del agua que lo ve caer sin una letra. Mi cuervo es pájaro anacoreta, canario esculpido con carbón. El cuervo que se colaba por las alcobas es más vivo que loro verde repitiendo sílabas sin son. Mi cuervo brilla y brilla mejor que un cometa prendido en el cristal. Ya se posa en mis papeles cuando le hablo sin pensarlo, y cuando me mira es un aire emplumado, flauta de tinta que gotea mi envoltura.



MI CUERVO SE DESATA

Yo aquí con mi pico curvo soy hermoso: me desea la cuerva blanca que vive en la nevada, mi negrura es divina y en la miel descansa con la blanca tinta que brota de su cueva rumorosa. Me persiguen los pájaros de churriguera por no creer en su río de barro y de negrura: yo paseo campante por las siete esferas con la abeja de la flor de Liz. Aquí la superficie es curva como mi pico jovial, además, con estas alas avanzo hacia el boscaje de tu gran labio, para que otra vez me releas y te dilates, y vuelvas a chillar con mi voz de ave de la calle.



ESCRIBO EN LA VENTANA

Escribo en la ventana mirando la luna de mi cuervo. El mar acorazado sin gaviotas, maloliente aún se balancea entre sus olas. Aquí no hay mar: sólo residuos de nieve sucia pisoteada por los carros. La nieve cubre esta ciudad blanca sin sillar. Los astros patinan con el frío y yo camino con la luna entre la nieve y me siento cerca. Subo la Montaña y veo el cielo del texto inspirado en el hielo de la sombra. Todo el paisaje se derrite desde mi ventana. El día comienza otra vez y el fuego vuelve. Más leña y el jolgorio de los niños: nunca pensé que el fuego hiciera tan feliz a los niños. Es la lumbre que nos llama a bailar sin zapatos sobre la alfombra. Así con cuidado escribo mis corales en el patio de la casa: ahí donde descansaba mi pobre árbol desnudo y seco.



LA LENGUA QUE YO QUIERO

Volver a caminar y el texto del cielo que te lee cuando la ciudad se apaga. Un arcoiris en el techo de la casa salva la mañana. La casa huele a ceniza de cielo: mis hijas tomando fotos a los siete colores mientras brotan los pomares. Así sobrevivo protegido por los siete rayos y aquellas nubes que festejan al Creador del todo y la nada: por eso escribo lo que el arcoiris me dice: desde mi ventana veo la nevada y escribo lo que la nieve querría, y escribo lo que veo y lo que quisiera, queriendo verlo todo como el agua sin aire.



MI LENGUA RUMOROSA

Cabalgo para ver encenderse la antorcha del puerto y esperar al deseo en la orilla de este templo marino que se deshace ante mis ojos.
Cabalgo el abismo del sol para encontrar el tesoro sepultado, la arcilla fundida, el relumbre de una nueva lengua rumorosa.



LA LLUVIA LILA

El día comienza con la memoria. En el umbral de la ventana aún se siente el viejo polvo de los solares, el miedo de decidir si el mar es azul en el texto o lilla la lluvia sobre los techos. A nadie le fue dado conocer su destino. La nieve cubre la ciudad y todo es blanco y brilla. Nada más importe: la sombra se disuelve en el umbral de mi ventana. Todo pasa por estos bordes y esta página de aire se balancea sin tino por la superficie quemada.





LA IGUANA DE CASANDRA

Para Casandra Iris

Presiento que extrañas los arenales del desierto. No eres feliz, aún cuando mi hija te pone en el árbol de nuestro patio para que te sientas en casa. En tu mirada veo las dunas y una luna parda volando con la arena. A veces pienso dejarte ir pero no quiero ver triste a mi pequeña niña. Siempre recuerdo cuando te escapaste de tu tanque de cristal y luego te encontré meditando encima de mi ordenador: sorprendida mirabas mis palabras con luces y escuchabas las quenas de mi grabadora Quazar. Veo tus ojos plomos en los míos y pienso en el desierto: las dunas me atraen, sus líneas son femeninas, cada trazo es el pincel de un lenguaje sagrado que vive siglos bajo el sol. Así el mundo, la lengua, el poema que no quiero ya escribir. No sé si te compraré un tanque más grande, con algunos troncos elevados o te dejaré ir uno de estos días. Creo que morirías en este zoológico humano, además nadie te daría verduras ni lechugas frescas y calor. Ya quisiera volar al bosque de tu ensueño, dejar esta prisión de silencio y entrar en tus ojos plomizos para bailar en el desierto, donde alguna vez bailaremos desnudos bajo una tibia duna.







LUMBRE DE LA LETRA

A José Emilio Pacheco

No huyas que rompes mis barrotes y me dejas sin vuelo en la piscina azul. Mira que el mar es el mar y su cielo muere en la urna de la noche. No te vayas que aún me conmueven los viejos sonidos del ropero, el tambor y la sequedad de los días sin sol. No volveremos a estar solos temblando en el nevado. Contempla la arenilla y el cristal que nos refleja mirándonos el agua. Lee la señal que sigue la dirección del aire, el sudor de mi cuerpo cuando busca a tientas la llave de mi prisión para irme de vuelo por la ciudad apagada, entre la nieve sin lumbre, entre el barro que brama con la lluvia, el fango que incita a escribir en esta sierra colorada.






MI VALLEJO

A Stephen Hart

Aquí lo veo en esta banca de la plaza de las palomas, pensando en la lengua que escribió con el mundo ese cristal que quema la poesía. Hoy vuelve a escribir sobre la plaza la tinta intraducible del cóndor. De aquí se para y camina por la noche que ha vuelto a prender sus faroles, y de bar en bar va hablando y sonriendo mientras la garúa avanza. Y de aquí se marcha con la frente sudorosa, incansable, siguiendo.




EL POLVO Y LA TINIEBLA


El polvo llega por aquí como si fuera parte de nosotros.
El agua corre y arden los grillos en el pozo sin fondo.
No levanto la mirada y respiro despacio.
Cuando la oruga muere y el agua se estanca en las calles
escribo como la oruga, y por la mañana el sol vuelve como
si nada hubiera sucedido: mi perro mira el sol y yo escribo
temblando en el patio de la casa.






VOY A ESCRIBIR ALGO

Imagino que voy a escribir algo sobre el perro que mira
extasiado los cristales o sobre el blancor intenso del árbol
que permanece de pie como un enorme ángel con espadas.
Imagino que voy a subirme a los pinos para tomar fotos
de los copos de nieve que se van deshaciendo sobre la arena.
Pienso en pedir al cielo la gracia de la lluvia fresca.
Desnudo, rezo. Los cerros desesperados se agarran del sonido
de la luz del sol que nos derrite, y las rosas amarillas susurran
en el patio con mi perro.






EN MI PATIO TENGO UN ROSAL

En mi patio tengo un rosal y un río de leche que amanece.
En la madrugada el barro detona su silencio en los túneles
secretos que van al mar. Nadie sabe de su color ni de su
flujo, excepto las abejas que escriben odas de miel y las
aves que esperan reescribir en su cuaderno el cielo que
jadea con la bestia.




LA LUNA DE MI PERRO

Parece que finalmente llegará la lluvia: mi perro observa atento cómo viene creciendo la luna por detrás de los cerros. La luna se cuelga del pino más alto del jardín y nos mira con envidia. Mi perro ladra y quiere tocar el cristal de su lengua. Yo la miro mientras escribo algo sobre las nubes que recubren su cabellera de cobre. La luna habla como niña alicaída. Según ella está cansada de los poetas que le han dedicado cantos rimados sin sentido: por eso prefiere hablar con mi perro. Pero si yo nunca lloro ni me emociono, me dice. Habito allá lejos esperando la luz de otras estrellas para seguir viviendo. Por eso estoy aquí levitando sobre este gran árbol para llevarme su lumbre al cielo. Antes de irme quisiera ladrar con tu perro a las estrellas. Cuando la lluvia llega la luna aparenta que no llora. De pronto cambia el tono del paisaje, las astillas de la luna se clavan en la ventana que da a la sala, el árbol alumbra el patio sin hojas, y los geranios cambian el color del cielo.






Oído mío

Oído mío: así como el poema la piedra suena en su silencio, el piano y su inquietud de cambio, el corazón sin tiempo ni lágrima avanza.

Oído mío, mutable cuando caen las aves en el agua profunda, invariable cuando se levanta un fraseo que llega como un coro y se seca.

Sale la música de adentro: vuela, flota, rebota, y se mete bajo tu piel que camina con esa tonada consternada.





Paseos por Manhattan

Solo esperas el árbol que se abate, la estrella que se retuerce con los rascacielos y la nieve sucia de las calles.

Esa persistente hoja en medio de la calle, ese frescor inusitado que escolta tu propia orilla, ese poema lleno de leche negra que cava su rosa y su gusano.






Visión del paraíso
(Tilsa Tsuchiya)


El pez dorado mira la nube atravesada por una rana.

Yo quiero ser el tronco que se desplome en el vacío de
la niebla, me dice la rana.

Yo siempre salto hacia delante, voy de prisa pero
con calma.

El sauce llora de verde la caída de las sombras.

Hay un río que no fulgura por la cercanía del
aguacero.

En el corral están el bien y el mal como una fortaleza
de hielo.

Una mujer callada bajo la sombra de la luna mira mi
desierto.

Salpica el cortejo de la luna, su paraíso te enceguece
como un cuervo partido por el sol.





Breve homenaje a Marina Tsvietáieva

Busco la noche de
San Petersburgo
en este ovillo que
se desata sin parar,
en estas flores que
de repente vivas en
su séptima noche
cierran sus ojos
a la mañana.
La busco en la
noche
cuando mis
amigos
temerosos se
alejan
por la penumbra,
y ella con su música
se queda conmigo
y canta como la
primera lluvia sobre la tierra.




Stern/Haydn

Escuchaba la otra noche a Isaac Stern interpretar el segundo movimiento del concierto para violín de Haydn. Le pasé a una amiga el enlace de youtube ya que no podía resistir la tentación de volar con ella en ese avión de fortalezas que es Haydn. Después reflexioné sobre si la poesía era solo un sentimiento a secas o una música que se te pega al cuerpo, a toda la piel y sale a caminar contigo bajo el sol del verano. Es tal vez un violín que deletrea palabras en el aire de los trenes por donde viajo con frecuencia, o es solo un instrumento como la voz que emite una corazonada para mañana. Pensé que el término “romántico” caería al pelo para una descripción fácil de la poesía expresada meramente como un sentimiento. La poesía no debe tener subtítulos ni definiciones –pensé- es solo el devenir del violín en el desierto de un océano. Los estereotipos en la poesía son comunes, las denominaciones son utilizadas con tal facilidad que me da temor. 
El violín no esperaba, venia como una cascada a mi corazón y se detenía a probar mis palabras sin miedo, la lucidez de caer en el vacío de la voz, de sucumbir en una secuela de las variaciones y engarces, donde todo se puede perder o ganar como en una sonata urbana. Así el poema, en el papel regresa como un cocodrilo en busca de su presa. Se lo come todo. Me come a mí. No me deja ni el alma para volar.

El violín, el poema, el papel del pentagrama, Haydn, Stern, la noche que se va con la primera lluvia del verano.









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